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Creemos que el Inca fue exacto en todo menos en la fecha en que halló a Verdugo lleno de aflixiones. No fue el año 63 sino a fines del 61 y esto, porque el mismo historiador añade que "el Rey le hizo merced de absolverle de todo" 199, perdón que ya estaba concedido a principios de 1562. Efectivamente, en Madrid, el 2 de febrero del citado año, el Monarca permitió a Verdugo volver a su vecindad de Trujillo, eximiéndolo de toda culpa por entender que todas las acusaciones tenían un trasfondo de servicio a la Corona. El Comendador debió de sentirse feliz. Tras doce años de fingir y lamentarse, se había reconocido públicamente su inocencia.

Ese mismo día consiguió una cédula para que se le devolvieran sus indios, posiblemente incautados por la Audiencia y otra a pedimento del propio Verdugo para que se prohibiera a los curacas de Cajainarca hacer trabajar en ciertas minas de la sierra a los naturales de la costa. Después de esto, Melchor Verdugo salió de la corte, incluso con fama de encomendero humanitario que velaba por la salud de sus indios al extremo de preservarlos del clima perjudicial y ajeno a su naturaleza 200

Arreglados sus asuntos y victorioso de sus enemigos, el Encomendero partió de Sevilla con rumbo al Nombre de Dios. Para defensa de su persona llevaba entonces seis arcabuces, seis celadas y seis morriones, doce espadas, doce dagas, doce lanzas y doce partesanas 201.

La venganza de los mercaderes.

Los comerciantes del Nombre de Dios y Panamá aunque con veinte años más eran los mismos y dió la coincidencia que cuando pasó de regreso por allí Melchor Verdugo estos comerciantes también decidieron levantarse. No fue la causa del levantamiento la presencia de Verdugo, pero sí uno de los estímulos a esta rebelión. El desarrollo. de la misma tuvo por caudillos al escribano Rodrigo Méndez, hombre iluso y hasta imbécil, y a Sebastián de Santisteban, desterrado gironista que tenía fuerte inquina al Comendador, por haber sido parte principal en su destierro 201

Lo cierto es que Verdugo dormia tranquilamente una noche en Panamá, cuando una multitud enardecida forzó la puerta de la posada pidiendo a gritos su cabeza. Verdugo ni siquiera tuvo tiempo de vestirse y sobresaltado en la cama trató de entender lo que pedía aquella gente. A decir verdad creyó que eran borrachos, pero pronto se enteré de lo contrario cuando a gritos y empellones entraron a su habitación. Esta estaba a oscuras y ninguno de los invasores portaba luz alguna. Pero Verdugo que vió brillar las armas se metió bajo la cama

y aún tuvo tiempo para dejar arropada sobre ella una almohada que sirviera para despistar. El que más gritaba era Santisteban y entre voces y blasfemias señalaba el lugar donde dormía el buscado. Entonces sus amigos se ensañaron con la almohada y con lanzas y alabardas la cosieron al colchón. Una pasó de parte a parte el mueble y llegó a herir a Verdugo en una nalga, pero aunque causó daño y no leve, el agredido no dejó escapar ninguna queja. Cuando todos hubieron hundido sus armas en la almohada Santisteban preguntó si aún era vivo, pero le contestaron que no y que su muerte se había efectuado con tal arte que no tuvo tiempo ni de decir ¡Jesús!. Entonces salieron todos de la sala pero Santisteban envió a un negro suyo a cerciorarse. El esclavo entró y creyó ver el cadáver, evidencia que luego comunicó a su amo. Sólo entonces los soldados y mercaderes abandonaron la casa, proclamando estos últimos que era cumplida su venganza. Santisteban, sin embargo, desconfió del negro y enviando a uno de sus fieles le mandó comprobar si el guineo había dicho la verdad y también que llevara una antorcha. El soldado tornó a entrar en la casa, pero en breve se asomó a un balconcillo diciendo que el Comendador había huído por una ventana y que sobre su lecho sólo estaba la almohada destrozada. Las maldiciones debieron abundar pero por tener que acudir a otros puntos tuvieron que dejar la búsqueda y acudir a la Plaza a reunirse con el grueso de los rebeldes, porque ya los Regidores del Cabildo comenzaban a llamar a los vecinos y alzaban su bandera contra la revolución 202.

Verdugo, mientras tanto, ensangrentado y con gran susto, huía por los techos vestidos grotescamente con su camisa de dormir. Así llegó a la casa de Juan Rodríguez Bautista y juntamente con Diego de Frías partieron los tres en dos caballos a la iglesia de San Francisco, donde un atambor de los leales reunía a los vecinos y los instaba a combatir. Verdugo, siempre asustado y en camisa, llegó en la grupa del caballo de Bautista y entrando al convento hizo que los frailes le curaran la herida. Estaba debilitado por la pérdida de sangre y apetecía descansar. Mientras tanto, se había organizado ya la resistencia, pero los leales eran pocos y los mercaderes rebeldes 400. Aquella noche fue larga y movida, pero con el rayar del alba surgió la solución. Santisteban fue muerto por los suyos y Rodrigo Méndez se refugió en la torre de la iglesia, de donde fue sacado y hecho cuartos. La ciudad volvió al orden y la revuelta terminó. Pero desde esa madrugada del 14 de diciembre de 1563 el Comendador Melchor Verdugo sumó a sus innumerable hechos de armas una herida en servicio del Rey, aunque

y esto hacía reir mucho a los mercaderes para poder fanfarronear con ella tendría antes que pasar por la humillación de mostrarla 203.

El fin del Comendador.

Cojeando, pero victorioso de sus enemigos, el Comendador Melchor Verdugo volvió a Trujillo del Perú. Era uno de los últimos descubridores que quedaban y, sin duda, el único de los que fundaron la ciudad, por ser ya fallecido Francisco de Fuentes, El Viejo. Pero a pesar de su condición privilegiada Melchor Verdugo no halló allí a ningún vecino que pudiera tenerlo por verdadero amigo. Odiado por la mayoría desde aquel día de san Quintín de 1545, no tenía para recordar con placer aquella fecha ni siquiera al cura Henao, menos aún a Lópe de Aguirre. El clérigo había sido muerto por el Sargento Mayor en la famos entrada de Los Marañones y el Sargento Mayor acribillado a balazos por los mismos que mataron al fogoso cura Henao201. Tristes, pues, fueron los días que pasó el Comendador en Trujillo del Perú.

Felizmente para él, estos días fueron pocos. Hay indicios de que a lo largo de ellos reflexionó algo sobre su agitada y pecadora vida. Se sabe, por ejemplo, que descargó en gran parte los tributos a sus indios cajamarcas. Pero ya la fama estaba hecha y opinión de tantos años era difícil desbaratar. Al lado de su mujer, a la que parece quiso mucho, el Comendador vió aproximarse el final. Esta fue la causa por la que otorgó su testamento. El no haberse hallado este escrito siembra la incertidumbre sobre si estaba enfermo o no. Lo cierto es que ctorgó su testamento y se debilitó su salud. Su mujer, cuatro parienres y acaso un perro, fueron los últimos testigos de su vida 205.

"206

Melchor Verdugo falleció en Trujillo el 12 de febrero de 1567, día de santa Olaya. Efectivamente, ante el escribano público y del Cabildo Antonio de Paz, se presentó en esa fecha el licenciado Fabricio de Godoy y le pidió le dise por testimonio "como era fallecido y pasado desta presente vida Melchor Verdugo, cauallero de la Orden de Santiago, el qual estaua en su cassa hechado en su cama y le estauan amortajando” 206 El escribano marchó entonces a las casas del Comendador, donde comprobó que le habían dicho la verdad. Sobre una rica cama de madera negra, Melchor Verdugo estaba "difunto y amortajado" 207. Todo parecía indicar que la muerte había sido violenta y sin confesión. No le habían dicho los Jesuses ni musitado al oído el "Dios te perdone". Los vecinos de Trujillo y aún los indios cajamarcas creerían que todo era castigo de Dios. Verdad o mentira, lo cierto es que al siguiente atardecer sin que nadie ni nada arrojase luz alguna sobre el funeral- el Comendador Melchor Verdugo y Olivares, el último de los fundadores de Trujillo, recibió sepultura en la iglesia mayor de la ciudad 208.

La muerte del Comendador se prestó a muchos comentarios. Se afirmó, entre otras cosas, que antes de finar había dividido su fortuna

a

entre doña Jordana, su mujer, y los indios cajamarcas. Otros decían que también entraban en la herencia Antonio y Juan Verdugo, sobrinos del fallecido 209. Lo de la esposa y los sobrinos era posible, pero ya lo de los indios era duro de creer. El Comendador Verdugo no era de tan cristianos gestos. Eso era burda imaginación y la imaginación nadie convencía. Bondades de Verdugo jamás se habían conocido. Mas factible era que las viejas lo hubieran visto de noche por las calles de Trujillo sin duda camino del infierno- montado en su caballo "Matamoros", escoltado por su perro "El Bobo" y seguido de una legión de "encamisados".

1

Notas

Atienza, Julio de... Nobiliario Español. Madrid, Industrias Gráficas, 1948.

p. 1294.

Lor Verdugo de Arévalo fueron tronco de numerosas ramas avecindadas en diversas ciudades de España, desde las cuáles salieron a probar su nobleza en la Orden de Santiago (1548), y en las de Calatrava (1688 y 1756), Alcántara (1600, 1628 y 1668), Carlos III (1789) y San Juan de Jerusalem (1530, 1555, 1613, 1660, 1757, 1777, 1783 y 1798). También la probaron, y frecuentes veces, en la Real Chancillería de Valladolid y en la Real Compañía de Guardiamarinas (1792). A la rama avecindada en Carmona perteneció el Dr. D. Irancisco Verdugo y Cabrera, el célebre Obispo de Huamanga (Véase: Mendiburu, Manuel de... Diccionario Histórico Biográfico del Perú. Lima, Imprenta Gil, 1935. T. XI, p. 298).

2 Atienza, Julio de... Op. cit. pp. 22 y 23.

Cadenas y Vicent, Vicente... Diccionario Heráldico. Madrid, Diana Artes Gráficas, 1954, pp. 29 y 183.

3 Atienza, Julio de... Op. cit. p. 1023. Los Olivares de Trasmiera, en Santander, probaron su nobleza en las Ordenes de Santiago (1639, 1641, 1645, 1700. 1712 y 1724) y San Juan de Jerusalem (1538 y 1730), y numerosas veces en la Rea! Chancillería de Valladolid. Sus primitivas armas fueron en campo de oro, tres fajas de gules, rodeando el todo una bordura jaquelada de azur y plata. Otros usaron en campo de plata un olivo de sinople. Es posible que el conquistador del Perú Gabriel de Olivares, uno de los apresadores de Atahualpa, fuera primo (aunque lejano) de Melchor Verdugo y Olivares, el personaje que estudiamos. Archivo General de Indias de Sevilla (A.G.I.) Justicia 1052 y 1125.

4

5 A.G.I. Patronato (Pat) 97-NI-RI y Justicia 1051. Zárate, Agustin de... Historia del Descubrimiento y Conquista del Perú. Lima, Imprenta Miranda, 1944. Lib. V, cap. XXXIII, p. 220.

Garcilaso Inca de la Vega. Los Comentarios Reales de los Incas. Lima. Imprenta Gil, 1945. Parte II, lib. IV, cap. XXXII. n. 159 del T. V.

6 A.G.I. Pat. 97-NI-R4; 107-NI-RI; 113-NI-R8; y Justicia 342. El testimonio nás fidedigno es la probanza del conquistador Diego López de Zúñiga, hecha en Toledo el 14 de diciembre de 1559, época por demás incómoda para Melchor Verdugo y dentro de la cual se le exigió la máxima exactitud en sus declaraciones. Entonces declaró el abulense tener cuarenticinco años de edad, "poco más o menos", lo que lleva a fiiar el de 1514 como el año de su nacimiento. Corroborarian esta fecha la

información de Garcia de Contreras (1540). donde se declara mayor de veinticuatro años; la de Francisco Pérez de Lezcano (1550), en la que aduce tener alrededor de treinta; y la de Juan de Barbarán, hecha en Lima en agosto de 1565, en la que sostiene haber pasado los cincuenta. Como prueba adjetiva existe una declaración de Melchor Verdugo en Madrid, el año 1547, donde al tiempo de acusar de gonzalista al conquistador Diego de Aguilera, contestó en las generales de ley haber traspuesto los treinta años

7 Ramón Folch, José Armando de... Descubrimiento de Chile y Compañeros de Almagro. Santiago de Chile, Talleres de la Editorial el Pacífico, 1954, p. 115 ས A.GI. Justicia 439.

Alvarez Rubiano, Pablo... Pedrarias Dávila. Madrid, Diana Artes Gráftras 1944. Cap. VII, pp. 186 y 187.

Casas, fray Bartolomé de las... Historia de las Indias. México, Gráfica Panamericana. 1951. Lib. III. cap. LXXII, p. 73 del T. III.

10 Fernández de Oviedo y Valdez, Gonzalo... Historia General y Natural de las Indias. Asunción, Imprenta de la Editorial Guarania, 1944. Parte II. Lib. X. cap. XIII, p. 186 del T. VII

11 Herrera, Antonio de... Historia General de los Hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra firme del Mar Océano. Buenos Aires, Imprenta Continental. 1945. Década II, Lib. II, cap. IX, p. 347 del T. II. Década IV, lib. VII, cap. IX, p. 361 del T. V.

Casas, fray Bartolomé de las... Op. cit. Lib. III, cap. LXXII p. 72 del T. III. 12 A.G.I. Justicia 439.

Cieza de León, Pedro... Nuevos capítulos de la Tercera Parte de la Crónica del Perú de Pedro Cieza de León (cap. XXXI) en Mercurio Peruano, Lima, julio de 1955, num. 340, p. 468.

El capitán Marcos de Isaba en su Cuerpo Enfermo de la Milicia Española (1595), establece un limite para iniciarse en la carrera militar. "El soldado -escribe-, viniendo a la guerra, no se puede admitir en ella de menos edad que veinte años: los primeros cinco aprenda a tratar sus armas, hacer sus guardias, respetar sus oficiales, obedecer las órdenes, conservar los bandcs; (sólo asi) de veinte años de edad, hasta veinte y cinco, ya le hemos hecho soldado". En el siglo XVII Juan Pedro Cardo insistia en la necesidad de mantener soldados (El soldado católico que mueve dudas a su confesor. Año 1649), explica de este modo la edad minima: "pueden asentar plaza de soldados los que allegan a cumplir catorce años, y en esta edad, y no antes, son aptos para la guerra. De esta edad San Martin se partió de su casa a militar". Los documentos que citamos para esclarecer la situación del niño aún Melchor Verdugo nos aseguran que cuando llegó a Panamá tendria “quinze o diez y seys años". Por eso es que sus compañeros lo miraban con desdén y afirmaban que no estaba apto para la lucha, "porque al parescer no hera para ello". No hay que olvidar el viejo romance del Conde Dirlos donde se da un caso pare ido:

porque Celinos es mochacho

de quince años y no más,

y no es para las armas

ni aún para pelear...

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