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Cinco biografías

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Por ALBERTO TAURO

AMEZAGA, Mariano (1834 1894), abogado y escritor. En la cátedra y la prensa mantuvo una actitud racionalista y liberal.

Mariano Amézaga nació en Lima, el 27 de julio de 1834, en el hogar formado por Pedro Manuel Ochoa de Amézaga y Agüero y María Díaz de Celis; y de ellos heredó muy hidalgas y rancias tradiciones, pues aquél solía invocar el recuerdo del conquistador Diego de Agüero, como tronco inicial de su familia, y ésta enlazaba los rudimentos del saber con ejemplos y prácticas piadosas. Hizo sus estudios en el Convictorio de San Carlos y en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Mayor de San Marcos, donde optó el grado de doctor en 1860. Y aunque acentuó desde entonces su devoción hacia el foro, supo alternarla con severas y trascendentes especulaciones, que hicieron elocuentes y profundas sus contribuciones al periodismo y la enseñanza.

En 1862, al iniciarse la reforma que el rector José Gregorio Paz Soldán llevaría a los viejos claustros de la Universidad Mayor de San Marcos, Mariano Amézaga fué incorporado a la Facultad de Filosofia y Letras como catedrático de Literatura; pero el dictado de esta asignatura fué asumido por Sebastián Lorente en 1867, y entonces se confió a Mariano Amézaga la cátedra de Religión, anteriormente regentada por Pedro José Calderón, y que, de acuerdo con su iniciativa, denominóse al año siguiente Dogmas y Fundamentos del Catolicismo. Con Nicolás de Piérola, adjunto a la misma cátedra, formó una comisión, a la cual se encargó la redacción del primer reglamento de la Facultad de Filosofía y Letras, y según sus estipulaciones optó el grado de doctor el 11 de julio. Pero al mes siguiente encargóse de la asignatura Pedro José Calderón, y Mariano Amézaga abandonó dicha Facultad.

Anteriormente había dejado el curso de Literatura que regentara en el Colegio Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe (1863) y el de Derecho Romano, que dictara interinamente en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Mayor de San Marcos (1867). Sin compromisos docentes, inicia su colaboración en El Nacional, en cuyas columnas ofrece primero una revista semanal de los principales sucesos de actualidad que en marzo de 1869 tomó a su cargo Francisco La

(*).-Extractadas de un futuro Diccionario Histórico-Biográfico del Perú Republi

cano.

so, y luego una revista de la instrucción pública (1). Pero un cambio en la dirección y la orientación del diario (19-XII-1870) puso término a la colaboración de Mariano Amézaga. Y desde entonces alternó los deberes del foro con las exigencias administrativas de la recepción de contribuciones del Callao, a la cual se le había destinado el 7 de abril de 1869.

Por aquellos días acentuó su actitud liberal y racionalista, sobreponiéndose a embates de toda índole. Pronunció el discurso principal durante la manifestación pública efectuada en la Plaza de la Inquisición para conmemorar el primer aniversario de la unidad italiana, y hablaba Francisco Flores Chinarro cuando un piquete de gendarmes disolvió la reunión y detuvo a los más recalcitrantes; entre ellos iba Mariano Amézaga, quien respondía altivamente a los excesos de sus custodios con la frase inicial del himno patrio. Dió término a un libro heterodojo en torno a la doctrina católica, y cuéntase que al mostrar a su esposa los originales presagiaba que les acarrearía la miseria y, sin embargo, ejemplarmente identificada con las ideas del hombre a quien había unido su vida, respondióle ésta que lo publicase si así creía cumplir su deber. Y, en efecto el estudio sobre Los dogmas fundamentales del catolicismo ante el Tribunal de la razón (Valparaíso, 1873) levantó una ola de censuras, protestas y reproches, que posiblemente fué acentuada por las pasiones que moviera su detractorio juicio acerca de la política gubernativa de Manuel Pardo. Hubo de sostener una polémica vehemente con fray Pedro Gual, comisario general de la provincia franciscana del Perú, que anteriormente se enfrentara a las tendencias regalistas de Francisco de Paula González Vigil, y cuyo celo evangélico no fué conmovido un punto por los alardes de lógica y erudición que desplegara Mariano Amézaga. Luego vió escindido su propio hogar por la intolerancia de su hermana Juana Rosa, cuyo talento literario había cultivado, y definitivamente se apartó entonces de su lado. Y, por añadidura, se le exoneró del cargo que desempeñaba en la administración pública. Retirado a la vida privada, desahogó su ansia de verdad en los estudios filosóficos y vertió sus angustias en la poesía.

Pasaron los años, arrastrando un desfile de ingratos suscesos. Y Nicolás de Piérola, convertido en dictador, confió a Mariano Amézaga las delicadas funciones de auditor general del ejército y árbitro de guerra (19-VI-1880), que debieron ser particularmente intensas debido a la relajación de la disciplina y los peligrosos avances del invasor extranjero. En un episodio de la resistencia muere su hijo Germán Grimaldo. Y probablemente conoce el hecho cuando todo se ha derrumbado ya y las calles de la capital trepidan bajo las botas enemigas. Pero el dolor y la

(1).-Una compilación de los artículos sobre instrucción pública, titulada Problemas

de la Educación Peruana, ha sido editada por Alberto Tauro, bajo los auspicios de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Lima, 1952).

confusión del país lo mueven a callar ante su propio drama; su conciencia intenta establecer causas y efectos para señalar a quienes resultaren culpables; y describe una rápida y encendida visión del momento en El Proceso del Civilismo (Panamá, 1882). Cesan, al fin, el desconcierto y la ruina; la paz abre al país las sendas de la esperanza; y Mariano Amézaga vuelve a la solitaria aspereza de su vida retirada.

Melancólicamente ve agotarse sus energías juveniles, y opacarse el resplandor de su mirada, en tanto que el desengaño aleja de su alma "la fe sencilla". Positivista aferrado a sus principios, compara la ley que su vida cumple al aproximarse a su fin, con la periódica y siempre promisora renovación de la naturaleza. Envidia a los árboles que durante la primavera recobran su color y nuevamente se decoran con las hojas y las flores que el invierno secó. Y parece aguardar con impaciencia su fusión en la nada (2); pues advierte que en la vida jamás sacia el hombre sus ansias de verdad y de bien y, en cambio, sus poéticas ensoñaciones se truecan en desasosiego y miseria bajo la acción de los egoísmos que mueve el hambre (3). Pero su pesadumbre mengua cuando alguna voz le expresa sentimientos solidarios o esboza confianza en los progresos de la razón (4). O cuando recibe el filial homenaje que le brinda Carlos Germán, en pensamientos ajustados a una estrofa irregular (5):

Se muere de hambre un sabio, al tiempo mismo
que un bruto en el poder goza de honores.
Muerto ei sabio, le elogia el patriotismo...

El, mendigo, a su patria hizo favores;

y el bruto que, morir en su egoísmo

dejó al buen ciudadano, aun ve las flores

echadas en su tumba, hosco, violento...

¡Porque le tiene envidia!... porque hambriento
le despreció aquel sabio,

y juzga su poder como un agravio

las efectivas glorias del talento.

Nuevamente le ofrece la vida el tenue calor de unos rescoldos, cuando se le designa profesor de Gramática Castellana en la Escuela Militar, que se inaugura oficialmente el 9 de diciembre de 1889 e inicia sus labores docentes en febrero del año siguiente, bajo la dirección del

(2). Tal es el fondo de su poema A un árbol. En Lira, colección de poesías publicadas en la edición literaria de "El Callao" en el segundo semestre de 1885. Callao, Imp. de "El Callao", 1886. Cf. pp. 33-35.

(3). Así lo expresa en Fragmentos de un poema. En El Ateneo: Tomo VII, No 41, pp. 228-233; Lima, tercer trimestre de 1906.

(4).—Al filósofo Mariano Amézaga (poema). por Mariano José Madueño. En El Perú Ilustrado: No 41, p. 14; Lima, 18-II-1888.

(5).—Bajo el epígrafe de Envidia, apareció inicialmente en La Ilustración Americana: Año I, No 23, p. 275; Lima, 19-VI-1891. Luego fué incluída por su autor en el poemario titulado Cactus (Lima, 1891).

coronel Juan Norberto Eléspuru. Aquietadas se deslizan las tormentosas pasiones que antes empinaron sus bramadora espuma hacia la altiva posición de Mariano Amézaga. Y así rinde su postrer tributo, el 16 de marzo de 1894.

Fué un racionalista, atento a los progresos de la libertad y de la ciencia, y esperanzado en su influjo sobre la vida social y la filosofía positiva; un varón de indeclinable entereza a quien la admiración coetánea llamó "apóstol", y cuyo pensamiento adquiere valor esencial en cuanto se agrega a su nombre el grávido apelativo de "filósofo". Ante su tumba se entretejieron los poéticos laureles de José Santos Chocano (6) y Numa Pompilio Llona (7), así como el severo elogio de José de la Riva Agüero (8). Y la posteridad ha sabido epilogar su vida con un recuerdo permanente, al colocar una placa (28-I-1935) en el lugar donde un tiempo tuvo su morada.

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ARREDONDO, Mariano (1853 1881), periodista. Enrolado en el batallón de Reserva, murió durante la batalla de Miraflores.

Mariano Arredondo, vástago del modesto hogar formado por Juan Arredondo y Beatriz Lugo, nació en Cerro de Pasco el año 1853. Después de haber hecho allí sus estudios elementales, trasladóse a Lima e ingresó al Seminario Conciliar de Santo Toribio (1864). Pasó a la Universidad Mayor de San Marcos (1870), en cuya Facultad de Letras aprobó el año preparatorio que a la sazón bastaba para cursar la carrera de abogado, y luego cursó la Facultad de Jurisprudencia (1871-1874). Sucesivamente optó los grados de Bachiller (26-V-1875) y Licenciado (6).—Ante la tumba de un apóstol (Mariano Amézaga), por José Santos Chocano. En La Integridad: Lima, 7-IV- 1894. Y, corregido, en La Neblina: Año II, No 2, p. 60; Lima, II-1897. (7).—En la muerte de mi eminente condiscípulo y amigo Dr. D. Mariano Amézaga, por Numa Pompilio Llona. En La Integridad: Lima, 13-V-1894. (8). Este elogio dice, en parte: "Después de tres siglos de colonial somnolencia, vino a despertar y culminar el heroico ardimiento del linaje -en Mariano Amézaga-, no ya para luchar contra las furias de los indios y de los elementos, sino para luchar contra más terribles enemigos, contra los errores y los vicios de una sociedad enferma. Autor de libro tan injustamente olvidado y relativamente tan notable como Los dogmas fundamentales del Catolicismo ante el Tribunal de la razón y de buen número de otros folletos de apostolado antirreligioso, Mariano Amézaga se distinguió por la austeridad y pureza moral que ha sido y es glorioso atributo de los principales campeones del librepensamiento en el Perú. Fué un santo hereje; no dulce y manso, a la manera de Vigil, sino con las violencias, las imprecaciones y los furores de un San Pablo. Atacó la religión católica en esa época de horrendo fanatismo, en que el propagandista de incredulidad se reducía a la condición de paria; y, lo que todavía era más audaz, atacó la inmoralidad de los gobiernos, los feos manejos de la hacienda pública, los escándalos del huano y del salitre, y arrojó durísimas verdades al rostro de muy altos personajes. Que hubo en su actitud intemperancia, sobra de intransigencia, exceso, nadie lo niega; pero fué exceso de celo, de valor y de bien".

Cf. Carlos G. Amézaga, por José de la Riva Agüero. En El Ateneo: Tomo VII, No 42, pp. 305-315; Lima, cuarto trimestre de 1906.

(1880) en esta especialidad, con dos tesis, consagradas a estudiar La intervención del Gobierno en la industria comercial de un país y si La confesión del acusado ¿es o no prueba plena? Entonces inició el expediente para obtener el grado de Doctor (1), acuciado ya por la angustia que ocasionaban las alternativas de la guerra con Chile; pero su propósito quedó frustrado por la directa amenaza que las tropas invasoras dirigían hacia la capital, y por la movilización de las reservas para organizar la defensa.

Con excepcional intensidad vibró Mariano Arredondo ante el cariz grisáceo de los sucesos y la voluntad heroica del pueblo, durante aquellos meses. Y de ello es fiel trasunto la "crónica" que diariamente insertaba en las columnas de La Opinión Nacional, pues en ella registra los esfuerzos organizadores del gobierno, las reacciones individuales y colectivas frente a la aproximación del enemigo, las llegadas de los soldados heridos en acción de guerra, las disposiciones sobre ejercicios de tiro y maniobras de la reserva, y las menudas ocurrencias de la vida local. Alguna vez encabeza dicha "crónica" con una encendida proclama, enderezada contra el desaliento, y cuya consigna es "unión y guerra hasta vencer" (3-XI-1880). O exalta la memoria de un bizarro defensor de la Patria, para deducir que su sacrificio impone vencer o sucumbir (31-VII1880). Y su vigorosa propaganda se sincroniza con los movimientos militares. Sólo cesa (24-XII) cuando debe permanecer en el cuartel con su batallón, en las vísperas de su salida (26-XII) a las posiciones defensivas escogidas por el comando. Y bizarramente afianzó con su sangre la lección que antes difundiera su pluma, pues cayó en la batalla de Miraflores (2) cuando el reducto que defendía era hollado por el enemigo.

CORONEL ZEGARRA, Cipriano (1809 - 1869), político y diplomático. Fué diputado por Tacna en el Congreso constituyente de 1839. Representó al Perú en Bélgica. Chile y Estados Unidos. A su actividad e inicativa se atribuye el éxito de las negociaciones que dieron origen a la suscrición del Tratado Continental de 1856. Desempeñaba el Ministerio de Gobierno (1863-1864) cuando se produjeron en la hacienda Talambo los incidentes que habrían de conducir hacia el conflicto con España.

Cipriano Coronel Zegarra nació en Tacna, el año 1809, en el hogar formado por José Coronel e Isabel Zegarra. En su ciudad nativa, y bajo la vigilancia paterna, inició su formación personal. Luego pasó a la Universidad de Chuquisaca, donde cursó los estudios de leyes y cánones, con el propósito de aplicar los principios generales del derecho a las modalidades que la independencia nacional impuso en las relaciones individuales y sociales. Optó el bachillerato respectivo en la Universidad de

(1). Cf. la documentación existente en el Archivo Central de la Universidad Mayor de San Marcos.

(2). Una elogiosa mención del ejemplo que Mariano Arredondo legara con su muerte, se halla incluída en Los Mártires de la Patria en la guerra provocada por Chile en 1879 (Lima, 1925), p. 9.

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