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mo posible candidato a la Presidencia de la República. Fue blanco de repetidos ataques por la prensa y su impopularidad se hizo considerable en momento en el que, el nuevo mandatario San Román, pretendió confiarle la formación del primer gabinete de su gobierno. La gritería periodística que encabezó Quimper y sus seguidores, obligaron a San Román a desistir en sus ofertas.

Hallándose en Chile, sufriendo el destierro que le vino luego del desastre de La Palma y desde 1855, comenzó Mendiburu a ir acarreando los materiales históricos, para su inmenso proyecto de reconstruír a los principales personajes de la Colonia y de la vida republicana. Desde su retorno al Perú a fines de 1857, los tiempos libres los dedicaba a esa magna empresa, que compartía con sus funciones parlamentarias entre cuyos miembros ejerció incuestionable influencia. De esta laboriosa calma, le vinieron a sacar los sucesos que se produjeron a raíz de la muerte del General San Román, los derivados de la expedición española de Pinzon y su lealtad a Juan Antonio Pezet, pese a que con él difería grandemente de criterio. La revolución triunfante de Mariano Ignacio Prado, le impuso nuevo ostracismo, pasado esta vez en Guayaquil; alli permaneció tres años del 65 al 67. Aquel obligado retiro lo empleó en redactar muchas páginas de su Diccionario Biográfico y de sus "Memorias".

Las pasiones políticas tan exaltadas en la revolución del 65, se vengaron de él, borrándolo del escalatón militar, pero es reincorporado y con todos los honores, luego de la caída de Prado y a fines de 1867 retornaba a Lima. Desde este año puede decirse, que había finalizado la hasta entonces activisima carrera política y militar y preferentemente dedicó su tiempo a la ciclópea obra de historiador. Fruto de aquel esfuerzo, seis años después, en 1874 apareció el primer tomo del "Diccionario Histórico Biográfico de! Perú" y los otros siguientes en 1876, 1878 y 1880. Su actividad verdaderamente extraordinaria le dió tiempo para distraer horas fecundas en otros menesteres. Realizó un proyecto que había acariciado desde 1850 y lo cumplió veinte años más tarde: la reforma de la utilisima "Escuela de Artes y Oficios”, de la que fue su Director hasta su destrucción y clausura por la aciaga guerra del Pacífico. Además, desde 1872 perteneció a la "Junta Consultiva del Ministerio de Guerra". Y en calidad de Presidente de la "Junta Reformadora de las Ordenanzas Militares", elaboró en 1878, el proyecto de las nuevas, adicionándolo con un minucioso informe.

Era ya hombre anciano, pues contaba a la sazón setenticinco años de edad, cuando Chile declaró la guerra al Perú, no obstante esa grave limitación, fué designado General en Jefe del Ejército de Reserva. El Presidente Luis La Puerta, por ausencia de Prado le encomendó el Ministerio de Guerra y la Presidencia del Consejo. Hizo cuanto pudo

para defender al país en momento tan trágico. Disentimientos con los miembros del Gabinete, lo obligaron a presentar renuncia en octubre de 1879, dos meses antes que Piérola, se proclamase Jefe Supremo. Procuró ante todo la defensa de Lima y lo acusaron de no haber dado preferencia al ejército del sur.

En descargo de tal criterio, conviene tener en cuenta, las razones que aduce tanto en la Memoria de "Guerra y Marina" de agosto de 1879 como, en el Manifiesto a la Nación, documento que permanece inédito, como tantos otros suyos. La Dictadura, desorganizó sus planes militares de defensa y como testigo mudo, contempló el desastre de Miraflores, que él había previsto. Al día siguiente de la derrota de San Juan, fué llamado a una Junta de Guerra y en ella propuso fortalecer con artillería, los lados débiles que presentaba la larguísima línea que iba desde Miraflores a Vásquez. Su parecer no fué seguido y el enemigo penetró precisamente, por los indefensos espacios entre los reductos. Consumado el desastre, se refuçió en sus estudios históricos, tratando de olvidar con ellos, la amargura y el resquemor que a su dignidad patriótica y de viejo militar le producía la ocupación chilena. Falleció cerca de cumplir los ochenta años, el 21 de enero de 1885 y durante el gobierno de Miguel Iglesias.

La figura moral de Mendiburu, la ha trazado magistralmente José de la Riva-Agüero y fluye con nitidez cuando se acerca uno al panorama de su acción. Contrasta su lealtad, su hidalga honradez y su constante amor a la disciplina y al orden, con el turbio proceder, de muchos de los hombres, con los que se codeó durante las primeras décadas del Perú republicano, tan convulsionado por bastardas ambiciones que desquiciaban a la sociedad y la anarquizaban de continuo. Fue siempre, respetuoso y perpétuo servidor de la legalidad y en las horas de peligro, se halló al lado del honor, dejando toda conveniencia con riesgo constante de su vida. No dudó en plegarse a los caídos, en el turbión oscilante de nuestras guerras civiles, cosechando por su actitud, proscripciones, amarguras e insidiosas calumnias y hasta en varias ocasiones le borraron de su categoría militar limpiamente ganada. Se ha repetido por tal proceder que asumió el nobilísimo papel "de cortesano de la desgracia", mejor se diría que se unió al infortunio, no por azar, sino por conciente impulso, por voluntad inflexible y hasta con terquedad heroica, cuando mediaba su deber.

Hombre de fina y arrogante figura y de muy clara inteligencia, tuvo como característica en el orden intelectual-volitivo, una laboriosidad en grado eminentísimo. La desarrolló, tanto en las actividades propias de su profesión militar, desde el ángulo teórico, como en los menesteres administrativos y de organización práctica. Su metódico trabajo, bien lo demuestra el prodigioso monumento de erudición que se llama "Diccionario Histórico Biográfico del Perú", recuento extensísimo de

los principales sucesos que acaecieron en la época del Virreinato, colacionados en centenares de perfiles humanos, que por razones múltiples imprimieron huella en el ayer. En ese tejido de vidas ilustres, en cada ocasión pertinente enseña: troncos genealógicos, costumbres peculiares, legislación vigente, instituciones, viajeros y los hechos culminantes.

De no haberlos recogido Mendiburu, hubieran quedado en olvido. Sin su esfuerzo noche densa pesaría sobre gran parte de la historia del Perú. Su búsqueda fue improba, revisó cantidad grande de impresos que nos legó la Colonia e inquirió en los manuscritos más visibles: expedientes administrativos o notariales, titulos de propiedad urbana o rústica, documentos conventuales, actas del Cabildo, del Consulado y de otras instituciones básicas de la organización virreinaticia y que se hallaban en el Perú.

Además del citado Diccionario, de las diecinueve biografías de generales republicanos, que se conservaban hasta ahora inéditas y que se van a publicar, con más de un siglo de haber sido escritas, ha dejado sus "Memorias" extensísimo material manuscrito, que comprende miles de páginas y que desgraciadamente para la historia aún se hallan sin editar. No olvidemos también que a su fecunda pluma se deben decenas de opúsculos como: memorias administrativas de los importantes cargos públicos que desempeñó, informes particulares sobre temas solicitados, folletos de refutación o de descargo ante las calumniosas ofensas que le prodigaron sus enemigos; proyectos de ordenanzas, estudios militares y tablas técnicas.

Recordemos que a más de estos impresos conserva su familia legajos manuscritos como: el compendio histórico de las guerras de la Independencia en la parte militar; la incorporación de Guayaquil a la República de Colombia; sobre la creación de la República de Bolivia; el manifiesto a la nación como Ministro de Guerra y Marina, en los cinco primeros meses de la contienda con Chile; sobre las Dictaduras y desgracias militares en el Perú en la guerra con Chile; la Historia de la Artillería en el Perú y Pensamientos sobre Moral, Política, Historia y Costumbres.

La crítica sobre las calidades de Mendiburu como historiador, la realizó magistralmente Riva-Agüero, en extenso estudio. Poco se puede añadir a lo que allí se ofrece. Raúl Porras, en "Fuentes Históricas" prácticamente glosa y se ajusta a su criterio. Mas observa con justeza, que es excesivamente duro, cuando señala las características intelectuales y literarias de su prosa, que desdeñosamente rotula de oficinesca y además cuando señala: su falta de capacidad de síntesis, su escribir opaco, sin vigor filosófico, sin imaginación, con excesiva prolijidad en los detalles y carencia de perspicacia psicológica al retratar el alma de

los personajes más señalados. A estas atingencias en extremo categóricas de Riva-Agüero se contrapone un tanto, la opinión vertida por él mismo, en la parte preliminar o cuadro de conjunto, cargado de alabanzas. Su exposición es allí tan importante y en mucho exacta, que considero de necesidad trascribirla textualmente. Constituye el exponente más esclarecido y justiciero, del valor incuestionable de la obra histórica del General Manuel de Mendiburu. Dice así:

"El mérito del Diccionario es tan grande y reconocido que proclamarlo, resulta hoy casi supérfluo. No hay exageración en decir que sin él ignoraríamos lo más de nuestra historia colonial. Puso en circulación enorme caudal de datos rectificables e incompletos con frecuencia, como tienen que ser los de toda clase de estudios de erudición, pero riquisimos y portentosos para el tiempo en que se reunieron y publicaron, cuando había menores auxilios y mayores obstáculos todavía que al presente para la investigación histórica. Representa un extraordinario esfuerzo en largos años de exquisita diligencia y perseverancia ejemplar, que no podrá apreciar debidamente sino el que realice la formidable tarea de repetirlo para corregirlo y completarlo y una lección de honrosísima modestia, en quien, con tan inmensos materiales acumulados, hubiera podido ceder a la tentación de emprender la dificil historia general del Perú. Hubo momento, cuando principiaba sus trabajos en que pensó escribirla, pero conciente de la arduidad del intento y de su carencia de dotes sintéticas y de exposición y de redacción, desistió muy luego de aquel propósito y optó por el plan, para él muy hacedero y conveniente de diccionario o galería biográfica. Con ello hizo labor menos alta y vistosa, pero mucho más provechosa y proporcionada a sus facultades, lo que no ha empecido para que el Diccionario sea la verdadera y mejor historia del Perú bajo el régimen Colonial y no solo politica y administrativa, sino también eclesiástica, literaria, militar y económica, por la naturaleza de las biografias que contiene. Abarca todas las manifestaciones sociales, todos los aspectos de la vida y civilización en las épocas de la Conquista y del Virreinato, con la extensión y detalles que una artística historia general, por mayor latitud que se le diera, no habría permitido alcanzar.

A raíz de la publicación de los primeros tomos del Diccionario Histórico Biográfico, José Toribio Polo, inicia su estudio crítico, en artículos que fueron insertándose en el diario "El Comercio" de Lima y que reunidos más tarde en folleto, incluyendo las réplicas de Mendiburu, se editó en 1891. En el análisis de Polo, con indiscutible competencia de pormenores y de particularidades, impera ante todo, el afán del erudito celoso que increpa inexactitudes, errores y minucias, ya por prurito de lucirse ó tal vez por rebajar la importancia de una obra ciclópea en el

acarreo de materiales, aunque en algunos de ellos se deslizaran equivocaciones o yerros de leve monta. La obra de Polo es útil, claro está, para rectificarlos y corregirlos y asi salvar las pequeñas manchas de que adolece el acervo inmenso que a la historia y a la cultura del Perú, legó Mendiburu en su célebre Diccionario. Los lunares que señala Polo y las deficiencias que ve, muchas injustas, se advierten al pegarse muy de inmediato al gran lienzo que estructuró Mendiburu, pero mirado a la distancia se diluyen en forma tal, que la perspectiva trazada no sufre menoscabo, ni le resta mérito fundamental a conjunto tan valioso.

Es conveniente señalemos, que Evaristo San Cristóbal, cuando realizó la segunda edición del Diccionario, con notas suyas al pie de página, hizo servicio positivo a difusión de obra tan básica para nuestra historia. Lástima fue que no lo adicionara con un índice onomástico, con lo que hubiese enlazado innúmeros temas y personajes, difícilmente conectables sin ese aporte. Así mismo, debió de utilizar a Polo en las inexactitudes que éste señaló.

Si las influencias en torno a la vocación militar de Mendiburu ya la señalamos y procedieron del ejemplo de dos de sus tíos, poco se conoce sobre el origen y motivos de su otra gran vocación: la histórica. Es posible, rastreando al detalle sus "Memorias", que algo se pudiera vislumbrar sobre aquella inclinación tan decidida. Cabe preguntarse. ¿Hubo algún antecedente familiar, herencia o intervención externa que pudiera explicarla o fue producto innato, ingénito, sin atavismo o ligadura anterior? Es incógnitas sobre la que pesan conjeturas más o menos verosímiles. Pero, lo que sí puede establecerse con precisión en que, ya en 1842 su tendencia y afán por el pasado, su deseo de inquirir y recoger el material y la cantera de los hechos, le obsedía clara y definitivamente. Un documento en extremo útil lo demuestra.

Es la trascripción de un oficio que en su calidad de Prefecto de Tacna envía al Subprefecto de Moquegua y que elevó para su conocimiento a la superioridad jerárquica, que a la sazón asumía el Gral. Domingo Nieto con el titulo de "Comandante General de los departamentos de Arequipa y Moquegua". Dolido por las depredaciones y estragos que por la guerra con Bolivia ejecutaba en el sur Ballivián y sus huestes, vio la necesidad de sumarialas, tanto en los daños que hacían, como en los heroismos y esfuerzos que en su oposición realizaban los peruanos. Para establecer constancia de los delitos, puntualizó los que debían figurar, a cuyo fin instituye una Junta idónea encargada de recogerlos. El proyecto que se inserta entre los anexosmuestra preocupación evidente hacia la historia y empeño para que el Estado asumiera aquella función pública, un tanto a la manera de los viejos cronistas oficiales del Virreinato.

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