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PRÓLOGO,

QUE ES MUY CORTO, PORQUE SOLO SIRVE PARA DECIR CUAL FUÉ EL NACIMIENTO DE NUESTRO HÉROE.

D. ALVARO DE LUNA se fastidiaba, segun fama, por los años de 1391 en su villa de Cañete. Es fama tambien que María de Cañete, mujer á quien, á falta de padres, habia prestado su apellido la villa, tenia medios, á pesar de la pobreza, para no fastidiarse nunca. D. Alvaro, señor de vasallos, ricohombre de horca y cuchillo, de pendon y de caldera, y excopero del señor rey D. Juan el Primero, entretenia sus fastidios reventando á sus perros, dando puntapiés á sus pajes y ahorcando á sus villanos. María de Cañete, que solo poseia un brial, una cabaña y unos bonitos ojos, sabia usar de tan gentil manera de estas tres cosas que, sin otro oficio conocido que bailar la zarabanda y hacerla bailar á los mozos del pueblo, vivia á sus anchas, sin poner por ello á nadie en estrecho. Todos huian de D. Alvaro; por el contrario, todos se acercaban á María.

Un dia se encontraron en la ribera el poderoso señor pensativo y entristecido, y la pobre villana descuidada y alegre. D. Alvaro pensaba en que el buen rey D. Juan el Primero habia hecho muy mal en renunciar la corona en su hijo D. Enrique sin haberle traspasado con su oficio de copero, y como un mueble que se hereda, al niño Rey, aunque este, por su natural enfermizo, necesitase mas de médicos que de escanciadores; y sobrepensaba que el Rey habia hecho doblemente mal en dejarse arrojar por el caballo que fué causa de su muerte, para finar ab-intestato, dejando abandonados á sus buenos servidores. María no pensaba en nada, porque no tenia cuidados ni ambi

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ciones. El señor de Cañete paseaba fijando la vista distraido en los gruesos caractéres manuscritos de un viejo in folio de Aristóteles que llevaba abierto sobre las palmas de las manos. La muchacha adelantaba, con un cántaro en la cabeza y cantando, en direccion á la fuente.

Aconteció que, descuidada la una, y abstraido en sus pensamientos el otro, colocados sobre una misma línea y avanzando en opuestas direcciones, se encontraron, no sabemos si en buena ó en mala hora: el cántaro de la muchacha cayó y se hizo pedazos; el viejo manuscrito de Aristóteles se escapó de las manos del caballero, y fué á dar, descuadernado, en la corriente, que le arrastró consigo.

Una mujer jóven y bonita á quien se le rompe un cántaro, y un señor ni viejo ni feo á quien se le va de las manos al agua un tratado de filosofía, claro es que no debian haberse encontrado para nada: miráronse por un momento frente á frente; y el resultado de aquella mirada fué que el señor de Cañete, que era un tanto agorero y leido, simbolizó el cántaro roto; y que la muchacha, que no era leida ni agorera, pero sí ladina, conoció que sus ojos tenian una virtud de género no dudoso para los del noble caballero. Sonriose la chica, mostrando dos hileras de dientes, que nosotros, siguiendo una costumbre establecida, no tenemos reparo en llamar perlas. El señor de Cañete plegó el poblado entrecejo, y olvidó de todo punto la filosofía. Ella habia roto su cántaro, y nada tenia que hacer en la fuente; él habia perdido su libro, como si dijéramos su compañero de paseo. María se volvió á su cabaña soltando una alegre carcajada; D. Alvaro dió frente á su castillo exhalando un ruidoso suspiro.

Es fama tambien que antes de que el sol traspusiese llegó un escudero á la choza de María y habló con ella algunas palabras. Otrosí: añade la crónica que

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