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y comerciantes ha de durar la guerra que en todos los tiempos se har estado haciendo: aquellos rechazando, ó gravando con subidos derechos, y estos trabajando para eludirlos, haciendo el contrabando". Era imposible, a su entender, contener el contrabando, pues la situación topográfica de muchos países lo favorecía. Decía, refiriéndose a esto en su Memoria: "violentarlas, es pretender hacer correr los ríos acia su origen; es lucha en que se pierde y no se vence jamás". Basaba esta afirmación en los antecedentes históricos del virreinato, y preconizaba una política semejante a la adoptada por Inglaterra, país del que afirmaba: "siguieron desde muy temprano el orden trazado por la naturaleza, y franquearon los puertos á todas las naciones con muy cortos derechos, ya que vieron que ni cor. guardacostas podían reprimir el contrabando" 68. Quizá fueron muy agudas las observaciones del Ministro, pero no dejaban de tener mucha verdad en el fondo.

No obstante la procupación de los funcionarios del ramo por la mejora de los servicios del comercio internacional, la situación permaneció latente, hasta el fin del período que estudiamos. Los comandantes de mercantes extranjeros, fueron entre otros, los que infringieron las leyes vigentes, con mayor regularidad, pues recalaban en caletas o puertos prohibidos y dejaban alli la mercadería que era internada subrepticiamente burlando el pago de los derechos aduaneros. En algunos puertos, como los de Pisco y Lambayeque, el comercio ilícito adquirió caracteres alarmantes. Al último de los mencionados, recalaban, periódicamente, dos o tres barcos, el "Napoleón", entre otros, que traían efectos europeos desde puertos chilenos, como los géneros por ejemplo, hasta la cantidad de 500.000 yardas anuales.

El tocuyo, internado en la misma forma, por el puerto de Lambayeque, se reembarcaba luego con destino al Callao donde era expendido a bajo precio. Con el trigo acontecía lo mismo, pues el cereal que se decía proveniente de San Pedro, no era sino el de Chile, que había sido reembarcado previamente en Lambayeque 69.

Podemos pues afirmar, que el contrabando no pudo ser reprimido en este período, pese a las precauciones adoptadas, como no pudo serlo en los años inmediatamente posteriores y ello gravitó negativamente en la economía nacional.

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Nota. En la transcripción de los documentos, manuscritos o impresos, se respeta la ortografia original. Las siglas: A.H.H. corresponden a la denominación: Archivo Histórico de Hacienda. Mi agradecimiento especial al Sr. Ingo. Dn. Manuel Moreyra Paz Soldán, por su valiosa orientación y por los importantes datos que me ha proporcionado; así como al Dr. Félix Denegri Luna, por haberme permitido la consulta del Diario del P. Blanco.

Escrutinio de la "Colección de Libros y

Documentos referentes a la

Perú"

Historia del

Por ALBERTO TAURO

En atención a la circunstancia de haberse iniciado merced a la estrecha colaboración de Horacio H. Urteaga y Carlos A. Romero, la Colección de libros y documentos referentes a la Historia del Perú ha sido usualmente citada como "Colección Urteaga-Romero". Parece justo llamarla así, en cuanto se observa que dichos eruditos encauzaron sus labores editoriales sobre la base de una adecuada división del trabajo, en la cual pudo considerarse: 1o, acuerdo para la selección de las fuentes históricas que debían ser incluídas en cada volumen; 2o, presentación y notas, a cargo de Horacio H. Urteaga; y 3o, estudio bio-bibliográfico del autor respectivo, por Carlos A. Romero. Pero alguna desavenencia quebró la armonía demostrada desde 1916, pues en nada colaboró este último a la publicación de las Informaciones sobre el antiguo Perú, que integran el tercer volumen de la II serie; luego medió un lapso de tres años entre la aparición del cuarto y el quinto volúmenes, no obstante corresponder ambos a la crónica de fray Martin de Murúa; y en tanto que el volumen sexto sólo vió la luz pública en 1930, los volúmenes sétimo y octavo aparecieron aún antes que el quinto, o sea, en 1923 y 1924 respectivamente. Por añadidura, dos hechos hacen evidente la ruptura entre les dos colaboradores: 1°, que al editar, en 1923, el estudio de Clements Markham acerca de Las posiciones geográficas de las tribus que formaban el Imperio de los Incas, vertido al español por Manuel Vicente Ballivián e ilustrado con notas de José María Camacho, indicóse que éstas eran "contribuciones a la colección de fuentes históricas peruanas anotadas y concordadas por Horacio H. Urteaga"; y 2.9 que después de haber interrumpido en 1920 la edición de su Colección de Historiadores Clásicos del Perú, Horacio H. Urteaga la reanudó en 1924, agregando a su denominación el aditamento de "Colección Urteaga", y anunciando proyectos según los cuales tenía dispuestos para la impresión seis volúmenes más. Precisamente, obedeció a esa ruptura

la contribución prestada por Domingo Angulo a la preparación de los volúmenes que desde entonces fueron agregados a la colección.

Puede suponerse que uno y otro eruditos se atribuyeron el mérito reconocido a la Colección, y llegaron a juzgar que la pareja distribución de la fama no hacía justicia a los verdaderos alcances de su participación en la empresa. O creerse que discutieran en torno a la inclusión de tales o cuales fuentes, su precedencia, y aún sus diversos textos. Algo puede intuirse a través de los hechos. Y advertimos: 1o, que las crónicas del chileno, como del cuzqueño Cristóbal de Molina, aparecieron con sensibles defectos, porque no se había depurado la primera conforme a la fe de erratas publicada por José Toribio Medina, su descubridor, y en la edición de la segunda no se había tenido en cuenta la copia que dejara Félix Cipriano Coronel Zegarra, no obstante que en la Biblioteca Nacional se hallaban ambas a la disposición de Carlos A. Romero; 2o, que en el segundo volumen de los escritos del licenciado Juan Polo de Ondegardo se deslizó una relación que ya estaba inserta en el primero, pero con tantos y tan notorios defectos que muy bien podía considerársela como una redacción preliminar de la que ya conocía el público, y el error parecía imputable al compilador, Carlos A. Romero, quien diez años antes había iniciado la exhumación de los trabajos del cronista y en lapso tan prolongado no había efectuado el escrutinio; y 3', que al incluir en la Colección la crónica de Miguel Cabello de Balboa se había tomado como base la versión francesa editada en 1890 por Henri Ternaux-Compans, sin efectuar la búsqueda del manuscrito original, ni tender al conocimiento integro de la obra que el erudito francés había dado a la publicidad sólo parcialmente, y cabía responsabilizar por tal ligereza al mismo Carlos A. Romero, pues su iniciativa quedó demostrada en la circunstancia de haber encargado la retraducción a su hija, Delia Rosa Romero. Y no cabe duda que la facción de tal balance debió ser estimulada por otros dos hechos, vinculados a la edición de la Historia de los Incas, debida a fray Martín de Murúa: haberse limitado a una mera recepción de la copia que Manuel González de la Rosa dejara en la imprenta, y subestimar la significación que podía tener la falta de varios capítulos del texto. El destino de la Colección exigía cuidado en la puntualidad y el rigor de las trascripciones, pues lo contrario menoscaba la proyección de su aprovechamiento. Y labróse así la ruptura entre los dos eruditos que habían acometido la tarea de editar una "colección de documentos inéditos o raros, crónicas y relaciones de elevadísimo valor como fuentes de investigación del pasado del Perú".

1

De ella ha dicho Rubén Vargas Ugarte que sus tomos "tienen un valor muy desigual, tanto por el contenido como por el aparato critico, notándose en algunos de ellos notables descuidos, así en la trascripción y anotación del texto como en la selección de los códices". Parcialmente adherido a tal concepto, y asumiendo una postura relativista, consideraba Julián Santisteban Ochoa 2 que, "pese a sus deficiencias y críticas adversas, es lo mejor que se ha hecho en el Perú en cuanto a información documental y el único refugio para estudiar las fuentes cronicales (sic) de este país.. precedidas de sendas biografias, algunas muy interesantes, y de críticas bastante sensatas". Y Raúl Porras Barrenechea admitió que "ha servido para divulgar las crónicas y relaciones de la época de la conquista". En verdad, los tres juicios son coherentes, y admiten: 1o, el mérito correspondiente al acopio de dispersas y numerosas fuentes históricas; 2o, el desigual valor que sus diversos volúmenes ostentan, debido a la fidelidad de las trascripciones la calidad de los textos, así como a la hondura y la originalidad de los esclarecimientos ofrecidos en los estudios preliminares y las notas críticas; y 3o, su importancia como instrumento de divulgación. Pero al mismo tiempo cabe reconocer que en los juicios enunciados se advierte cierta adecuación a puntos de vista previos y alguna renuencia a la confrontación objetiva de la colección entera. Por eso menciona Rubén Vargas Ugarte dos series, con doce y diez volúmenes, respectivamente; e igual aserto hace Julián Santisteban Ochoa, en tanto que Raúl Porras Barrenechea especifica únicamente el primero de aquellos años. Porras Barrenechea cita dos series de doce volúmenes cada una"; y por eso ninguno precisa con exactitud los extremos cronológicos de sus ediciones, pues Rubén Vargas Ugarte y Julián Santisteban Ochoa los fijan en 1916 y 1935, y Raúl Porras Barrenechea especifica únicamente el primero de aquellos años.

y

La Colección de libros y documentos referentes a la Historia del Perú consta de tres series: la primera, con doce volúmenes editados entre 1916 y 1919; la segunda, con once volúmenes aparecidos entre 1920 y 1939; y la tercera, con un sólo volumen impreso en 1941. Según apuntara Horacio H. Urteaga, “las dos primeras series incluyen las más valiosas crónicas escritas durante los siglos XVI y XVII"; y, además, importantes monografías de Juan Jacobo von Tschudi y Clements Markham; y como esta experiencia le reveló que también podía ser fecun

1 Cf. su curso de Historia del Perú - Fuentes (Lima, 1939 y 1945), reeditado bajo el epigrafe de Manual de Estudios Peruanistas (Lima, 1952 y 1959). 2 Cf. Los cronistas del Perú (Lima, 1946).

3 Cf. su curso acerca de las Fuentes Históricas Peruanas (Lima, 1955). 4 En el "proemio" escrito para iniciar la tercera serie de la colección.

do el conocimiento de estudios modernos, decidió iniciar la tercera, que definió como una serie de "Historiadores Clásicos" y decidió consagraria "al período de las guerras civiles y el virreinato". Pero en esta oportunidad no anunció el programa de sus ediciones, como había hecho en las series precedentes.

Aparte de algunos documentos de indole tan señera como la capitulación de Toledo, el acta de la repartición del rescate de Atahualpa, y la provisión por la cual dispuso Francisco Pizarro los aprestos convenientes para combatir contra Manco Inca, la Colección atendió, en primer lugar, a la compilación de las relaciones genéricamente conocidas bajo el nombre de "crónicas". Su trascendencia para la historia del Perú no necesita encarecimiento, pues a través de ellas se han perpetuado preciosas tradiciones sobre el Imperio de los Incas, testimonios de guerreros y letrados en torno a los hechos turbulentos de la conquista y las guerras civiles, y vibrantes alegaciones acerca de la posición cultural de los indios o el ordenamiento de las instituciones destinadas a regimentarlos. Fueron: la relación epistolar que sobre la conquista dirigió Hernando Pizarro a los oidores de la Audiencia de Santo Domingo (1533); las crónicas de Francisco de Jerez (1534), Pedro Sancho de la Hoz (1534) y Miguel de Estete (1535); la anónima relación en torno al sitio a que fue sometida la ciudad del Cuzco durante la rebelión de Manco Inca, y al comienzo de las guerras civiles (1539); y, aparte de otros textos anónimos, los de fray Bartolomé de las Casas (1550), Juan Diez de Betanzos (1551, el sochantre Cristóbal de Molina (1552), Fernando de Santillán (1553), los “primeros religiosos agustinos" -a saber, Juan de San Pedro, Juan del Canto, Antonio Lozano y Juan Ramírez-, Pedro Ruiz Naharro, Cristóbal de Castro y Diego de Ortega Morejón (1558), Juan Polc de Ondegardo (1562 a 1585), Francisco Falcón (1567), Tito Cusi Yupanqui (1568), Pedro Pizarro (1571), Juan Joseph del Hoyo (1571), el cuzqueño Cristóbal de Molina (1574), Miguel Cabello de Balboa (1586), fray Martín de Murúa (1600), Francisco de Avila (1608 y 1646), Baltasar de Ocampo ConeJero (1610), Juan de Santa Cruz Pachacuti (1613), Pablo Joseph de Arriaga (1621), Fernando de Montesinos (1641), Pedro de Vilagómez (1649), Pedro Ortega de Sotomayor, Felipe de Medina, Vasco de Contreras y Valverde, Bernabé Cobo, Francisco y Joseph de Mugaburu.

¿Qué aportaciones es posible registrar en tan abundosa compilación de fuentes? Algunas de innegable importancia, que agruparemos en varios órdenes. En primer lugar, las que proceden de manuscritos inéditos e incorporan informaciones más o menos reveladoras, a saber: la relación de Tito Cusi Yupanqui en torno a los hechos de la conquista y la parte que en sus turbulencias cupo desempeñar a Manco Inca, y

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