Imágenes de páginas
PDF
EPUB

pueblo unos cuantos días de licencia para que luego supiese apreciar mejor las ventajas del gobierno, los tres precedentes años de anarquía constitucional harían adorable á los españoles el látigo del absolutismo. La representación de aquellos sesenta y nueve traidores, entre los cuales como suele suceder-figuraban algunos de los que más se habían señalado en las Cortes por sus ideas y hasta por sus exageraciones democráticas, animó extraordinariamente á Fernando en sus propósitos de volver las cosas al ser y estado que tenían en 1808. En el tránsito dé Zaragoza á Valencia, adonde llegó el 16 de Abril, se discutió acaloradamente sobre si el rey debía ó no jurar la Constitución, y en el primer caso con qué reservas. Dividiéronse los pareceres: no es preciso decir hacia dónde se inclinaría el héroe del Escorial, de Aranjuez, de Bayona y de Valencey, sobre todo cuando contaba con la adhesión del capitán general D. José Javier Elío, comprometido con el célebre infante D. Antonio (que al efecto le había escrito desde Cataluña) á que la oficialidad proclamase y jurase como rey absoluto á Fernando.

Aliviado ya éste de un agudo ataque de gota que le retuvo en Valencia más de lo que se propusiera, encaminóse á Madrid el 5 de Mayo. Fué aquella una verdadera bacanal absolutista. Las tropas de Elío, que escoltaban al regio viajero, iban al paso arrancando con las puntas de sus bayonetas cuantas lápidas contenían algún

recuerdo de la Constitución. En la noche del 10 al 11 el general Eguía, ejecutando precisas instrucciones de Fernando, que sigilosamente le había nombrado capitán general de Castilla la Nueva, empezó á cumplir su siniestra misión, tan propia de sus ruines instintos. Auxiliado por improvisados funcionarios de policía, diputados algunos de ellos, dióse á prender á las personas cuyos nombres figuraban en la lista de proscripción enviada por el rey. Desde Muñoz Torrero, Argüelles y Calatrava hasta el exaltado cuanto inofensivo Cojo de Málaga; desde Gallardo hasta los directores de El Conciso y El Redactor General; desde los regentes Agar y Ciscar y los ministros García Herreros y Alvarez Guerra hasta los actores Isidoro Maiquez y Bernardo Gil, extendióse la persecución á todos los que de una ú otra manera habían mostrado opiniones liberales. Con gran aparato se dirigió Eguía al domicilio del presidente de las Cortes, D. Antonio Joaquín Pérez, y le entregó un pliego con el decreto del día 4 en que Su Majestad declaraba abolida la Constitución, nulos y sin valor ni efecto alguno los decretos de la Asamblea cual si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y condenaba á muerte á todo el que intentase mantenerlos. D. Antonio Pérez entregó inmediatamente todos los libros y documentos de las Cortes; con ello se contaba de antemano, pues su firma figuraba en la representación de los per

sas. En premio de su traidora conducta le dió Fernando el obispado de Puebla de los Angeles, en Méjico. Los primeros rayos del sol iluminaron el siniestro decreto que durante la noche habían fijado en las esquinas de Madrid.

Entretanto el conde de Montijo, el mismo tío Pedro que vestido de menestral había dirigido el motín de Aranjuez, él afrancesado en Bayona y luego revolucionario en Cadiz, ponía en movimiento al populacho. Excitado éste por el dinero y el vino, lanzóse á la calle pidiendo las cabezas de los presos y gritando con salvajes aullidos viva la inquisición! ¡caenas queremos! ¡viva el rey absolutamente absoluto! Como allí no entraba para nada el discernimiento, no faltó quien creyera sobrepujar á los demás en fervor realista gritando viva el rey disoluto! Empero, aquella canallesca bronca no tuvo por el momento más consecuencias que el derribo de la lápida de la Constitución y el destrozo de los símbolos que adornaban el salón de las Cortes.

Algunos perseguidos habían logrado escapar: Toreno entre ellos. Ruiz de Padrón, un tanto repuesto ya de penosa enfermedad pulmonar, pudo también trasladarse á su abadía, donde, como lo veremos en el siguiente capítulo, le aguardaba un verdadero Calvario.

El 12 por la mañana entró en Madrid bajo. arcos de triunfo el exhuésped de Valencey. De manos del general Eguía recibió las llaves de la villa; y después de orar, ó de fingir que oraba,

en la basílica de Atocha, encaminóse á Palacio entre los desaforados vítores del pueblo y del ejército, que aquel día demostraron cuánto les faltaba aún para ser dignos de la libertad. «Sacerdotes, religiosos, nobles, plebeyos, grandes, chicos y mujeres, todos querían á porfia tirar del coche, ó al menos tener la dicha de besar la mano de S. M. y Altezas-dice un historiador realista, que además califica de maravilloso aquel espectáculo. Si había alguna leve riña - prosigue -sólo era por quién había de tirar del coche que conducía á su tan amado soberano.»

Refiere Tácito que el emperador Tiberio, al salir del envilecido Senado Romano, solía exclamar en griego: ¡Oh, hombres aparejados para la servidumbre! Y añade el gran historiador, que semejante abyección del espíritu causaba tedio al propio enemigo de las públicas libertades.

¿Experimentaría alguna vez Fernando VII esa ingrata impresión?-Creemos resueltamente que no. Habría que elevarle hasta la altura moral de Tiberio para sospechar otra cosa; y resultaría en verdad injurioso á los manes del César de Caprera si le comparásemos con el que sólo tuvo presidios y cadalsos para quienes, con abnegación sublime, todo lo sacrificaron por rescatarle una corona que él había vil y cobardemente entregado al extranjero.

CAPÍTULO VI

En plena reacción.-Neptuno y Marte.-La tertulia y la camarilla.— Fernando condena á presidio por sí á Argüelles, Calatrava, Martínez de la Rosa y otros.-Proceso eclesiástico contra Ruiz de Pdrón.-Atroz regateo de un indulto.-Intentonas revolucionarias: Mina: suplicios de Porlier, Richard, Lacy, Vidal y sus compañeros.Alza y baja.-Muerte y epitafio de D. Antonio Pascual.

Por deplorable que fuese el concepto que á Fernando merecía la gran masa del pueblo español como materia dispuesta á todo salto hacia atrás, todavía sus esperanzas no llegaron á aquella vergonzosa realidad. Indúcenos á opinar de esta suerte que en el decreto de Valencia, á vuelta de las brutalidades que hemos notado, protestaba aborrecer y detestar el despotismo, que ni las luces y altura de Europa sufren ya; prometía convocar Cortes legitimas para que asegurasen la libertad individual y real y aun la de imprenta dentro de ciertos límites, y declaraba que sus actos harían conocer á todos, no un déspota ni un tirano, sino un rey y un padre de sus vasallos.

« AnteriorContinuar »