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timiento, y adornados de giros felices, de frases bellas, de períodos sonoros, rotundos y cadenciosos, si bien escasean de dialéctica, de profundidad y de método.

Y hé aquí la causa tambien de que tengan doble mérito los discursos de los oradores españoles, oidos desde la tribuna que leidos en el Diario, porque la viveza de ademanes, la pronunciacion clara é intencionada á que se presta el idioma castellano, y el eco armonioso, musical y agradable de nuestra lengua, revisten á la oratoria española de galas y adornos que solo puede prestarles el habla italiana, más dulce y más suave, sin embargo, que la nuestra, pero no tan grave, tan variada y tan á propósito para espresar una idea poética, un pensamiento elevado, un arranque de patriotismo.

Hechas estas ligeras observaciones acerca del objeto del presente trabajo, y de la índole y carácter de la oratoria de nuestros parlamentos, réstanos indicar únicamente el órden y método con que pensamos publicar las biografías de los oradores españoles.

Proponiéndonos tan solo dar una idea ligera pero exacta de sus cualidades oratorias, hemos creido necesario eliminar de estos bocetos esos detalles empalagosos y que á nada conducen sobre la vida privada y aun pública de los personajes de que vamos á ocuparnos, en todo aquello que no tenga relacion con su cualidad de oradores de parlamento, trazando á grandes rasgos su fisonomía de tales, para que se reconozca á nuestros políticos por el lado de la oratoria, principal y casi esclusivo objeto de este trabajo.

La insercion íntegra del mejor discurso que cada uno de ellos ha pronunciado en las córtes españolas de

las tres épocas en que se ha practicado el sistema representativo, será el mejor justificante de nuestras apreciaciones crítico-biográficas, formando su coleccion un tratado completo de derecho público constitucional, y una obra de estudio y de consulta, por la variedad de las materias en ella tratadas, y por la vasta y profunda instruccion que encierra, como producto de muchos talentos, de muchos estudios, de muchas ilustraciones.

Respecto al órden de colocacion de los oradores en nuestra galería, hemos preferido las épocas á las categorías, de modo que nos iremos ocupando de ellos segun vayan llegando los tiempos de su mayor auge y reputacion.

Tambien hemos creido oportuno dar una idea del carácter de las asambleas donde han figurado, porque conociendo de antemano la índole de los congresos y las circunstancias políticas en que se ha verificado su convocacion, podrá conocerse mejor el mérito y la importancia de sus oradores.

En este supuesto, ocupémonos ya de las cortes de Cádiz y de sus miembros más distinguidos, como el orígen aquellas de nuestro actual sistema representativo, y como maestros y modelos los últimos de nuestros oradores contemporáneos.

CORTES GENERALES Y ESTRAORDINARIAS

DE 1810.

La asamblea española congregada en la Isla de Leon el 24 de setiembre de 1810, es sin disputa la más notable de cuantas se han conocido en Europa bajo la forma de gobierno representativo, si no por los sangrientos resultados de las revoluciones que promoviera, por la solemnidad de su congregacion, por la majestad de sus actos, por sus gloriosos esfuerzos, por lo grave y terrible de las circunstancias en que se reunia, y por el carácter de originalidad y de grandeza que en ella se revelaba.

Ni el largo parlamento de Inglaterra, ni la asamblea legislativa de Francia fueron, en verdad, más notables que nuestras córtes de Cádiz, compuestas de filósofos y de sábios, al paso que las cámaras citadas se componian de sangrientos revolucionarios ó de sistemáticos reformadores.

Las córtes generales y estraordinarias de 1810 se congregaban efectivamente en circunstancias las más difíciles y arriesgadas.

La nacion desquiciada, abatida, presa de la violen

cia y arbitrariedad del poder real, ejercido por las torpes manos de un orgulloso favorito; un ejército estranjero, el más aguerrido del mundo, dueño de las plazas más importantes y de las cuatro quintas partes del territorio español; dividido el reino en tantos gobiernos como provincias; el pueblo resistiendo aisladamente y sin órden ni concierto la usurpacion estranjera; cautivo en estraño pais el legítimo monarca, y apoderado del trono de San Fernando un rey intruso, con su ejército, su corte y su gobierno, ¿qué iba á hacer aquella asamblea sin recursos, sin centro de accion, sin más territorio que el que pisaba, aislada en un rincon de la Península, y viendo solemnizada su congregacion por los cañonazos de sus enemigos?

¿Con qué medios contaban para dominar al destino, para vencer á la desgracia aquellos ciento y cuatro procuradores de la nacion española, que juraban al pié de los altares reconquistar su patria, rescatar á su rey y defender y salvar á todo trance su libertad é independencia?

¡Ah! Contaban con una fé incontrastable, con una constancia sin límites, con el más puro y ardiente patriotismo.

Una asamblea en tan críticas circunstancias congregada; sin prácticas parlamentarias á que sujetarse; ejerciendo de hecho la suprema soberanía, y cuyos individuos se reunian sin conocerse, sin combinar de antemano el plan de su conducta futura; una asamblea, repetimos, sin mayoría y sin minoría, sin fórmulas parlamentarias, sin organizacion, sin reglamento, sin espíritu de partido, precisamente habia de tener un carácter especial de originalidad en sus sesiones, de grandeza en sus miras, de heroismo en sus actos.

La necesidad y el buen juicio de aquellos legisladores obligóles ante todo á adoptar un reglamento que ordenase el curso de los debates, y estableciese las prácticas más convenientes para evitar la confusion, facilitando sus acuerdos.

Filósofos más bien que publicistas, los discursos de aquellos diputados eran, en lo general, disertaciones académicas, sermones políticos, alegatos forenses, con su exordio, su proposicion, su argumentacion y su epílogo.

Pecando casi todos aquellos oradores del escolasticismo, tan en moda por entonces en las aulas, ordenaban sus discursos con sujecion á reglas retóricas, anunciando el tema en el exordio, sentando premisas y sacando consecuencias.

Esto hacia que aquellas peroraciones apareciesen lánguidas, acompasadas, monótonas; y que si bien graves, lógicas y pomposas, careciesen de gracia, de animacion y de vida.

La poca ó ninguna costumbre de hablar en público, la falta de liceos, de academias y de otras corporaciones análogas en que pudiera ejercitarse la palabra, era la causa de que en un principio muchos de los legisladores de Cádiz llevasen escritos sus discursos, siendo algun catedrático, algun abogado, algun sacerdote, por sus hábitos de perorar en la cátedra, en el foro ó en el púlpito, los únicos que pronunciaban discursos y animaban las discusiones.

Eran escepciones de esta regla general algunos pocos diputados como Argüelles, Mejía, García Herreros, Gutierrez de la Huerta, y otros que, naturalmente oradores, daban calor y vida á los debates con sus improvisaciones y sus réplicas.

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