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'EN QUÉ CONSISTE, Y QUÉ QUIERE EL SINDICALISMO!

(Conclusión.)

Coincide esto con la triste situación de los trabajadores ingleses, por consecuencia de la rápida y grande elevación de los precios ocurrida en 1866; elevación que no fué acompañada en ninguna clase de industrias de un correspondiente aumento en los salarios. El malestar que se enseñorea de los trabajadores, se agrava, porque en los últimos cincuenta años, los sala rios se elevaban de una manera constante, mientras los precios de los artículos de primera necesidad y los de los demás bienes de consumo de la clase obrera bajaban también.

Entonces regresó Tomas Mann de Australia, cuna de la san ción legal de las reivindicaciones obreras, al punto de tener un Gobierno socialista. Pero encontró no obstante allí también obreros sin trabajo y desengañado de la eficacia de la acción del Estado y del Parlamento en favor de los obreros, se adhiere al credo sindicalista de la acción directa». Quizá no hu biese hallado resonancia entre los trabajadores, si el Gobierno inglés no le hubiese sometido à un proceso por excitar los soldados á no hacer uso de las armas contra aquellos en las huelgas. Igualmente, el fracaso de la esperanza de alcanzar por medio de la organización un salario en relación con la carestía de los artículos de primera necesidad, y la pérdida de la confianza que se había puesto en los représentantes parlamentarios, introdujeron en la masa y renovaron en los trabajadores no cuali ficados, la inclinación, iniciada en los años 20, 30 y 40 del siglo

pasado, hacía la violencia contra personas y cosas. Pero de esto como de la vuelta de Tomás Mann, no se puede sacar la conse. cuencia de que las agremiaciones inglesas estén infectadas de sindicalismo. Por el contrario, han manifestado constantemente por boca de sus directores y en sus Congresos, que condenan no sólo las doctrinas sindicalistas, sino hasta la huelga general. Los mismos escritores simpatizadores con el sindicalismo, consideran á Tomás Mann como el único sindicalista de la Gran Bretaña.-I. A. Hobson, asegura que no tendrá en Inglaterra aceptación como práctica política el sindicalismo, porque el trabajor inglés, antes de abandonar la realidad, demanda claridad sobre el porvenir que ha de mejorar su posición, coga que no ve en las doctrinas sindicalistas; por lo que, no obstante, su descontento de los políticos, está siempre dispuesto á usar de la máquina política para el servicio de sus intereses.

En Alemania, como es de todos sabido, impera en la clase trabajadora el socialismo. Hay, en verdad, un pequeño número de socalistas ó anárquicos-socialistas que pretenden la descentralización de las cajas, y se burlan de la impotencia de los socialistas, no obstante tener una tan nutrida representa ción parlamentaria. No quieren, á semejanza de los franceses, conquistar el poder, político, sino destruirlo. Para ello recomiendan el uso de la acción directa. Su representante general, el Dr. Friedeberg, fué expulsado del partido socialista por propagar doctrinas. antimilitaristas, antireligiosas y antipatrióticas. Pero la influencia de estos socialistas es nula en el país.

En Alemania no hay sabotaje. El Profesor Bernhard, en una conferencia que dió en Dusseldorf, sobre «El porvenir de la política social», entre las muchas afirmaciones antiobreristas que hizo, pretendió con notoria mala fe presentar casos dé sabotaje. Esta campaña de Bernhard es tan contraproducente, que ya ha hecho exclamar á la Liga central de los maquinistas y fogoneros: nosotros no hemos pensado nunca en sabo

taje, pero llegaremos á usarlo todavía en vista de las calumniosas acusaciones que se nos hacen».

El sindicalismo, el mito de la huelga general y el sabotaje, tan sólo son los síntomas de la desesperación que á ciertas masas animan por cima de su debilidad enfrente del poder absoluto de los empresarios. El obrero quiere ser por lo menos-y á ello tiene derecho-un poder igual al del patrono. Como esto no sucede actualmente, la efervescencia social crece. El Estado se inclina del lado de los patronos, ó por lo menos, no favorece á los obreros; las carestias se suceden, hay una tendencia constante á impedir á aquellos hasta la ayuda por sí mismos.

Se cree por muchos que el remedio santo de cortar la agitación socialista es la fuerza. Esto es completamente absurdo; sería lo mismo que pretender en medicina amputar un brazo porque un pequeño dolor pudiera ser sintoma de gangrena. Las causas en Alemania son otras; la política económica es mala, y los contratos de trabajo desamparan al obrero. Por eso, una revisión concienzuda de la política económica, y el cambio de los actuales contratos individuales de trabajo por los colectivos, acaso sean el remédio apropiado.

El salario mínimo.

En el siglo XVII las cláusulas de los contratos de trabajo se determinaban por la autoridad. Desde Adam Smith, los contratos de trabajo se hacen favoreciendo únicamente á los patronos Cuando el salario era tan pequeño que no bastaba á subvenir las necesidades más perentorias de los trabajadores, se suplían las faltas con el socorro de pobres.

Resultaba en verdad anómalo que lo que los patronos tenían obligación de pagar se satisfaciese con el impuesto de pobres. Pero por muy injusto que esto fuere para los contribuyentes, y por muy deshonroso para los trabajadores, el obrero recibía el mínimum de lo que necesitaba para la vida.

La economía clásica protestó contra la regulación de las
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relaciones de salario. El trabajador fué considerado como vendedor de una mercancía, el patrono como comprador. Tan vano como es el esfuerzo del Estado en la fijación del precio de una mercancía cualquiera, lo es en el de la mercancía trabajo; el precio del salario está determinado por la oferta y la demanda. Contra esta ley natural resulta impotente toda ley positiva. Si la oferta es mayor que la demanda, el precio baja, en caso contrario, sube; cuando el vendedor no consigue cubrir los gastos de producción, debe disminuir la oferta hasta que el precio se eleve de nuevo. [Abajo, pues, toda intervención de la autoridad en las cláusulas del contrato de trabaj 1... Al trabajador incumbe en libres regateos conseguir el más alto precio por la mano de obra. En mercados favorables debe pedir más, en desfavorables contentarse con poco. Si tan holgadamente puede alcanzar mejora en sus intereses, debe despreciar el socorro de pobres. Sólo se hizo una concesión á los que, no teniendo bastante para vivir, podían morirse de hambre en la calle; pero para no debilitar su sentimiento de propia responsabilidad, habrían de ser socorridos únicamente en los casos más desesperados.

Conforme á estos principios, el derecho de los contratos de trabajo y el socorro de pobres fueron reformados en todos los países.

En realidad, no se realizaron las presunciones de los economistas clásicos y de la legislación que, influída por ellos, hizo esta reforma. El trabajo es el goce de la fuerza de trabajo; pero ésta es el hombre mismo, porque todo goce es inseparable de la cosa gozada, y por eso es inseparable el trabajo del trabajador. Si la fuerza de trabajo fuese susceptible de ser comprada ý vendida como una mercancía, no sucedería esto. Se diferencia, pues, en la inseparabilidad de la persona del vendedor. Con esto acaece que, quien compra el trabajo, adquiere necesariamente con él un señorío sobre la persona del trabajador; decide del lugar de su residencia, sometido el trabajador á sus influjos morales, espirituales é higiénicos; alarga

la jornada por cima de la medida física de la resistencia, pudiendo hasta impedirle la satisfacción de la necesidad de educación que le exige la cultura progresiva, y, si está en situa. ción de ello, el cumplimiento de los deberes consigo mismo, con la familia y con el Estado. La mayoría de estos males se acentúa en los niños, los jóvenes y las mujeres. La consecuencia ha sido la degeneración de la población trabajadora lo miɛmo en lo físico que en lo moral; y esto que condujo al Estado á una creciente protección mediante la cual, al mismo tiempo que se coloca una barrera en el señorío de los patronos sobre la vida normal de los trabajadores, se determina dónde el trabajador deja de ser un medio al servicio de otro y puede comensar como hombre á vivir su destino como fin propio.

Al iniciarse la legislación protectora del trabajo, y todavía más cuando llegue à su apogeo, se profetiza la ruina de las industrias como consecuencia necesaria. «Suprimid las dos ho ras-se decía airadamente cuando en Inglaterra en el año 40 del siglo pasado se rebajaba á diez la jornada de doce horas en la industria textil y su ruina es segura. Los legisladores no se dejaron amedrentar: la industria textil inglesa se ha duplicado desde entonces. La protección se extendió a todas las industrias. Se introdujo en todos los países; sólo en los atrasados encontró oposición. En los que hoy están más desarrollados industrialmente, se considera á la protección del trabajo como algo natural. Cada dos años se celebran Congresos internacio nales para su mayor desarrollo.

Establecida la protección, creyóse que se calmarían los irreductibles, puesto que se hablaba que solamente en nombre de los principios éticos, en tanto que por el contrato de trabajo se funda una relación de señorío sobre la persona del trabajador. Se protestó enérgicamente porque el contrato de trabajo es un contrato de compra-venta. Antes y después de la protec. ción, los salarios deben quedar al libre acuerdo de los contratantes. La intervención en los contratos de trabajo, es tanto como atacar la propiedad y la libertad personal. Pero ante todo

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