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mo queda dicho antes) cuando en un mismo tiempo |
el almirante y don Garci Alvarez de Toledo hijo del
de Alba por diversos caminos llegaron allí. El de Ara-
gon los recibió muy bien, y les dió muy grata au-
diencia: demás de esto prometió de les acudir y ayu-
dallos; dióles cartas que escribió á los grandes, desta
sustancia: »Amigos y deudos, de vuestro desastre
»nos ha informado nuestro prímo el almirante: cuan-
>>ta pena nos haya dado, no hay para que decillo; ei
>>tiempo en breve declarará cuanto cuidamos de vos
»y de vuestras cosas, y que no escusaremos por el
>>bien de Castilla ningun gasto ni peligro que se ofrez-
»ca. Dios os guarde. De los reales de Piombino á diez
>>de agosto.»

En este comedio en Castilla se gastaron algunos meses en apoderarse de los estados y lugares de los grandes. El rey y el príncipe su hijo, comunicados los negocios entre sí, acordaron se pusiesen guarniciones en las fronteras del reino en lugares convenientes, en especial contra los moros. Resuelto esto, Alonso Giron primo de Juan Pacheco fue nombrado para que estuviese en Hellin y en Humilla por frontero con doscientos de á caballo y cuatrocientos infantes, con que acometió cierto número de moros que entraron por aquella parte, y los desbarató. Mostró en este caso mayor ánimo que prudencia, ca los enemigos se recogieron en un collado que cerca caia: dende de repente con grande alarido cargaron sobre los cristianos que con gran seguridad y descuido recogian los despojes, y por estar esparcidos por todo el campo los destrozaron, sin poder huir, ni tomar las armas, ni hacer ni proveer nada. Los mas fueron muertos, algunos pocos con el capitan se salvaron por los piés perdidas las armas y los estandartes.

Sobre las demás desgracias de Castilla este nuevo revés alteró el ánimo del rey, tanto mas que por el mismo tiempo el príncipe don Enrique, ofendido de nuevo contra don Alvaro de Luna, desde Madrid do estaba con su padre, se retiró á Segovia: causa de nuevo sentimiento para el rey. Determinóse para remedio de tantos males, y buscar algun camino para atajallos, de juntar córtes en Valladolid. El príncipe don Enrique por orden de su padre se llegó á Tordesillas antes que el rey tambien fuese á verse con él, como estaba acordado, en una junta que tuvo, declaró ser su voluntad reconciliase con su hijo y perdonalle; á los caballeros conforme á los méritos de cada cual premiallos ó castigallos, en particular dijo que queria hacer merced y repartir los pueblos y estados de los parciales entre los leales. Los procuradores de las ciudades, cada cual á porfia loaba el acuerdo del rey quien mas podia, mas le adulaba; que es una mala manera de servicio y de agrado tanto mas perjudicial cuanto mas á los príncipes gustoso.

»tierra, si con tiempo no es socorrida. Quiero con
»los profetas antiguos llorar el daño y destruicion de
»la patria; pero quejarse y sospirar solamente, y no
»poner otro remedio á los males fuera de las lágri-
»mas téngolo por cosa vana. Esto es lo que me ha for-
»zado á escribir. En vuestra prudencia, señor, des-
»pues de Dios están puestas todas nuestras esperanzas:
»si no os mueve nuestra miseria, á lo menos la des-
»ventura de vuestro reino os punce: si en alguna
>>cosa se errare, el daño será comun de todos, la afren-
»ta solo vuestra; que la fama y la fortuna de los hom-
»bres corren á las parejas. Este es el peligro de los
»que reinan: las prosperidades pertenecen á todos,
>>las cosas adversas y reveses á solo el príncipe se im-
»putan. Con premio y con castigo, severidad y cle-
»mencia se gobiernan los reinos: así lo enseña la
esperiencia y grandes varones lo dejaron escrito.
»>Cierto término debe haber en esto y guardar cierta
»medida, bien así como en lo demás. No es mi inten-
»to de disputar en este lugar de cosa tan grande:
»traer ejemplos así antiguos como modernos por la
»>una y por la otra parte, ¿qué presta? á muchos le-
»vanto la clemencia, la severidad á pocos, por ven-
»tura á ninguno: poned los ojos en Alejandro, Cesar,
»Salomon, Roboam, en los Nerones. Las partes que
»la aspereza y el rigor por ventura necesario, pero
»usado fuera de tiempo, tienen enconadas, con la
»blandura se han de sanar, y con echar por diverso
»camino que el que hasta aquí se ha tomado. En con-
»clusion cuatro cosas conviene hacer; este es mi pa-
»recer, ojalá tan acertado como es el deseo que de
»acertar tengo. Conviene apaciguar al príncipe, lla-
»mar á los desterrados, soltar á los que están presos,
>>y establecer un perpétuo olvido de las enemigas pa-
»sadas. La facilidad en el perdonar dirá alguno se-
»ria causa de desprecio: verdad es, si el príncipe
»pudiese ser despreciado que tiene valor y ánimo;
»cosa peligrosa es quererse autorizar con la sangre
»de sus vasallos. La falta de castigo dirá otro hará
»hombres atrevidos, y las leyes mandan sea castiga-
»do el desacato y la deslealtad: es así, pero la propia
»loa de los reyes es la clemencia, y toda grande ha-
»zaña es forzoso tenga algo que se pueda tachar; que
»si en algo se quebrantaren las leyes, el bien y la sa-
»lud pública lo recompensarán y soldarán todo. Quie-
»ro últimamente hacer mis plegarias. Ruego á Dios
»que de mis palabras, salidas de corazon muy llano,
esté lejos toda sospecha de arrogancia, y que vues-
»tro entendimiento para determinar cosas tan gran-
»des sea alumbrado con luz celestial que os enseñe
»lo que convendra hacer. » Esta carta dió pesadum-
bre a don Alvaro de Luna; al rey y á todos los bue-
nos fue muy agradable. El conde de Plasencia, leida
esta carta, gustó tanto del ingenio de Valera y de su
libertad, que le recibió en su servicio, y le entregó
su hijo mayor para que le criase y amaestrase.

CAPITULO VII.

De las bodas del rey de Portugal.

Solo Diego Valera procurador de la ciudad de Cuenca á instancia de su compañero y por mandado del rey tomó la mano; y aunque con cierto rodeo, claramente amonestó al rey no permitiese que los grandes, personas de tanta nobleza y de tan grandes méritos suyos y de sus antepasados, fuesen condenados sin oirlos primero: dijo que de otra manera seria inLA prision de tan grandes señores y la huida de justo el juicio, dado que sentenciasen lo que era ra- otros que fueron forzados á salirse de toda Castilla zon. Hernando de Ribadeneyra, hombre suelto de alteró mucho la gente y acarreó graves daños. Tralengua y arrojado amenazó á Valera: dijo que le cos-tábase dentro y fuera del reino de poner á los presos taria caro lo que habló. El rey mostró mal rostro conen libertad, y hacer que los huidos volviesen á su tra aquel atrevimiento: salióse luego de la junta, con tierra. El temor los entretenia y enfrenaba, maestro que dió á entender cuanto le desagradaron las pala- no duradero ni bueno de lo que conviene, ca mudabras de Ribadeneyra. Ocho dias despues Valera es- das las cosas algun tanto, se atrevieron los que esto cribió al rey una carta en esta sustancia: »Dad paz pensaban, á procurallo y ponello por obra. El conde >>señor en nuestros dias. Cuantos males hayan traido de Benavente huyó de la prision: dióle lugar para »á la república las discordias domésticas, no hay pa-ello Alonso de Leon por grandes dádivas de presente, »ra que declarallo: nuestras desventuras dan bastan>>te testimonio de todo, las mas graves que los hom>>bres se acuerdan: todo está destruido, asolado, de>>sierto, y la miserable España la tercera vez se va á

y mayores promesas que le hizo para adelante; del cual Diego de Rivera alcaide del castillo hacia grande confianza. Este dió entrada á treinta soldados en el castillo, que acompañaron al conde en caballos que

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bastante para los cuidados del reino. Don Pedro su suegro estaba muy apoderado del gobierno de mucho tiempo atrás, cosa que los demás grandes la tenian por pesada, y la comenzaban á llevar mal.

para esto tenian apercebidos en un pinar allí cerca, | su padre. Era el rey todavia de tierua edad, y no y le llevaron á Benavente. Con su venida los moradores de aquella villa echaron la guarnicion de soldados que tenian puestos por el rey luego despues acudieron á Alba de Liste que estaba cercada por los del rey, y los forzaron a alzar el cerco; junto con esto se apoderaron de otros pueblos de menos cuenta.

Esta nueva fue de mucha alegría para los buenos, y comunmente para el pueblo. El rey alterado con ella, dejó á don Alvaro en Ocaña con órden de apercebir lo necesario para la guerra de Aragon, y él á grandes jornadas se fué á Benavente; desde donde por hallar aquel pueblo apercebido pasó á Portugal, que halló alegre por las bodas de su rey que poco antes celebró con dona Isabel, hija de don Pedro su tio y gobernador del reino, con quien siete años antes estaba desposade. Fue esta señora de costumbres muy santas, y de apostura muy grande. Deste casamiento nacieron don Juan que murió niño, y doña Juana su hermana que murió sin casar, y otro don Juan que vivió largos años, y heredó el reino de

La muchedumbre del pueblo como quier que sea amiga de novedades, huelga con la mudanza de los señores por pensar siempre que lo venidero será mejor que lo presente y pasado. El que mas se señalaba en tratar de derribar á don Pedro, era don Alonso conde de Barcelos, sin tener ningun respeto á que era su hermano, ni tener memoria de la merced que poco antes le hiciera, que por muerte de don Gonzalo señor de Berganza, que falleció sin hijos poco antes, le nombró y dió título de duque de Berganza: así suelen los hombres muchas veces pagar grandes beneficios con alguna grave injuria; la ambicion y la envidia quebrantan las leyes de la naturaleza. Tenia poca esperanza de salir con su intento, si no era con maldad y engaño persuadió al rey, que era mozo y de poca esperiencia, tomase él mismo el gobierno, y que el agravio y injuria que su suegro

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hizo á su madre en echalla primero del reino, despues acaballa con yerbas (como él decia que lo hizo) la vengase con dalle la muerte: que hasta entonces siempre gobernó soberbia y avaramente, y robó la república; que segun el corazon humano es insaciable, se podía temer que sin contentarse de lo que es lícito, pretenderia pasar adelante, y de dia y de noche pensaria como hacerse rey, para lo cual solo el nombre le faltaba.

Alterado el rey con estos chismes y murmuraciones trató de vengarse de don Pedro él avisado de lo que pasaba, porque en aquella mudanza tan súbita de las cosas no le hiciesen algun desaguisado á él ó á los suyos, y tambien para esperar en qué paraban, y qué término tomaban aquellas alteraciones, se fortificó dentro de Coimbra. Sufren mal los grandes ánimos cualquiera injuria, y mas cuando no tienen culpa así con intento de apoderarse de Lisboa se concertó con los ciudadanos de aquella ciudad que se la entregasen; pero como quier que cosa tan gran

de no pudiese estar secreta, en el camino en que iba para allá con número de soldados, le pararon una celada, con que le fue forzoso venir á las manos. Dióse esta batalla año de nuestra salvacion de 1449: sobre el mes no concuerdan los autores, y hay diversas opiniones; la suma es que en ella murió el mismo don Pedro con muchos de los suyos. Sus émulos y gente curiosa de cosas semejantes decian fue castigo del cielo, ca le hirieron en el corazon con una saeta enarbolada; de la herida murió: persona digna de mejor suerte y de mas larga vida, si bien vivió cincuenta y siete años. Fue de grande ánimo, de aventajada prudencia por la grande esperiencia que tuvo de las cosas. Díjose que el rey sintió mucho la muerte de su tio y suegro: la fama mas ordinaria y el suceso de las cosas convence ser esto engaño, pues por mucho tiempo le fue negada la sepultura; verdad es que adelante le enterraron en Aljubarrota entierro de los reyes, y le hicieron sus honras y exequias. Su hijo don Diego fue preso en la batalla, y adelante

se fué á Flandes: desde allí su tia la duquesa doña Isabel le envió a Roma para que fuese cardenal; doña Beatriz su hermana pasó otrósi á Flandes, y casó con Adolfo duque de Cleves.

Despues desto en Portugal gozaron de una larga paz el rey entrado en edad gobernó el reino sábiamente, si bien fue mas afortunado en la guerra que hizo contra los moros mas mozo, que en la que tuvo contra Castilla en lo postrero de su edad. Mostróse may señalado en la piedad en el rescate de los cautivos que tenian los moros presos en Africa, gastó y derramó grande parte de sus rentas y tesoros, si se puede decir que la derramó, y no mas aina que la empleó santísimamente en provecho de muchos. Tácharle solamente que se entregó á sí y á sus cosas al gobierno de sus criados y cortesanos; creo que

fue mas por llevarlo así aquellos tiempos, y por alguna fuerza secreta de las estrellas que por falta particular suya: daño que fue causa de grandes desgustos y desastres así bien en las otras provincias como en la de Portugal.

CAPITULO VIII.

Del alboroto de Toledo.

QUEDOSE don Alvaro de Luna en Ocaña, segun se ha tocado, para apercebir lo necesario para la guerra de Aragon. Trataba con gran cuidado de juntar dineros, de que tenian la mayor falta. Ordenó que Toledo ciudad grande y rica acudiese con un cuento de maravedís por via de empréstito repartido entre los vecinos; cantía y imposicion moderada asaz, sino

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De un códice que está en las casas consistoriales de Barcelona, copiamos exactamente este dibujo, que representa el rey don Alonso entre los Consellers de Barcelona el día 2 de Abril de 1448, en el acto que hace entrega de los Usatges de Marquilles,

que cosas pequeñas muchas veces son ocasion de otros muy grandes. Dió cuidado y cargo de recoger este dinero á Alonso Cota hombre rico, vecino de aquella ciudad. Opusiéronse los ciudadanos: decian no permitirian que con aquel principio las franque

zas y privilegios de aquella ciudad fuesen quebrantados. Avisaron á don Alvaro: mandó que sin embargo se pasase adelante en la cobranza. Alborotóse el pueblo, y con una campana de la iglesia Mayor tocaron al arma.

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Los primeros atizadores fueron dos canónigos lla- cargos públicos, en particular mandaban que no - mados el uno Juan Alonso, y el otro Pedro Galvez; pudiesen ser escribanos ni abogados ni procuradoel capitan del populazo alborotado fue un odrero (1), res, conforme á una ley ó privilegio del rey don cuyo nombre no se sabe: el caso es muy averiguado. Alonso el Sabio, en que decian y pretendian otorgó Cargaron sobre las casas de Alonso Cota, y pegáron-á la ciudad de Toledo que ninguno de casta de judíos les fuego, con que por pasar muy adelante se quemó en aquella ciudad ó en su tierra pudiese tener ni ofiel barrio de la Madalena, morada en gran parte de cio público ni beneficio eclesiástico. En todo se prolos mercaderes ricos de la ciudad: saqueáronles las cedia sin tiento y arrebatadamente, no daban lugar casas, y no contentos con esto, echaron en prision las armas y fuerza para mirar qué era lo que por las á los que allí hallaron, gente miserable, sin tener leyes y costumbres estaba establecido y guardado: respeto ni perdonar á mujeres, viejos y niños. Suce- solo una grave tiranía se ejercitaba, y atroces agradió este feo y cruel caso á veinte y seis de enero. vios. Unos ciudadanos maltrataban á otros no de otra manera que si fueran enemigos, que fue un cruel espectáculo y daño de aquella noble ciudad; en especial se enderezó el alboroto contra los que por ser de raza de judíos el pueblo los llama cristianos nuevos. El odio de sus antepasados pagaron sin otra causa los descendientes. El alcalde Pero Sarmiento, y su teniente el bachiller Marcos García, á quien por desprecio llama el vulgo hasta hoy Marquillos de Mazarambroz, quien debieran sosegar la gente alborotada, antes los atizaban y soplaban la llama. Tras la revuelta se siguió el miedo de ser castigados por entender les harian guerra cerraron las puertas de la ciudad, que fue lo que solo restaba para despeñarse del todo y remediar un delito con otro mayor; así en breve la alegría que tenian por lo hecho, se les trocó en pesadumbre y les acarreó muchos daños.

Don Alvaro no tenia bastantes fuerzas ni autoridad para sosegar aquellas alteraciones tan grandes, y castigar á los culpados, especial que el dicho Pero Sarmiento le era contrario. Dió aviso al rey de lo que pasaba, el cual á instancia suya y habiéndose en este medio tiempo apoderado de Benavente, acudió á pagar aquel fuego por temor que tenia de aquellos principios no resultasen mayores daños. Por negalle la entrada se alojó en el hospital de San Lázaro. Tiráronle algunas balas desde aquella parte de la ciudad que llaman la Granja, con un tiro de artillería que alli pusieron. Cuando disparaban decian: tomad esa naranja que os envian desde la Grauja desacato notable. Con la venida del rey tomó Però Sarmiento ocasion de hacer nuevas crueldades y desafueros: prendió muchos ciudadanos con color que trataban de entregar al rey la ciudad. Púsolos á cuestion de tormento, en que algunos por la fuerza del dolor confesaron mas de lo que les preguntaban. Robáronles sus bienes, y á muchos dellos quitaron las vidas: cruel carnicería, hacer delito y castigar como á tal la lealtad y el deseo de quietud y reposo, cosa que entre amotinados de ordinario se suele tener y contar por alevosía y gravísima maldad.

1

El rey se fué à Torrijos. Alli fueron algunos caballeros enviados por la ciudad (cuyos nombres aquí se callan) para que le dijesen en nombre de Toledo y de las demás ciudades que si no apartaba de sí á don Alvaro de Luna, y mardaba que á las ciudades se guardasen sus franquezas, darian la obediencia y alzarian por señor al príncipe don Enrique su hijo. Fue grande este desacato, y el sentimiento que causó en el rey no menor así sin dar alguna respuesta despidió aquellos caballeros. Mandó poner sitio sobre la ciudad los naturales llamaron en su ayuda al principe, con cuya llegada se alzó el cerco; pero sin embargo de habellos librado del peligro, y habelle acogido en la ciudad, no le entregaron las llaves de las puertas ni del alcázar. La muchedumbre del pueblo alborotado nunca se sabe templar; ó temen ó espantan, y proceden en sus cosas desapoderadanente. Hicieron á los seis de junio un estatuto en que vedaban á los cristianos nuevos tener oficios y

(1) Por el cual se dijo: soplará el odrero, y alboroarse ha Toledo.

en

Un cierto dean de Toledo natural de aquella ciudad, cuyo nombre y linaje no es necesario declarar aquí, confiado en sus riquezas y en sus letras, especial en la cabida que tenia en Roma, ca fue datario y adelante obispo de Coria (como algunos dicen habello oido á sus antepasados y es así) se retiró á la villa de Santolalla: allí puso por escrito con mayor coraje que aplauso, un tratado en que pretendia que aquel estatuto era temerario y erróneo. Ofrecióse demás desto de disputar públicamente, y defender siete conclusiones que en aquel propósito envió á la ciudad. No contento con esto sobre el mismo caso enderezó una disputa mas larga á don Lope de Barrientos obispo de Cuenca, en que señala por sus nombres muchas familias nobilísimas con parientes del mismo y otros de semejante ralea emparentadas; si de verdad, si fingidamente por hacer mejor su pleito, no me parece conviene escudriñallo curiosamente. Basta que no paró en esto su desgusto y alteracion, antes fue causa (como yo pienso) que el pontifice Nicolao espidiese una bula en que reprueba todas las cláusulas y capítulos de aquel estatuto el tercero año de su pontificado, es á saber el mismo en que sucedió el alboroto de Toledo de que vamos tratando, cuya copia no me pareció seria conveniente poner en este lugar; solo diré que comienza por estas palabras traducidas de latin en castellano: «El »enemigo del género humano luego que vió caer en »buena tierra la palabra de Dios, procuró sembrar »zizaña para que ahogada la semilla no llevase fruto »alguno.» La data desta bula fue en Fabriano año de la Encarnacion de mil y cuatrocientos y cuarenta y nueve á veinte y cuatro de setiembre.

Otra bula que espidió el mismo pontifice Nicolao dos años adelante á veinte y nueve de noviembre, tampoco será necesario eugerilla aquí por ser sobre el mismo negocio y conforme á la pasada. Tampoco quiero poner los decretos que consecutivamente hicieron en esta razon los arzobispos de Toledo don Alonso Carrillo en un sínodo de Alcalá, y el cardenal don Pero Gonzalez de Mendoza en la ciudad de Victoria algunos años despues deste tiempo de la misma sustancia. Casi todo esto que aquí se ha dicho de la revuelta y estatuto de Toledo, dejaron los coronistas de contar, creo con intento de no hacerse odiosos; pareció empero se debia referir aquí por ser cosa tan notable, tomado de ciertos memoriales y papeles de una persona muy grave. Cuál de las partes tuviese razon y justicia, y cuál no, no hay para que disputallo quede al lector el juicio libre para seguir lo que mas le agradare, que podrá por lo que aquí queda dicho, y por otros tratados que sobre este negocio por la una y por la otra parte se han escrito, sentenciar este pleito á tal que sea con ánimo sosegado y sin aficion demasiada á ninguna de las partes.

CAPITULO IX.

De otras nuevas revueltas de los grandes de Castilla,

No cesaba el de Navarra de solicitar á los grandes de Castilla para que se alborotasen. Las ciudades de Murcia y de Cuenca no se mostraban bien afectas para con su rey, de que alguna esperanza tenian el

de Navarra y los otros sus parciales de recobrar sus antiguos estados. Hacian los de Aragon diversas correrías en tierras de Castilla y en la comarca de Requena robaron gran copia de ganados. Demás desto los moradores de aquella villa como saliesen á buscar los enemigos con mayor ánimo que prudencia, fueron vencidos en una pelea que trabaron; sin einbargo la esperanza que tenian los contrarios de apoderarse de Murcia, les salió vana. Acometieron los aragoneses á entrar en Cuenca debajo de la conducta de don Alonso de Aragon hijo del rey de Navarra. Llamólos Diego de Mendoza alcaide de la fortaleza que en aquel tiempo se veia en lo mas alto de la ciudad: al presente hay solamente piedras y paredones, muestra y rastros de edificio muy grande y muy fuerte. Estos intentos salieron tambien en vacio en esta parte á causa que el obispo Barrientos defendió con grande esfuerzo la ciudad.

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Santiago; no falta otrosí quien diga que se halló en esta junta el príncipe de Castilla don Enrique. Quejáronse del mal gobierno de don Alvaro que por su causa la nobleza de Castilla andaba unos desterrados, otros en prisiones despojados de sus estados: que en ningun tiempo tuvo con el rey tanta cabida y privanza como al presente tenia: si no se ligaban entre sí, ninguna esperanza les quedaba ni á los afligidos, ni á los demás, para que no viniesen á perecer todos por el atrevimiento de don Alvaro, que de cada dia se aumentaba. Acordaron que hasta mediado el mes de agosto cada cual por su parte con las mas gentes que pudiese juntar, acudiese á los reales del príncipe don Enrique; pero aunque al tiempo señalado estuvieron puestos cerca de Peñafiel villa de Castilla la Vieja, los grandes se iban poco á poco sin hacer mucha diligencia para acudir á lo que tenian concertado.

del príncipe don Enrique, por ser poco constante en un parecer; y aun el rey de Navarra que acaudillaba á los demás descontentos, sabian estar por el mismo tiempo embarazado en sus cosas propias y en las de Francia. Poseia este príncipe en la Guiena un castillo llamado Maulison, que le entregó el rey de Ingalaterra, y tenia puesto en su lugar para guardalle su mismo condestable. Este castillo acometió á tomar el conde de Fox con un grueso ejercito, en que se contaban doce mil hombres de á pié y tres mil de á caballo. Fortificó sus estancias en lugares á propósito con sus fosos y trincheas: comenzó luego despues desto á batir las murallas.

Pasado este peligro, en Aragon se movieron nue- Detenia á cada uno su particular temor, acordávos tratos con ocasion de la vuelta del almirante de banse de tantas veces que semejantes deseños les saCastilla, de quien se dijo que pasó en Italia. Convo-lieron vanos: demás que no se fiaban bastantemente caron los procuradores de las ciudades y los demás brazos para que se juntasen en Zaragoza: leyéronse los órdenes é instrucciones y mandatos que el rey de Aragon enviaba, y conforme á ellos pretendian que se juntasen las fuerzas del reino y se abriese la guerra con Castilla. Esquivaban los procuradores el rompimiento: decian no estaba bien al reino trocar fuera de sazon la paz que tenian con Castilla, con la guerra, especial ausente el rey, y los tesoros del reino acabados; por esto intentaron otros medios y ayudas: tratóse de casar al príncipe de Viana con hija del conde de Haro; procuraron otrosí que los grandes de Castilla tuviesen entre sí habla, y sobre todo y lo mas principal convidaron al príncipe de Castilla don Enrique para ligarse con los que fuera del reino y dentro andaban descontentos. Atreviéronse á intentar esta prática por no haberse aun el príncipe reConciliado con su padre, antes en su desèrvicio estaba apoderado de Toledo.

La muchedumbre del pueblo le entregó la ciudad: los movedores del alboroto pasado querian darse al rey; por esto y por sus deméritos grandes fueron presos dentro de la iglesia Mayor donde se retrajeron. A los principales alborotadores, que eran los dos canónigos de Toledo, enviaron presos á Santorcaz, para que en aquella estrecha cárcel (que lo es mucho la que en aquel castillo hay) pagasen su pecado: no les quitaron las vidas como merecian, por respeto que eran eclesiásticos. Marcos Garcia, y Hernando de Avila uno de los pricipales delincuentes, fueron arrastrados por las calles, y de muchas maneras maltratados hasta dalles la muerte : agradable espectáculo para los ciudadanos, cuyas casas y bienes ellos robaron, castigo muy debido á sus maldades. La soltura de los moros à la sazon era grande : con ordinarias cabalgadas que hacian, trabajaban, quemaban y robaban los campos del Andalucía á su reino comarcanos; hicieron grandes presas, llegaron hasta los mismos arrabales de Jaen y de Sevilla, que fue grande befa, afrenta de los nuestros y mengua del reino. Su orgullo era tal que el rey moro prometió al de Navarra, el cual hacía gente en Aragon, que si por otra parte acometia á las tierras de Castilla, no dudaria de asentar sus reales y ponerse sobre Córdova, sin cesar de combatilla hasta della apoderarse. Dió el Navarro las gracias á los embajadores por aquella voluntad, pero dilatóse por entonces la ejecucion, sea por no ser buena sazon, sea por no hacer mas odioso aquella su parcialidad, si pasaba tan adelante. En Coruña cerca de Soria se juntaron muchos grandes de Castilla á veinte y seis de julio: halláronse presentes los marqueses de Villena y de Santillana, el conde de Haro, el almirante de Castilla y don Rodrigo Manrique que se intitulaba maestre de

El de Navarra con las gentes que arrebatadamente pudo juntar, acudió al peligro. Puso sus reales en un llano poco distante de los del contrario. Hobo habla entre el yerno y el suegro, pero por mucho que supo decir el de Navarra, no persuadió al de Fox que levantase el cerco escusábase que tenia dada palabra y prometido al rey de Francia de serville en aquella empresa: que no podia alzar el cerco antes de salir con su intento y tomar el castillo. Por esta manera como quier que el de Navarra se volviese á España, los cercados fueron forzados á rendirse á partido que dejase ir á los soldados de guarnicion libres á sus casas. La tardanza del rey de Navarra y poco brio de los grandes dió en Castilla lugar á tratar de reconciliar al príncipe don Enrique con su padre. Con la esperanza que se concluiria la paz, derramaron las gentes que por una y otra parte tenian levantadas: tras esto concertaron las diferencias entre los dos príncipes padre y hijo.

Hecho esto, el rey se quedó en Castilla la Vieja, el príncipe don Enrique volvió á Toledo, do fue recebido con grande aplauso del pueblo con danzas y regocijos á la manera de España: allí finalmente Pero Sarmiento porque trataba de dar aquella ciudad al rey, y por no poner fin y término á los robos y agravios que hacia, fue privado de la alcaidia del alcázar, y del gobierno de la ciudad por principio del año 1450. Quejábase él mucho de su desgracia, imploraba la fe y palabra que el príncipe le diera : no le valió para que no se ejecutase la sentencia y saliese de la ciudad. Llevaba consigo en doscientas acémilas cargados los despojos que robara, tapices, alhombras, paños ricos, bajilla de oro y de plata; hurto vergonzosísimo, demasías y cohechos exorbitantes: bramaba el pueblo y decia era justo le quitasen por fuerza lo que á tuerto robó. No pasaron de las palabras y quejas á las manos: nadie se atrevió á dalle pesadumbre por llevar seguridad del príncipe; verdad es que parte de la presa le robaron en el camino: lo mas dello en Gumiel, do su mujer y hijos estaban, poco despues por mandado del rey fue confiscado.

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