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vivo en sus afectos, dominado por las ideas reformadoras, ávido, en fin, de fama y de renombre, por precision debia sobresalir D. Agustin Argüelles entre los diputados de las córtes generales y estraordinarias, donde la discusion contínua, la libertad y animacion de los debates y lo crítico y solemne de las circunstancias, motivos eran para que brillasen hombres que, como el diputado por Asturias, poseian las aventajadas dotes de político y de orador.

Así fué en efecto. Desde la primera sesion distinguióse Argüelles como argumentador ingenioso, como orador fácil, como consumado político y hombre de gobierno, si bien en ninguna de sus peroraciones notábanse esos rasgos de verdadera elocuencia, hijos de una imaginacion ardiente ó de un corazon apasionado.

Pecó, por el contrario, D. Agustin de poco lógico en sus arengas, de falta de método en la esposicion de sus ideas, y de poca fuerza y exactitud en sus argumentos. Levantábase por lo comun á hablar sin haber meditado bien la materia de que iba á ocuparse, y confiado en su afluencia prodigiosa, peroraba sin plan, y era por consiguiente difuso y destartalado en sus peroraciones.

Brillaba, aunque pocas veces, por lo sentido de sus frases, si bien para arrebatar á sus oyentes faltábale imaginacion, no siendo por lo mismo sus imágenes notables por la viveza ó por la hermosura.

El metal de su voz, agradable y sonora, escepto cuando se acaloraba, que era chillona y desapacible, daba cierta entonacion y realce á sus discursos, por lo general acompasados, frios y monótonos, como disertaciones académicas.

Desde las primeras sesiones, como ya hemos indicado, adquirió Argüelles la palma de primer orador, dis

putada en un principio por sus compañeros Mejía, García Herreros, Gutierrez de la Huerta é Inguanzo, oradores, en verdad, tan elocuentes, pero muy inferiores al diputado asturiano en conocimientos políticos, en facilidad y en afluencia.

Solo hojeando las Actas de las córtes de Cádiz se comprende hasta qué grado poseia Argüelles estas últimas cualidades. Rarísima era la sesion en que su voz no resonase para tratar de toda clase de asuntos, haciendo alarde de una variedad de instruccion, de una generalidad de conocimientos que sus mayores enemigos no podian menos de admirar y respetar á la vez. Así es que se le veia terciar en discusiones canónicas con los eclesiásticos más instruidos, sostener puntos de derecho con jurisconsultos famosos, y ocuparse con igual lucimiento en materias políticas, administrativas, rentísticas y militares.

Con cualidades tan superiores á todos sus compañeros, fácil le fué al jóven orador de Asturias dar el tono en un principio á una asamblea inesperta y desorganizada, y arrastrar á la mayoría hacia el lado que más le interesaba, imponiéndole sus opiniones y hasta sus caprichos.

Desde el primer debate formal. de las córtes de la isla sobre la libertad de imprenta, ó más bien sobre la abolicion de la prévia censura, ya se echaron de ver el prestigio y la importancia de Argüelles; pues merced á sus discursos votóse la imprenta libre por considerable mayoría, á pesar de la tenaz oposicion del partido antireformista.

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Y no es que aquellos primeros discursos de Argüelles fuesen muy notables, ni muy convincentes y sólidas sus razones, sino que agradaba sobremanera oir por pri

mera vez en España tratar en público una cuestion semejante, y oirla sustentar como lo hacia Argüelles con copia de erudicion, con cierto desenfado y desusada osadía en el estilo, con frases animadas, en tono declamatorio y con modales, si bien decorosos y mesurados, más del trato del mundo y más espresivos é insinuantes que los empleados en el púlpito ó en los tribunales, únicos puntos donde hasta entonces habian oido hablar ante una numerosa concurrencia los españoles.

No hay duda en que la forma influia en el público tanto ó más que la sustancia de aquellos debates, y que los ademanes, el tono y el estilo causaban en los espectadores acaso mayor impresion que las ideas y pensamientos, por nuevos y atrevidos que fuesen.

El aspecto del salon, la forma teatral en que se peroraba, la animacion de la cámara, la vista pintoresca que formaban los representantes del pueblo por sus diversos trajes, todo esto era una gran novedad para el público, que habria de entusiasmarse y simpatizar necesariamente con quien representase su papel en aquel teatro político con más desembarazo, con más propiedad, con más perfeccion. Y como Argüelles era por sus modales, por su declamacion, por su soltura y serenidad un orador de parlamento, al paso que casi todos sus compañeros discutian como académicos, leyendo unos sus discursos, ó perorando otros sin ademanes, y con ese tono reposado y frio, y en ese estilo llano y familiar, usado en amistosas y científicas conferencias, de aquí el que arrancase con frecuencia entusiastas aplausos á las galerías, y que dominase sin rival entre sus admiradores y envidiosos.

Colocado Argüelles al frente del partido liberal, á su iniciativa se debieron las principales reformas introdu

cidas en la política de España, y la formacion del famoso código de Cádiz, que defendió tenaz y brillantemente como el individuo más importante de la comision que redactára.

lo

Empapado D. Agustin en las doctrinas político-filosóficas, tan en boga en Francia en 1789, estribaban las reformas por él iniciadas, y sobre todo la Constitucion de 1812, en el exagerado desarrollo del elemento democrático, gérmen de su ruina y su descrédito, si bien tan perniciosos principios hallábanse mezclados con buenas máximas de gobierno, proclamadas por la escuela inglesa, de la que Argüelles fué constante panegirista y sectario fervoroso.

Muchos y notables fueron los discursos pronunciados por él en defensa de la Constitucion y en cuantas discusiones importantes se suscitaron en las córtes de Cádiz, primera época del gobierno representativo de España y la más envidiable y gloriosa de la vida parlamentaria de Argüelles.

Como quiera que este diputado por sus ideas liberales, por su prestigio en la cámarà popular y por su fama de orador y hombre de gobierno representa ó mas bien simboliza á las córtes de 1810, solo en aquella época principalmente debemos juzgarle. Entre sus numerosos discursos de aquel tiempo merecen particular mencion los pronunciados en defensa de la libertad de imprenta, en contra de los señoríos y de la Inquisicion, y en pró de una sola cámara.

Pero el discurso que más aumentó la fama de Argüelles y remontó hasta lo infinito su reputacion de orador parlamentario fué el pronunciado en defensa de aquellas mismas córtes, atacadas bruscamente por el diputado Vera y Pantoja, instrumento inocente del bando

reaccionario que, débil por su número y sus talentos, trataba de soliviantar la opinion pública contra la cámara popular, ya por medio de manifiestos denigrativos, ya con discursos y proposiciones alarmantes como la que motivó aquellos debates.

A D. Agustin Argüelles, como el primer orador y jefe de la acusada mayoría, tocaba principalmente salir á la defensa de las córtes, y así lo hizo en un largo discurso, que insertamos á continuacion, no porque sea el mejor de los que pronunció en su larga vida parlamentaria, sino más bien porque fué una cumplida vindicacion de la conducta de las córtes de Cádiz, y por consiguiente de la suya propia como jefe y director, y sobre todo porque á él debió el orador de Asturias el sobrenombre de divino con que desde entonces le apellidaron sus parciales y admiradores.

Si se examinan los discursos del Sr. Argüelles en aquella época, se verá que todos ellos pecan de la forma académica y del estilo razonador y frio, propios de un congreso que mas tenia de junta ó concilio que de parlamento. Así es que, á pesar del inmenso número de sus peroraciones é improvisaciones, apenas se encuentra en ellas un período, una frase que indique al orador parlamentario, al orador de las asambleas modernas, de entonacion elevada, de pensamientos atrevidos, de imágenes brillantes y arrebatadoras.

Cuando mas, solo se notan en sus arengas de entonces algunas frases patrióticas y atrevidas, hijas del entusiasmo por la independencia nacional que en todos los corazones rebosaba, como las siguientes: «No olvidemos nunca lo que respondió el senado de Roma á las proposiciones de Aníbal: Sal de nuestro territorio, y entonces trataremos contigo.»

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