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De otro lado conviene señalemos, que el espíritu republicano del siglo XIX se halló imbuído y hasta saturado de lo que puede denominarse inquietud historicista, pero en ei marco de lo concreto y personal. Siempre y frente a cada hecho que tuvo resonancia y que engendró pasiones, brotan innúmeros escritos. Los encabezan o llaman según los casos: manifiestos, proclamas, reivindicaciones, justificativos, reclamos, discursos, quejas o cargos, cartas y entrelazo de polémicas. Es inmenso el conjunto de esta literatura expositiva cargada de agravios y que se editó en folletos. Son miles los legados por el siglo.

Nos ofrecen el panorama del acaecer inmediato y palpitante, mas siempre desde el ángulo favorable y en consonancia con el bando de donde procedían. Es el dardo que se arrojan los intereses antagónicos y en pugna. Asi teñidos los escritos de ordinario, exaltados y virulentos, aquella literatura politico panfletaria inundó a la República. Y cuando precisó agitar, se volcó a la calle en pasquines mordaces en sátiras y dicterios, mostrando: o la verdad disfrazada o el crudo engaño y entre los desvergonzados, hasta la calumnia vociferante. Al lado de la insidia. proselitista o de propaganda revolucionaria de cosecha inmediata y con finalidad ante todo presentista, muchos otros miran también puntualizar circunstancias, para que la historia los tenga muy en cuenta y los recuerde. Existe en ellos ahinco de perdurar. Reclaman y hasta con vigor buscan al futuro, desean el que las generaciones venideras los rememoren favorablemente. Por este prurito, en veces de vanagloria embosada o de honor exultante, cabe explicar el que la centuria del XIX fuese tan pródiga de relatos y defensas de cuanto suceso pugnaz o de discordia se produjo.

La proliferación impresa a que aludimos durante el siglo XIX, ha servido y servirá, como fuente nada desdeñable de nuestro pasado republicano. Es un bagaje rico y frondoso desde el miraje particular de banderías, antagonismos y otras muchas controversias de contenido múltiple. Los protagonistas y sus seguidores, se afanaron, en dejar constancia de lo acaecido, pero cada cual según sus simpatías y a su exclusivo y propio sabor. Mas, si este material interesado abunda, muy corto es el relativo a la compulsa serena, el de la discriminación con legítimo y puntual sentido de historia, persiguiendo a la verdad en los hitos descarnados de lo fidedigno.

Contraste, el evidente trasfondo historicista de la folleteria del XIX con la historia que produjo ese siglo, sobre todo en su primera mitad. La que se conoce es pequeña en su amplitud y débil en su contenido. Jorge Basadre nos señala los nombres valederos para las primeras seis décadas. Entre los que tienen significación peruana recuerda a: Félix Devotti, Córdoba y Urrutia, Domingo de Alcalá, Valentin Ledesma, Vicuña Mackenna, José Hipólito Herrera, Manuel Bilbao y José To

ribio Pacheco. Desfilan y con pequeños comentarios, como los antecesores a un trabajo de mayor vuelo y con síntesis coordinadora: La “historia de los Partidos", de Santiago Távara. Junto a la folletería, en la visión fragmentaria y astuta en el propósito, aparece la obra de Távara, de quien con acierto Basadre ha dicho "Fue el primer intento de recorrer los sucesos y las etapas de la emancipación y de la vida republicana del Perú para buscar en éllos un fondo orgánico y una articulación”.

Mendiburu es sin duda el historiador de la Colonia, pero rebasa esa limitación, con las biografías que dejó escritas de los generales de la República. Y con ellas se pone al lado del importante bosquejo de Távara, ofreciendo uno de los ensayos más valiosos que brinda el panorama histórico del siglo XIX, en su etapa precursora, sin características científicas a las que se ajustó con honradez y empeñó el historiador clásico de ese período: Mariano Felipe Paz-Soldán. Recordemos de pasada que también el género biográfico le debe una contribución. Escribió "Biografías Breves". Son poco conocidas en el Perú, pues salieron en Santiago en la "Revista Chilena de Geografía é Historia" año de 1913. (Tomo VIII).

En el recuento de la vida del General Mendiburu, se ha olvidado casi siempre a su familia, y a salvar esa omisión dedico el último párrafo del presente esbozo. Al comienzo anotamos a sus ascendientes y dijimos también, que en 1826 casó por primera vez en Santiago de Chile con: Margarita Rey y Riesco. De este enlace le nacieron quince hijos, de los cuales murieron pequeños siete llamados: Luis Tomás Luis Sabino, Luis, Pedro Manuel, Justa Gertrudiz, Francisca y Calixta Adelaida. Los que llegaron a la mayoría fueron: Eduardo, Enrique, Delfina, Margarita, la que casó primero con Juan Centeno y ya viuda con Pablo Chalon; Carlos unido con su prima: Manuela de Mendiburu y Guzmán: Emilia, casada también dos veces, la primera con José Ignacio Iturregui y la segunda con Manuel Ezeta y Carassa y la última, nacida en 1853, fue Josefina, entró a monja como Hermana de la Caridad. La esforzada madre de estos quince niños falleció en Lima en 1860.

Viudo el General, contrajo segundas nupcias, el 19 de junio de 1861, con Maria Josefa de Araníbar y del Llano, hija de Nicolás de Araníbar y Fernández de Cornejo y de Lorenza del Llano y de la Casa. Su suegro, personaje de gran figuración en la República, presidió el Congreso de 1823, fue Senador, Consejero de Estado, Ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores y al morir en julio de 1851, era Presidente de la Corte Suprema de Justicia. De este su segundo casorio, tuvo cinco hijos: Manuel (1862-1907); Florencia (1865-1946); Dolores (1866-1875); Nicolás (1870-1913) y José (1872-1892). Por el anterior recuento, observamos, que si el esfuerzo intelectual de Mendi

buru fué eminente, no menor es su patriarcal y abonada progenie, legó al mundo diez y nueve vástagos.

No siendo nuestro propósito, un completo análisis genealógico, me limito a recordar a Nicolás de Mendiburu y Araníbar, casó primero, hallándose en Piura, con Rosa Blume y Corbacho, la que falleció en Lausenne en 1897 y por segunda vez, en París en 1900, con Ruth Mattos Topin. De esta rama provienen los nietos: Manuel y Nicolás Mendiburu Mattos Topin, quienes nos han proporcionado los valiosísimos originales que ahora se publican. A su generosidad, debe la historia y la cultura del país, la posibilidad de que entren al dominio público, tales diseños biográficos en extremo útiles. A ellos que profesan, con fervo. roso amor, el culto a su esclarecido abuelo, nuestras más sinceras gracias.

LAS BIOGRAFIAS Y SU IMPORTANCIA

Después de recordar la vida del General Mendiburu, nos toca internarnos en su labor histórica, la desconocida, la que ahora se publica. Nos parece que no pretendió en este caso, escribir biografias en forma, tanto es así que los manuscritos legados los denominó con sencillez "Ligeras Noticias Biográficas". Se incurriría en grave error, si se las estimase como obra histórica acabada y digna de juzgarla como tal. Son, evidentemente apuntes muy emparentados a la crónica, con todas las ventajas de esta modalidad y también con los defectos inherentes a ella. De la crónica tiene, el contacto personal y directo con los sucesos que relata y de ella así mismo sus deficiencias, muy principalmente, por falta de perspectiva o de lejanía necesaria, para que el hecho inmediato no turbe o disloque la visión.

Además, los personajes escogidos se entrelazan muchísimo por corresponder a una misma época y en todos arder análogo propósito. En realidad, constituyen un cuadro unitario, aunque desdoblado, por ser visto desde varios ángulos y con enfoques privativos. Cada individualidad, absorbe la luz que le corresponde y asi aparece mejor iluminada la particularidad múltiple de los actores de nuestro Caudillaje Militar.

Lo legado por Mendiburu semeja a un delineamiento de enorme cuenca hidrográfica. Detalló a muchos de sus afluentes, más olvidó a algunos de verdadera importancia. Para que la configuración histórica que pretendió, quedara completa en sus componentes esenciales, hubiese sido necesario el que escribiera otras biografias claves que no redactó. Nos referimos a las figuras básicas de: Riva-Agüero, Orbegoso, Echenique, Vidal y muy principalmente Castilla. Tal carencia, ha dejado laguna grande, en el propósito que parece lo tuvo de formular

el panorama histórico en el cual le cupo vivir. Ciertamente, que existen otros actores, pero de aledaña importancia y sin el influjo capital de los citados.

En estas diecinueve biografías, por su condición de historiador y de testigo, hemos dicho que Mendiburu realizó ministerio de cronista. Salvando las diferencias de tiempo y de ambiente, bien pueden cotejárselas con las crónicas de las Guerras Civiles que sucedieron a la Conquista del Perú, en las que protagonizaron: Gonzalo Pizarro, el Pacificador La Gasca y Hernández Jirón, cuyos narradores fueron específicamente: Calvete de la Estrella, el Palentino, Gutiérrez de Santa Clara y Nicola de Albelino. Las contiendas que asolaron a nuestro territorio como antesala del Coloniaje tienen sabor análogo a las tormentas de nuestro Caudillaje Republicano. Y por ende, los cronistas de ambos períodos, pueden alcanzar cierto paralelismo, distante en siglos pero similar en sus procesos y raíces. Cabalgan los dos dramas en igual plataforma moral. Desorbitado personalismo, odio y pasiones en extremo agudas sin otro imperio que un desnudo y ambicioso afán de mando y de poder sin freno.

Mendiburu, en la mayoría de los casos fue coetaneo de los personajes que detalla. Los conoce íntimamente, en circunstancias luchó con ellos, sintió la dentellada de perfidias o la amargura de constatar, que, ambiciones desbocadas dieran al traste con lo que él más amaba: el Perú; pero no en orgía de luchas antagónicas, sino ordenado, dentro de los carriles de la ley. Es de ahí, que pese a su honradez, cuando se leen muchas de estas páginas, estamos más próximos a un alegato de fiscal que acusa, que a historia de humano discurrir. Pero aún en estos casos no se advierte premeditado afán de dañar o de tomar venganza por discrepancias o por injurias. La narración así conduce por la fluencia de los hechos, en algunos momentos cargados de ignominia.

A lo largo de las narraciones y en la propicia oportunidad, descubre decenas de circunstancias que hasta el presente se ignoraban, visibles algunas por documentos fehacientes que aún perduran, mas otros, del dominio de lo que podemos llamar la trastienda de lo sucedido. En este animado campo refiere jugosas anécdotas recogidas, ya del acaecer cotidiano y otras privativas o personales, éstas por lo tanto se hallan dentro del ámbito de su íntima experiencia de soldado o de politico.

En la marejada de recuerdos que presenta, tuvo en ocasiones contactos amigables o de fricción con sus biografiados y en estos momentos habla de él, pero en tercera persona. Lo hace, cuando su yo aflora con discreto disimulo, sin hipérbole mayor. Contrasta su caso con uno similar. Nos referimos al Dean Valdivia, quien en su valiosa obra "Las Revoluciones de Arequipa" cuando refiere anécdotas vinculadas a sus recuerdos no es corto en vanidad y en jactancias. En cambio, las referen

cias a la acción de Mendiburu, que él menciona muchas veces, no vienen a colación con espiritu de vanagloria, proceden por natural curso y verdad de los acontecimientos. Sabemos además que muchas de sus aseveraciones las amplía y explica en sus "Memorias", que aún permanecen inéditas, pero que han sido utilizadas por historiadores peruanos y en nuestro caso por las anotaciones de Félix Denegri.

No obstante la imparcialidad que Mendiburu se empeña en observar, sus juicios hállanse teñidos de aprecio o de adversidad sobre el paramento ético de los hombres que dibuja. Desde esta perspectiva y refiriéndose unicamente a los de volumen, su interpretación resulta más bien favorable en los casos de: Torre-Tagle, Eléspuru, Bermudez, Salaverry, Nieto y La Mar. La compleja figura de Gamarra no sale maltratada. A Gutiérrez de La Fuente, no lo incrimina con pasión, pero resalta su doblez y falsia. En el perfil de Santa Cruz, lo vemos en su ambición sin límites hasta la crueldad, más le concede enormes calidades de organizador y de estadista. Con saldo francamente negativo aparecen los Generales: San Román, dudoso y emboscado perenne en las luchas políticas de la época; Vivanco, inteligente, mas infatuado personaje de acción malsana y perturbadora; y con tintes oscuros diseña a Juan Crisóstomo Torrico a quien acusa con saña en diversos pasajes.

En el discurrir de los años bosquejados es directo y hasta agrio el contacto con el ambiente miliciano de la República en sus primeras décadas. Las intrigas y las camarillas que se formaban en torno a cada caudillo afloran constantemente, atizando discordias, rencores o celos. Constituyen el ritmo de un suceder casi ininterrumpido los pronunciamientos, consecuencia del tejido de las conspiraciones, las revoluciones estalladas, los cambios de poder, con la secuela de venganzas y deportaciones anejas y luego, períodos de calma, con las amnistías consiguientes. En el amasijo histórico que aquí se exhibe, se producen hechos similares pero con nombres diversos. Es siempre el doloroso panorama de anarquía que los caudillos fraguan en su provecho político y con detracción rabiosa de sus émulos.

La voragine que generan con gravisimo despilfarro de ambiciones, la colecciona Mendiburu, desde las propias e ingénitas particularidades de cada uno de los gestores de los nuevos rumbos. En el análisis temporal como la lógica de los hechos impone-, se percibe marcado entrelazo, tanto de oportunidades por tiempos y ocasiones coincidentes como por la meta univoca que animó a todos: la obstinada conquista del poder. Más en la forma de lograrlo, son muchos los grados o matices morales, que al autor diseña generalmente con acierto.

Ya hemos manifestado, que por la calidad de testigo de excepción acompañan a estas biografías valor incuestionable. Mas, de otro la

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