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DE

AUTORES ESPAÑOLES,

DESDE LA FORMACION DEL LENGUAJE HASTA NUESTROS DIAS,

OBRAS

DEL

PADRE JUAN DE MARIANA.

COLECCION DISPUESTA Y REVISADA, CON UN DISCURSO PRELIMINAR,

POR

D. F. P. y M.

TOMO PRIMERO.

MADRID.

M. RIVADENEYRA.- EDITOR. IMPRESOR.

SALON DEL PRADO, 8.

DISCURSO PRELIMINAR.

¿QUIÉN era MARIANA? Quién era ese hombre, que sin mas armas que la pluma se atrevia á desafiar los dos mas formidables poderes de su siglo, la Inquisicion y los reyes? ¿Era un filósofo sincero, o uno de esos escritores que halagan las pasiones de los pueblos solo para hacerlos instrumentos de sus ocultas y ambiciosas miras? ¿Cómo el que fué consultor del Santo Oficio pudo negar la autenticidad de la Vulgata y denunciar sin tregua los abusos de la Iglesia? Cómo el que no vaciló en dedicar al monarca sus principales obras pudo legitimar en las mismas y hasta santificar el regicidio? Como el que de muy jóven habia abrazado con ardor la regla de San Ignacio pudo revelar á los ojos del mundo las enfermedades de la Compañía, á la cual debia con este solo paso hacerse sospechoso?

Fué decididamente católico, fué decididamente monárquico, fué decididamente uno de los que mas escribieron porque se realizasen en algun tiempo los sueños de Hildebrando; ¿por qué, sin embargo, ha debido correr sobre párrafos enteros de sus obras la fatal pluma de los inquisidores? Por qué su libro De Rege ha debido ser quemado en Paris por mano del verdugo? Por qué ha debido ser terminantemente prohibido su folleto sobre la alteracion de la moneda, que tanto habia amargado ya los dias de su vida? ¿Predicaba acaso ese hombre una doctrina nueva para su siglo? ¿Vertió acaso ideas sediciosas que pudiesen inspirar serios temores por la tranquilidad del Estado ó de la Iglesia?

MARIANA no es aun conocido ni en su patria. Escribió de filosofía, de religion, de política, de economía, de hacienda; sondó todas las cuestiones graves de su época; emitió su opinion sobre cuanto podia lastimar sus creencias y la futura paz del reino; pero, como si no existiesen ya sus obras ni quedase de ellas memoria, es considerado aun, no como un hombre de ciencia, sino como un zurcidor de frases, como un literato que apenas ha sabido hacer mas que poner en buen estilo los datos históricos recogidos por sus antecesores. Llevó indudablemente un plan en cuanto dió a la prensa, y este plan no ha sido aun de nadie comprendido; tuvo, como pocos, ideas, al parecer, demasiado adelantadas para su época, y estas ideas son aun el secreto de un círculo reducido de eruditos. Fué, como ninguno, audaz é independiente, no cejó ante el peligro, creció en él y llamó sin titubear sobre si las iras de los que mas podian; habló, gritó, tronó contra todo

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lo que le pareció digno de censura; ¿quién, no obstante, le ha apreciado aun sino como un escritor que ha compuesto tranquilamente en su retrete un libro, donde lo de menos era influir en la marcha de los sucesos públicos, y lo de mas dar á conocer la gala y majestad de la lengua castellana? ¿Qué se conoce de él entre nosotros mas que su Historia general de España?

¡Si cuando menos hubiesen sabido juzgarla! Mas ¿dónde está, han dicho, la crítica y la filosofia de ese hombre? ¿No es él quien, despues de haber desechado como inverosímiles antiguas y respetables tradiciones, ha consagrado páginas enteras de su libro á fábulas que hasta el sentido comun rechaza? ¿Qué nos ha dicho acerca del objeto que lleva la especie humana ni acerca del camino que esta sigue para llegar á la realizacion de sus deseos? ¿No ha convertido acaso la historia de los pueblos en una serie cronológica de biografías de príncipes y reyes?

Han subido aun de punto los cargos cuando algun crítico, entre tantos, queriendo hacerse superior á sus predecesores, ha vuelto los ojos al libro De Rege ó á otra de sus obras políticosociales. ¿Dónde está, ha dicho, el sentimiento monárquico de un hombre que deriva el poder real del consentimiento de los pueblos, consigna el derecho de insurreccion y da hasta á los particulares la facultad de atentar contra la vida de un monarca? ¿Qué reglas nos ha dado para distinguir de los reyes á los que él llama tiranos? Si admitimos que un hombre puede matar al rey que viole las leyes fundamentales de un Estado y se escude tras las armas de soldados elegidos entre el mismo pueblo, ¿qué razon habrá para castigar al que mate á otro hombre cuyos crímenes, cometidos á la sombra de la hipocresía, escapen á la accion de la justicia? El regici– dio, por buenos que puedan ser sus resultados, ¿no será siempre un delito en el que lo cometa? ¿Por qué pues ha debido guardar el autor las mas bellas flores de su elocuencia para esparcirlas hasta con amor sobre el sepulcro de Jacobo Clemente, matador de Enrique III de Francia, vengador, segun MARIANA, de la familia de los Guisas? Ese libro De Rege armó indudablemente la mano de Ravaillac contra Enrique IV; es hasta un borron para nuestra patria que haya sido escrito y comentado por plumas españolas.

No falta quien en vista de tan graves acusaciones haya salido á su defensa, sobre todo en nuestros tiempos, en que las nuevas ideas políticas le han hecho considerar como un escritor que preveia y determinaba ya la forma democrático-monárquica bajo la cual vivimos; pero dejando á un lado todo espíritu de partido, esos ardientes defensores ¿han sido tampoco mas inteligentes ni mas justos? ¿A qué puede ser debido su entusiasmo? A que MARIANA, buscando un correctivo á la tiranía, no le haya encontrado sino en la espada de un soldado ó en el puñal de un asesino? A que MARIANA, creyendo corrompida la nobleza de su tiempo, la haya deprimido de continuo hasta hacerla odiosa á los mismos que entonces la adulaban y servian? A que, recordando las victorias obtenidas por las armas de España en Flándes y en Italia, haya clamado contra el desarme de los pueblos y la tendencia de los gobiernos á hacerlos consumir en el ocio y la molicie? A que, bajo el pretexto de que los buenos reyes no necesitan de guardias para sus personas, se haya declarado contra la formacion del ejército por hombres mercenarios? ¿Cómo no han advertido, al leer la obra á que principalmente nos referimos, que todas estas ideas han sido sugeridas al autor por un solo pensamiento, por el pensamiento de organizar una teocracia poderosa, ante la cual debiesen enmudecer el rey y la nobleza, únicos obstáculos que se oponian á la sa— tisfaccion de sus deseos? Pues qué, ¿no le han visto á cada paso abogando porque los obispos ocupen los primeros puestos del Estado; porque se les confirmen á estos, no solo sus pingües mayorazgos, sino la tenencia de los alcázares con que habian hecho ó podian hacer frente a las constantes invasiones de la aristocracia y á las de la corona? Vese claramente que MARIANA aspi

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