Imágenes de páginas
PDF
EPUB

lebridad, aumentada por la persecución de que fué objeto, el eruditísimo D. Bartolomé José Gallardo. Su festiva obra, Apologia de los palos, había alcanzado extraordinario éxito; y como cierto presbítero, de apellido Cardeñoso, publicara un titulado Diccionario razonado manual lleno de soeces diatribas propias de un alma aviesa, como dice Toreno, contra los liberales, Gallardo le contestó con su célebre Diccionario crítico burlesco, donde á su vez puso como no digan dueñas á los reaccionarios, y en especial á los frailes y curas. Fué, sin duda, Gallardo más allá de lo que la prudencia aconsejaba, aunque tal vez no de lo que el parto del presbítero Cardeñoso pedía; pero sobre no ser fácil que el primero templase su idiosincrasia mordaz, el género de guerra de pluma que á la sazón se usaba no podía inspirar gran mesura ni aun á personas de temperamento menos agresivo.

El 1.o de Octubre se reunieron las Cortes ordinarias en Cádiz, que ardía en fiebre amarilla: á esta terrible enfermedad sucumbieron el gran. orador Mejía, Luxán y otros constituyentes. De allí pasaron á la isla de León y poco después á Madrid. Instalóse la Regencia en el palacio de los reyes y la Asamblea en el teatro de los Caños del Peral, donde hoy se alza el Real ó de la Opera.

Cuando esto ocurría-Enero de 1814-casi todas las tropas francesas habían repasado los Pirineos. Las reliquias del ejército de Suchet

salieron de España á principios de Abril. Así terminó esta inicua guerra, que costó á Francia sobre doscientos mil hombres: las pérdidas de los españoles ascendieron próximamente á igual número, resultando además el territorio devastado, robadas ó destruídas infinidad de riquezas artísticas y en ruinas el Tesoro nacional. En presencia de tantos desastres ocasionados por la desapoderada ambición de un hombre, no es de extrañar que parezcan castigos demasiado benignos la reclusión en la isla de Elba y los tormentos de Santa Elena, infligidos á Napoleón por la vengadora mano de sus vencedores.

Vinieron á las nuevas Cortes personas poco adictas al régimen constitucional; y gracias á que los diputados de las extraordinarias debían actuar como suplentes mientras no llegasen los propietarios electos, á que muchos retrasaron su viaje por miedo á la epidemia y á que los ultramarinos se unieron á los liberales por conveniencia regional, no se derrumbó al primer embate la obra de las Constituyentes. Allí estaban Martínez de la Rosa é Istúriz, entonces muy liberales; Antillón, Zumalacárregui, Cepero, Canga Argüelles y otros; pero la conjura absolutista hervía en el seno mismo de la representación nacional. Alentábanla de una parte el emperador y de otra el desterrado de Valencey. El primero, cuya estrella se había eclipsado á fines de 1813, escribió al segundo ofreciéndole reintegrarle en el trono de sus mayores siempre

que se uniese con él contra Inglaterra, á la que pérfidamente atribuía propósitos hostiles contra la institución monárquica y la nobleza, á fin de erigir en España sobre sus ruinas una república: Fernando, á su vez, mientras maduraba el plan liberticida que luego puso en práctica, le contestó declarando en sustancia que lo mismo le daban los franceses, invasores de su patria, que los ingleses, que contra ellos habían peleado confundidos con los españoles: pero que á todo debía preferir los intereses y felicidad de su nación, cuyos deseos necesitaba conocer. Graves autores ponen en duda esto último; mas si tal escribió Fernando, herido de muerte debió ver el poderío del que en su misiva escrita en Saint Cloud el 12 de Noviembre todavía le honraba llamándole Primo.

El tratado de Valencey, que antes de un mes concertaron el duque de San Carlos, en nombre exclusivo de Fernando, y Laforest en el de Napoleón, vino á poner de manifiesto que aquella coletilla cuasi-democrática, ó no existió nunca, ó fué una nueva burla y un nuevo lazo tendido á la lealtad del Gobierno español. Allí reconocía Bonaparte como rey de España é Indias al hijo de María Luisa; éste se obligaba á hacer salir simultáneamente del territorio peninsular á ingleses y franceses y á no permitir que se molestase á los que habían servido al rey José; con otras estipulaciones que no caben en esta brevísima reseña. Portador de tan extraño docu

mento y de las instrucciones para su ratificación, fué el duque de San Carlos.

Recibieronle la Regencia y las Cortes con recelo muy justificado: y eso que aún ignoraban la consigna que al duque había dado verbalmente Fernando y que el arcediano Escoiquiz ha transmitido á la posteridad, como si todavía faltase algún baldón á la memoria de su discípulo:

1.° Que en el caso de que la Regencia y las >Cortes fuesen leales al Rey, y no infieles é in»clinadas al jacobinismo, como ya S. M. sospe»chaba, se les dijese era su real intención que se >ratificase el tratado, con tal que lo consintiesen las relaciones entre España y las potencias »ligadas contra la Francia, y no de otra manera. »2.° Que si la Regencia, libre de compromisos, »lo ratificase, podía verificarlo temporalmente, >entendiéndose con Inglaterra, resuelto S. M. á »declarar dicho tratado forzado y nulo á su vuel... »ta á España, por los males que traería á su pue>blo semejante confirmación. 3.° Que si domina»ba en la Regencia y en las Cortes el espíritu jacobino, nada dijese el duque, y se contentase con exigir buenamente la ratificación, reservándose S. M., luego que se viese libre, el continuar »ó no la guerra, según lo requiriesen el interés ó » la BUENA FÉ DE LA NACIÓN.»-Tal continuaba siendo el Deseado de los españoles.

La Regencia contestó trasladando al rey el decreto de las Cortes generales y extraordinarias, que declaraba nulo todo tratado que con

certara durante su cautiverio, y recordándole, con oportunidad indiscutible aunque no sin cierta honrada sencillez, que «á él mismo se debía el restablecimiento de las Cortes, haciendo libre á su pueblo y ahuyentando del trono de España el monstruo feroz del despotismo.» La Asamblea por su parte, apoyándose en aquel precedente y en un viril informe del Consejo de Estado, expidió otro decreto en 2 de Febrero, mandando que no se permitiese al monarca ejercer la autoridad regia hasta que en el seno del Congreso prestase el juramento prescrito en el artículo 173 de la ley fundamental.

La reacción, en tanto, cobraba mayores bríos al compás de los acontecimientos. Napoleón, agonizante su poder, dejó libre á Fernando, quien el 22 de Marzo de 1814 recibió los primeros honores en las márgenes del Fluviá, al pisar el suelo de la patria. Visitó las ruinas de Gerona y Zaragoza, que nada debieron decir á aquel corazón á piedra y lodo cerrado para todo sentimiento noble. Por estos mismos días recibió una exposición de 69 diputados, á quienes capitaneaba Mozo Rosales, pidiendo el restablecimiento del régimen absoluto; escrito redactado en el convento de Atocha y que se hizo célebre con el nombre de representación de los persas, porque comenzaba con estas pedantescas palabras: Era costumbre entre los antiguos persas... Y continuaba diciendo sustancialmente que así como en Persia, al término de cada reinado, se dejaba al

« AnteriorContinuar »