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rio, cruel y, por tanto, contrario á las máximas del Evangelio. Su divino autor, que es el Dios de paz y de caridad, detesta las violentas reacciones y horribles castigos que emplea la Inquisición con los disidentes. Todas las páginas del Nuevo Testamento nos pintan la Religión de Jesucristo compasiva, atractiva, amable, cual salió del seno del Padre celestial, y la Inqusición la hace insufrible y odiosa, y en lugar de atraer los protestantes, los desvía más y más del gremio de esa Iglesia, particularmente en vuestra España.....

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Yo quisiera, Señor, que todos los abogados y protectores del tribunal, comprendiendo á los reverendos obispos, se hubieran hallado en el mismo conflicto que yo. No se trataba aquí de asuntos meramente políticos, en que cada uno expone su opinión sin peligro de la fe, sino asuntos dogmáticos que son los que afirman, después de un crítico razonamiento afianzado en los lugares teológicos, la creencia de los fieles. Tampoco se trataba de convencer á un vulgo ignorante, sino á hombres doctísimos, versados profundamente en el conocimiento de las Sagradas Escrituras, que aprenden desde su niñez. No ignoro yo que si me hubiera servido de la doctrina y de las armas de nuestros folletistas los hubiera confundido, llamándolos á gritos herejes, luteranos, calvinistas, arminianos, presbiterianos, sacramentarios, anabaptistas..... y hubiera quedado muy ufano y satisfecho de mi victoria. ¿Mas es este el medio de defender las sacrosantas verdades del Evangelio? ¿Son estas las razones á propósito para convencer á los refractarios? V. M. lo juzgará imparcialmente con su piedad y sabiduría. Entonces me vi forzado á confesar Que la Inquisición era un tribunal de establecimiento puramente humano, en que no sólo tuvo parte la curia de Roma, sino la política de los

reyes; confesé sus enormes abusos, su dominio despótico, contrario al espíritu del Evangelio; dije, en fin, que eran defectos de hombres que no podían perjudicar á la pureza de la doctrina, á la santidad y primacía de la Iglesia Romana, madre y maestra de todas las Iglesias, y dije otras verdades que no necesito ahora reproducir. Estas mismas conversaciones se repitieron en casa de Jorge Washington, que apareció por aquellos días en Filadelfia. No pude averiguar á qué secta pertenecía este célebre general; pero el filósofo Franklin propendía á la de los arminianos, según los principios de Felipe Limbourg. El fué quien me provocó á producirme en público en prueba de mi sinceridad, y no dificulté un momento predicar en la Iglesia católica de Filadelfia la misma doctrina que había proferido en mis conversaciones, á cuya función asistieron todos los españoles de las fragatas de guerra la Héroe, la Loreto y de ocho ó diez barcos de la Florida que se hallaban allí. A petición de la congregación de los católicos se vertió literalmente mi sermón en inglés, y á los ocho días lo predicó el Sr. Beeston, uno de los dos curas de aquella porroquia, de quien no tengo noticia que haya muerto. El concurso de todas las sectas fué tal, que yo mismo apenas pude ocupar un estrecho lugar en el presbiterio, á pesar de mi amistad con aquellos curas. Los ministros protestantes quisieron sin duda desengañarse de la sinceridad con que un español iba á hablar sobre la Inquisición, y lo consiguieron. Mi sermón fué el primero que se predicó en nuestro idioma en aquellas vastas regiones, y creí asimismo necesario esparcir esta doctrina en las provincias de Nueva York. Mariland..... hasta Baltimore que corrí, ya por curiosidad, ya por examinar los progresos que podría hacer en aquel inmenso te

rritorio la religión católica apostólica romana. Aseguro á V. M. que jamás hubiera hablado en público de este gravísimo asunto, sino forzado de la necesidad de hacer ver que la Inquisición es un obstáculo en muchos países á la propagación del Evangelio. Su nombre sólo llena de terror los espíritus más fuertes; empero cuando se desengañan de que la Inquisición no es un tribunal inherente ni esencial á nuestra Religión, sino la obra de la política y del despotismo, se abre la entrada al santuario de la Iglesia católica. Desengañados muchos anglo-americanos de este error, mudaron de dictamen. Más de ochenta familias protestantes hicieron bautizar sus hijos en la parroquia de los católicos, de que yo fuí testigo, y lo mismo ejecutaron otras infinitas á que no pude concurrir. Por no molestar á V. M. sólo he tocado de paso esta materia. Pero ¿qué más? Desde aquella época, que fué el año de 88 del siglo pasado, se trató seriamente de erigir la primera silla episcopal en aquellas inmensas regiones con anuencia del Soberano Congreso, aunque compuesto casi todo de protestantes. Yo fuí uno de los encargados para promover este importante asunto con el señor Nuncio Hipólito María Vincenti, y el Santo Padre Pío VI nombró por primer obispo al Sr. Carroll, que era á la sazón su vicario apostólico. Es increible el incremento que ha tenido el catolicismo en aquellos países en poco más de veinte años, pues tengo entendido que se han fundado ya hasta cinco sillas episcopales. Si la Inquisición hubiera por desgracia sentado allí su dominio, estoy bien seguro que no habría ninguna. Este extraño acontecimiento, en que yo tuve por casualidad una pequeña parte, fué público en Filadelfia, ciudad floreciente y populosa. Nunca hice mérito de él, sin embargo de haber sido el suceso más feliz de

mi vida y el más grato á mi corazón. ¿Y quién puede extrañar ahora que yo pinte al tribunal como contrario al espíritu del Evangelio, á pesar de las reclamaciones de muchos, que acaso lo harán con buena intención?

VII

Yo he probado, Señor, y si no me engaño he probado hasta la evidencia, que la Inquisición no entró en el plan de Jesucristo, ni de los Apóstoles, ni de los Concilios, ni de los Padres; que es un tribunal intruso en la Iglesia de Dios; que debe su origen y establecimiento á la Edad Media, es decir, á los siglos bárbaros, cuando las costumbres y la disciplina se hallaban en la mayor decadencia; que la Inquisición es enteramente inútil en la Iglesia; que es diametralmente opuesta á la sabia y religiosa Constitución que V. M. ha sancionado y que han jurado los pueblos, y, por último, que es no solamente perjudicial á la prosperidad del Estado, sino contraria al espíritu del Evangelio que intenta defender. Respondan, si quieren, á estas verdades; pero sea con el lenguaje de la urbanidad, de la política y de la religión de que tanto se jactan. Cualquiera otra arma es prohibida. Yo he tratado á los que sienten lo contrario como á conciudadanos, como á hermanos, no como extranjeros, no como á enemigos. Desnudo de toda parcialidad y convencido íntimamente de que hago un servicio á mi patria, ataco al tribunal por los cimientos, pero respeto y amo á sus individuos. El hacer venir reclamaciones de luengas tierras y recoger firmas de varios cuerpos particulares para hacer creer que el pueblo español pide de consuno el Santo Oficio, es una estratagema vergonzosa

que prueba por sí misma la falta de razones en los que se valen de ella. Sin embargo, la junta de Galicia, entre otras varias corporaciones, tomando la voz de todo el pueblo gallego, acaso el más tenaz en conservar la religión de sus mayores, ha solicitado el restablecimiento de la Inquisición, como si dos ó tres individuos de una provincia de millón y medio de habitantes pudieran llevar la voz del pueblo en una materia religiosa. En pos de estos folletos vino también un escrito impreso en la Coruña desmintiendo el contenido de los primeros. ¿Dónde estamos? ¿Son estos los medios á propósito para sostener un tribunal que siglos há no debía subsistir

entre nosotros?

Señor: este coloso, semejante á la estatua que vió Nabuco descrita y explicada por Daniel, tiene la cabeza de oro brillante, el pecho y los brazos de plata, el vientre y los muslos de cobre, las piernas de hierro; pero la mitad de sus pies es de barro, y por tanto es muy fácil dar con él en tierra. Me explicaré con más propiedad. Este es aquel árbol de quien dice Jesucristo por San Mateo, que no siendo plantado por su Padre celestial, debe cortarse de raíz. Omnis plantatio quam non plantavit Pater meus cælestis, eradicabitur. El daño que ha hecho la Inquisición á la Iglesia y al Estado es incalculable. Ella no ha corregido las costumbres; no ha procurado la instrucción de los pueblos en la sólida y verdadera Religión; se ha opuesto, ya por conveniencia, ya por política, á la ilustración de un pueblo digno de mejor suerte. Ha derramado las tinieblas, ha patrocinado la superstición, mira con odio la libertad de imprenta; y aunque acosada y moribunda, quiere como la hidra levantar sus siete cabezas para destruir después sordamente cuanto V. M. ha establecido en beneficio de la

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