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pitió y aun amplió ante extraordinaria concurrencia lo que en privado dijera. Fueron aquellos sus primeros disparos contra la Inquisición: aquel el primer discurso pronunciado en español en territorio de la recién fundada y luego poderosísima república. Tradujéronlo al inglés; repitiéronlo desde el púlpito otros sacerdotes; y el ya célebre predicador, alentado por éxito tan extraordinario, dióse á recorrer otras provincias como turista y como apóstol, ganando en todas partes adeptos para el catolicismo y nutriendo cada día su privilegiado entendimiento con variadas cuanto fecundas enseñanzas.

De bueno ó mal grado, Ruiz Padrón tuvo al fin que partir para la Habana. Poco tiempo permaneció allí; pero el necesario para extender su reputación como orador sagrado y para fustigar en uno que otro folleto la esclavitud, que aparecía á sus ojos bajo las más repugnantes formas”, según la frase de su biógrafo el Sr. Millares. No satisfecho en aquel ambiente que tanto se parecía al del convento de San Miguel y tan diverso era del que había respirado en la tertulia del hombre ilustre que arrancara el rayo al cielo y el cetro á los tiranos, puso todo su conato en venirse á Madrid; y obtenida la venia de su pariente, llegó al suntuoso convento de San Francisco el Grande. Al poco tiempo suscitó desconfianzas entre sus hermanos en Cristo, ya por sus heterodoxas amistades en América, ya por la dirección de su espíritu, que hombre de tal temple no se

tomaría gran trabajo on disimular. Solicitó entonces permiso para emprender un viaje por Francia é Italia: atrevido pensamiento que acabó de hacerle más y más sospechoso á sus superiores, que por de contado le negaron la licencia. Mas, allá por los años de 1808, obtuvo del Papa la secularización; y dueño ya de sus acciones, realizó con gran provecho de su cultura el anhelado viaje.

De vuelta á España en 1810, cuando á la vez que ardía la guerra de la Independencia se cuarteaba por todos lados el vetusto edificio del antiguo régimen, encontróse con que se había sacado á oposición la silla abacial de Villamartín de Valdeorras, en la provincia de Orense (1). Pudo decir, como César, llegué, vi, venci: pues arrollando nada menos que á 108 opositores, ganó en brillante lid la codiciada prebenda, que le aseguraba un porvenir de consideración y relativo desahogo para hacer frente á las necesidades de la vida.

Pero Ruiz de Padrón se sentía llamado á cumplir más altos destinos. Su poderoso entendimiento debió revelarle, al meditar sobre lo que en esta tierra había ocurrido durante aque

(1) En Galicia se llama abades á los curas párrocos, y esto fué Ruiz de Padrón: otra cosa eran los abades mitrados, que ejercían determinadas funciones episcopales, no sin agravio de la disciplina, y cntre los cuales, ó quizá entre los que rijen las colegiatas o gozan de cierta dignidad en algunas catedrales, se ha solido contar erróneamente á nuestro biografiado.

llos últimos años, que no se trataba de una convulsión social más ó menos pasajera, sino de una revolución profunda y trascendentalísima. «El problema-dice un ilustre publicista y ora"dor-estaba planteado en estos términos: la re»volución, ó la desaparición de España del círcu»lo de los pueblos cultos é independientes» (1). Habíanse reunido los dos factores más poderosos para determinar explosiones revolucionarias: la corrupción de los poderes públicos, que en aquellos días llegaba á lo inverosimil, y la agresión del extranjero, alentada por la complicidad de las envilecidas clases directoras, entre las cuales apenas si aparecía un hombre digno, fuera de D. Gaspar Melchor de Jovellanos.

Marchóse, pues, Ruiz de Padrón á su abadía, á esperar el desarrollo del drama iniciado de la manera que sumariamente veremos en el capítulo que sigue.

(1) D. Rafael María de Labra: Muñoz Torrero y las Cortes de Cádiz; conferencia en el Ateneo de Madrid, durante el curso de 1885-86.

CAPITULO II

Carlos IV y María Luisa.-De Aranda á Godoy.-Fernando y su partido.-Preliminares de una traición.-Tratado de Fontainebleau.Conspiración fernandista del Escorial.-Invasión francesa.-Motin de Aranjuez y abdicación de Carlos IV.-Hervás, Escoiquiz y el marqués de Sardoal.—A Bayona.-El más simple de los Borbones.-El 2 de Mayo.

Ocupaba el trono de España Carlos IV, hombre de corto entendimiento, pero de intachables costumbres; rey de las más sanas intenciones; amigo consecuente hasta el sacrificio; marido ciego, ó tolerante hasta el vilipendio. En circunstancias normales y con una esposa inteligente y honrada, Carlos habría sido un excelente padre de sus vasallos, como se decía entonces: en momentos tan difíciles y dominado por la Mesalina que el destino en sus rigores le deparara, su reinado fué uno de los más ignominiosos que nuestros anales registran.

No hay para qué hablar de las liviandades de Doña María Luisa de Borbón y Parma, ni del repentino y sorprendente encumbramiento del

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