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sus riquezas y bienes. No salieron con su intento, ni les aprovechó esta diligencia por dos causas: la primera fué que los saguntinos, para donde de aquellas islas muy en breve se pasa, como hombres de policía y de prudencia, avisados de lo que los cartagineses pretendian, que era quitarles la libertad, los echaron de sus riberas con maña, persuadiendo á los naturales no tuviesen contratacion con los cartagineses. Demás desto, las necesidades y apretura de Cartago forzaron á la armada á dar la vuelta y favorecer á su ciudad, que ardia en disensiones civiles, y juntamente los de Africa comarcanos le hacian guerra; fuera de una cruel peste, con que pereció gran parte de los moradores de aquella muy noble ciudad. Para remedio destos males se dice que usaron de diligencias extraordinarias, en particular hicieron para aplacar á sus dioses sacrificios sangrientos é inhumanos; maldad increible. Ca vueltas las armadas por respuesta de un oráculo, se resolvieron de sacrificar todos los años algunos mozos de los mas escogidos; rito traido de Siria, donde Melchion, que es lo mismo que Saturno, por los moabitas y fenicios era aplacado con sangre humana. Hacíase el sacrificio desta manera: tenian una estatua muy grande de aquel dios con las manos cóncavas y juntas, en que puestos los mozos, con cierto artificio caian en un lioyo que debajo estaba lleno de fuego. Era grande el alarido de los que allí estaban, el ruido de los tamboriles y sonajas, en razon que los aullidos de los miserables mozos que se abrasaban en el fuego no moviesen á compasion los ánimos de la gente, y que pereciesen sin remedio. Fué cosa maravillosa lo que añaden, que luego que la ciudad se obligó y enredó con esta supersticion, cesaron los trabajos y plagas, con que quedaron mas engañados; que así suele castigar muchas veces Dios con nuevo y mayor error el desprecio de la luz y de la verdad y vengar un yerro con otro mayor. Esta ceremonia, no muy adelante ni mucho tiempo despues deste, pasó primero á Sicilia y á España con tanta fuerza, que en los mayores peligros no entendian se podia bastantemente aplacar aquel dios sino era con sacrificar al hijo mayor del mismo rey. Y aun las divinas letras atestiguan que el rey de los moabitas hizo esto mismo para librarse del cerco que le tenian puesto los judíos. Por ventura tenian memoria que Abraham, príncipe de la gente hebrea, por mandado de Dios quiso degollar sobre el altar á su hijo muy querido Isaac; que los malos ejemplos nacen de buenos principios. Y Filon, en la Historia de los de Fenicia, dice hobo costumbre que en los muy graves y extremos peligros el príncipe de la ciudad ofreciese al demonio vengador el hijo que mas queria, en precio y para librar á los suyos de aquel peligro, á ejemplo é imitacion de Saturno, al cual los fenices llaman Israel, que ofreció un hijo que tenia de Anobret, ninfa, para librar la ciudad que estaba oprimida de guerra, y le degolló sobre el altar vestido de vestiduras reales. Esto dice Filon. Yo entiendo que trastrocadas las cosas, como acontece, este autor por Abraham puso Israel, y mudó lo demás de aquella hazaña y obediencia tan notable en la forma que queda dichu.

CAPITULO XVII.

De la edad de Argantonio.

En este mismo tiempo, que fué seiscientos y veinte años antes del nacimiento de Cristo nuestro Señor, y de la fundacion de Roma corria el año 132, concurrió la edad de Argautonio, rey de los tartesos, de quien Silio Itálico dice vivió no menos de trecientos años. Plinio, por testimonio de Anacreonte, le da ciento y cincuenta. A este, como tuviese gran destreza en la guerra y por la larga experiencia de cosas fucse de singular prudencia, le encomendaron la república y el gobierno. Tenian los naturales confianza que con el esfuerzo y buena maña de Argantonio podrian rebatir los intentos de los fenicios, los cuales, no ya por rodeos y engaños, sino claramente, se enderezaban á enseñorearse de España, y con este propósito, de Cádiz habian pasado á tierra firme. Valíanse de sus mañas: sembraban entre los naturales discordias y riñas, con que se apoderaron de diversos lugares. Los naturales, al llamamiento del nuevo Rey, se juntaron en son de guerra, y castigado el atrevimiento de los fenicios, mantuvieron la libertad que de sus mayores tenian recebida; y no falta quien diga que Argantonio se apoderó de toda la Andalucía ó Bética y de la misma isla de Cádiz; cosa hacedera y creible, por haberse muchos de los fenicios á la sazon partido de España en socorro de la ciudad de Tiro, su tierra y patria natural, contra Nabucodonosor, emperador de Babilonia, que con un grueso ejército bajó á la Suria, y con gran espanto que puso, se apoderó de Jerusalem, ciudad en riquezas, muchedumbre de moradores y en santidad la mas principal entre las ciudades de Levante. Prendió demás desto al rey Sedequías, el cual, junto con la demás gente y pueblo de los judíos, envió cautivo á Babilonia. Combatió otrosí por mar y por tierra la ciudad de Tiro, que era el mas noble mercado y plaza de aquellas partes. Los de Tiro, como se vieron apretados, despacharon sus mensajeros para hacer saber á los de Cartago y á los de Cádiz cuán gran riesgo corrian sus cosas si con presteza no les acudian. Decian que, fuese por el comun respeto de la naturaleza, se debian mover á compasion de la miseria en que se hallaba una ciudad poco antes tan poderosa; fuese por ser madre y patria comun de donde todos ellos tenian su orígen; fuese por consideracion de su mismo interés, pues por medio de aquella contratacion poseian sus riquezas, y ella destruida, se perderia aquel comercio y ganancia. No dilatasen el socorro de dia en dia, pues la ocasion de obrar bien como sea muy presurosa, por demás despues de perdida se busca. No les espantasen los gastos que harian en aquel socorro; que, ganada la victoria, les recobrarian muy aventajados. Por conclusion, no les retrajese el trabajo ni el peligro, pues á la que debian todas las cosas y la vida, era razon aventurarlo todo por ella. Oida esta embajada, no se sabe lo que los cartagineses hicieron. Los de Cádiz, hechas grandes levas de gentes y de españoles que llevaron de socorro, con una gruesa armada se partieron la vuelta de Levante. Llegaron en breve á vista de Tiro y de los enemigos. Ayudóles el viento, con que se atrevieron á pasar por medio de la armada de los babilonios y entrar en la ciudad. Con este nuevo socorro, alentados los de Tiro,

que se hallaban en extremo peligro y casi sin esperanza, cobraron un tal esfuerzo, que casi por espacio de cuatro años enteros entretuvieron el cerco con encuentros y rebates ordinarios, que se daban de una y otra parte. Quebrantaron por esta manera el coraje de los babilonios, los cuales por esto y porque de Egipto, donde les avisaban se hacian grandes juntas de gentes, les amenazaban nuevas tempestades y asonadas de guerra, acordaron de levantar el cerco. Parecióle á Nabucodonosor debia acudir á lo de Egipto con presteza antes que por su tardanza cobrasen mas fuerza. Esta nueva guerra fué al principio variable y dudosa, mas al fin Egipto y Africa quedaron vencidas y sujetas al rey de Babilonia; de donde compuestas las cosas, pasó en España con intento de apoderarse de sus riquezas y de vengarse juntamente del socorro que los de Cádiz enviaron á Tiro. Desembarcó con su gente en lo postrero de España á las vertientes de los Pirineos; desde allí sin contraste discurrió por las demás riberas y puertos sin parar hasta llegar á Cádiz. Josefo, en las Antigüedades, dice que Nabucodonosor se apoderó de España. Apellidáronse los naturales, y apercebianse para hacer resistencia. El babilonio, por miedo de algun revés que escureciese todas las demás victorias y la gloria ganada, y contento con las muchas riquezas que juntara y haber ensanchado su imperio hasta los últimos términos de la tierra, acordó dar la vuelta; y así lo hizo el año que corria de las fundacion de Roma de 171. Esta venida de Nabucodonosor en España es muy célebre en los libros de los hebreos; y por causa que en su compañía trajo muchos judíos, algunos tomaron ocasion para pensar y aun decir que muchos nombres hebreos en el Andalucía, y asimismo en el reino de Toledo, que fué la antigua Carpetania, quedaron en diversos pueblos que se fundaron en aquella sazon por aquella misma gente. Entre estos cuentan á Toledo, Escalona, Noves, Maqueda, Yepes, sin otros pueblos de menor cuenta, que dicen tomaron estos apellidos de los de Ascalon, Nove, Magedon, Jope, ciudades de Palestina. El de Toledo quieren que venga de Toledoth, diccion que en hebreo significa linajes y familias, cuales fueron las que dicen se juntaron en gran número para abrir las zanjas y fundar aquella ciudad. Imaginacion aguda sin duda, pero que en este lugar ni la pretendemos aprobar, ni reprobar de todo punto. Basta advertir que el fundamento es de poco momento, por no estribar en testimonio y autoridad de algun escritor antiguo. Dejado esto, añaden nuestros escritores á todo lo suso dicho, que despues de reprimido el atrevimiento de los fenicios, como queda dicho, y vueltos de España los babilonios, los focenses, así dichos de una ciudad de la Jonia, en la Asia menor, llamada Focea, en una armada de galeras, de las cuales los focenses fueron los primeros maestros, navegaron la vuelta de Italia, Francia y España, forzados, segun se entiende, de la crueldad de Harpalo, capitan del gran emperador Ciro, y que en su lugar tenia el gobierno de aquellas partes. Esta gente en lo postrero de la Lucania, que hoy es por la mayor parte la Basilicata, y enfrente de Sicilia edificaron una ciudad, por nombre Velia, donde pensaban hacer su asiento. Pero á causa de ser la tierra mal sana y estéril, y que los naturales los recibieron muy mal, parte dellos se

volvieron á embarcar, con intento de buscar asientos mas á propósito. Tocaron de camino á Córcega; desde allí pasaron á Francia, en cuyas riberas hallaron un buen puerto, sobre el cual fundaron la ciudad de Marsella en un altozano que está por tres partes cercado de mar, y por la cuarta tiene la subida muy agria á causa de un valle muy hondo que está de por medio. Otra parte de aquella gente siguió la derrota de España, y pasando á Tarifa, que fué antiguamente Tarteso, en tiempo del rey Argantonio, avecindados en aquella ciudad, se dice que cultivaron, labraron y adornaron de edificios hermosos, á la manera griega, ciertas islas que caian enfrente de aquellas riberas, y se llamaban Afrodisias. Valió esta diligencia para que las que antes no se estimaban sirviesen en lo de adelante á aquellos ciudadanos de recreacion y deleite; mas todas ban perecido con el tiempo, fuera de una, que se llamaba Junonia. Siguióse tras esto la muerte de Argantonio el año, poco mas á menos, 200 de la fundacion de Roma. Para honrarle dicen le levantaron un solemne sepulcro, y al rededor dél tantas agujas y pirámides de piedra cuantos enemigos él mismo por su mano mató en la guerra. Esto se dice por lo que Aristóteles refiere de la costumbre de los españoles, que sepultaban á sus muertos en esta guisa, con esta soledad y manera de sepulcros.

CAPITULO XVIII.

Cómo los fenicios trataron de apoderarse de España.

Grandes movimientos se siguieron despues de la muerte de Argantonio; y España, á guisa de nave, sin gobernalle y sin piloto, padeció graves tormentas. La fortuna de la guerra, al principio variable, y al fin contraria á los españoles, les quitó la libertad. La venida de los cartagineses á España fué causa destos daños con la ocasion que se dirá. Los fenicios por este tiempo, aumentados en número, fuerzas y riquezas, sacudieron el yugo de los españoles, y recobraron el señorío de la isla de Cádiz, asiento antiguo de sus riquezas y de su contratacion, fortaleza de su imperio, desde donde pensaban pasar á tierra firme con la primera ocasion que para ellos se les presentase. Pensaban esto, pero no hallaban camino ni traza ni ocasion bastante para emprender cosa tan grande. Parecióles que seria lo mejor cubrirse y valerse de la capa de la religion, velo que muchas veces engaña. Pidieron á los naturales licencia y lugar para edificar á Hércules un templo. Decian haberles aparecido en sueños, y mandado hiciesen aquella obra. Con este embuste, alcanzado lo que pretendian, con grandes pertrechos y materiales, le levantaron muy en breve á manera de fortaleza. Muchos, movidos por la santidad y por la devocion de aquel templo y del aparato de las ceremonias que en él usaban, se fueron á morar en aquel lugar, por donde vino en poco tiempo á tener grandeza de ciudad, la cual estuvo, segun se entiende, donde ahora se ve Medina Sidonia, que el nombre de Sidon lo comprueba y el asiento que está enfrente de Cádiz, diez y seis millas apartada de las marinas. Poseian demás desto otras ciudades y menores lugares, parte fundados y habitados de los suyos, parte quitados por fuerza á los comarcanos. Desde estos pueblos que poseian, y princi

palmente desde el templo, hacian correrías, robaban hombres y ganados. Pasaron adelante, apoderáronse de la ciudad de Turdeto, que antiguamente estaba puesta entre Jeréz y Arcos, no con mayor derecho del que consiste en la fuerza y armas. Desta ciudad de Turdeto se dijeron los Turdetanos, nacion muy ancha en la Bética, y que llegaba hasta las riberas del Océano y hasta el río Guadiana. Los Bástulos, que eran otra nacion, corrian desde Tarifa por las marinas del mar Mediterráneo hasta un pueblo que antiguamente se llamó Barea y hoy se cree que sea Vera. Los Turdulos desde el puerto de Mnesteo, que hoy se llama de Santa María, se extendian hacia el oriente y septentrion, y poco abajo de Córdoba, pasado el rio Guadalquivir, tocaban á Sierramorena, y ocupaban lo mediterráneo hasta lo postrero de la Bética. Tito Livio y Polibio hacen los mismos á los Turdulos y Turdetanos, y los mas confunden los términos destas gentes; por esto no será necesario trabajar en señalar mas en particular los linderos y mojones de cada cual destos pueblos, como tampoco los de otros que en ellos se comprebendian, es á saber, los Masienos, Selbicios, Curenses, Lignios y los demás cuyos nombres se hallan en aprobados autores, y sus asientos en particular no se pueden señalar. Lo que hace á nuestro propósito es que con tan grandes injurias se acabó la paciencia á los naturales, que tenian por sospechoso el grande aumento de la nueva ciudad. Trataron desto entre sí, determinaron de hacer guerra á los de Cádiz, tuvieron sobre ello y tomaron su acuerdo en una junta, que en dia señalado hicieron, donde se quejaron de las injurias de los fenicios. Despues que les permitieran edificar el templo, que se dijo estar en Medina Sidonia, haber echado grillos á la libertad, y puesto un yugo gravísimo sobre las cervices de la provincia, como hombres que eran de avaricia insaciable, de grande crueldad y fiereza, compuestos de embustes y de arrogancia, gente impía y maldita, pues con capa de religion pretendian encubrir tan grandes engaños y maldades, que no se podian sufrir mas sus agravios; si en aquella junta no habia algun remedio y socorro, que serian todos forzados, dejadas sus casas, buscar otras moradas y asiento apartado de aquella gente; pues mas tolerable seria padecer cualquier otra cosa, que tantas indignidades y afrentas como sufrian ellos, sus mujeres, hijos y parientes. Estas y semejantes razones en muchos fueron causa de gemidos y lágrimas; mas sosegado el sentimiento y hecho silencio, Baucio Capeto, príncipe que era de los Turdetanos: « De ánimo, dice, cobarde y sin brio es llorar las desgracias y miserias, y fuera de las lágrimas no poner algun remedio á la desventura y trabajos. Por ventura, ¿no nos acordarémos que somos varones, y tomadas luego las armas vengarémos las injurias recebidas? No será dificultoso echar de toda la provincia unos pocos de ladrones, si los que en número, esfuerzo y causa les hacemos ventaja, juntamos con esto la concordia de los ánimos. Para esto hagamos presente y gracia de las quejas particulares que unos contra otros tenemos á la patria comun, porque las enemistades particulares no scan parte para impedirnos el camino de la verdadera gloria. Demás desto, no debeis pensar que en vengar nuestros agravios se ofende Dios y la religion, que es el velo de que ellos se cubren. Ca el cielo

ni suele favorecer á la mallad, y es mas justo persuadirse acudirá á los que padecen injustamente, ni hay para qué temer la felicidad y buena andanza de que tanto tiempo gozan nuestros enemigos; antes debeis pensar que Dios acostumbra dar mayor felicidad y sufrir mas largo tiempo sin castigo aquellos de quien pretende tomar mas entera venganza, y en quien quiere hacer mayor castigo para que sientan mas la mudanza y miseria en que caen. » Encendiéronse con este razonamiento los corazones de los que presentes estaban, y de comun sentimiento se decretó la guerra contra los fenicios. Nombráronse capitanes, mandáronles hiciesen las mayores juntas de soldados y lo mas secretamente que pudiesen, para que tomasen al enemigo desapercebido y la victoria fuese mas fácil. A Baucio encomendaron el principal cuidado de la guerra, por su mucha prudencia y edad á propósito para mandar y por ser muy amado del pueblo. Con esta resolucion juntaron un grueso ejército, dieron sobre los fenicios, que estaban descuidados, venciéronlos, sus bienes y sus mercaderías dieron á saco, tomáronles las ciudades y lugares por fuerza en muy breve tiempo, así los conquistados por ellos y usurpados, como los que habian fundado y poblado de su gente y nacion. La ciudad de Medina Sidonia, donde se recogió lo restante de los fenicios confiados en la fortificacion del templo, con el mismo ímpetu fué cercada, y se apoderaron della, sin escapar uno de todos los que en ella estaban que no le pasasen á cuchillo; tan grande era el deseo de venganza que tenian. Pusiéronle asimismo fuego, y echaronla por tierra, sin perdonar al mismo templo, porque los corazones irritados, ni daban lugar á compasion, ni la santidad de la religion y el escrúpulo era parte para enfrenallos. En esta manera se perdieron las riquezas ganadas en tantos años y con tanta diligencia, y los edificios soberbios en poco tiempo con la llama del furor enemigo fueron consumidos, en tanto grado, que á los fenicios en tierra firme solo quedaron algunos pocos y pequeños pueblos, mas por no ser combatidos que por otra causa. Reducidos con esto los vencidos en la isla de Cádiz, trataron de desamparar á España, donde entendian ser tan grande el odio y malquerencia que les tenian. Por lo menos, no teniendo esperanza de algun buen partido ó de paz, se determinaron de enviar por socorros de fuera. Esperar que viniesen desde Tiro en tan grande apretura era cosa muy larga. Resolviéronse de llamar en su ayuda á los de Cartago, con quien tenian parentesco por ser la origen comun y por la contratación amistad muy trabada. Los embajadores que enviaron, luego que les dieron entrada y señalaron audiencia en el Senado, declararon á los padres y senadores cómo las cosas de Cádiz se hallaban en extremo peligro, sin quedar esperanza alguna si no era en su solo amparo; que no trataban ya de recobrar las riquezas que en un punto se perdieron, sino de conservar la libertad y la vida; la ocasion que tantas veces habian deseado de entrar en España, ser venida muy honesta por la defensa de sus parientes y aliados, y para vengar las injurias de los dioses inmortales y de la santísima religion profanada, derribado el templo de Hércules y quitados sus sacrificios, al cual dios ellos honraban principalmente. Añadian que ellos, contentos con la libertad y con lo que antes poseian, los demás

nios de la victoria, que serian mayores que nadie saba ni ellos decian, de buena gana se los dejarian. Senado de Cartago, oida la embajada de los de Cá→ respondieron que tuviesen buen ánimo, y promeon tener cuidado de sus cosas; que tenian grande eranza que, los españoles en breve, por el sentinto y experiencia de sus trabajos, pondrian fin á las rias; sufriésense solamente un poco de tiempo, y se etuviesen en tanto que una armada, apercebida de o lo necesario, se enviase á España, como en breve aria. Eran en aquel tiempo señores del mar los carineses; tenian en él gruesas armadas, quier por la tratacion, que es titulo con que estos tiempos las ves de Társis ó Cartago se celebran en los divinos lios, quier para extender el imperio y dilatalle, pues sabe que poseian todas las marinas de Africa, y esan apoderados en el mar Mediterráneo de no pocas as. Hasta ahora la entrada en España les era vedada, r las razones que arriba se apuntaron; por esto tanto a mayor voluntad la armada cartaginés, cuyo capise decia Maharbal, partida de Cartago por las islas leares y por la de Ibiza, donde hizo escala con enos temporales, llegó á Cádiz año de la fundaon de Roma 236. Otros señalan que fué esto no cho antes de la primera guerra de los romanos on los cartagineses. En cualquier tiempo que esto ya sucedido, lo cierto es que, abierta que tuvien la entrada para el señorío de España, luego corrien las marinas comarcanas y robaron las naves que dieron de los españoles. Hicieron correrías muchas muy grandes por sus campos; y no contentos con to, levantaron fortalezas en lugares á propósito, desde onde pudiesen con mas comodidad correr la tierra y lar los campos comarcanos. Movidos por estos males s españoles, juntáronse en gran número en la ciudad e Turdeto, señalaron de nuevo á Baucio por general e aquella guerra. El, con gentes que luego levantó, toó de noche á deshora un fuerte de los enemigos de uchos que tenian, el que estaba mas cerca de Tureto, donde pasó á cuchillo la guarnicion, fuera de poos y del mismo capitan Maharbal, que por una puerta Isa escapó á uña de caballo. En prosecucion desta ictoria, pasó adelante y hizo mayores daños á los eneigos, venciéndolos y matándolos en muchos lugares. stas cosas acabadas, Baucio tornó con su gente carada de despojos á la ciudad. Los cartagineses, visto ue no podian vencer por fuerza á los españoles, usaon de engaño, propia arte de aquella gente; mostraon gana de partidos y de concertarse, ca decian no er venidos á España para hacer y dar guerra á los naurales, sino para vengar las injurias de sus parientes y astigar los que profanaron el templo sacrosanto de Hércules, Que sabian y eran informados los ciudadanos de Turdeto no haber cometido cosa alguna, ni en desacato de los dioses ni en daño de los de Cádiz; por tanto, no les pretendian ofender, antes maravillados de su valentía, deseaban su amistad, lo cual no seria de poco provecho á la una nacion y á la otra; que dejasen las armas y se diesen las manos y respondiesen en amor á los que á él les convidaban; y para que entendiesen que el trato era llano, sin engaño ni ficcion alguna, quitarian de sus fuerzas y castillos todas las guarniciones, y no permitirian que los soldados hiciesen algun daño

ó agravio en su tierra. A esta embajada los turdetanos respondieron que entonces les seria agradable lo que les ofrecian, cuando las obras se conformasen con las palabras ; la guerra que ni la temian ni la deseaban; la amistad de los cartagineses ni lá cstimaban en macro, ni ofrecida la desecharian. Aseguraban que los turdetanos eran de tal condicion, que las malas obras acostumbraban á vencer con buenas, y las ofensas con hacer lo que debian; que los desmanes pasados no sucedieron por su voluntad, sino la necesidad de defenderse les forzó á tomar las armas. En esta guisa los cartagineses, con cierto género de treguas, se entretuvieron y repararon cerca de las marinas. Sin embargo, desde. allí, puestas guarniciones en los lugares y castillos, hacian guerras y correrías á los comarcanos. Si se jun❤ taba algun grueso ejército de españoles con deseo de venganza, echaban la culpa á la insolencia de los soldados, y con muestra de querer nuevos conciertos, engañaban á aquellos hombres simples y amigos de sosiego, y se pasaban á acometer otros, haciendo mal y daño en otras partes. Era esto muy agradable á los de Cádiz, que llamaron aquella gente. A los españoles por la mayor parte no parecia muy grave de sufrir, como quier que no hagan caso ordinariamente los hombres de los daños públicos cuando no se mezclan con sus particulares intereses. Con esto, el poder de los cartagineses crecia de cada dia por la negligencia y descuido de los nuestros, bien así como por la astucia dellos. Lo cual fué menos dificultoso por la muerte de Baucio, que. le sobrevino por aquel tiempo, sin que se sepa que haya tenido sucesor alguno heredero de su casa.

CAPITULO XIX.

Cómo los cartagineses se levantaron contra los de Cádiz.

No se harta el corazon humano con lo que le concede la fortuna ó el cielo; parecen soeces y bajas las cosas que primero poseemos cuando esperamos otras mayores y mas altas: grande polilla de nuestra felicidad; y no menos nos inquieta la ambicion y naturaleza del poder y mando, que no puede sufrir compañía. Muerto Baucio, los cartagineses, codiciosos del señorío de toda España, acometieron á echar de la isla de Cádiz á los fenicios, sin mirar que eran sus parientes y aliados, y que ellos los llamaron y trajeron á España, que la co dicia del mandar no tieue respeto á ley alguna ; y ganada Cádiz, entendian les seria fácil enseñorearse de todo lo demás. Tenian necesidad para salir con su intento de valerse de artificio y embustes. Comenzaron á sembrar discordias entre los antiguos isleños y los fenicios. Decian que gobernaban con avaricia y soberbia, que tomaban para sí todo el mando, sin dar parte ni cargo alguno á los naturales; antes usurpadas las púplicas y particulares riquezas, los tenian puestos en miserable servidumbre y esclavonía. Por esta forma y con estas murmuraciones, como ambiciosos que eran y de malas mañas, hombres de ingenios astutos y malos, ganaban la voluntad de los isleños, y hacian odiosos á los fenicios. Entendido el artificio, quejábanse los fenicios de los cartagineses y de su deslealtad, que ni el parentesco, ni la memoria de los beneficios recebidos, ni la obligacion que les tenian los enfrenaban y detenián para que no urdiesen aquella maldad y la

llevasen adelante. No aprovecharon las palabras, por estar los corazones dañados: los unos llenos de ira, y los otros de ambicion. Fué forzoso venir á las armas y encomendarse á las manos. Los de Fenicia acometierón primero á los cartagineses, que descuidados estaban, y no temian lo que bien merecian; á unos mataron sin hallar resistencia, otros se recogieron á una fuerza que para semejantes ocasiones habian levantado y fortificado en lo postrero de la isla, en frente del promontorio llamado Cronio antiguamente. Hecho esto, volvieron la rabia contra las casas y los campos de los cartagineses, que por todas partes les pusieron fuego, y saquearon sus riquezas. Ellos, aunque alterados con

escriben, ni tener voluntad de confirmar con argumentos lo que dicen sin mucha probabilidad. Añaden que sabidas estas cosas en Cartago por cartas de Maharbal, dieron inmortales gracias á los dioses, y que fué tanto mayor la alegría de toda la ciudad, que á causa de tener revueltas sus cosas, no podian enviar armada que ayudase á los suyos y los asistiese para conservar el imperio de Cádiz. Fué así, que los de Cartago llevaron lo peor, primero en una guerra que en Sicilia, des pues en otra que en Cerdeña hizo Maqueo, capitan de sus gentes. Siguióse un nuevo temor de una nueva guerra con los de Africa, de que se hablará luego, que hizo quitar el pensamiento del todo al Senado carta

trabajo tan improviso, alegrábanse empero entre aque-ginés de las cosas de España. Por esta causa, los car

llos males de tener bastante ocasion y buen color para tomar las armas en su defensa y echar los fenicios de la ciudad, como en breve sucedió; que recogidos los soldados que tenian en las guarniciones y juntadas ayudas de sus aliados, se resolvieron de presentar la batalla y acometer á aquellos de los cuales poco antes fueran agravados, destrozados y puestos en huida. No se atrevia el enemigo á venir á las manos ni dar la batalla, ni se podia esperar que por su voluntad vendrian en algun partido, por estar tan fresco el agravio que hicieron á los de Cartago. Pusiéronse los cartagineses sobre la ciudad, y con sitio, que duró por algunos meses, al fin la entraron por fuerza. En este cerco pretenden algunos que Pefasmeno, un artífice natural de Tiro, inventó de nuevo para batir los muros el ingenio que llamaron ariete. Colgaban una viga de otra viga atravesada, para que puesta como en balanzas se moviese con mayor facilidad y hiciese mayor golpe en la muralla. Esta desgracia y daño que se hizo á los fenicios, dió ocasion á los comarcanos de concebir en sus pechos gran odio contra los cartagineses. Reprehendian su deslealtad y felonía, pues quitaban la libertad y los bienes á los que, demás de otros beneficios que les tenian hechos, los llamaron y dieron parte en el señorío de España; que eran impíos é ingratos, pues sin bastante causa habian quebrantado el derecho del hospedaje, del parentesco, de la amistad y de la humanidad. Los que mas en esto se señalaron fueron los moradores del puerto de Mnesteo, por la grande y antigua amistad que tenian con los fenicios. Echaban maldiciones á los cartagineses, amenazaban que tal maldad no pasaria sin venganza. De las palabras y de los denuestos pasaron á las armas. Juntáronse grandes gentes de una y de otra parte; pero antes de venir á las manos, intentaron algun camino de concierto. Temian los cartagineses de poner el resto del imperio y de sus cosas en el trance de una batalla; y así, fueron los primeros que trataron de paz. El concierto se hizo sin dificultad. Capitularon desta manera que de la una y de la otra parte volviesen á la contratacion; que los cautivos fuesen puestos en libertad, y de ambas partes satisficiesen los daños en la forma que los jueces árbitros que señalaron determinasen. Para que todo esto fuese mas firme, pareció á la manera de los atenienses decretar un perpetuo olvido de las injurias pasadas; por donde se cree que el rio Guadalete, que se mete en el mar por el puerto de Mnesteo, se llamó en griego Lethes, que quiere decir olvido. Mas cosas traslado que creo, por no ser fácil ni refutar lo que otros

tagineses que residian en Cádiz, perdida la esperanza de poder ser socorridos de su ciudad, con astucia y fingidos beneficios y caricias trataron de ganar las voluntades de los españoles. Los que quedaron de los fenicios, contentos con la contratacion para que se les dió libertad, con la cual se adquieren grandes riquezas, no trataron mas de recobrar el señorío de Cádiz. En este tiempo, que corria de la fundacion de Roma el año 252, España fué afligida de sequedad y de hambre, falta de mantenimientos, y de muchos temblores de tierra, con que grandes tesoros de plata y oro, que con el fuego de los Pirineos estaban en las cenizas y en la tierra sepultados, salieron á luz por causa de las grandes aberturas de la tierra, que fueron ocasion de venir nuevas gentes á España, las cuales no hay para qué relatallas en este lugar. Lo que hace al propósito es que desde Cartago, pasado algun tiempo, se envió nueva armada, y por capitanes Asdrúbal y Amilcar, hijos que eran del Magon de suso nombrado y ya difunto. Estos de camino desembarcaron en Cerdeña, donde fué Asdrúbal muerto de los isleños en una batalla; hijos deste fueron Aníbal, Asdrúbal y Safon. Amilcar dejó la empresa de España á causa que los sicilianos, sabida la muerte de Asdrúbal, y habiendo Leonidas Lacedemonio llegado con armada en Sicilia, se determinaron á mover con mayor fuerza la guerra contra los cartagineses. A esta guerra acudió y en ella murió Amilcar, que dejó tres hijos, es á saber, Himilcon, Hannon y Gisgon. Demás desto Dario, hijo de Histaspe, por el mismo tiempo tenia puestos en gran cuidado los cartagineses con embajadores que les envió para que les amistad, y juntamente les pidiesen ayuda para la guerra declarasen las leyes que debian guardar si querian su que pensaba hacer en Grecia. Los cartagineses no se atrevian, estando sus cosas en aquel peligro y balance, á enojalle con alguna respuesta desabrida, si bien no pensaban envialle socorro alguno ni obedecer á sus mandatos. Deste Dario fué hijo Jerjes, el cual el año tercero de su imperio, y de la fundacion de Roma 271, á ejemplo de su padre, trató de hacer guerra en Grecia; y por esta causa los griegos que con Leonidas vinieron á Sicilia fueron para resistirle llamados á su tierra. Con esto el Senado cartaginés comenzó á cobrar aliento despues de tan larga tormenta; y cuidando de las cosas de España, se resolvió de enviar en ayuda de los suyos á aquella provincia en cuatro naves novecientos soldados, sacados de las guarniciones de Sicilia, con esperanza que daban de enviar en breve mayores socorros. Estos de camino echaron anclas y desembarcaron en

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