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ras les encargó la guerra en diversos lugares; Antonio la hizo en Cambaya, y retornó con alguna presa; Diego acometió al Zamorin en castigo de su inconstancia y mala fe, y incendió una gran parte de la ciudad de Calicut; y habiendo saqueado la costa de Narsinga, causó mucha confusion en el comercio de los mahometanos. Recogió una rica presa, y incendió á Mangalor, plaza célebre de comercio, con los navíos que se hallaban en el puerto. Hector Silveira, hombre valeroso y de singular talento, obró tan particulares hazañas que parecen increibles. En el cabo Guardafú persiguió á los enemigos con su armada, y tomó á los mahometanos algunos navíos, aunque no sin derramar sangre.

dolos dado libertad poseian pacificamente sus tierras: que por su culpa habia sido vencido y preso, pues labia tratado como eremigos, contra todo derecho y justicia, á unos huéspedes que no le habian hecho dano alguno. Disculpose Atahualpa lo mejor que pudo echando la culpa á sus consejeros, por cuyas insti- | gaciones habia movido la guerra; pero añadió que se reia de la fortuna, y de verse hecho prisionero por quien habia pensado prender, siendo vencido con sus mismas armas. Entretanto continuaba la mortandad por todas partes, y la plaza y todas sus cercanias estaban llenas de cadáveres. Ninguno de los españoles fue muerto ni herido en este lance. Temeroso Pizarro | de las tinieblas de la noche en una region desconocida de los suyos, mandó tocar á recoger. Volvieron El sultan de Aden, ciudad situada en la costa de los españoles cansados de matar, trayendo delante Arabia, se hallaba sitiado por los turcos, que se tede sí una multitud de cautivos como un rebaño de nian por señores del mar, y le libertó Hector del poovejas. Cenó el bárbaro aquella noche con el capitan ligro haciéndole su tributario. Pero el bárbaro, desespañol, y descansó en su mismo aposento. Al dia pues de haberse retirado Hector, pagó aquel beneficio siguiente se recogió el botin, que se componia de con una perfidia, haciendo asesinar á les portugueochenta mil castellanos de oro, cincuenta y seis mil ses que habian quedado en la ciudad para comerciar. onzas de plata, con algunas pocas esmeraldas y ves- Habiendo juntado el virey una armada poderosa natidos, y además gran copia de ganados del país: á vegó con ella á Bethelen, isla cercana á Diu, y mantodos los cautivos se les dió libertad, escepto los que daba fortificar por el rey de Cambaya. Pidieron los fueron destinados para llevar las cargas. Fue hecho bárbaros que se les permitiese salir de alli libremente, prisionero Atahualpa el sábado dia diez y seis de no- y negándoselo el portugués, se irritaron de tal modo viembre del año de mil quinientos treinta y dos, y no que prefiriendo setecientos guerreros una honrosa el dia de la Cruz de mayo del siguiente, como escri- muerte á una vida ignominiosa, se obstinaron en una bió Herrera; pero yo sigo la relacion de los que se valerosa resistencia. Lo primero que hicieron fue hallaron presentes á estos sucesos que á no ser por arrojar en una grande hoguera á sus mujeres, hijos, estar apoyados en tantos testigos, se tendrian por y todo lo mas precioso, para que no fuesen presa del fabulosos. enemigo. Y como si estuviesen agitados de las furias, sin esperar la luz del dia comenzaron á disparar desde lo alto contra los portugueses. La pelea fue atroz y cruel, y era tal la rabia de los bárbaros, que deseoso uno de ellos de herir á un portugués, se metió por la punta de su lanza, y atravesados con mútuas heridas cayeron muertos el uno sobre el otro. Murieron diez y siete portugueses valerosísimos, entre los cuales fue uno Hector de Silveira, varon esclaredicísimo por sus hechos y nobleza. Quedaron heridos ciento y veinte, y de estos murieron luego algunos. Destruidas las fortificaciones, y habiendo embarcado el virey setenta piezas de artillería en sus navíos, vino á Diu para tomar aquella plaza por ardid si se le presentase ocasion oportuna. Pero habiéndose pasado esta, despues de haber arrojado una lluvia de balas, se retiró de alli, causando al enemigo mas terror que daño. Dejó á Antonio de Saldaña con parte de la armada para asolar las costas de Cambaya, lo cual ejecutó valerosamente. Arruinó á Madrefabato, Gega, y otros pueblos, y destrozó gran número de navios, derrotando á sus defensores, y llevó á Goa una rica presa.

CAPITULO XVII.

Sucesos de los portugueses en la India Conferencia de Bolonia entre el papa y el César. Vuelve este à España.

Los portugueses no hicieron por estos tiempos en Africa cosa alguna digna de memoria, pues casi se veian libres del peligro de los moros por hallarse estos ocupados en discordias civiles. Las cosas del Oriente se hallaban agitadas con una guerra contínua; el dominio dei mar, las fortalezas levantadas, y la imposicion de tributos irritaba á aquella gente soberbia, poco sufrida, y acostumbrada á dominar. De esto pues se originaban cada dia nuevas causas para pelear y conseguir victorias. Tampoco faltaron calamidades, con que no pocas veces se vieron afligidos los portugueses, pues como Marte es comun de todos, mezcla frecuentemente las desgracias con los sucesos prósperos. Nuño de Acuña, que salió del puerto de Lisboa con once naves muy grandes, tuvo una navegacion desgraciada, y habiendo perdido con los infortunios del mar una buena parte de su armada, se vió precisado á arribar á las costas de Africa, donde saqueó la ciudad de Mombaza, abandonada por sus habitantes que se habian puesto en fuga. Desde alli navegó á Ormuz: inmediatamente tomó posesion del mando. Depuso á algunos de sus empleos, y á otros envió á Portugal como reos de malversacion de la hacienda real. Mandó á Simon de Acuña que na vegase á Babaren, isla del mismo golfo, para castigar á Barbadin, que fugitivo de Ormuz se habia fortificado en un castillo. Pero se desgració esta empresa, y regresó Simon con mucha ignominia y pérdida. Por el contrario Antonio de Miranda, acompañado de Cristobal de Mello, peleó prósperamente en la costa de Malabar; recogió un botin considerable, y apresó an navío de Calicut de estraordinaria grandeza cargado de ricas mercaderías. Luego que el virey Acuña desembarcó en Goa, puso en prision á Sampayo su teniente, y le remitió á Portugal con buena custodia, siendo juego condenado á destierro del reino, despues de pagar una gran suma de dinero. A los tres Silvei

Entretanto se hallaban perturbadas mas que nunca las costas de las Molucas. Antonio de Brito, que habia llegado allí despues de Serrano, obtuvo permiso de la reina viuda del difunto Régulo Boleif, y de Aroen, tutor de su hijo para edificar una fortaleza en Ternate. Pero sospechando despues la reina de que con el favor de los portugueses y con la muerte de sus hijos aspiraba el tutor a apoderarse del reino, puso asechanzas á los huéspedes para arrojarlos de la isla. Llegó Brito á entender esta perfidia, y habiendo acometido al palacio real, se llevó consigo á los pupi los. La reina se escapó en medio del tumulto y confusion, y se huyó á Almanzor su padre, Régulo de Tidore. El tutor quitó la vida con veneno al los hijos, llamado Boahates. En este estado se hallaban las cosas cuando sucedió á Brito en el gobierno García Enriquez, hombre cruel y dispuesto á emprender cualquiera maldad. Este, pues, contra toda ley y justicia, trató muy mal á los Régulos. Mató á Almanzor con veneno, molestó á los isleños con todo género de injurias, con las cuales irritados se disponian á la venganza, y esperaban para ello tiempo

mayor

de

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oportuno. Entretanto fue nombrado por sucesor de Enriquez, Jorje de Meneses, hombre de carácter perverso y en estremo cruel. Suscitáronse entre los dos tan furiosas discordias, que estuvieron à pique de perderse todos los portugueses; pero al fin se aplacaron con la salida de Enriquez. Volvió la reina á la ciudad, y temerosa de la crueldad de Meneses, se puso segunda vez en fuga con los principales de la nobleza, y impidió que se llevasen viveres á los portugueses. Habia intentado en vano por medio de sus embajadores, que los portugueses la restituyesen á su hijo Ayalo, sucesor del reino, y á Tabaria, su hermano menor que los tenian encerrados en la fortaleza. Sentian ya los portugueses el hambre y la falta de todas las cosas mas precisas, cuando llegó por sucesor de Meneses Gonzalo Pereira. Este pues, de órden del virey, envió preso á su antecesor á la India. Procuró Pereira refrenar á los soldados, proibiéndoles el comercio de la especería, y ablandar á los bárbaros con todo género de caricias; pero sin embargo, habiéndoles ofrecido restituir los cautivos, faltó á sú palabra y vino á pagarlo en los años siguientes.

En Europa florecia la paz; mas los españoles que perseveraban en Italia, servian de estorbo para que no fuese durable. El rey de Francia, por medio de sus embajadores los cardenales Acromonte y Tournon, se obligó á no hacer movimiento alguno siempre que los españoles saliesen de Italia. Del mismo parecer era el pontífice, á quien siempre causó inquietud el gran poder del César en aquel país. Tratábase esto en Bolonia á principios de este año de 1533, y allí habian concurrido el pontífice y el César para conferenciar sobre sus negocios. Los venecianos rehusaban ligarse con nueva alianza, porque temian que oprimido el poder de una de las partes, se hiciese la otra mas poderosa, y así no querian abandonar del tode al rey, ni ponian mucho cuidado en complacer al Cesar. Los príncipes y repúblicas de Italia, despues de haber padecido tantos males con la guerra, deseaban el descanso; además que si volvia á moverse, no tenian fuerzas para hacer resistencia á no estar protegidos por otro mas poderoso. El pontífice disimulaba la ira que habia concebido contra el César por la sentencia en que este adjn licó al duque de Ferrara el principado de Régio y Módena, que antes era parte del estado eclesiástico. No ignoraba esto el César; pero no obstante, procediendo con suavidad, porque se resistia á sacar los españoles de Italia, dispuso las cosas de tal modo, que se renovó la alianza por año y medio. Las condiciones fueron que á costa de todos y con un comun ejército, se procurase alejar la guerra movida á la Italia; y que mientras durase la paz, contribuyesen los confederados todos los meses con veinte y cinco mil ducados para pagar la gente, cuya suma habia de distribuir al arbitrio de Leiva, á quien eligieron por general del ejército y defensor de la paz, y le mandaron pasar á Milan.

Establecido este convenio, salieron los españoles de la Lombardia y fueron distribuidos en los presidios de los confines de Italia para resistir á los turcos, que continuamente molestaban aquellas costas, habiendo side pocos los que volvieron á España por el amor de su patria. Los franceses, aunque en su interior se alegraban de la salida de los españoles, les dolia mucho el verse escluidos de Italia por la conjuracion de los príncipes de ella. Mas al fin desistieron de sus quejas, habiéndoles hecho presente el papar «que habian sido rotas las cadenas de Italia con sacado de los Alpes á los españoles, lo cual no hu»biera podido conseguirse sin aquella alianza hecha por tan breve tiempo; y que mientras se proporcionaba ocasion de llevar adelante sus proyectos, era »preciso proceder con el mayor disimulo, para que »no se perdiese todo por un intempestiva diligencia.»

TOMO I

a

De este modo el pontifice temiendo al uno y ganando al otro, se aseguraba por ambas partes, y suplia con el arte in falta de fuerzas. Entretanto que se disponia la armada de Génova, vino el César á la entrada de la primavera á Pavia con deseo de reconocer por sus mismos oios el campo de la insigne victoria ganada alli por sus armas. Mostróle Basto el lugar por donde rompió el ejército imperial, el sitio de la batalla, el paraje donde fue hecho prisionero el rey, y todos los demás en que sucedió a'guna cosa notable, elogiando al mismo tiempo á los que mas se habian distinguido en esta memorable accion. Desde allí se encaminó á Milan, donde le obsequió Esforcia con gran magnificencia; y habiéndose entretenido algunos dias en la caza, vino á Génova, y se hospedó en el palacio de Doria, adornado con régia opulencia. Hizo allí el César espléndidos regalos á las personas ilustres; y embarcándose con temporal fuerte, llegó felizmente á fin de abril á Barcelona, donde fue recibido por la emperatriz y los grandes con la mayor alegria, y con increible regocijo de todos los ciudadanos.

Pasó el César á Castilla, y habiendo recibido cartas de Mendoza en que le avisaba que la ciudad de Coron se hallaba en gran peligro, por haberla sitiado los turcos por mar y tierra, mandó á Doria que se partiese con la armada para hacer levantar el sitio. Partió al momento á Nápoles, donde tomó á los españoles que poco antes habian sido enviados de la Lombardía con el capitan Rodrigo Machicao, y los víveres y municiones necesarias: se hizo á la vela con viento próspero, y arribó felizmente á Coron, despues de haber tenido un pequeño combate con la armada otomana cerca de la entrada del puerto. La venida de Doria escitó un gran tumulto en el campo de los enemigos; y habiendo hecho Mendoza una salida, los puso en fuga y les tomó tres cañones y algunas otras cosas. Despues de esta victoria desembarcó Doria los soldados, y los víveres en la ciudad, dejando por gobernador á Machicao, y se volvió á Mecina con el antiguo ejército. Casi en los mismos dias el almirante de la armada española don Alvaro de Bazan tomó á los moros la ciudad de One en la costa de Africa entre Oran y Melilla. Los bárbaros que se habian refugiado en el castillo, desconfiados de sus fuerzas y de la seguridad de aquel puesto, se escaparon todos por un postigo que casualmente no se hallaba sitiado; y habiéndolos derrotado y saqueado la ciudad y el castillo, se restituyó á la Andalucía mas gozoso con la victoria que con el fruto de ella.

Falleció el cardenal Colona que gobernaba á Nápoles, y fue nombrado en su lugar don Pedro de Toledo, marqués de Villafranca, cuyo gobierno mezclado de sucesos alegres y adversos toleraron los napolitanos por espacio de veinte y dos años. Mientras tanto el pontifice y el rey de Francia tuvieron secretas conferencias en Niza, de las cuales se divulgaron muchas cosas, pero no produjeron efecto alguno. Catalina, hija de Lorenzo de Médicis, habida en Magdalena de Torres, casó con Enrique, duque de Orleans, uno de los hijos del rey Francisco, y llevó en dote cien mil escudos. Despues à peticion suya creó el papa cuatro cardenales. Si además de esto acordaron algo en secreto acerca de los negocios públicos de sus dominios, nunca pudo saberse. Mas el César que conocia bien el carácter del pontífice, sospechó algun fraude y procuró asegurarse en Italia lugar atrajo á sí al duque de Urbino restituyéndole la para que no le acometiesen descuidado. En primer ciudad de Sora que rescató de los herederos de Gesvres, para que en caso de hacer guerra al pontífice, le auxiliase este príncipe tan enemigo de los Médicis. Por otra parte las tropas napolitanas y las de Colona amenazaban al pontifice, á quien aborrecian con odio implacable por sus antiguas discordias. Gé

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nova, el duque de Ferrara, y el de Mántua estaban | nez, hizo correr la voz de que traia á Roscetes en la por el César y de este modo no podia temer á nadie; antes por el contrario ninguno podia moverse contra él sin manifiesto peligro de su ruina, hallándose asegurado con las fuerzas de tantos príncipes. De esta suerte descansando las armas, peleaban con sus discursos, y se burlaban recíprocainente de unos artificios con otros. Finalmente para desvanecer el César la sospecha de que deseaba apoderarse de la Italia, á principios del año de 1534, aceleró las bodas de Cristina, que habia prometido á Esforcia, para que los bijos que de ella tuviera sucediesen en el principado de Milan, que era la causa de todos los males.

Por este tiempo llegaron los españoles en Coron á las últimas estremidades del hambre, porque los turcos se habian apoderado de todos los contornos, habiendo puesto una guarnicion permanente en Andrusa. Tuvieron consejo de guerra, y determinaron hacer una salida contra el enemigo con el mayor secreto para cogerle desprevenido. Pusiéronlo en ejecu ción en el silencio de la noche, causando gran confusion por haberse desordenado la caballería que se encaminaba al arrabal de Andrusa, donde hicieron no poro daño, quemando las casas; mas no pudieron tomar el pueblo, porque al momento acudió la guarnicion al muro. Mientras que los españoles intentaban en vano al rayar el dia hacer pedazos las puertas, cayó Machicao herido en la frente por una bala, y con él algunos de los mas intrépidos. Muerto el capitan, hombre valeroso y muy perito en el arte militar, y habiéndose pasado el tiempo propio para la empresa, se retiraron de allí en el mejor orden. La caballeria enemiga los siguió para vengar de alguna manera el daño recibido; pero la muerte de su comandante, que cayó del caballo atravesado de un balazo, puso fin á la comenzada pelea. Juntábase al hambre la peste, que hacia en todos horrible estrago, cuando llegaron cartas del virey de Sicilia, en que les mardaba ú nombre del César que partiesen de allí cuanto antes. Con efecto, á la entrada del mes de abril, habiendo embarcado algunos griegos en las naves con toda la artillería, y demás cosas que podian transportarse, regresaron á Italia, abandonando la ciudad de Coron, que era de poca utilidad, y no podia conservarse sinó á costa de mucha tropa y dinero.

Por este tiempo ardian en guerras civiles los moTos de Tunez incitados del ódio que tenian á MuleyAsen. Este pues, segun la inveterada costumbre de los bárbaros, habia subido al trono quitando la vida á sus hermanos; y dominaba con tanta crueldad, que sublevándose contra él sus súbditos, adornaron con las insignias régias á su hermano Roscetes que se habia escapado de la muerte, ofreciendo ponerie en posesion del reino. Juntó luego un ejército, y poniéndose en marcha, peleó con Muley-Asen al pié de las mismas murallas de Tunez. Quedó la victoria por los sublevados, habiendo obligado á Muley á encerrarse en la ciudad. Pero como en esta no se suscitase tumulto alguno por los ciudadanos, segun estaba proyectado, ni tampoco fucse posible el tomarla por fuerza, pasó Roscetes á Argel á solicitar de Aradino que le diese auxilio contra su hermano; á cuyo tiem

conmovido Soliman con la fama de aquel pirata, le hizo llamar para que rechazase á Doria, prometiéndole el mando de la armada otomana. Así pues, se embarcó Aradino para Constantinopla; llevándose consigo á Roscetes, á quien dió esperanzas de que con el auxilio de Soliman arrojaria à su hermano, y seria el puesto en el trono; pero estas promesas fueron falsas. Porque habiendo conseguido del Sultan que le hiciese general de su armada, dejó burlado en Constantinopla al régio joven, y se volvió al Africa con ochenta galeras, causando en su viaje muchos daños en las costas de Italia. Luego que llegó á Tu

armada para ponerle con sus fuerzas en posesion del reino. Fue recibido por los tunecinos con estraordinario regocijo, pero en breve se descubrió el fraude; y tomando estos las armas llamaron á Muley-Asen, que por miedo de Aradino se habia puesto en fuga. Pelearon en las calles y en las plazas con gran desórden y obstinacion: Mas habiendo sido vencidos los tunecinos, y obligados á retirarse dentro de las casas por los turcos, que eran mas valerosos que ellos, se escapó segunda vez Muley-Asen con algunos pocos que con lealtad constante seguian su fortuna. Al dia siguiente se les concedió á los de Tunez la paz que pedian, y juraron obediencia á Soliman. Penetró vivamente el ánimo del César la maldad de Aradino, conociendo cuán terrible tormenta amenazaba á la cristiandad si el imperio Otomano se estendiese hasta el Africa. Para desvanecerla, y perseguir con el mayor esfuerzo á este pirata tan orgulloso con el apoyo de Soliman, comenzó á disponer con la mayor diligencia todo lo necesario á este fin. Mientras hacia

Espada de Cortès.

Espada de Pizarro.

(Armeria Real de Madrid.)

estos preparativos, el pontifice afligido de una grave y prolija enfermedad, pasó de esta vida á la otra el dia veinte y cinco de setiembre. En todo su pontificado se vio agitado de muchas inquietudes, por haberse entremetido mas de lo que convenia en los negocios temporales, trastornándole sus consejos la fortuna ú otra fuerza superior. Escomulgó á Enrique,

rey de Inglaterra, porque habia repudiado á su legitima esposa la reina Catalina para casarse con la famosa Ana Bolena, á fin de reducirle á su deber con este terrible castigo. Pero este medio, que se creyó saludable, solo sirvió para agrabar el mal, porque aquel hombre soberbio, despreciando la religion que débia contenerle, se precipitó á sí mismo y á su reino en el partido de la herejía que habia combatido; y finalmente habiendo abolido en todos sus dominios la autoridad pontificia, se la apropió á sí mismo y dió principio á la monstruosa y cruel tragedia que ha costado tantas lágrimas al orbe cristiano.

LIBRO TERCERO.

CAPITULO I.

Eleccion del papa Paulo Tercero. Espedicion del César á Tunez. Toma del castillo de la Goleta y de la ciudad.

DESPUES de concluido el novenario de las exequias del papa Clemente sétimo, se juntaron en cónclave los cardenales el dia nueve de octubre para crear sucesor. Ya de unánime consentimiento habian destinado para esta suprema dignidad al cardenal Alejandro Farnesio, varon amado de todos, y á los dos dias sin haber intervenido ningun vicio ni solicitud de su parte fue declarado sumo pontifice, y se coronó el dia seis de noviembre. En su exaltacion tomó el nombre de Paulo Tercero, y no habiendo sido antes parcial de ninguno de los príncipes, conservó en su pontificado la misma integridad loable y piadoso ejemplo, y muy propio del padre comun de todos los fieles. Aplicóse desde luego con sumo cuidado á apaciguar los ánimos de los príncipes cristianos, que se resentian todavia de sus anteriores discordias, para que empleasen todas sus fuerzas contra los enemigos de la religion.

Por este tiempo juntaba el César de todas partes tropas, armas, caballos y todos los demás aprestos de guerra, sin perdonar gasto alguno para arrojar de Tunez á Aradino. Pero como las grandes empresas necesitan de grandes auxilios, exhortó á los otros principes por medio de sus embajadores á que se uniesen con él. El primero que acudió con su auxilio fue el pontifice, habiendo concedido al rey Francisco y al César el diezmo de las rentas eclesiásticas. Pero el rey de Francia, despues de recibir tan gran don, se mantuvo tranquilo espectador de la guerra, en lo cual fue muy vituperado de todos. El papa, además de esta gracia, y para que no se creyese que solo era liberal con lo ageno, armó á su costa doce galeras, cuyo mando confiríó á Virginio Ursino. A estas se juntaron las de Malta con un selecto escuadron de caballeros. El rey de Portugal envió á Barcelona una armada de veinte y siete navíos, á las órdenes de Antonio de Saldaña, hombre muy esperimentado en las cosas del mar. Tambien vino por tierra don Luis, hermano de la emperatriz, teniendo por cosa indigna el faltar á tan piadosa empresa. Llegaron las armadas de Flandes y España, y la de Doria, bien provistas de todo lo necesario. El dia treinta y uno de mayo de 1535, habiéndose embarcado el ejército y eido misa el César, subió con su cuñado don Luis á la Almiranta de Doria, que estaba magníficamente adornada, y se hicieron á la vela en Barcelona con las banderas y flámulas desplegadas, que formaban una maravillosa vista, y disparando toda la artillería y resonando al mismo tiempo los clarines y trompetas. En breve tiempo llegó esta armada á las islas de Mallorca y Menorca, y desde allí, aunque con borrasca, navegó á Cerdeña, donde el marqués del Basto habia conducido la de Italia, en la que iban embarcadas muchas compañías de españoles, alemanes é ita

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lianos. Desde el puerto de Cagliari atravesaron al Africa y se hizo el desembarco de las tropas y arti llería en el golfo de Cartago con mucho órden. Entre tanto que se ponian en armas, atacó Doria las fortalezas que dominaban aquellas costas, y Basto con un espedito escuadron salió á esplorar los lugares inmediatos. Tuvieron frecuentes peleas con los bárbaros que les salian al encuentro, y algunas veces con peligro del César, que sin aterrarle la multitud de moros que volaban por todas partes, era el primero que se adelantaba á registrarlo todo, y á examinar dónde se hallaban, y cuántas eran las tropas de los enemigos, y cuáles eran sus movimientos. El modo de pelear que acostumbran los moros, es ceder el puesto si se ven estrechados; y en tal caso no tienen por ignominia el ponerse en fuga; despues vuelven á comenzar la pelea con increible ligereza, hiriendo y matando; y finalmente, las mas veces causan al enemigo mas terror que daño. No obstante, mataron á algunos en estos encuentros, entre los cuales pereció Federico Careto, marqués del Final, capitan de la compañía de italianos, y fue he→ rido el marqués de Mondejar, varon de la primera nobleza de España y otros caballeros. En este tiempo arribaron algunos navíos que se habian separado de los demás en la navegacion; sobre cuyo número y el de las tropas de tierra, no convienen entre sí los historiadores. Lo mas cierto es, que las naves eran quinientas, y treinta mil los soldados, sin contar los nobles que militaban á su costa, y los criados y demás gentes de servicio que componía un gran número. Establecióse el campo en las mismas ruinas de Cartago, y luego se dispuso que lo guarneciesen, los marireros. Aunque Aradino despreciaba altamente las fuerzas cristianas, se dice que quedó muy consternado á vista de la armada y del ejército; aumentándole el terror la presencia del César, pues no creia se hubiera espuesto á la inconstancia y pe ligros del mar, si no quisiera dar una batalla decisiva. Pero disimuló su miedo, y habiendo fortificado. con gran cuidado el castillo de la Goleta, encargó su defensa á Sinan, natural de Smirna, pirata muy valiente, dúr dole á este fin cuatro mil turcos escogidos. Los demás los encerró en Tunez, para ocurrir con ellos á cualquier lance.

Al rededor de la ciudad tenia una gran multitud de tropas de á pié y de á caballo, cuyo número se aumentó despues prodigiosamente. Entre Tunez y la Goleta se estiende un lago desde el Mediodía al Septentrion, y en la garganta por donde desemboca en el mar está el castillo, que por el lugar de su situa cion se llama de la Goleta. Por esta embocadura y á costa de increible trabajo de los cautivos habia introducido Aradino sus galeras en el lago para librarlas del peligro. Levantábase con suma alegria y esfuerzo la trinchera para combatir el castillo, y el conde de Savini, esclarecido en la guerra napolitana y en la de Grecia, había pedido la honra de defender su frente. Pero le costó muy cara su audacia, pues habiendo hecho una salida los turcos mandados por Salec, quedó muerto con Belinguero su pariente, capitan de una compañía. En aquel puesto fueron despues substituidos los veteranos que habian vuelto de Coron, y eran muy esforzados; y contra ellos acometieron los enemigos con mayor impetu el dia siguiente al amanecer, que era el de la Nativi dad de San Juan Bautista, tiempo en que por el calor de las noches se goza el mas tranquilo sueño. Despertados con el tumulto y las heridas, corrieron á las armas con gran presencia de ánimo, y se trabó un cruel combate en que cayeron muchos de una y otra parte, entre los cuales peleando valerosamente don Luis de Mendoza quedó mucrto, atravesado de inumerables heridas, junto con el alferez Sebastian de Lara, y Alonso de Liñan, natural de Zaragoza.

Arrebataron los bárbaros la insignia militar, que era un sarmiento, y se hallaba colocada en lo mas alto de la trinchera. Del vulgo de los soldados murieron cuarenta y nueve, y muchos mas quedaron heridos. Arrojados de allí los enemigos, y deseosos los nuestros de acabar con ellos, y de borrar la ignominia de haber perdido su bandera, los persiguieron hasta el castillo; y habiendo entrado algunos temerariamente mezclados con los enemigos, fueron al punto pasados á cuchillo. Los demás al tiempo de retirarse padecieron mucho por la lluvia de tiros que les dispararon desde los muros.

Por consejo de Alarcon, hombre muy esperimentado en la milicia, que por este tiempo habia llegado con muchos nobles españoles y napolitanos, fueron levantadas nuevas fortificaciones para resguardo de los soldados; lo cual fue muy grato al César, que deseaba concluir lo comenzado mas con el trabajo que con la pérdida de los suyos. Entretanto arribaron de España algunos navíos con grande provision de víveres, y vinieron en ellos no pocos nobles con armas y caballos. Llegó la noticia de que la emperatriz habia parido una hija, y fue grande la alegría y regocijo que hubo en todo el campo. A esto se siguió una horrorosa torinenta con vientos tan impetuosos, que derribó todas las tiendas de campaña, rompiendo las cuerdas con que estaban amarradas. Los truenos y relámpagos consternaban á los hombres; y la arena, arrebatada del viento, los cegaba, moviéndola además los enemigos con palas para que les cayese mas espesa en los ojos. Entretanto los turcos se aventuraron á dar un combate, pero fueron rechazados al castillo con pérdida.

Al dia siguiente llegó Muley-Asen al campo del César, acompañado de trescientos caballos, y habiéndole besado en el hombro, le dió gracias por medio de su intérprete, y le aseguró que mientras viviese tendria siempre en la memoria tan grande beneficio. Dióle el César esperanzas de que le restituiria á su reino, y exhortándole á que permaneciese fiel, le despidió despues de haberle regalado con régia liberalidad. Pero no obstante se perdió el dinero empleado en atraer á estos bárbaros, porque despues de haberlo recibido, faltaron á su palabra. Eran frecuentes las peleas en diversos parajes, haciendo contínuas salidas los turcos y los inoros; y de tal manera molestaban al campo con sus correrías, que no podian los soldados ir á hacer provision de agua ni leña, sin que tuviesen encuentros y heridas. Fueron muertos ó heridos algunos nobles y capitanes; y en una de estas peleas se vió Alarcon en grave peligro. De los enemigos, perecieron muchos con Guiafer, capitan valeroso de los turcos.

Concluidas que fueron las obras, y guarnecidas con cuarenta y dos cañones, arrimaron las galeras antes de salir el sol, y comenzaron á batir las murallas con horrendo estrépito y estrago. Acerca del mediodia fue derribada una gran torre, que era la principal defensa del castilo, y el César exhortando en pocas palabras á los soldados á obrar valerosamente, dió la señal del asalto. Al punto subieron con escalas á la parte del muro que aun estaba en pié; y entre los innumerables tiros que les disparaban de todas partes, pelearon á pié firme con el enemigo que se hallaba en las mismas murallas, y se encaminaron en batalla á la plaza del castillo. Despues de mucha carnicería, fueron arrojados los turcos de todos los puestos, y se pusieron en fuga, siguiendo á su caudillo, que fue el primero que se escapó á la ciudad por un puente de madera que atravesaba la garganta del lago. Dicese que en este dia perecieron mil y quinientos de los enemigos; y de les imperiales solos treinta, si no se engañan los historiadores. No era muy considerable la presa que hicieron, en la cual se contaron cuarenta cañones. Fue apresada en el

lago la armada de Aradino, que se componia de cuarenta y dos galeras con todos sus pertrechos.

Despues de esta empresa se trató en una junta sobre si convenia llevar adelante la guerra. Algunos eran de dictámen «que habiéndose tomado la goleta »y la armada enemiga, quedaba satisfecho abundan»temente el honor del César y la utilidad pública. Que »no se debia pelear por mas tiempo con una multitud »tan grande de enemigos, y con toda la naturaleza, »en un suelo estéril, seco y enfermo, sin mas fruto »que el de sustituir un enemigo á otro en el reino de >>Túnez. Que además ¿cómo podia convenir con tan»to peligro propio, y solo para utilidad agena espo»nerse de nuevo a la fortuna de la guerra, que siempre acostumbra mezclar alternativamente las cosas prós»peras con las adversas? Pero aun cuando fuese fa»vorable, y se consiguiese ganar á Túnez, ¿cómo »podria conservarse en medio de tan bárbaras y »feroces naciones, y tan enemigos del nombre cris»tiano? ¿Se enviarán acaso, decian, colonos para »esponerlos á que luego sean pasados á cuchillo, ó »reducidos á esclavitud? ¿Qué ciudades amigas tene»mos cerca, y qué reyes confederados podrian socorrerlos en cualquiera peligro? Por estas mismas »causas, y aterrados de los muchos gastos, nos vimos »precisados á abandonar á Coron, cuya fortaleza »nadie negará que era la mas oportuna para refrenar »á los otomanos; á no ser que queramos perder aquí »con ignominia y estrago lo que ganamos á costa de »inmensos trabajos y dispendios.» Pero movieron mas al César las razones del príncipe de Portugal y del duque de Alba, á quienes oia con gusto. Decian estos que con grave daño y mayor peligro de la »cristiandad había sido invadido el reino de Túnez »por un tirano, descoso de introducir en el Occidente »las armas otomanas. Que habia mucha diferencia >>en que reinase en aquellas partes un príncipe tri»butario y obediente al César, ó un pirata implacable, »que tanto daño hacia en las costas de los cristianos. »Que si se le permitia estender sus armas y sus »fuerzas en Africa ¿á cuánto peligro no se espondria »la inmediata isla de Sicilia, subyugada en otros »tiempos miserablemente por las armas de los carta»gineses, y despues por las de los árabes, que tam»bien salieron del Africa? ¿Qué seria de toda la Italia rodeada con las armas otomanas? Y finalmente: »¿qué seria de España separada del Africa por un >>corto estrecho de mar, afligida tantas veces por »aquella parte por enemigos esternos, y ahora con otros internos?» Demás de esto movia al César la calamidad que padecian veinte mil cautivos, y el deseo de despojar de aquella presa al pirata, que con tanta frecuencia invadia nuestras costas. Ni tampoco le parecia decoroso ni honesto abandonar torpemente á Muley-Asen despues de haberle ofrecido restituirle en el reino y añadia que el rey de España y emperador de Alemania no habia pasado al Africa con tan crecido número de tropas para infundir un vano temor en los enemigos, sino para disipar la cruel tempestad que amenazaba á todo el orbe cristiano. De este modo el César, mas cuidadoso del empeño que habia contraido que de la fama, despreció los vaños rumores, y lo que de él pudiesen juzgar otros; precepto y ejemplo saludable para los grandes príncipes, que deben preferir su obligacion á los juicios y censuras de los hombres.

Estando pues resuelto á perseguir al Tirano con el mayor esfuerzo, y dejando á Doria en la armada, para cuidar del restablecimiento de las fortificaciones de la goleta con los materiales que se habian traido de Sicilia, se puso en marcha hácia Túnez. En todo el camino habia contínuas escaramuzas con el enemigo que andaba vagando, y que á cada paso acometia la retaguardia en que mandaba el duque de Alba. Padecieron tan gran necesidad de agua en aquel

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