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cha, cuando el bárbaro se metió entre unas cercas donde se encerraban ganados, con intento de pelear desde aquel paraje. Pero en breve le derribó al suelo de una pedrada el alferez García Tineo. Echado en tierra y manejando todavía suespada hirió en la mano derecha al vencedor, el cual cortó la cabeza á Homich, que hasta el último aliento se defendió con mucho ánimo. La grande y opulenta presa fue repartida á los soldados en premio de sus fatigas. Recogió Tineo la cabeza de Homich y sus mas preciosos despojos, con los que entró en Oran con una especie de triunfo.

Entretanto los piratas moros hicieron en las costas de España muchas correrias y daños á que estaban muy acostumbrados. Amposta pueblo situado cerca de la desembocadura del Ebro, fue saqueado y destrozado cruelísimamente. En el reino de Valencia | hicieron algunos desembarcos, acometieron á los pueblos, robaron los ganados, y apresaron las naves mercantes que encontraron, con las mercaderías y pasajeros que iban en ellas. Con esta alternativa de cosas prósperas y adversas se recompensaban mútuamente los daños que unos á otros se hacian.

á tan bellas palabras; porque dejándose arrebatar de la ambicion estos príncipes tan poderosos, comenzó cada uno á poner en obra sus artificios y maquinaciones, sin omitir cosa alguna que fuese conducente á la consecucion del imperio. Eran los siete electores, Alberto, arzobispo de Colonia, Hertmanno, arzobispo de Maguncia, Ricardo, arzobispo de Tréveris, Federico, duque de Sajonia, Joaquin, marqués de Brademburgo, Luis, conde de Palatino, y en caso necesario Luis, rey de Bohemia y de Hungria. La causa de Francisco estaba apoyada por el marqués de Brademburgo, á quien habia ganado con dones y promesas: y á fin de conciliarse el ánimo del sumo pontifice con una accion loable y piadosa, publicó que habia enviado á Pedro Navarro con una armada contra los turcos que molestaban la Italia; mas la verdad fue que esto lo hizo para asegurar con el socorro de las armas al pontífice, que temia tener tan cerca á los españoles. De este modo lo hallo escrito en los historiadores, aunque no me atrevo á salir por fiador de su certeza.

Cuidadoso don Carlos en continuar eficazmente por medio de sus amigos lo que habia comenzado su abuelo Maximiliano, y para aterrar á los que se oponian á su peticion, hizo entrar un ejército flamenco en el territorio de Francfort con pretesto de defender la libertad de los siete electores.

A principios de este año de 1519 se puso el rey en marcha para Barcelona, donde tambien habia mandado celebrar córtes, y alli recibió el aviso de que Maximiliano su abuelo paterno habia fallecido en Belsis, pueblo de la Austria, con cuya nueva se aban- Al mismo tiempo no cesaban los ministros de los donó al dolor por largo tiempo. Maximiliano habia pretendientes, procurando por todo género de mepensado mucho en la eleccion de su sucesor. Al prin- dios conquistar los votos de grandes y pequeños, cipio se inclinaba por don Fernando, para que nin- prometiendo á todos grandes premios y mayores esguno de los de su casa quedase sin un imperio; pues peranzas. Tanta era la ambicion de las partes, que le parecia que don Carlos se hallaba suficientemente por cualquier medio, y sin reparar en lo justo ó inpoderoso, y colmado de gloria con la herencia de justo de ninguno de ellos, aspiraban á la victoria. tantos reinos. Por cuya razon queria que su herma- Por una y otra parte se alegaban razones de gran peno fuese elevado al imperio romano, a fin de que la so que podian abrirles el camino para llegar á la elecasa de Austria tuviese este doble apoyo. Esta reso- vacion que solicitaban. «El rey de Francia Francisco lucion no fue aprobada por sus amigos, y especial- »pedia el imperio establecido por Carlo Magno con mente por Mateo, cardenal de Sion, natural de la »tantas victorias, como una cosa que alguna vez deSuiza, que era afectísimo á la casa de Austria. «¿Qué »bia ser restituida á quien le habia fundado y posei»cosa, decian, debe ser mas apetecible para la casa »do por espacio de muchos siglos ofrecia emplear »de Austria que el que recaiga en un principe tan po- »las inagotables riquezas de Francia en renovar el «deroso la magestad imperial? ¿Y qué cosa mas con- »esplendor del imperio, y arrojar fuera de los limites »veniente para la Alemania que el que su imperio »de Europa al otomano, molestísimo enemigo del >>sea gobernado por un rey poderosísimo que con- >>nombre cristiano, y añadia que no ignoraba la an»tribuya con sus riquezas á defenderle y estenderle? »tiquísima nacion germánica que de ellas habian »Verdaderamente no se puede desear una cosa mas >>salido en otro tiempo los francos, fundadores en »útil al bien público y particular. Así, pues, que no »la Galia de un nobilísimo imperio. » Pero los que >>debia malograrse esta bella y deseada ocasion que estaban por don Carlos recordaban en su recomen>>ahora se presentaba de levantar hasta el cielo la ca- »dacion la memoria de sus abuelos. Que no se debia »sa de Austria. Por lo cual era necesario elevar al im- »dejar á un lado sin hacerle agravio é injuria á aquel >>perio al rey don Carlos, como lo habia aconsejado »que era de estirpe alemana, y nacido de aquella fa>>muchas veces el rey católico don Fernando, varon »milia, de la cual solo se escluian del imperio los que »de suma autoridad y prudencia, incitado del deseo »eran incapaces para él. Que el poder español que >>de establecer en Europa una potencia formidable.»»estaba tan apartado, y tan distante de Alemania, Persuadido con estas razones Maximiliano, que era de carácter fácil y variable, habia comenzado ya á tratar este negocio en la junta de los príncipes electores, con esperanza cierta de que no serian vanos sus deseos. Pero la brevedad de la vida, que muchas veces se muestra adversa á las grandes empresas, le privó de llevar hasta el fin sus designios. El príncipe don Carlos, despues de haber hecho celebrar magníficas exequías á su abuelo, se declaró pretendiente del imperio, y enviando una embajada al rey de Francia Francisco, procuró halagarle y atraerle á su partido para que no fuese su concurrente. El Francés llevó á mal los intentos de Carlos; pero como era de ánimo generoso y franco, respondió ingénuamente, que cada uno debia pelear por el imperio, no con las armas, sino con sus méritos y con el mismo ánimo con que dos rivales desean y pretenden una doncella, que el que de ellos es elegido para esposo, goza de su felicidad sin hacer injuria al otro. Pero verdaderamente los hechos no correspondieron

>>no debia serles tan formidable como el Francés que tenia tan inmediato, y que por tantos siglos habia »sido su émulo.» Juntabase á los amigos de don Car los el dictamen de las ciudades que miraban con indignacion à un príncipe extranjero, y querian se eligiese un César natural del país que usase de su mismo idioma y costumbres. Del mismo parecer fueron los suizos, los cuales enviaron un ministro al pontifice que se hallaba inclinado por ei Francés, suplicándole se dignase interponer sus buenos oficios por aquel príncipe, que siendo nacido y criado en Alemania gobernaría con mas amor á sus compatriotas. Entretanto el arzobispo de Maguncia, que estaba por don Carlos, y el de Tréveris, que era del partido del rey Francisco, defendian cada uno su causa con acrimos y fuertes discursos. Hallábanse perplejos y indecisos los electores hasta que al fin manifestaron inclinarse al de Sajonia. Pero este rehusó constantemente esta dignidad, y declaró que su voto era por don Carlos, así por su grande poder, tan

oportuno para defender el imperio como por las es peranzas que daba su buena indole, por lo cual le parecia digno de ser preferido á todos. Al cabo de muchos debates convinieron los demás con grande unanimidad en el dictámen del de Sajonia: y despues de cinco meses de interregno, el dia veinte y ocho de junio fue proclamado en Franfort solemnemente por el arzobispo de Maguncia don Carlos, por el quinto de los Césares de este nombre, con grande alegría de los pueblos de Alemania, que se congratulaban de su feliz suerte.

Penetró gravemente el ánimo del rey de Francia la nueva de esta eleccion, y irritado de la repulsa dió rienda suelta á su ira sin consideracion á las condiciones del tratado que antes habia hecho con el rey don Carlos. Tampoco este parecia muy inclinado á observarle, á causa de la temprana muerte de la princesa de Francia doña Luisa, y que por este accidente debia tener por esposa, segun lo convenido, á la princesa María su hermana que estaba recien nacida; nupcias tan tardías y obtenidas casi á fuerza por el Frances, habian alejado el ánimo de Carlos de cuinphir lo tratado; y no faltaba quien creia que mas se dirigia esto á armarle asechanzas que á conseguir su afinidad. Atormentado cada uno con el estímulo de propio dolor, se vieron como obligados á declararse la guerra y á destruirse reciprocamente, sin cuidarse del juicio que la fama pudiera hacer de ellos. El rey de Francia para aumentar su poder con los socorros extranjeros, y suscitar un émulo á Carlos, procuró aliarse con Enrique, rey de Inglaterra. Juntáronse los dos para conferenciar en los confines de Picardía y Flandes por espacio de quince dias con mayor gasto que utilidad. Compitieron entre sí en el fausto, en la vana ostentacion de las riquezas, en los vestidos, en los banquetes, en juegos y espectáculos, como si hubieran concurrido no para tratar de la guerra, sino para conciliarse el amor de las mujeres. En una sola cosa convinieron con aquella alianza, y fue que si el rey don Carlos intentase alguna empresa contra Italia, le rechazarian con los mayores esfuerzos. Temia el Francés que el nuevo emperador tuviese sus miras sobre el estado de Milan; y considerando que es mejor la condicion del que declara la guerra, que la del que la defiende, hizo alianza secreta con el pontífice, para invadir el reino de Nápoles. Lo que no tuvo efecto alguno por haber mudado de parecer el pontifice que dirigia todas las cosas á su provecho y comodidad, como es costumbre de los príncipes. De este modo comenzó á suscitarse la cruel y atroz guerra que por tanto tiempo se sostuvo con mucho teson, y á costa de grandes riquezas, con gravísimo perjuicio y ignominia del nombre cristiano.

CAPITULO V.

De la pérdida de una armada española en las costas de Argel, y sublevaciones en Castilla.

HABIENDO sido muerto Homich en el año precedente, le sucedió Aradino su hermano, pirata famosísimo en quien con las riquezas habia crecido la pasion de robar. Encargóse á Moncada la venganza de los daLos que este moro habia hecho en nuestras costas, y juntando brevemente una arinada, navegó con ella á Argel para arrojar del reino al pirata. Hecho el desembarco de la gente comenzaron á suceder las cosas mucho mejor de lo que se esperaba, porque á la primera embestida se apoderó del monte que domina la ciudad, habiendo arrojado de allí á los moros. Entretanto que se preparaba á escalar los muros con grande alegría de los soldados que le pedian los llevase á pelear con el enemigo, acudió Gonzalo Ribera que era compañero de Moncada en el mando, y poniéndose en medio de las tropas mandó que se detuviesen, declamando que aquella empresa era preci

pitada é inmatura; y que debia esperarse al rey de Tremecen, que llegaria en breve con la caballería segun estaba convenido. Pero mientras le esperaron quietos por espacio de siete diás se levantó una horrible tempestad con viento Norte, que estrelló en la costa mas de treinta navíos: muchos perecieron ahogados, y otros fueron muertos ó heclios cautivos por los bárbaros que corrieron á la presa. Hay quien dice, que los muertos llegaron a cuatro mil. Afligido Moncada con tan lamentable suceso, se dirigió a la isla de Ibiza con los restos de la armada para invernar allí. Orgulloso el bárbaro con la victoria que habia ganado por la conjuracion de los elementos, llenó de terror y confusion las costas de España, y haciendo en ellas mucha presa, se retiró con diligencia al Africa.

A este tiempo recibió el rey don Carlos con estraordinaria alegría á Federico Palatino, hermano del duque de Baviera, enviado por los siete electores para darle la nueva de su eleccion al imperio; y le despidió colmado de dones, ofreciéndole que cuanto antes partiria para Alemaña. Tambien escribió entonces á los electores una carta muy afectuosa, significándoles se acordaria eternamente del beneficio recibido. Entre los españoles eran muy varios los pareceres sobre la eleccion de don Carlos al imperio, y cada uno miraba la cosa con bueno ó mal semblante, conforme à la pasion que le dominaba. Fastidiada la reina doña Germana de su estado de viudez y soledad, luego que vino á Barcelona, se casó con un príncipe de la casa de Brandemburg, de consentimiento del rey don Carlos, el cual asistió á las nupcias, y con este motivo mandó hacer fiestas no sin nota de ligereza de ánimo. Habiéndose juntado los catalanes en córtes convinieron de comun acuerdo en resistir á la voluntad del príncipe; y no podian resolverse á hacer el juramento de fidelidad, por no haber sido costumbre entre ellos. Pero examinado el pento, y siguiendo el ejemplo de Castilla y Aragon, lo prestaron por fin, y se concluyeron las córtes, quedando todas las cosas arregladas pacíficamente. Los sardos estuvieron muy prontos en manifestar su obediencia; y habiendo sido enviado Angelo de Villanueva con potestad de iegado, congregó la junta de los isleños, y procuró que sus peticiones fuesen aprobadas y confirmadas por el rey. No lo hicieron así los valencianos que se obstinaron en rehusar el juramento mientras el rey no pasase en persona á la ciudad, y celebrase córtes del reino. El cardenal Adriano, que partió á Valencia á fin de suavizar los ánimos de los grandes, no pudo adelantar cosa alguna. Irritado con los nobles, confirmó al pueblo en el permiso dado por el rey de llevar armas, y de juntarse para hacer frente á los inoros, enemigos incansables; lo que fue principio y origen de grandes caJamidades.

El rey don Carlos que estaba previniéndose para pasar á Alemania, se vió precisado á detenerse por la controversia que se estaba ventilando en Mompeller sobre la posesion de Navarra, de la cual ya se habia tratado dos años antes en el congreso de Noyon. Pero despues de perder mucho tiempo se disolvió la junta sin haber concluido cosa alguna, impidiéndolo la repentina muerte de Boisi, primer ministro de Francia. Originóse otra detencion á causa de las ciudades de Castilla. Trataban secretamente los ministros reales con los arrendadores de aumentar los tributos. para suplir la escasez en que se hallaba el erario. No fue ingrata esta proposición á los oidos del rey, naturalmente propenso a abrazar estos medios. Pero se descubrió por los de Segovia, desde donde se comunicó á Toledo, desde allí á Avila, y finalmente á todas las demás ciudades que conmovidas con tal noticia enviaron diputados para pedir la remision de tan graves cargas. Don Carlos, luego que advirtió el

movimiento de las ciudades, prohibió que ninguno | se hizo pedazos una galera. Yo creo que se tuvo por viniese á hablarle por aquella causa. Pero los toleda- una victoria el haberse escapado el enemigo aunque nos sin intimidarse con esta prohibicion se pusieron tenia mayores fuerzas. El rey don Carlos salió "de en camino y entraron en Cataluña; y habiéndolos Barcelona á principios del año de 1520; vino á Buradmitido con mucha seriedad á besar la mano, los gos, y despues á Valladolid á fin de componer y apaenvió á Mercurio Gatinara para que despachase su ciguar con su presencia los movimientos y alborotos peticion. Pedian los diputados de aquella ciudad que de Castilla, exasperada con verdaderos y con falsos no partiese el rey de España hasta que las cosas del rumores. Por este tiempo murió don Alonso de Araestado quedasen arregladas, ni diese lugar á que gon, que tuvo muchos hijos en una concubina, de los que estaban cprimidos de tributos sufriesen otros los cuales don Juan fue nombrado su sucesor en la nuevos; y que hiciese cumplir los capítulos de las silla arzobispal de Zaragoza, con grave escándalo de córtes de Valladolid, segun lo habia prometido en la religion. ¡ Tales eran entonces las costumbres del ellas. Respondióles Mercurino que no habia tiempo siglo! Recibió el hijo la investidura de esta dignidad para deliberar sobre estas cosas, y que lo que se de- eu dos de junio del mismo año. El dia último de feterminase se comunicaria á los magistrados. Habién- brero, los canónigos de Valencia eligieron arzobispo dolos despachado con tan dura respuesta, se vol- de aquella iglesia al arcediano don Gotofredo de Borvieron á su casa sin fruto alguno de su comision; ja, al cual no quiso confirmar el pontífice por no ser pero llenos de ira y dispuestos a emprender cualquier su eleccion legítima y nombró en su lugar á Everardo atentado. Markano, obispo de Lieja y cardenal. Don Martin García sucedió en la silla de Barcelona, que habia tambien quedado vacante por la muerte de don Alonso. Tantos eran los obispados que disfrutaba este arzobispo por la escesiva indulgencia de los pontifices.

Mientras que los españoles fomentaban su descontento, en el Austria ardian las ciudades en sediciones populares despues de la muerte de Maximiliano. Habian invadido la república hombres de genio inquieto y turbulento, y arrojando á los magistrados, obraban en todo á su antojo sin tener ningun respeto El dictado de alteza, que hasta ahora se habia dado al príncipe ausente. Tambien comenzó á manifestar- al rey como el mas honorífico, se mudó en el de mase en público el famoso Martin Lutero, quien en gestad. En este mismo tiempo comenzaron los grantreinta y uno de octubre del año anterior habia de- des de España á cubrirse delante del rey, y á ser fendido en unas conclusiones una doctrina errónea llamados por él primos, así como pariente, los titucontra las indulgencias pontificias, instigado de la los de Castilla, revocada en cierto modo la antigua ambicion y de la envidia, y fomentado por Juan costumbre de ser llamados por el rey amigos. InmeStaupicio, vicario general de los agustinos, hombre diatamente que llegó aquel á Valladolid, aconsejaron perverso. Ya en este tiempo procedia Lutero impu- á Gesvres sus amigos que no tuviese por vano el nemente, y sin freno alguno, apoyado en la protec- rumor que se habia esparcido, de que se ia acometicion del duque de Sajonia, y con total desprecio y do por la plebe enfurecida. Por lo cual era preciso vilipendio de la autoridad pontificia. Zainglio, otro que se precaviese trasladando al puerto de la Coruña monstruo semejante comenzó en este año á corrom-las córtes que debian congregarse en Santiago, á fin per con detestables errores á los suizos; y se dice que de que tuviese a mano el auxilio de la armada. A la no hay maldad ni vicio tan perverso que no se hallase verdad, el peligro, que cada dia era mayor, le tenia en este heresiarca. ¡Digna religion nacida de tales atemorizado. Porque los ciudadanos de Valladolid, hombres! Pedimos al lector que no tenga estas cosas persuadidos firmemente de que no volverian á ver al por estrañas á la historia que escribimos, pues la serey si llegaba á salir de España, se sublevaron á fin rie de los sucesos nos obliga á no omitirlas pero vol- de no dejarle marchar de la ciudad: justáronse al vamos á nuestra España. son de una campana, y apoderándose de la puerta, Habia el pontifice concedido á don Carlos la déci-intentaron con sus mismos cuerpos impedir la salida ma de las iglesias para los gastos de la guerra sa- con una audacia estúpida. Salió no obstante de la grada; pero se encontraron grandes dificultades en ciudad con Gesvres, en un dia lluvioso y crudo, la ejecucion de esta gracia. Don Alonso, arzobispo apartando sus guardias con dificultad á los que sé de Zaragoza, habiendo juntado su clero, se opuso á oponian. Vino á Tordesillas á visitar á la reina su malos intentos del rey. Lo mismo hicieron las iglesias dre; y noticioso allí de que los magistrados ejercian de Castilla con aprobacion de Jimenez, varon de in- su severidad con los autores del tumulto, mandó que signe probidad. Porque habia parecido una cosa in- inmediatamente pusiesen en libertad á los que estajusta exigir contribuciones del estado eclesiástico ban presos, pues se habian dejado cegar mas por sin consentimiento de los obispos y clero, á quienes amor que por ninguna otra causa. Partiendo despues interesa, no debiendo este ser de peor condicion para Galicia, llegó á Santiago, donde se detuvo, y que el pueblo, á quien solo se le imponen tributos, allí arrojó de su presencia con indignacion á Giron, cuando voluntariamente los consienten. Pero no que solicitaba con insolencia la posesion del ducado pudiendo sacar cosa alguna de las iglesias, fue pues de Medina Sidonia. Los procuradores de las ciudades to entredicho en ellas y se cerraron los temp'os, per- fueron oidos en las córtes poco favorablemente por maneciendo en un triste silencio por espacio de cua- los ministros. Los toledanos, entre quienes sobresatro meses. Finalmente se compuso este negocio, ylia don Pedro Laso, eran los mas inmoderados é inredimiendo el estado eclesiástico con poco gravamen su antigua inmunidad, se restituyó el culto á los altares, y la alegre paz á los pueblos.

En este tiempo fue enviado don Alonso para hacer guerra á los piratas de Granada; y con su valor y diligencia desterró aquella peste de las costas de España, habiendo quemado al enemigo una grande nave. Don Hugo de Moncada partió del puerto de Ibiza para Italia, y navegando con ocho galeras cerca de los peñascos de San Pedro, que se estienden por la costa de Cerdeña, fue acometido una noche por trece bajeles turcos, haciendo la oscuridad terrible la pelea. Los autores no convienen entre sí sobre el éxito de esta batalla, pero concuerdan todos en que

dóciles de todos, por lo cual fueron reprendidos con alguna acrimonía, escluidos de las córtes, y inmediatamente desterrados. No es posible esplicar la ira que concibieron los españoles al verse tratados tan orgullosamente por los flamencos. Temeroso Gesvres del peligro que amenazaba la conmocion de los ánimos, hizo al príncipe trasladarse aceleradamente al puerto de la Coruña y habiéndole seguido los procuradores, no alcanzaron nada de lo que pedian. Allí fue decretado por los ministros que contribuyesen las ciudades con una suma considerable por via de donativo gratuito. Algunos de ellos condescendieron para su daño con la codicia flamenca, pero los demás lo resistieron con ánimo fuerte y determinado. Cla

mas en apariencia que en realidad bajo las condiciones siguientes: «Que el jeque quedase en adelante tributario de España, y pagase cada año doce mil »escudos que en sus puertos no daria entrada á »ningun corsario ó pirata; y que enviaria embajado»res hasta Alemania para obtener la confirmacion »del príncipe.» De esta suerte dejaron unos y otros las armas, y el victorioso Moncada se restituyó con su armada que no padeció ningun detrimento. CAPITULO VI.

multos de los Comuneros.

maban pues que los pueblos eran tratados inícua>>mente con tan contínuos impuestos y vejaciones: »que no se cansaban de inventar medios para que los Despañoles contribuyesen lo que á porfia arrebata»ban los flamencos: que unos hombres tan valientes, »conquistadores de tantos paises y naciones, no tolerarian que la sangre española fuese agotada por »las sanguijuelas de la córte; y que tomarian ven»ganza con las armas de las injurias que les hacian Dlos flamencos; que por la calamidad del estado se habian hecho dueños y señores del poder y de las »riquezas.» Tales eran las voces y gritos públicos, y Principio de las ruidosas y sangrientas sediciones y tucada uno en particular sentia el dolor según el afecto que le dominaba. Por lo cual, los mas prudentes consejeros fueron de dictámen que se prolibiese inponer ni exigir ninguna contribucion fuera de las que ya estaban establecidas, para evitar que, irritados mas y mas los pueblos por este motivo, se turbase la quietud y tranquilidad pública. En este misino tiempo, habiendo escitado un tumulto los toledanos, impidieron á sus diputados el cumplir el destierro; y de allí adelante sacudieron del todo la obediencia á los magistrados y jueces. Aragon no quiso recibir á don Juan de Lanuza por sucesor de don Alfonso en el gobierno del reino, porque ninguno habia obtenido antes este empleo que no fuese de sangre real. Fue preciso condescender con los aragoneses para aplacar las quejas de unos hombres tan escesivamente celosos por la conservacion de sus inmunidades y fueros, y se mandó que gobernase el mismo Lanuza con el título de teniente de justicia mayor.

APENAS habia salido el príncipe del puerto, cuando se vió Castilla nuevamente abrasada en tumultos y sediciones, estendiéndose el contagio entre las personas mas ilustres. Los de Segovia fueron los primeros que se contaminaron dando muerte à Antonio de Tordesillas. Este pues, al volver de las córtes de la Coruña, donde habia ofrecido dinero por donativo gracioso, para lo cual no le habia dado el pueblo poder ni autoridad, fue ahorcado despues de haberle arrastrado por las calles en medio de dos alguaciles. Noticioso de este peligro Juan Velazquez, su socio en la comision, se huyó de la ciudad. El cardenal Adriano consternado con esta triste nueva, juntó e' consejo real, y su presidente don Antonio de Rojas, arzobispo de Granada, varon de carácter duro é inflexible, pronunció este atroz dictámen. «Que el ardor >>popular debia ser apagado con sangre, y con ella Las gracias reales que por este tiempo recibieron »reprimido el desenfreno de unos hombres, que si los grandes no eran bastantes para aplacar el dolor »quedasen sin castigo se precipitarian en mayores que les causaba el verse escluidos del gobierno del >>escesos: que se debia usar del hierro con los culpaestado con la eleccion del cardenal Adriano por go- »dos, y acudir á la enfermedad en los principios con bernador supremo de España; resolucion que no pu »ásperos remedios, porque si se usase de blandos se dieron conseguir revocase el príncipe, aunque lo »aumentaria mas la llaga, y corromperia los demás pretendieron con grande esfuerzo. Tampoco fueron »>miembros: que atentado tan enorme debia espiarse oidos los procuradores que antes de retirarse repre- >>> con un condigno castigo, para tomar venganza de sentaron en un memorial algunas cosas útiles al bien »los malos, y para que sirviese de escarmiento de público; y habiendo sido despreciadas sus súplicas, todos los demás.» Pero don Alfonso Giron, hombre se aceleró la sedicion que las ciudades i ritadas esta de una pudencia circunspecta, y de mas suave inban fomentando mucho tiempo antes, suscitándose dole, dijo: «Que tenia por mas conveniente los tumultos en muchas partes mientras el príncipe se >>remedios suaves; y que en los principios de las ponia en camino para Alemania. Entretanto don Hu- »turbulencias era mas fácil aplacar los ánimos que go de Moncada fue enviado á sujetar la isla de los »domarlos con el terror; que en las alteraciones y gelves; lo que antes habia intentado con adversa »tumultos solia muchas veces el miedo endurecer å fortuna don García de Toledo. Llegó allí con una po- »los hombres, y que los medios benignos los apaciderosa armada para sacar de sus guaridas á los pira-»guan y ablandan: que las fieras se doman con halatas que tenían impedida la comunicacion de aquellos mares. Habiendo desembarcado sus tropas, se puso en marcha bácia el enemigo, dejando á Diego de Vera, capitan veterano, el cuidado de un cuerpo de reserva para que acudiese donde fuera necesario. Trabóse la batalla y los bárbaros no pudiendo resistir el ímpetu de Moncada, comenzaron á flaquear y retirarse, y al fin se pusieron en fuga. Muy diversa fue la suerte de Diego de Vera, pues los suyos se vieron repentinamente acometidos de una tropa de moros que estaban en emboscada, llenándolos de pavor y consternacion. En vano intentó Vera recoger su gente fugitiva, y volver á la batalla, y hallandose en este conflicto acudió Moncada á socorrerle con su tropa victoriosa, con increible fatiga, porque la mucha arena les impedia caminar. Refugióse Vera en las naves, habiendo perdido algunos de sus soldados. Desde allí rechazaba con la artillería á los bárbaros, y con la llegada de Moncada volvió á encenderse la pelea, que fue sangrienta y desordenada; y queriendo una y otra parte completar la victoria, combatieron con furor desesperado. Finalmente los bárbaros fueron puestos en fuga por los cristianos, sin atreverse á entrar en nuevo combate. Moncada salió herido en un hombro. El jeque ó regulo de la isla envió legados á Moncada pidiéndole la paz, y se la concedió

»gos, y ostigadas con la fuerza se hacen mucho mas »crueles y soberbias: que no queria que se quedase »sin castigo el atentado, sino que se suspendiesen los suplicios hasta tanto que se entibiase el ardor »de los ánimos: que la autoridad del senado, que en »aquel tiempo era tan débil y falta de fuerzas para haá»cerse obedecer, no debia esponerse al desprecio; y »que convenia hacerse insensible el consejo mientras >>ellos deliberaban. Por lo cual juzgaba que debia disi»mularse por entonces el delito, especialmente ha»biendo cundido tanto, y que le parecia mucho mas »útil al bien público mitigar aquellos furores con la »clemencia, que encenderlos con la severidad.» Estas y otras muchas cosas se dijeron en el consejo con grande fervor y energía; mas no era fácil encontrar el modo de ocurrir á aquellos males sin perjuicio de la república, y sin aventurar el decoro del consejo. Pero el cardenal, vencido de la ira, determinó que las turbulencias fuesen reprimidas con la fuerza y con las armas. Ponderaba la injuria que se habia hecho al príncipe, y que si no se vengaba severamente se arruinaria y caeria del todo la autoridad del consejo que no era tiempo aquel de desear la gloria de la clemencia, pues no debia usarse alguna con los que no la merecian, antes bien contenerlos en su deber con el terror y con las penas. « Porque yo ten

»go por cierto, dijo, que los que se dejan arrebatar >>del furor á unos atentados tan horribles, sin mira>>miento alguno á la humanidad, ni aun á su propia »salvacion, deben pagar con la muerte un delito, »que solo pudieron cometer unos hombres perdidos »y dignos de perecer. » Abrazó el consejo el dictámen y sentencia del cardenal, que fue lo mismo que añadir leña al fuego ya encendido. En el dia que los vecinos de Segovia habian dado la muerte á su procurador, y perseguido á su compañero, se sublevaron los de Zamora, y habiendo huido de la ciudad los procuradores, ejecutaron en sus estátuas el castigo que tenian resuelto para sus personas. En Búrgos fue arrasada la casa del procurador, y habiendo sacado sus muebles los quemaron en la plaza. La misma llama y furor se apoderó de los de Sigüenza, Salamanca y Avila, y se estendió por casi toda Castilla. Pero los toledanos escedieron en mucho á todos los demás sublevados.

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magistrados, y solo se veian á cada paso muertes, incendios y robos. Escitados los de Valladolid á son de campana acudieron á las armas, y entraron con impetu furioso en las casas de los nobles, sin tener respeto alguno ni reverencia al cardenal ni al consejo real. Ronquillo y Fonseca, que en ninguna parte se hallaban seguros, se hicieron á la vela para Flandes á fin de informar al rey don Carlos. Doña Inés Manrique reprimió la sedicion de los de Cuenca, y al mismo tiempo vengó la afrenta hecha á su marido; pues hallándose borrachos y dormidos los fomentadores del tumulto, los hizo matar por sus criados, y al dia siguiente amanecieron colgados en las ventanas los cuerpos, cuyo espectáculo sirvió de terror y de escarmiento. Los de Murcia tomaron tambien las armas, y habiendo muerto al gobernador de la ciudad y á sus alguaciles, era temible que cometiesen otras mayores atrocidades. Pero el capitan Vera, que por gran fortuna vino á Murcia á su regreso de la espedicion de Gelves, pudo conseguir que desistiesen de sus intentos. Sevilla, ciudad no menos populosa que opulenta, se mantuvo en su deber y lealtad, aunque intentó turbar su tranquilidad don Juan de Figueroa. Este peligro le desvaneció con su valor doña Leonor de Zúñiga, madre del duque de Medina Sidonia, la cual envió una tropa de gente armada contra Figueroa, y habiendo sido preso y puesto en buena custodia, fue disipada la sedicion que comenzó y acabó en un mismo dia. Es muy digno da alabanza lo restante de la Andalucía por haber permanecido inmóvil en medio de tantas turbaciones, aunque al parecer eran inevitables las guerras y calamidades hallándose todas las ciudades afligidas con odios domésticos, y enemistades intestinas.

Era muy difícil curar la república de tantos males como la rodeaban, porque en vano se aplicaban los remedios acostumbrados á unas ciudades tan enfer

Envió el cardenal á Rodrigo Ronquillo para que castigase á los de Segovia; mas llegando este á la ciu dad con algunas tropas, le cerraron las puertas, y se dejaron ver los ciudadanos armados en los muros. No se atrevió á acometer á una ciudad tan fuerte por su situacion y sus murallas, y la cercó con la caballería que llevaba, cogiendo todos los caminos. Asegura dos en su asilo los de Segovia, pidieron perdon, y no fueron oidos por el cardenal que se hallaba inclinado á la venganza. Los toledanos determinan pública mente que no debian tratar este negocio con ruegos y súplicas sino con las armas. Y así don Juan de Padilla, jóven valeroso, y por su propio carácter muy dispuesto á cualquiera empresa atrevida, partió con mucha gente armada, á socorrer á los de Segovia, los cuales con este auxilio pusieron en fuga á Ronquillo, despues de haber peleado con mas tumulto que ardimiento. Declarada de este inodo la guerra, fueron de allí adelante las cosas de mai en peor. Por-mas. El furor de los pueblos sublevados causaba un que habiéndose enviado á Fonseca con mayores tro- general trastorno, y todos se armaban unos contra pas para sujetar á los de Segovia, fue causa por su otros, sin que el rey don Carlos adelantase cosa alimprudencia de un grande estrago y mortandad en guna con las exhortaciones y amonestaciones que les Medina del Campo. En este pueblo se custodiaban los hacia en sus cartas. Visto lo cual por el cardenal cañones de artillería, y los vecinos, á peticion de los Adriano, á fin de ocurrir á los males que por todas segovianos, rehusaron entregarlos á Fonseca que se partes brotaban, y que por sí solo no podia remediar, los pedia. Irritado este de que no le obedeciesen los con dictámen del consejo le dió noticia de todo, haamenaza con un gran castigo á fin de intimidarlos. ciéndole patente la horrible catástrofe de la escena Pero la multitud alborotada y furiosa despreciaba su española. Habiendo comunicado don Carlos el negomandato y amenazaba con las armas. Disputan colé- cio con sus cortesanos, nombró por gobernadores ricos con Fonseca y los suyos, y encendiéndose mas del reino á don Fadrique Enriquez, almirante de y mas los ánimos con la ira, vienen al fin á las ma- Castilla, y al condestable don Iñigo de Velasco, homnos. Los vecinos se apoderaron por fuerza de los ca- bres muy valerosos, dándoles facultades amplísimas ñones y demás máquinas de guerra, y las colocaron para hacer lo que les pareciese mas conveniente al en la entrada. Mandó Fonseca que entrasen en la vi- bien y tranquilidad del estado. Para aplacar con algu lla sus tropas: salieron al encuentro los medinenses, na blandura los ánimos de los pueblos inquietos, y le insultaron con sus tiros. Encrudeciéndose mas y mandó que no se exigiese el dinero que en las cortes mas el combate, hizo arrojar Fonseca algunas gra- de la Coruña habia mandado pedirles. Aprobó solo las nadas encendidas contra las casas, persuadido de que contribuciones que de tiempo inmemorial acostumamedrentados con esto los vecinos dejarian la pelea, braban pagar. Prometió con juramento que los oficios y que con esta hostilidad, mas aparente que verday dignidades de ningun modo se conferirian de allí dera, los reduciria á su deber sin derramar sangre. Pero sucedió muy al contrario de lo que habia pensado y deseaba; porque levantándose las llamas, y estendiéndose con gran velocidad por todas partes, no se minoraba el ardor de la pelea; ni el fuego ni las heridas aterraban á los vecinos que se habian obstinado en no ser vencidos sino con la muerte sola. Finalmente no dejaron las armas hasta que rechazaron á Fonseca. Quedó reducida á ceniza gran parte de la famosa plaza del comercio, liena de mercaderías de gran valor, junto con el convento de San Francisco. Con este suceso de Medina, irritadas las ciudades que hasta entonces habian estado quietas, comenzaron á trastornarlo todo con tumultos y sediciones. Grande era la confusion y perturbacion de las cosas habiéndose perdido absolutamente el respeto á los

adelante á extranjeros y finalmente exhortó á la nobleza á cuidar del bien público, ofreciéndola que tanto mas tendria en memoria sus buenos servicios, cuanta fuese la fidelidad y celo que manifestasen en una cosa tan importante, y que no permitiria que su benignidad quedase vencida de la grandeza de los méritos. Pero á la verdad no produjeron ningun efecto tan acomodados medios, porque los ánimos del vulgo se halaban poseidos del engaño de las opiniones depravadas y perversas. Porque cuando la razon llega una vez á oscurecerse, se obstina en despreciar los mas saludables consejos. En Avila, ciudad muy noble, situada en medio de Castilla, concurrieron muchos procuradores de las otras ciudades para asistir

las consultas que en la santa junta (así llamabani la conjuracion) se habian de tener sobre los negocios

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