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Allí pues se hicieron, segun la antigua costumbre, las ceremonias de la inauguracion por el elector arzobispo de Colonia, acompañado de los de Maguncia y de Tréveris, y hecho el jurameuto prescrito, fue saludado César y emperador á veinte y uno de octubre del año anterior con grande alegría y aplauso de todos en el mismo dia fue elevado en Constantinopla Soliman, rey de los turcos, al trono de su padre. Habiendo tomado posesion del imperio, y publicado algunos decretos concernientes al buen gobierno, pasó á Vormes, antigua capital de los vangiones, revolviendo en su ánimo muchas cosas que habian comenzado á tratarse en la dieta con gran calor. Las novedades religiosas causaban una conmocion estraordinaria, pues los falsos dogmas de Lutero lo habian trastornado todo en Alemania, y este contagio se iba estendiendo rápidamente. Imonidos los pueblos de sus perversas opiniones, y alucinados con los engaños de aquel fraile apóstata, se precipitaban en todo género de maldades, que destruian el imperio con la impia mudanza de religion. Procuró el César, aunque tarde, poner remedio à este mal; y habiendo dado á Lutero salvo conducto, le hizo llamar a la dieta para que esplicase su doctrina, con esperanza de reducirle á mejor camino. Presentóse en efecto Lutero á mediados de la primavera de este año, y habló en la dieta con suma arrogancia, proficien lo muchos errores impios para combatir la antoridad del sumo pontifice, de la cual juzgaba que tenia de echo para sustraerse: que las indulgencias pontificias no eran mas que una invencion de la curia romana, cuya condescendencia, y la necia credulidad del pueblo, habian causado muchos desórdenes, que debian reformarse con remedios fuertes. Seria obra larga de referir aquí por menor todas las blasfemias que vomitó de su impura boca. En vano empleó el César todos sus conatos para reducirle de su estravío, y no pudo vencer la ostinacion de este perverso hombre con ruegos, con súplicas ni con terrores. Así pues, para apartar de la cristiana república el contagio de tan grave mal, mandó por un saludable edicto que fuesen quemados los libros de esta secta condenada por el sumo pontifice, y que en adelante no volviesen á imprimirse: finalmente mandó que saliese desterrado de su presencia el autor de ellos, herido ya con el rayo del Vaticano, dándole quince dias de término para salir con seguridad de toda la Alemania, prohibiéndole predicar y amenazándole con mayor castigo si no obedecia, y tambien á los que le diesen favor, auxilio ó consejo en cualquiera manera. Esta conducta del César fue aprobada por unos y censurada por otros, segun los diversos afectos é inclinaciones de cada uno, y dió motivo á interpretaciones contrarias á sus rectos fines. Menos mal discurrian los que acusaban la facilidad del César en guardar su palabra á un hombre que si un perecia destruiria la religion. Pero al César le pareció una cosa inicua el sanar las heridas de la religion con la transgresion de la ley natural, que obliga á cumplir lo prometido, como lo declaró á la hora de su

muerte.

Por este tiempo renunció en su hermano don Fernando el principado de Austria con el título de archiduque, y le mandó pasar á Lintz, donde se celebraron los casamientos ajustados algunos años antes entre el mismo don Fernando y doña María, y entre su hermana doña Ana y Luis, hijo de Uladislao, rey de Hungría. Pasados los regocijos de las bodas, y hecha pesquisa de las cabezas del tumulto suscitado en los años antecedentes, mandó don Fernando que se procediese al castigo, y con la muerte de algunos nobles recobró el estado su antigua tranquilidad. Entretanto acaeció la muerte de Gesvres, y parece que con él fue sepultada la paz; pues como era tan diestro en mitigar y componer las discordias y ene

mistades de los príncipes, no hubiera sobrevenido ninguna guerra esterior si hubiese vivido mas tiempo. Pero de improviso comenzó esta calamidad en los confines de Flandes, sin que hubiese precedido declaracion alguna. El castillo de Hierga, en el ducado de Luxemburgo, fue el pomo de la discordia, sobre el cual litigaban el príncipe Aimerico de Chimai, y el marqués de Bullon, señor de los primeros de Flandes. Examinado el negocio en el consejo de Gante, fue pronunciada sentencia á favor de Aimerico, el cual ayudado de sus amigos se dió prisa á apoderarse del castillo. Llevólo muy á mal el marqués, que habia perdido el pleito; y habiéndose despedido del César en Vormes, se retiró á París impelido de su ira. Inmediatamente juntó mas tropas de las que podia mantener, y invadió la Flandes para vengar la injuria. Conoció el César la fraude francesa, y los rodeos de que se valia el rey Francisco para faltar á lo convenido, y sin dilación le envió embajadores que se quejasen del rompimiento del tratado de Noyon, y de haber dado socorro al marqués que le habia declarado guerra. Pero el rey de Francia se disculpó diciendo, que todo se habia hecho sin su noticia. No se dejó persuadir de esta escusa el César, que por otra parte tenia deseo de hacerle la guerra, á causa de que el Francés habia hecho una entrada en Navarra con el pretesto de ayudar á Enrique de Labrit. Nombró el César por su general á Enrique de Nassau; y despojado el marqués de Bullon de una parte de sus dominios, y no pudiendo resistir á tan grande tormenta, ajustó treguas por cuarenta dias. Entretanto para pagar al Francés el César en la misma moneda, dirigió sus armas contra su territorio; y habiendo tomado á Mauzon, cercó á Meziers sobre el rio Mosa. La guarnicion se hallaba muy próxima á entregarse por la escasez de víveres, cuando Pedro Bayard, varon entre los franceses de mucha intrepidez y pericia militar, se burló de las fuerzas de los flamencos, y los hizo abandonar el sitio con una carta fingida. Irritóse gravemente Nassau contra Francisco Sickingio que mandaba aquellas tropas, porque habiendo dado crédito á una carta falsa, y desamparando el cerco por un vano terror, habia dejado perder la ocasion de apoderarse de la ciudad. Mudó Nassau sus reales, y despues tomó y arruinó á Aubenton, y cargado de ricos despojos se retiró con su ejército á la provincia de Artois.

Entretanto juntó Francisco un ejército de cincuenta mil hombres, que causó terror á toda la Flandes, y con él recobró á Mauzon, y saqueó los pueblos del Hainault y de Arras. Por otra parte Carlos de Borbon tomó á Hesdin, y recobró á Renti. El marqués, luego que finalizó el tiempo de las treguas salió de Lieja á facer correrías por los campos de Brabante y Namur, ayudado ocultamente por el duque de Gueldres que estaba quejoso del César. Atravesaron los franceses el rio Escalda, adonde se habia adelantado temerariamente el César, que en aquellos dias vino á su campo deseoso de que se presentase ocasion de pelear, porque ignoraba la multitud de los enemigos. No faltó mucho para que hubiese una batalla campal, y acercándose el César por consejo de sus generales á la retaguardia del ejército, se empeñó un combate en que tuvo alguna pérdida. A este mismo tiempo el señor de Fienes, gobernador de Flandes, sitiaba á Tornay, ciudad fuerte y opulenta, con el cual, restituido que fue el César á Gante, juntó Nassau sus tropas. Moncada fue llamado de Italia para que con parte del ejército se apostase en las orillas de los ríos á fin de impedir el paso al enemigo; pero el rey no envió socorros algunos á los de Tornay que se hallaban cercados con dos ejércitos, lo que se atribuyó á varias causas: algunos escriben que lo impidieron los malos tiempos, y la vigilancia de Moncada, como consta de las cartas

honoríficas que le dirigió el César, y lo asegura Lengue- | á quien hizo curar y asistir la Pacheco con el mayor lla en la historia de esta familia. Entre los generales franceses prodajo la emulacion muchas discordias, por lo cual no hicieron cosa alguna que correspondiese á tan poderosas fuerzas. Desconfiando Champeriac, gobernador de Tornay, de recibir ningun auxilio, la entregó con las mejores condiciones que pudo el dia treinta de noviembre. Desde entonces quedó esta ciudad agregada al dominio flamenco; y de esta suerte no fue tan grande el daño que hizo el Francés, como el que recibió.

CAPITULO XII.

Ríndese Valladolid al César. Turbulencias de Toledo.

Victoria de los españoles contra los franceses en Na

varra.

cuidado, mas no pudo con sus halagos atraer á su partido á este jóven valeroso. Todo este año permaneció la ciudad en la misma obstinacion; pero á principios del siguiente, por la solicitud y buenos oficios de Esteban Morino, que despues fue cardenal, ayudado del cabildo de canónigos, se reconcilió y admitió la paz. Y como la Pacheco, que se habia hecho dueña de la plebe, no desistía de fomentar inquietudes, tomaron las armas los nobles y los buenos ciudadanos, y la arrojaron de la ciudad, quedando esta mujer tan amedrentada y llena de terror, que disfrazándose en traje de labradora para no ser conocida, se huyó á Portugal.

cuidados en restablecer la paz en Castilla, se levantó Interin que los gobernadores ponian todos sus una horrible tempestad por la parte de Francia. El DESPUES de la batalla de Villalar acaecida en el rey Francisco no cesaba de discurrir de qué medios mes de abril, las ciudades comuneras de Castilla se valdria para inquietar á su rival, y le pareció muy quedaron muy consternadas, y no sin motivo, Mas oportuno aprovecharse de las discordias que entre sí no por esto desistian de continuar la guerra, porque tenian los españoles, y convertirlas en utilidad suya. el miedo del castigo las endurecia en su obstinacion. Así pues envió un poderoso ejército á nombre de Parecia que todas seguirian el ejemplo de Valladolid, Enrique, hijo de Labrit, bajo el mando de Andrés que era el apoyo mas fuerte del partido pero está de Fox, señor de Esparrós, que pasó los Pirineos tardó poco en volver en sí luego que se vió rodeada y para recuperar la Navarra, á fin de que las armas estrechada con tropas, y desamparada de los procu- decidiesen lo que se habia de sentenciar en justicia. radores de la junta que allí habian quedado, los cua- De este modo, aparentando auxiliar á un príncipe les solo cuidaron de ponerse á salvo. Como la fuga amigo, aunque en realidad con el fin de hacer alguna de estos los dejase sin esperanza de socorro alguno, presa, introdujo sus armas en las fronteras de Eslos habitantes de Valladolid que tuvieron mas ardor paña, valiéndose del tiempo y de una causa plausible para revelarse que para pelear, suplicaron humille- para hacer odioso al César, y para que no pudiera mente á los gobernadores por medio de diputados decirse abiertamente que habia roto la alianza. Haque con su acostumbrada clemencia les perdonasen biéndose apoderado de San Juan del Pié del Puerto, su comun delito, prometiéndoles que en adelante marchó en derechura á Pamplona. No encontró en vivirian con fidelidad y obediencia sujetos al imperio el camino ningun obstáculo, á escepcion de Maya, de los magistrados. Movidos á conmiseracion aquellos castillo muy fuerte, cuya rendicion no se atrevíó á hombres clementísimos concedieron indulto y per- intentar. Luego que llegó á la ciudad, fueron abierdon para todos, esceptuando solo á dos cabezas, tas todas las puertas á su ejército, y solo la fortaleza para que con su muerte sirviesen de escarmiento y le detuvo algun tiempo; pues aunque sus fortificasatisfaccion á la vindicta pública. Animadas con este ciones no estaban perfectamente concluidas, resistió ejemplo las demás ciudades enviaron á porfía dipu- por algunos dias el ímpetu de los franceses. En lo tados á los gobernadores, pidiéndoles la misma venia, mas fuerte del bombardeo fue herido gravemente en y atribuyendo la culpa de todo á la ambicion de al- una pierna Ignacio de Loyola, noble vizcaino, el gunos pocos. Viendo pues esto los autores de la se- cual, habiendo sanado de la herida, instituyó un dicion se apresuraron á salir de España; pero el nuevo género de vida; y renunciando á la milicia, se obispo de Zamora que se huia disfrazado, fue cono-dedicó todo á Dios. Finalmente, se hizo ilustre con cido en Villamediana por el alférez Peroto, y habiéndole preso, le encerraron en la fortaleza de Si

mancas.

Al mismo tiempo y cuando ya la sedicion estaba cuasi apagada en lo restante de Castilla, ardia todavía con furor en Toledo, atizada por doña María Pacheco, hija del conde de Tendilla, y viuda del difunto Padilla. La insolencia de aquellos hombres soberbios llegó á tal estremo, que pretendian que los gobernadores recibiesen y ratificasen las condiciones que ellos les prescribian, jactándose de que de otro modo no dejarian las armas. Hallábase la ciudad muy provista de víveres conducidos de antemano, y los sediciosos tenian dinero en abundancia por haber robado la plata de la iglesia catedral. Una sola cosa les faltaba á los toledanos, que era juicio, pues una ciudad tan célebre se dejaba arrastrar de la furiosa locura de una mujer viuda. Todos tenian en ella puestos los ojos; á ella solo respetaban; y finalmente, ella sola sostenia la guerra. El marqués de Villena y el duque de Maqueda intentaron sucesivamente apaciguar á estos furiosos, compadecidos de la triste suerte de la ciudad; pero la multitud apenas les dejó hablar, y se volvieron sin haberla podido reducir á ningun partido razonable. Entretanto no descansaban las armas, y en una de las frecuentes peleas que tenian con las tropas de Zúñiga y de don Juan de Rivera que cercaban la ciudad, fue herido y hecho prisionero por los sediciosos don Pedro de Guzman,

la austeridad de su vida, y mucho mas con sus heróicas virtudes y trabajos, y de allí a poco tiempo fue autor y fundador de la compañía de Jesús, con la cual declaró una guerra perpetua á la herejía y á la idolatría. El castillo se entregó bajo de condiciones honrosas por Francisco de Herrera, despues de haber perdido la esperanza de recibir socorro. El virey pues que habia dejado indefensa la parte del reino que confinaba con Francia, para enviar tropas á los gobernadores de Castilla que necesitaban de este auxilio contra los Comuneros, partió con la mayor presteza á informar á los gobernadores del estado en que quedaba Navarra, y á implorar su socorro. El Francés redujo en breve á su dominio todo el reino que se hallaba tan desguarnecido; y despues se encaminó hácia Logroño con el designio de atraer á sí las tropas de los sediciosos. Pero el temor de los males que amenazan de fuera, que suele ser una gran disposicion para la concordia, reunia los ánimos inquietos y discordes, conteniéndolos por otra parte el pudor para no hacer cosa alguna que fuese indigna del carácter español. Está Logroño situada á la orilla del Ebro. y en estos tiempos calamitosos se mantuvo fiel al César, como consta de las cartas que conserva en su archivo. Don Pedro de Guevara habia introducido en la ciudad una fuerte guarnicion, estando resuelto y obstinado á sufrir las últimas estremidades antes que abandonarla.

Mientras que el Francés se ocupaba en el sitio de

Logroño pasaron los gobernadores á Burgos, á fin de reunir las tropas que de todas partes acudian. En breve tiempo juntaron doce mil infantes, y dos mil caballos armados: pusiéronse en marcha á largas jornadas contra el enemigo, no ignorando que muchas veces consiste en un momento la suerte de las mas grandes empresas. Los soldados obedecieron alegremente, y como si caminasen á una victoria cierta, se exhortaban unos á otros, y aceleraban sus pasos. Hallábase ya la ciudad en peligro, cuando de improviso levantó el sitio el Francês para no ser oprimido por el ejército español que venia á su defensa, y se apresuró á volverse á Navarra. Hicieron una salida los sitiados, á quienes el miedo ajeno habia inspirado audacia, alcanzaron el último escuadron, y le acometieron con ardor por todas partes. Al dia siguiente fue recibido el ejército con estraordinario gozo de los ciudadanos, y continuaron estos su marcha para perseguir al enemigo. En el camino se les juntaron algunas compañias escogidas de Vizcaya, y por otra parte acudió el duque de Bejar con un fuerte trozo de gente y provision de ganados para mantenerla. Acaecieron en el camino muchos ligeros combates con próspero suceso de los nuestros, que de aquí pronosticaban á su favor una victoria completa. Finalmente habiendo pasado los montes por un gran rodeo salieron al encuentro por la frente al enemigo, despues de haberse apoderado del camino para que no pudiera escaparse: ordenadas las tropas por una y otra parte comenzó la batalla por la artifería, estando los franceses en buena situacion. Los españoles molestados por tanta lluvia de balas, faltó poco para que al primer impulso del miedo no volviesen las espaldas y si no hubiera llegado á este tiempo el almirante don Fadrique Enriquez, quedara aquel dia destruido el ejército. Reprendió este y animó á los soldados, y fueron tan eficaces sus palabras, que sin pensar en la fuga, arrojaron de sí el temor; y á la verdad la presencia de este ilustre varon hizo que se mudase la suerte de la batalla. Entretanto peleó tan ferozmente la caballería que mandaba Velasco, que de la francesa se escaparon muy pocos sin ser muertos ó prisioneros. Peleaban ya los enemigos con poca fuerza en el centro del ejército, y mas bien se defendian que acometian: su artillería se hallaba ya en poder de los españoles, habiendo sido muertos los que la manejaban, cuando Miguel Perea, noble malagueño, se arrojó en medio de los enemigos, y derribando al alférez que tenia la bandera real, se la quité y trajo á nuestro campo. Al momento comenzaron los franceses dispersarse, y huir por donde cada uno podia, como sucede á los que se ven perdidos. Siguiéroules el alcance los españoles con mucha obstinacion, y hicieron en ellos un grande estrago. El general Fox con los muchos golpes que recibió en la cabeza perdió los ojos, y fue hecho prisionero con muchos nobles. Cuéntase que de los enemigos perecieron seis mil, y de los españoles solos trescientos, y de estos la mayor parte fueron muertos por la artillería. El duque de Nájera desempeñó valerosamente en esta ocasion los oficios de general y de soldado, y lo que perdió al principio por su demasiada confianza, lo recompensó despues con heróicas hazañas. Los navarros, noticiosos del éxito de la batalla, acometieron por todas partes con tanto impetu á los que huian, y saciaron de tal modo su odío, que apenas quedó uno solo que pudiese ilevar á Francia la nueva de tan gran derrota. Giron se halló tambien en esta batalla con la principal nobleza, deseoso de borrar el antiguo delito. Dióse esta ba talla el dia último de junio cerca de Pamplona en el campo de Noayo. La guarnicion que habia en la fortaleza envió inmediatamente diputados al ejército victorioso, noticiándole que estaba pronta á entregarse con tal que se la permitiese safir libremente con

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sus equipajes. Concedióseles como lo pedian, y volvió á poder de los españoles juntamente con la ciudad. Despues de lo cual fue acometido y espugnado San Juan del Pié del Puerto por Velasco y Vera ; y habiendo sido hecho prisionero Juan Othon, navarro de nacion, que le ocupaba, y habia desertado de las tropas del César, mandó Velasco que fuese ahorcado como transfugo. Poco despues fue puesto en libertad el general Andrés de Fox por Francisco Beaumont, noble navarro, que le habia hecho prisionero en la batalla, y le envió á Francia honoríficamente; pero esta resolucion no fue agradable al César, que, segun entonces se dijo, no lo llevó á bien.

CAPITULO XIII.

Muerte de algunas personas ilustres. Sucesos de la guerra con los franceses.

CONCLUIDA de este modo la guerra de Navarra, fue conferido el gobierno de aquel reino á don Francisco de Zúñiga, conde de Miranda, y se le dieron tropas para guardar sus fronteras, y velar sobre los movi mientos de los franceses. Amancio Labrét, hermano de Juan, obispo de Pamplona, y cardenal de la santa Romana iglesia, murió de alli á poco tiempo en Fran cia. Sucedióle en la silla episcopal Alejandro Cesarino, tambien cardenal, natural de Roma. En Flandes murió de la caida de un caballo el dia once de febrero de este año Guillelmo Croy, arzobispo de Toledo; y esta iglesia se halló destituida de pastor por espacio de tres meses y medio; porque don fray Diego Deza, arzobispo de Sevilla, á quien se confirió, no llegó á tomar posesion. Nombró despues el César á fray Juan Hurtado, su confesor, prior y fundador del real convento de nuestra Señora de Atocha; pero rehusó con invencible constancia esta dignidad. Uno y otro eran religiosos del órden de Santo Domingo. Aceptóla don Alonso Fonseca, varon de grande espíritu; que fue trasladado de la silla arzobispal de Santiago el dia veinte y seis de abril del año de mil quinientos veinte y cuatro, y le sucedió en la que dajaba vacante don Juan de Tabera, obispo de Osma, hijo de la hermana de Deza. El dia trece de noviembre del año de mil quinientos y veinte falleció don Alonso Suarez, obispo de Jaen, habiendo edificado á su costa un puente magnífico sobre el Guadalquivir, y una gran parte de la iglesia catedral en que fue sepultado: fue á la verdad este obispo piadoso y digno de toda alabanza, pues empleó todas sus rentas en el bien público, y no en un vano fausto ni en solicitar otro obispado mas opulento como hacen otros prelados. Dos años despues fue electo el padre fray Diego Gayangos, del órden de la Santísima Trinidad, varon insigne en virtud y sabiduría, que murió en breve con gran sentimiento de todos sus diocesanos. Sucedióle don Gabriel Merino, arzobispo de Bari en la Pulla y nun cio apostólico en España, que antes habia sido obispo de Leon, y retuvo el arzobispado por la relajacion de aquellos tiempos, y reprensible condescendencia de los papas. Fue muy adicte al César, y todo el tiempo de su vida se empleó en las cosas de su servicio. Comenzó Merino á darse á conocer, cuando habiéndole enviado á Toledo el cardenal Adriano, arrojó de la ciudad á doña María Pacheco, y restableció en Málaga la tranquilidad pública que se hallaba muy alterada.

En este tiempo se levantó una nueva guerra contra España, acometiendo las armas francesas por los confines de Vizcaya, bajo el mando del general Bonibet, hermano del difunto Boisi, que tenia mucha mano y poder con el rey. Habiendo tomado los franceses la fortaleza de Vidasoa, edificada siete años antes en la entrada de la provincia sobre el rio del mismo nombre, dirigieron todos sus conatos contra Fuenterrabía. Intentaron entrar en la ciudad por la

trec, y Lescun su hermano, que conservaba el dominio de la Lombardía, como oprobio de la magestad pontificia. Tenia tambien algunos motivos de enojo contra el duque de Ferrara, feudatario de la Iglesia, de quien como inobediente, ó mas bien como refrac tario, deseaba vengarse, y despojarle del principado moviéndole guerra. Por otra parte vei el César que no podia defender sus dominios de Italia contra las asechanzas de los franceses, si no lus arrojaba de aquella provincia, y que no tendria sosiego alguno con la vecindad tan cercana de una gente tan inquieta y belicosa.

brecha que habia abierto la artilleria, pero fue en vano, por lo cual la mudaron á otra parte, y desde un paraje elevado que dominaba y daba vista á la plaza, hicieron horrible estrago en las gentes y en los edificios. Vera, capitan veterano que estaba encargado de la defensa, obligado por la escasez que padecía de las cosas mas necesarias, se apresuró á entregarla contra la voluntad de los soldados, que se opusieron altamente, como lo escriben algunos. Otros por el contrario dicen que se vió forzado á capitular por la repugnancia de sus tropas. Muchas veces suce le que á un general le es mas difícil vencer á sus propios soldados que á sus enemigos. Las condiciones de la Así pues, el César y el pontifice aunque casa uno entrega fueron honrosas, pues á todos se les permi- de ellos tenia diversas miras, convinieron admiratió salir con seguridad, y llevar consigo sus bienes. blemente en el intento de destruir á los franceses. Apoderado Bonibet de la ciudad escribió al rey Fran- Dispuestas entre sí las cosas, y olvidando los convecisco exagerando el golpe qué habia recibido España nios del tratado de Noyon, comenzaron con gran dicon la pérdida de tan importante fortaleza, con la ligencia á juntar tropas, armas y municiones. No se cual se resarcia la derrota de Navarra, y causaba al descuidó Esforcia en esta ocasion con la alegre espeenemigo un dolor no menos grave. Los embajadores ranza de recobrar el principado de Milan, valiéndose ingleses que hacian todos sus esfuerzos con el rey para todo de Gerónimo Moron, cuya lealtad y espeFrancisco para que se ajustase la paz, estuvieron riencia en los negocios tenia bien conocida. Los mimuy próximos á conseguir que la ciudad quedase co-laneses le ayudaban en cuanto podian sin esponerse mo en depósito en poder del rey Enrique, entretanto á peligro, así por el odio que tenian á los franceses, que los dos príncipes ajustasen sus diferencias. Pero como por el deseo de volver al dominio de su legitiapenas llegó esto a oidos de Bonibet, se puso al ins-mo principe. Mientras que se juntaban las tropas en tante en marcha para hablar al rey, y aunque se ha- Bolonia, Gerónimo Adorno, desterrado de Gènova, llaba inclinado á la paz, le hizo mudar de parecer, pi- sacó de Nápoles tres mil españoles, y se dirigió á las diéndole con grande esfuerzo que no dejase escapar costas de Liguria, á fin de apoderarse con astucia de de las manos una ciudad tan importante, no solo pa- la ciudad, de donde habia sido espulso. Pero habién ra recobrar la Navarra, sino para introducir la guer- dole salido vano su intento, volvió sus tropas á los ra en lo interior de España. Persuadido el rey con reales que habia dejado. Las del pontífice eran manestas razones desistió imprudentemente del deseo de dadas por Federico, duque de Mantua, y las cesáreas componer la paz con grande daño suyo; pues con la por Próspero Colona, en quien residia todo el poder. retencion de Fuenterrabía enajenó de si al Ingiés, Parma fue destinada para dar principio á la guerra. faltando á su palabra, y se precipitó á sí y á su reino En este tiempo cayó un rayo sobre la fortaleza de Mien grandes calamidades por haber dado crédito á Bo-lan que causó grande estrago, con muerte de muchos nibet. Raras veces se da á los príncipes algun conse-hombres; y como el cielo estaba soreno, lo atribujo, que aunque parezca fiel y prudente, no lleve oculto algun fin torcido, como fue el de Bonibet en esta ocasion: pues por no perder la gloria de haber conquistado á Fuenterrabía, precipitó á su buen rey en su ruina, y le perdió enteramente.

CAPITULO XIV.

Guerra de Italia entre el César y el rey de Francia.

torias de las armas cesáreas y pontificlas.

yeron á prodigio los franceses, y como pronóstico de una infausta guerra. Luego que estuvieron cerca de venir á las armas, se declaró el de Ferrara por los franceses, y habiendo salido con sus pocas tropas, tomó á San Feliz. Lautrec que acababa de volver de Francia, juntó su antiguo ejército con el de los suizos y venecianos, y se puso en marcha desde CremoVic-na, á fin de llevar socorro á Lescun que se hallaba encerrado en Parma. Arrojados los franceses de una parte de la ciudad, se disponian los imperiales á enLas cosas de Italia daban al César mucho cuidado vestir la otra que se hallaba separada por el rio. Pero á causa de que el rey de Francia Francisco habia se opuso á este consejo el marqués de Pescara don contraido nueva alianza con las ciudades suizas. Tam- Fernando Dávalos diciendo: «que de ningun modo bien atrajo á su partido á los venecianos. Juntábasele »convenia arruinar las tropas con las molestias y traGénova, y el poder de Octaviano Fregoso, que ha- »bajos de un sitio intempestivo: que era mejor fijar biendo vencido á la faccion de los Adornos, se veia »los reales en un lugar oportuno, esperar la venida mas firmemente establecido. Alfonso, duque de Fer- »de los suizos, y acometer al enemigo inferior en fuerrara, permanecia neutral, aunque no se ocultaba su »zas; y que luego todas las demás empresas serian fáinclinacion al Francés. Sin embargo permanecian las ciles los victoriosos. » Levantado pues el sitio vino cosas tranquilas; pero hallándose ocupados los dos á los reales el cardenal Julio de Médicis con dinero para estremos de la Italia por el Francés y el Español se la paga, asegurando que en breve llegarian las trocreia que unos ánimos irritados y contrarios no esta- pas de los suizos que habia tomado a su sueldo el pontí rian mucho tiempo ociosos. El uno armaba asechan- fice. Aumentóse el ejército del César con estas fuerzas contra el reino de Nápoles, cuya posesion codi-zas, y marcharon contra el enemigo. En este mismo ciaba en estremo, y el otro tenia puestos los ojos en tiempo fueron llamados por un edicto de sus magisla Lombardia, como tan importante al imperio germá- trados todos los suizos, siendo la principal causa el nico. Por una y otra parte se alegaban derechos an- evitar que peleasen unos contra otros como les estaba tiguos, que muchas veces son fecunda semilla de probibido, y abandonaron en consecuencia todos ellos grandes agravios. Por otro lado el pontifice Leon Diez el campo de los franceses; pero no sucedió así con incitaba al César que ya se hallaba bastantemente ir-los que militaban bajo las banderas del pontifice, que ritado, y juutó con él sus armas, para que á un mismo tiempo fuesen arrojados los franceses de Italia, y se restituyese la Lombardía á Francisco Esforcia. Este era el deseo de ambos, pero les movian las diversas causas. Deseaba el papa recobrar á Parma y Plasencia, sacudiendo de ellas las guarniciones de los franceses; y además estaba muy irritado contra Lau

permanecieron quietos por no haber llegado á su noticia la órden habiendo los imperiales interceptado las cartas y los correos que las llevaban.

Lautrec para aumentar de alguna manera sus tropas, mandó á Lescun que fuese desde Parma con todas sus fuerzas, Este pues, habiendo dejado á Federico Bozoli con una ligera guarnicion para que

custodiase la ciudad, se apresuró á unirse con su barcas de pescadores, pasó los soldados de la otra hermano, y atravesando el Po, se apostó no lejos de parte del río, en medio de los tiros de los enemigos. Cremona y en las riberas del Abda, á fin de impedir Siguióle luego Juan de Médicis, no sin gran peligro, el paso á los imperiales, los cuales habiendo aquel dia con un trozo de caballeria. Finalmente, habiendo atrevesado el rio por Casal el mayor, aceleraban su atravesado todo el ejército, rechazaron á los francemarcha á Milan. Era muy peligroso intentar en aque-ses, que se hallaban apostados en la ribera opuesta. llas circunstancias badear este rio; ¿pero qué es lo Detenia no obstante á los imperiales el general Lesque no alcanza un espíritu magnánimo? Juan Urbina, cun; que peleaba con grande esfuerzo; pero al fin capitan español veterano, habiendo cogido algunas fue puesto en fuga, y continuaron su marcha á Milan

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Habíanse encerrado en la ciudad los enemigos sin | atreverse á emprender cosa alguna en campo raso, noticiosos de que eran escasas sus fuerzas con la retirada de los suizos. Los imperiales acamparon en un monasterio cisterciense, que dista cuatro millas de Milan, sin saber todavía por qué parte la acometerian, cuando un hombre desconocido exhortó á los soldados en alta voz, que no perdiesen la victoria con una importuna tardanza. Creyeron que este era algun espíritu que los animaba, pues habiéndole buscado, inmediatamente, no volvió á parecer. Animados los soldados con aquel presagio, quisieron probar fortuna, y se encaminaron al arrabal, yendo Pescara á la frente con los españoles. Este pues, habiendo llegado á la fortaleza Vicentina, al caer la noche, inspiró audacia en el ánimo de los soldados. Inmediatamente que se dió la señal para el asalto, los españoles sin instrumentos, sin máquinas ni otros auxilios; subieron cada uno valerosamente al muro, por donde mas cerca estaba. Los venecianos que guardaban por aquella parte la fortaleza, poseidos del terror, se precipitaron los unos sobre los otros, llevando tras sí á sus compañeros. Acudió al ruido Teodoro Tribulcio, que mandaba á los venecianos, juntamente con Andrés Grito, y reprendió á los soldados consternados. Mientras procuraba en vano detener á los que huian, se puso en salvo Grito, y él fue herido levemente y hecho prisionero, y no recobró su libertad hasta que entregó á Pescara veinte mil escudos. Entretanto fue introducido Pescara con su ejército dentro de la puerta Romana por los ciudadanos, á quienes la ira habia armado contra los franceses. Por la puerta de Pavía entraron el de Mántua, Colona, el cardenal y otros capitanes con una parte de las tropas, y estaban todos tan turbados, que aun los mismos vencedores ignoraban quién habia vencido. Consiguieron los generales con mucho trabajo que el soldado se abstuviese del saqueo, para que no padeciesen ningun daño los habitantes de Milan despues de haber contribuido

tanto al buen éxito de la empresa. Atónito Lautrec de un suceso tan repentino, y perdidas las esperanzas de conservar la ciudad, reforzó con mayor número de tropas la fortaleza, y dejó en ella á Mascaron para que la defendiese. Cuando ya estaba muy entrada la noche, recogió sus equipajes, y por una puerta secreta se puso en camino para Como, donde dejó á Vandanesi, herinano de Mr. de la Paliza, con guarnicion de soldados, y desde allí se retiró á Bergamo, ciudad del territorio de Venecia.

Los imperiales fueron recibidos en Pavía y Lodi con estraordinario regocijo de sus habitantes; y las tropas pontificias entraron en Placencia con su general Julio Vitejio. Alejandría fue tomada de inaproviso por Juan Sajorro; el cual, habiendo trabado combate con las tropas de la ciudad que hicieron una salida, las persiguió tan tenazmente en su retirada, que entró junto con ellas por la puerta, y de esta suerte se hizo dueño de la ciudad. Lautrec acudió á Cremona con las reliquias del derrotado ejército, á fin de retenerla en su partido, en el cual se hallaba vacilante, y llamó de Parma á Bozoli. Luego que salió este recibieron los parmesanos á Vitelio con su gente armada. Los de Cremona aplacaron á Lautrec con los obsequios que le hicieron; y disimulando su ira, los recibió con amor, á fin de que no peligrase la fortaleza. Todo sucedia á medida del deseo de los imperiales; los franceses que guarnecian á Como sin esperanza de recibir socorro se entregaron á Pescara que los tenia estrechamente sitiados, capitulando la seguridad de sus bienes y personas. Pero mientras disponian su marcha, entraron los españoles en la plaza contra la palabra que les tenian dada, y saqueando á todos indistintamente, despidieron á los franceses que iban en estremo irritados: ¡maldad atroz y vergonzosa para la nacion española!

Para que la alegría no fuese del todo completa, se hallaba en cama el papa Leon X con una leve calentura cuando le dieron nueva de la toma de Placencia; y

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