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CARTAS INEDITAS DE LUNA PIZARRO

Por ALBERTO TAURO

Sabido es que una de las más preciadas fuentes históricas se halla en la correspondencia cambiada entre los grandes personajes, porque en ella se revelan lisa y llanamente los móviles de sus acciones, o se comunican datos que no aparecen en los escritos públicos. En otros países se ha procedido en forma sistemática a la recopilación de tales documentos, (Archivo O'Leary, papeles del Libertador, Archivo San Martín), pero en el Perú solo se les ha dedicado publicaciones aisladas y muy fragmentarias. Por eso estimamos de alguna utilidad introducir al conocimiento de las cartas escritas por el Presbítero Francisco Xavier de Luna Pizarro, figura prominente en las primeras décadas de nuestra Historia Republicana.

Francisco Xavier de Luna Pizarro nació en Arequipa, el 3 de Diciembre de 1780. Fué el segundo hijo del matrimonio efectuado el 29 de Abril de 1779, entre Juan José de Luna Pizarro-Teniente Coronel de milicias, oriundo de Granada y Cipriana Pacheco Arauz, y, en armonía con normas muy extendidas en aquella época, se le destinó a la carrera eclesiástica. A los once años ingresó al Seminario Conciliar de San Jerónimo, cuyos estudios se desenvolvían entonces bajo la dirección del obispo Pedro José Cháves de la Rosa. Allí recibió la primera tonsura, el 16 de diciembre de 1791; y demostró tan altas dotes que el ilustre obispo decidió enriquecer su educación con la enseñanza de las matemáticas. Al terminar sus estudios, en 1798, viajó a Cuzco, en cuya universidad optó la licenciatura en Leyes y Cánones, el 26 de junio, y el 5 de julio la licenciatura en Sagrada Teología. Merced a la discrecional protección que le otorgaba Cháves de la Rosa, el 3 de agosto de aquel año fué incorporado a la cátedra de Filosofía, en el Seminario Conciliar de San Jerónimo; y, después de conferirle las órdenes menores, el 19 de abril de 1799, el propio obispo le otorgó un cargo entre sus familiares. Al año siguiente viajó nuevamente a Cuzco, y el 29 de setiembre formuló ante la Real Audiencia el juramento requerido para ejercer la abogacía. En 1802 trasladóse a Lima, con el objeto de incorporarse al Colegio de Abogados. Retornó a su ciudad

natal, para iniciar en el Seminario la enseñanza de Filosofía Moral y Matemáticas, la cual tuvo a su cargo hasta 1805; y, cumplido su deber magisterial, recibió las órdenes mayores en 1806, fué designado prosecretario del obispado y vice-rector del Seminario en 1807, y ocupó en 1808 el curato de Torata.

Por aquella época, el arzobispado de Lima resolvió acoger la petición presentada por el obispo Pedro José Cháves de la Rosa, para que se declarase disuelto el vínculo que lo ligaba a su diócesis. El prelado pudo satisfacer entonces su deseo de viajar a España, y llevó consigo a Francisco Xavier de Luna Pizarro, cuya estancia en la península fué decisiva en el curso posterior de su vida. Asistió a la resistencia que el pueblo opuso a la invasión napoleónica, y con ello afianzó su confianza en la soberanía popular; designado capellán del Presidente del Consejo de Indias, presenció, en Cádiz, las sesiones de las Cortes, y conservó imborrable memoria de aquellas en las cuales fueron aprobadas la primera constitución de la monarquía española y la libertad de prensa; y precisamente regresó al Perú en 1812, cuando la opinión del país se hallaba agitada por las elecciones en virtud de las cuales se designaría por primera vez los diputados a Cortes.

Francisco Xavier de Luna Pizarro volvió para ocupar en el coro metropolitano de Lima el cargo de medio racionero, que le había sido otorgado por intercesión de Pedro José Cháves de la Rosa, promovido a la dignidad de Patriarca de las Indias. Al año siguiente se le agregaron muy severas responsabilidades, al ser designado examinador sinodal del arzobispado. En 1817 fué promovido a la dignidad de racionero. En marzo de 1819 fué solicitado para desempeñar el rectorado del Colegio de Medicina de San Fernando; y por exigencia de sus funciones debió pronunciar una laudatoria a Fernando VII y la monarquía española, durante la conmemoración anual del natalicio de dicho monarca.

Era, sin embargo, un republicano liberal. Desembozadamente lo manifestó cuando se preparaba en Lima la proclamación de la independencia. Y así lo demostró en la primera sesión pública de la Sociedad Patriótica (1o de marzo de 1822), iniciada con una disertación monarquista del clérigo José Ignacio Moreno, inmediatamente juzgada por el presbítero Mariano José de Arce como una tardía expresión del absolutismo, y contra la cual tomó posición Luna Pizarro, enfrentándose al ostensible desagrado que la reacción inspiró al ministro Bernardo Monteagudo. Advirtió que se abstenía de refutar en aquella ocasión la tesis sustentada por Moreno, y exigía que se determinase claramente si los miembros de la Sociedad Patriótica tenían el derecho de oponerse a las ideas expuestas en su seno y se les garantizase que no habrían de sufrir por ellas el menor daño. Sostuvo que toda discusión sobre la forma de gobierno conveniente al Perú debía ser tratada

únicamente por el Congreso, en el cual estarían amparadas las opiniones de los representantes por la inviolabilidad que les reconocía la ley. Y ante firmeza política tan inesperada hubo de estipularse (decreto del 5 de marzo) que los miembros de la Sociedad Patriótica no serían "responsables por las opiniones que en ella sostuvieran en materias especulativas, con el celo y candor propios del que busca la verdad". Pero al mismo tiempo solicitó el gobierno la amistosa intercesión de Hipólito Unánue, para evitar que el régimen grato a sus designios sufriese los esperados e influyentes embates de Luna Pizarro, y éste se abstuvo de hacer la prometida refutación. A poco fué elegido diputado por Arequipa, al Congreso Constituyente de 1822. En él aplicó brillantemente la experiencia adquirida al observar el funcionamiento de las cortes de Cádiz, y ocupó la presidencia durante el primer mes de sesiones -o sea, desde el 20 de setiembre hasta el 20 de octubre de 1822-. Influyó decisivamente en el nombramiento de la Junta Gubernativa que sucedió al Protector José de San Martín en el ejercicio del poder ejecutivo; y luego trazó las bases de la constitución aprobada al año siguiente. Pero el fracaso de la primera expedición a "intermedios" fué atribuído a la imprevisión de la Junta Gubernativa y el ejército, amotinado en sus acantonamientos del fundo Balconcillo, impuso al Congreso su retiro y la elección del Coronel José Mariano de la Riva Agüero y Sánchez Boquete con el título de Presidente.

Leal a su posición doctrinaria, Luna Pizarro combatió duramente ambas decisiones, porque la exigencia del ejército implicaba el desconocimiento de la soberanía popular, y la obediencia del Congreso daba apariencia legal a la imposición de la fuerza. Previno contra las tiranías que suelen asomar en los desbordes militares, contra el estímulo que obtendría la ambición de Bolívar al contemplar la división interna del Perú, y contra el peligro que el desconocimiento de la autoridad legítima cernía sobre la libertad. Para no entablar relación con un gobierno cuyo orígen contrariaba sus opiniones sobre la naturaleza y la formación del poder público, emprendió viaje a Chile, país al cual había declinado ir en calidad de plenipotenciario para oponer su ascendiente personal a las pretensiones de Riva Agüero. Desde allí siguió la disputa entre el Congreso y el Presidente, y, decidida la exoneración de éste, pareció dispuesto a reincorporarse al seno de la representación nacional, con el ánimo de intervenir en la elaboración de la carta constitucional; pero hubo de diferir tal propósito, primero por los quebrantos de su salud, luego por haber llegado a su conocimiento el inminente término de la constitución, y, finalmente, por haberse conferido a Bolívar la dictadura. Permaneció en Chile. Frecuentó la tertulia del ministro Joaquín Campino, y su familiaridad con los personajes del gobierno hizo creer que actuaba a su lado con el carácter de consejero privado. En

mayo de 1824 le fué ofrecido el rectorado del Instituto de Chile, pero solicitó las constituciones que regían el establecimiento, y no aceptó el cargo sino después de introducir las reformas de carácter orgánico que le parecieron convenientes.

Al quedar sellada la independencia, en los campos de Ayacucho, el presbítero Francisco Xavier de Luna Pizarro depuso todo sentimientopersonal y expresó al Libertador la admiración que le inspiraba el "golpe de trueno" descargado sobre el poder español. Regresó a su ciudad natal, y, en virtud de nombramiento expedido por Bolívar (29 de marzo de 1825), ocupó la tesorería del coro de la catedral. Aparentóconsagrarse a su ministerio, pero al mismo tiempo comenzó a minar con mucha habilidad las posiciones de la dictadura bolivariana. Durante largos meses incitó al General José de La Mar, para que asumiese la presidencia del Consejo de Gobierno y pusiese su influencia al servicio de la ley; pero éste se mantuvo alejado de Lima y permaneció muy corto tiempo en su alto cargo. Entonces comprendió Luna Pizarro que era menester alterar su procedimiento, e inició una cautelosa aproximación al Libertador. Admitió (28 de setiembre) una paladina concesión a sus principios, porque "necesitamos un genio superior que nos enseñe a discernir el bien real y sólido del aparente", un genio como Bolívar, cuyas "sublimes virtudes" habían hecho desaparacer "hasta los. menores vestigios de recelo o desconfianza, inseparables de todo fiero republicano a la vista de un gran capitán, cuya gloria se teme pueda eclipsar la libertad civil". Pero el halago era solo un embozo que el "fiero republicano" adoptaba para deslizar sus más íntimas opiniones: "que no hay otra libertad verdadera que el ejercicio de la virtud, o el imperio de la ley", y para coronar su obra debía el "gran capitán” mostrar su desprendimiento a la "envidiosa Europa" y convertirse en "digno émulo de Washington". El halago dió los frutos que no acierta a negar ni aún la sensibilidad mejor prevenida, y no fué calada la pertinaz virtud del republicano. Por eso creyó el Libertador que podía obtener la colaboración del presbítero Francisco Xavier de Luna Pizarro, y otorgarle un lugar entre los más próximos colaboradores de un gobierno que debía presidir el General José de La Mar: "pues -según escribió al General Tomás Heres, desde Potosí, el 27 de octubre de 1825— el ministerio de gobierno requiere un hombre como Luna Pizarro, de talento, crédito y energía, amigo de La Mar y enemigo de Torre Tagle". Así lo expresó también al caudillo liberal, anunciándole su deseo de reformar la constitución para armar de mayores recursos al poder ejecutivo. Asintió el fiero republicano, porque "a las veces debe cubrirse con un velo la libertad", a fin de evitar "la tiranía de algún feliz malvado"; y aunque parecía dolerse ante la posibilidad de que se ausentase el Libertador, apenas ocultaba su gozo al sostener que "el único para la presidencia es el señor General La Mar, adornado de virtudes eminentes que no res

plandecen tanto en otros ciudadanos, y de un patriotismo desinteresado, que... es el alma el republicanismo en los momentos de constituirse el Estado". De patriotismo desinteresado alardeaba también el presbítero, al pretender que se hallaba "decidido a no salir de la oscuridad"; pero su satisfacción reboza la estudiada sobriedad de las palabras con que anuncia a Bolívar su elección como diputado departamental por Arequipa y define el Congreso como "templo donde la razón, acorde con la voluntad (popular), pronunciará la ley". Es, como siempre, un fiero republicano. Y en las reuniones preparatorias del Congreso, iniciadas el 29 de marzo de 1826, Francisco Xavier de Luna Pizarro desplegó su capacidad dialéctica para combatir la prórroga de la dictadura y la proyectada adopción de la constitución vitalicia. "¡Qué malditos diputados ha mandado Arequipa!” —opina el Libertador al cabo de una semana, en carta al General Antonio Gutiérrez de La Fuente, quien a la sazón desempeñaba la prefectura de aquel departamento-; "si fuera posible cambiarlos sería la mejor cosa del mundo". Juzga que Luna Pizarro deseaba "disponer de todo a su antojo". Y como opusiera dilaciones a su nombramiento como Ministro Plenipotenciario en México, se afirma que Bolívar atribuyó la renuncia del caudillo liberal a su intención de no aceptar sino la posición que le permitiera mandar a los que mandan. Para acallarlo se le implicó en una presunta conspiración contra la vida del Libertador y se le desterró a Chile.

Alejado Bolívar, y derogada la constitución vitalicia por el pronunciamiento de las tropas auxiliares colombianas, el presbítero Francisco Xavier de Luna Pizarro volvió al país, y fué triunfalmente recibido en Lima el 6 de mayo de 1827. Se le consideraba "el más ilustrado, el más liberal el más puro de los patriotas peruanos, y el más versado en todas las materias constitucionales" según impresión objetiva de William Tudor, cónsul de Estados Unidos en Lima. Nuevamente elegido diputado por Arequipa, incorpórase al Congreso Constituyente reunido ese año; presidió sus sesiones en dos períodos primero, desde el 4 de junio hasta el 4 de julio del mismo año, y luego, desde el 4 de marzo hasta al 4 de abril de 1823-; decidió la elección del General José de La Mar como Presidente Constitucional; favoreció la rehabilitación y la reforma de la constitución de 1823, y logró que la ley fundamental sancionada en 1828 incluyese sus principales dictados y se limitase a moderar su liberalismo extremoso. Atento a la posibilidad de una reacción bolivarista, consideró necesario preparar la guerra contra Colombia; justificó la invasión de Bolivia y la expulsión del Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre, logradas por el General Agustín Gamarra tras una fácil campaña; y propició la anexión de Guayaquil, en vista de los sentimientos peruanistas que alentaban influyentes elementos de esa ciudad. Declarada la guerra entre Perú y Colombia, quiso prevenir la amenaza que anunciaba la ambición de Gamarra, pero infructuosamente. Y cuando el Presidente La

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