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Rosa (más o menos a 14o20" Sur) hay unas cuantas islas pequeñas; por lo general son rocas pequeñas aisladas cerca de la playa".

En abril de 1947 se realizó una atrevida expedición científica para comprobar la posibilidad de que las culturas de la antigua Polinesia fuesen de origen peruano. Una balsa de 14 metros tripulada por seis escandinavos, salió del Callao para cruzar el Océano Pacífico; era una embarcación no superior a la que pudieron usar los americanos que hace siglos o milenios se trasladaron por la misma ruta a la lejana Oceanía.

En artículo titulado "Perú a la Polinesia", el doctor Thor Meyerdal, publicado en "Selecciones del Reader's Digest", de enero de 1948, uno de los expedicionarios, describe el viaje. A propósito dice:

"Pocos siglos antes de la era cristiana hubo entre los primitivos moradores del Perú un renacimiento extraordinario. En las mesetas andi nas, lo mismo que en la Costa, floreció una de las más eminentes civilizaciones del mundo prehistórico, dirigida por grandes organizadores que enseñaron a los indígenas a levantar imponentes ciudades, templos, fortificaciones, y a construir caminos, pavimentos, acueductos, puentes colgantes, terrazas y sistemas de irrigación para cultivar las pampas y laderas desérticas".

Relata luego cómo esos hombres fueron arrojados del pais, pero Kon-Tiki, príncipe sacerdote de ellos, logró escapar y desapareció para siempre en el océano. Esta versión y la existencia de ciertas similitudes de lenguaje, producciones, etc., permite aceptar la posibilidad del origen peruano de la cultura Polinesia.

Efectivamente, los expedicionarios llegaron sin novedad a un atolón del archipiélago de Tuamotú, y destruída la balsa en el choque contra las rocas, fueron rescatados por los Polinesios. "Estos eran descen dientes de Maui Tiki Tiki, dice el articulista, que vino a las islas Polinesias desde la tierra de donde el sol sale por la mañana".

Esta misma expedición fué realizada por don Alvaro de Mendaña, marino español, quien salió del Callao el 19 de noviemre de 1567, en busca de nuevas tierras, con dos naves tripuladas por 120 hombres, descubrió las islas de Salomón, entre las cuales figura Guadalcanal, tan mencionada en las luchas de la última guerra mundial. En una segunda expedición, iniciada el 11 de abril de 1595, repitió la empresa, y tocó en unas islas a las que dió el nombre de "Marquesas", en honor del Marqués de Cañete, Virrey del Perú.

Las eutrapelias más dulces de mi vida han sido los viajes y excur siones por todos los ámbitos de mi país; y entre ellos ocupan lugar preferente las andanzas por las islas que, en curva paralela a la del litoral, se levantan no muy lejos de él. Son todas de pequeñas dimensiones, áridas, carentes de agua en absoluto, pues no llueve en nuestra Costa. Las perforaciones, incluso las practicadas en ellas a gran profundidad, han dado siempre resultado negativo. Por lo general estos peñones se presentan desgarrados, conmovidos y hechos pedazos por las tempestades marinas, la erosión de las aguas y los vientos y por los terremotos, que con harta frecuencia sacuden las tierras del Pacífico.

En estos peñones, trozos tal vez de una cordillera tragada por el océano, aislados, solitarios y de terrible aspecto, he disfrutado banque

tes de luz, orgías de libertad, espacio infinito para la imaginación, y hasta la sensación, casi palpable, de la presencia de Dios. Cuando se pasa días y noches en medio de una roca azotada por las aguas y a merced de los huracanes, rodeado de riesgos y sin defensa alguna contra las iras de la naturaleza, se siente en toda su desnudez la humana miseria, y, también, que estamos entre las manos de Dios. Las mismas condiciones nos rodean on todas partes, pero en las urbes, el tráfago de la multitud y el ruido de la vida las disimulan.

No son pues frívolas andanzas e inútiles solaces, sino horas de fecundas y saludables lecciones las que debo a mis vagares por islas y peñones de la costa peruana.

Es ya tiempo de emprender la reivindicación de nuestras islas del océano, tan exóticas y atrayentes, valiosas para la economía nacional y más para el artista, por los bellísimos paisajes que en ellas abundan, preciosas para el turismo, llenas de sugerencias para la ciencia y de misterios, que nadie ha tratado de estudiar, como el de la falta absoluta de agua subterránea en ellas, a pesar de que en la Costa, y a poca distancia de las islas, abunda, a veces a pequeñísima profundidad, cuando no aflora naturalmente.

Por una paradoja, las islas del Pacífico, que son centro activísimo de vida, pobladas por millones de aves, rodeadas de mares providos en pesca y plankton, inundadas a pleno por los rayos del Sol -lu fuente vital más poderosa- productoras del fecundante que vivifica al mundo vegetal; son, al mismo tiempo, el reino de la muerte. En esos peñones áridos y yermos, osamentas perdidas de una cordillera que se tragó el mar, privados de agua potable como la Luna, —el cadáver de astro que los baña en su luz fría,— el ser humano sólo puede subsistir a condición de recibir de los valles de la Costa el alimento y el agua de cada día. Tal vez por eso los peruanos precolombinos las utilizaron como cementerios. Los indios iban a ellas a enterrar a sus muertos, dicen algunos cronistas; ahí celebraban pavorosos sacrificios humanos, dicen otros. Y los hallazgos de momias decapitadas, todas ellas de mujeres que sin duda fueron jóvenes y vírgenes, porque así se las ofrecía a los dioses, y de alta calidad, a juzgar por los atavíos y joyas que ostentan, nos permiten, una vez más, decir que las solitarias islas del Pacífico son el reino de la muerte.

Rendíase en ellas culto a la Luna, el satélite pálido, cadáver que rueda por el espacio, sin esperanza de que en sus mares secos, páramos desolados y ríspidas montañas, vuelva a surgir la vida, ni aun en sus más mínimas expresiones. Por eso la intuición de los griegos hizo de la Luna una divinidad temible, sol de los muertos.

De manera general, la divinidad de las culturas de la orilla del mar era la Luna; a diferencia de la serrana, que era el Sol. Esto se explica fácilmente por la influencia de la Luna sobre el mar. En los puertos la observación de la acción de la Luna en las mareas muy superior a la del Sol-- era un dato preciosa para los pescadores y navegantes, a la del Sol- era preciosa para los pescadores y navegantes. E. P. Calancha, en su famosísima Corónica Agustiniana Moralizada, nos habla de los Pacatnamus (de Pacasmayo), que adoraban a la Luna, (7) y del hermo

(7).-Calancha Ob. Cit.

so adoratorio llamado Sian que le erigieron; y afirma que teníanla por superior al Sol, pues éste sólo aparece de día, en tanto que aquélla brilla a voluntad, de día y de noche, y cuando se enoja con el astro diurno, lo obscurece con el manto funeral de los eclipses, fenómeno que aterrorizaba tanto a los antiguos peruanos, haciéndolos llorar y clamar desesperadamente, temiendo que la Luna ahogase para siempre al Sol, que fecunda sus tierras y calienta sus vidas.

Según ellos la Luna hacía viajes periódicos para castigar a los ladrones, lo cual explicaba sus ausencias. En algunos puntos de la Costa se le ofrecían sacrificios humanos, y en la tierra mochica, el de niños de cinco años.

Parece que la Luna fué siempre una divinidad terrible. En la antigua Grecia recibía diferentes nombres, según su aspecto. Era Hécate, la de los sacrificios cruentos, cuando aparecía entre manchas negras y rojas-muerte y sangre- presagiando males, divinidad de los mis

Entre los Aztecas el Sol y la Luna son hermanos, varón él, hembra la Luna. Tienen por madre a la diosa Coatlicue, divinidad triforme, representativa de la Tierra que crea y destuye. Son enemigos entre sí, y en un momento dado ella, auxiliada por las estrellas ataca al Sol y trata de darle muerte, pero en ese instante mace, del vientre de Coatlicue, el Sol, esto es, Huitzilopochtli y extermma a sus atacantes. Aquí el simbolismo es clarísimo, como en la mayor parte de los mitos griegos, a pesar de la teoría de que los dioses son el lejano recuerdo de héroes humanos; representa la lucha del día y la noche, la luz y las tinieblas en cada madrugada.

Según el mito Azteca, Sol y Luna aparecieron casi al mismo tiempo; y los dioses, airados contra ésta, que osaba rivalizar con aquél, golpeáronla con un conejo en el rostro; así explican las manchas del astro nocturno, en las que los antiguos mexicanos cerían ver la figur de un conejo.

Veamos un breve capítulo "La Religiosa de los Aztecas", de Alfonso Caso:

"Esta idea de que el hombre es un colaborador indispensable de los dioses, ya que éstos no pueden subsistir si no son alimentados, se encuentra claramente manifestada en el sangriento culto de Huitzilopohtli, que es una manifestación del dios solar.

"Huitzilopochtli es el Sol, el joven guerrero que nace todas las mañanas del vientre de la vieja diosa de la tierra, y muere todas las tardes, para alumbrar con su luz apagada el mundo de los muertos. Pero al nacer el dios, tiene que entablar combate con sus hermanos, las estrellas, y con su hermana la Luna, y armado de la serpiente de fuego, el rayo solar, todos los días los pone en fuga y su victoria significa un nuevo día de vida para los hombres. Al consumar su victoria es llevado en triunfo hasta el medio del cielo por las almas de los guerreros, que han muerto en la guerra o en la piedra de los sacrificlos, y, cuando empieza la tarde, es recogido por las almas de las mujeres muertas en parto, que se equiparan a los guerreros porque murieron al tomar prisionero a ún hòmbre, el recién nacido. Durante la tarde, las almas de las madres conducen al Sol hasta el ocaso, en dond mueren los astros y a donde el Sol, que se compara al águila, cae y muere y es recogido otra vez por la Tierra. Todos los días se entabla este divino combate; pero para que triunfe el Sol, es menester que sea fuerte y vigoroso, pues tiene que luchar contra las innumerables estrellas del norte y del sur, y ahuyentarlas a todas con la flecha de luz. Por eso el hombre debe alimentar al Sol, pero como dios que es, desdeña los alimentos groseros de los hombres y sólo puede ser mantenido con la vida misma, con la sustancia mágica que se encuentra en la sangre del hombre, el chalchiuatl, el “líquido precioso", el terrible néctar de que se alimentan los dioses.

"El azteca, el pueblo de Huitzilopochtli, es pueblo elegido por el Sol; s el encargado de proporcionarle su alimento; por eso para él la guerra es una forma de culto y una actividad necesaria, que lo llevó a establecer la Xochiyaoyotl o Guerra Florida, que no tenía por objeto apoderarse de nuevos territorios, ni imponer tributo a los pueblos conquistados, sino procurarse prisioneros para sacrificarlos al Sol. El azteca es un hombre que pertenece al pueblo elegido por el Sol, es su servidor y debe ser, en consecuencia, antes que nada, un guerrero y prepararse desde su nacimiento para la que será su actividad más constante, la Guerra Sagrada".

terios órficos, engendrada por Perseo y nacida del obscuro seno de la Noche. (8)

Todavía, hoy, en algunas de nuestras poblaciones costeñas los hechiceros esperan para practicar sus sortilegios, la pálida luz del astro sin calor, cuyos fulgores despiertan a los muertos y son propicios a los pávidos fantasmas y a los lívidos espectros.

En la "Historia de la Cultura Antigua del Perú", el doctor Luis E. Valcárcel, dice:

"Al examinar la cultura peruana andina halla el P. Schmidt que el sol es un personaje totémico semejante al Bundjil de las tribus del S. O. de Australia, tanto como el Bochica de los Chibchas. Reconoce, sin embargo, que no es una concepción pura sino mezclada con elementos matriarcales. Serían éstos en el orden mítico, los referentes al carácter femenino de la luna considerada también como caverna y al hecho frecuentemente relatado de haber sido madre de dos gemelos: uno que es la propia luna brillante, bella y sabia, y el otro la luna oscura, torpe y mala que todo la corrompe. La araña es un animal lunar, lo mismo que el quirquincho. Como se sabe, Ehrenreich trató extensamente de estos tópicos, en especial del tema de los hijos gemelos. Estos pasarían a ser en la cultura matriarcal libre, el sol y la luna (9) Mibircucha, dios warayo, es identificado, muy hipotéticamente, con Wiracocha". (P. 68).

"En la "Huaca Aguilar", dice Villar Córdova, se encuentra ruinas del tipo primitivo de! Callao. En las riberas del "Camotal" y del "Boquerón" probablemente vivirían algunos pescadores que tendrían la misma cultura que los de la isla "San Lorenzo", en cuya cumbre se hallaba el "Templo de la Luna". En esta isla se encuentran, dice el doctor Carlos Romero, las ruinas de una población mochica llamada Sina, ra

(8)-Para los Chibchas de Colombia existía una divina pareja formada por Bochica, que es el Sol, dios benefactor de los hombres, y Chia, llamada también Yubecayhualla o Huytaca, mujer pérfida. Mientras aquél trataba de redimir a los humanos de la barbarie en que vivían la perversa Chia hizo desbordar el río Funzhá, produciendo así el diluvio chibcha. Bochica la castigó arrojándola del cielo durante el día y reduciéndola a alumbrar durante las noches. (H. Beuchat. Manual de Arqueología).

Los Chibehas ofrecían sacrificios de niños, tanto a Chía como Bochica.

Resulta así que entre los Chibchas se considera como un castigo el que la Luna sólo alumbre de noche; en tanto que en algunos reinos del Perú, esta divinidad era superior al Sol, porque se presenta tanto de día como de noche; mientras que aquél sólo brilla durante el día.

En la cita del P. Schmidt que reproduce el Dr. Valcárcel, la Luna es a veces bella y sabia, y otras torpe obscura, como en Grecia donde Diana, la Diosa de la castidad, Hécate la sanguinaria, o la impura Astarte de los Fenicios.

(9).-Véase Los Tiempos Mitológicos, de Moreau de Jonnes, quien dice:

"Ya en disposición de crear dioses, el politeísmo llenó de ellos la naturaleza; pero dirigiéndose primero al hombre y no personificando los elementos o las fuerzas cósmicas. Se atribuyen a tal o cual príncipe un poder mágico sobre los vientos y el trueno. Que en la entrada del Bósforo cimeriano se viesen asaltados los navegantes por las ráfagas del Norte, soplando de las islas Meótidas habitadas por los boréades, pueblo de encantadores, y ya había bastante para que su rey Boréas fuese considerado como el árbitro de los aquilones, que desencadenaban a su voluntad”.

El mismo autor, hablando de Osiris, el dios de los muertos de los egipcios, dice: "Ha sido un rey, hijo de Amón, que divinizó a su padre y posteriormente fué divinizado él por sus sucesores". Osiris cesó de ser un rey deificado, y fué un dios encarnado para felicidad de los hombres. Luego, de siglo en siglo, la idea fué realizando progresos, y los colegios sacerdotales llegaron a negar que Osiris hubiese vivido jamás. Esto es lo que repitieron a Solón, a Hecáteo, a Plutarco y a todos los viajeros instruídos que los visitaron, insistiendo en el carácter puramente abstracto del supremo dios de Egipto".

zón por la que en tiempos de la Conquista se la conocía con el nombre de "Isla Sina". (P. 177).

El mismo doctor Villar Córdova nos ofrece el siguiente dato:

"El Adoratorio de Huachu.- En la campiña de Huacho se levanta un montículo artificial, el más grande de todos, conocido con el nombre de "La Huaca”, que seguramente era la pirámide sagrada o templo, alrededor de la cual cuentan los naturales algunas leyendas.que tienen relación con una isla de guano llamada de "Las Animas", que se halla en la bahía de Carquín. Creían los pueblos de Huacho que las almas de los muertos iban a esta isla conducidos por los lobos de mar, a los que veneraban con el nombre de "Tumi". Esta leyenda fué recogida por el cronista Padre Calancha en su Crónica Moralizada de la Orden Aqustina.

"Semejantes a estos mitos se registran también en Pachacamac otros, que relacionan la gran pirámide o santuario de Pachacamac con unas islas que se encuentran en esta bahía, y que para aquellos cтеyentes eran diosas encantadas y protectoras de las almas. Por eso en la segunda pirámide se encuentra un vasto cementerio. Creían también en una "Upamarca", "tierra muda", y para llegar a ellas había que pasar un río sobre un puente de cabellos muy finos y que las almas eran auxiliadas en esta difícil travesía por unos perros negros, "alccos"; esto viaje de las almas hacia las islas o a la cumbre de las cordilleras figura también en las leyendas andinas, una de ellas con el nombre de Huacolo". (P. 247).

En el Vol. 1, No 3, de la revista "Inca", "Organo del Museo de Arqueología de la Universidad Mayor de San Marcos" -julio, septiembre -de 1923 el doctor Hugo Kunike estudia los diversos mitos de la Luna entre los antiguos peruanos, en un artículo que titula: "El Jaguar y la Luna en la Mitología de la Altiplanicie Andina", en el cual, a pesar del rubro, se refiere tumbién a los mitos de la Costa. Dice así:

"El culto de la Luna parece, por consiguiente, y como hemos visto al considerar la figura de Viracocha, haber sido el más antiguo en el Perú; sin duda más tarde fué desalojado por el culto del Sol, que tenía su asiento en el Cuzco, la poderosa capital de los Incas. Según Calancha, los Chimús veneraban a la Luna, Si, más que al Sol, y según el mismo, los indígenas de Pacasmayo, en su templo denominado Sian, (Casa de la Luna), tenían a la Luna como a la divinidad suprema..."

En el libro "MI PAIS" 2a. Serie, he hablado sobre este tópico, refiriéndome a las ideas mitológicas de la Grecia (P. 409), y en la la. Serie (P. 329), recordé cómo durante el eclipse total de sol de 1937, presenciado en la quebrada de Casma, los indios se entregaban a manifestaciones de desesperación y llanto incontenido, al ver cómo la mancha iba cubriendo al astro del día: y clamaban misericordia porque la Luna estaba matando al Sol, que es el astro que alimenta la vida.

Rebeca Carrión Cachot, en un interesante trabajo presentado al Congreso Internacional de Americanistas de Lima, de 1940, bajo el rubro: "La Luna y su Personififación Ornitológica en el Arte Chimú", se ocupa -de un dios o diosa pájaro, que acompaña a la Luna, la que se presenta con una corona semilunar, en huacos, tejidos y piezas de oro y plata. en los centros que llama del Chimú clásico.

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