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BIBLIOTECA DE GASPAR Y ROIG.

y le abrazó y consoló con mucha humanidad y amor,
y al dia siguiente espiró, dejando por heredero á
Guillelmo de Nasau su tio, y aunque en el mismo
dia fue muerto La Lande por otra piedra que le tira-
ron desde el campo, su muerte fue un vano consue-
lo de tan considerable pérdida. Peleóse muchas ve-
ces sin fruto alguno y con grave daño, corriendo
algunas veces al muro los españoles sin esperar la
órden de su general, solo impelidos del temerario
ejemplo del alférez que llevaba la bandera, y que ar-
dia por adquirir el honor de tomar la ciudad. Por
este tiempo disimulaban los capitanes semejantes
desórdenes, y lejos de castigarlos, elogiaban la
dacia que se adelantaba al mandato, á fin de fomen-
tar por este medio la emulacion entre las naciones,
para incitarlas á pelear valerosamente; pero esta
perversa opinion corrompia la disciplina militar.
Tampoco fue sin sangre la victoria para los france-
ses, que perdieron doscientos y cuarenta de los mas
intrépidos. Juntaba el rey de Francia tropas para
socorrer á los sitiados, si se le presentaba ocasion
de poder hacerlo con seguridad. En el número va-
rian los autores segun su costumbre; y Ferroni las
hace llegar hasta ochenta mil hombres. Entretanto
habia algunas escaramuzas de poca consideracion
entre los que salian á buscar forrajes. El rey Fran-
cisco habia puesto su campo cerca del rio Marne bajo
el mando del delfin y del duque de Orleans, á quien
habia dado por consejero á Anebaldo.

Apoderóse el César de San Didier, y levantó el campo para dirigirse á París, publicando para ocultar su designio que marchaba hácia Chalons. Pero habiendo caminado algun tanto, torció repentinamente hácia Espernay, ciudad situada en el camino la cual tomó, y mantuvo algunos dias el ejército con muchos víveres que sacó de los almacenes que allí habia. De este modo sucedian todas las cosas prósperamente al César, y adversas á su enemigo. Entretanto se declaró la guerra á los campos, no dejando en ellos fruto alguno. Todo se hallaba lleno de túmulto y confusion con el contínuo incendio de las alau-deas, y con la fuga y pavor de sus habitantes. Corrieron los imperiales hasta Meaux, y tomaron algunos pueblos, dividiendo solamente los dos ejércitos el rio Marne. Fustemberg se aventuró temerariamente, y sin escolta alguna á esplorar sus vados, y fue hecho prisionero con peligro de perder la cabeza; pues militando antes en las banderas del rey de Francia, se habia pasado al César con una gran suma de dinero destinada á la paga de las tropas. Sin embargo le concedió la libertad aquel rey benigno, pagando treinta mil escudos. Mientras tanto se apoderó una gran consternacion y terror de la populosa ciudad de París, que viendo tan cerca al enemigo, mudó enteramente de aspecto. Todos recogian sus mas preciosos muebles, y por toda la ciudad se apresuraban á llevarlos de unas partes á otras para ponerlos en lugar seguro. El rio Sena se hallaba cubierto de barcos, y los caminos de carros, especialmente los de Orleans y Roan, causando no poco daño los ladrones que por todas partes robaban á los fugitivos: mal inevitable en todo tumulto y confusion. Todos procuraban únicamente ponerse en salvo, posponiendo á esto la patria y á todas las demás cosas; y aunque el rey envió al cardenal Mendocio, y al duque de Guisa para que desvaneciesen aquel pánico terror, no consiguieron cosa alguna, porque el miedo los habia ensordecido. Pero con la venida del rey haacompañado de tropas, no solamente cesó la fuga, sino que se restituyeron los demás á la ciudad, biéndolos amenazado con gravísimas penas. En tan grave peligro, dice Ferroni, que escribió el rey una carta al delfin, en que le mandaba espresamente que no lo aventurase todo á la fortuna de la guerra. Que mirase la conservacion del reino como cosa propia que habia de entrar luego á poseerle. Que aunque el César fuese vencido y derrotado, le quedaban todavía integras las tropas inglesas; por lo cual debia adelantarse á París antes que llegase el César á esta ciudad.

El Inglés pasó por este tiempo con su ejército á Francia, y se acampó en las costas de Bretaña. Los condes de Reux y Bura combatian con el ejército flamenco á Montrevil, y habiéndoles enviado el rey Enrique un refuerzo de sus tropas al mando del duque de Nortfole, sitió con las demás á Bolonia, ciudad marítima de la Picardía; hallándose de este modo combatidas tres ciudades á un mismo tiempo. El César perseveraba en el sitio de San Didier, estando resuelto á concluir la empresa, mas con el trabajo y paciencia de los soldados que con su peligro y su sangre. Pero convenia alejar de allí á Brissac, que se hallaba en Vitri con un poderoso ejército, para que privados los sitiados de la esperanza de este socorro, hiciesen cuanto antes la entrega. A este fin envió con escogidas tropas á Mauricio de Sajonia, y Francisco Atestino, á los cuales seguia Fustemberg con su legion, y siete cañones; y habiendo salido del campo al ponerse el sol con trescientos caballos, comenzaron la pelea con los que se hallaban de centinela por la ciudad. Escitado Brissac con el estrépito y confusion, ordenó sus tropas segun se lo permitia el tiempo, y hizo frente á los que acometian. Trabóse un cruel combate en las tinieblas de la noche, y habiendo Atestino puesto en fuga á la caballería, dió con su ejército sobre la infantería, la que fue desbaratada por la imperial. Muchos quedaron muertos, y los demás consiguieron escapar con la oscuridad, y libertarse de su total pérdida. Habíanse encerrado trescientos en una iglesia que estaba en el arrabal, y derribada con la artillería fueron todos muertos por los alemanes, y quemada la ciudad, á pesar de las órdenes de los capitanes que se lo prohibieron. Abatió mucho el ánimo de los sitiados la desgracia de Brissac, hallándose ya no poco consternados con la muerte de La Lande; de tal manera, que viendo no les venia socorro alguno, ni esperanza de él, comenzaron á pensar en la entrega. Enviaron un trompeta; y habiendo obtenido permiso para conferenciar, ajustaron treguas por doce dias, ofreciendo entregar de buenafe la ciudad, si dentro de este término no viniese el rey con su ejercito á socorrerlos. Cumplido este tiempo, y no habiendo parecido el rey, se entregó Sancerre con la honrosa condicion de salir libre con sus soldados armados, llevando dos cañones de artillería.

En este estado se hallaban las cosas cuando comenzó á tratarse de paz. La reina doña Leonor, y algunos de los mas poderosos de la córte, dieron los primeros pasos para conseguirla, no sin noticia del rey. Viendo pues aquella princesa el peligro que corria el reino, envió al César á fray Gabriel de Guzman, del órden de Santo Domingo, su confesor, pidiéndole que se dignase poner fin con una paz honrosa á una guerra tan sangrienta. El César respondió, que en obsequio de su hermana se prestaria á unas justas condiciones; pues se hallaba tan deseoso de la paz, solo con el guerra pues, habiendo que habia emprendido tan costosa fin de conciliarla y establecerla. Así obtenido permiso los franceses de pasar al campo, marchó Anebaldo con grande acompañamiento de nobles, y fue recibido honoríficamente por Gonzaga y Perenoto: los cuales le condujeron á un templo, que se hallaba á una milla de distancia del campo. Disputaron largamente y sin fruto por mas de seis horas acerca de las condiciones. Volvieron de nuevo á juntarse Anebaldo y Gonzaga con asistencia de otros, y despues de prolijos debates se separaron sin haber convenido en cosa alguna. Aun no se habia perdido del todo la esperanza de ajustar la paz, cuan

do volvieron otra vez á las armas y á continuar las anteriores hostilidades. Nada quedó intacto del furor de la guerra, ni se perdonaba á cosa alguna humana ni divina, acometiendo los alemanes por todas partes á vista de los franceses. Los luteranos profanaron con sus nanos sacrilegas los templos y lugares mas sagrados, lo que causó tan gran dolor al César, que á un cierto Hanceo, portero augustal, le hizo ahorcar del mas alto muro de un convento que habia saqueado. Reprendió severamente á Mauricio, y al principe de Brandemburgo porque habian dejado sin castigo tantos delitos; y á fin de aplacar la ira del César registraron los equipajes de sus tropas, y es trajeron al punto todas las alhajas sagradas; las que por su órden fueron restituidas á sus lugares por mano de los sacerdotes. Finalmente se ajustó la paz, que puso término á tantos males, el dia diez y ocho de setiembre en el castillo de Crespy en el Valois, donde el César estaba acampado, firmando los primeros el tratado Gonzaga y Anebaldo, los reyes de armas, y despues de estos el César y el rey. Fueron entregados en rehenes los cardenales de Lorena y Mendonio, Agnodeo, hijo de Anebaldo, y el conde de Valois. Guzman, que habia sido el primer móvil para conciliar la paz, fue recompensado liberalmente por el rey con rentas eclesiásticas en premio de su méríto; pero muy luego le despojó de ellas y le arrojó de Francia, atribuyéndole el crímen de que en sus

trevil, tuvieron órden para retirarse. Los españoles y alemanes que estaban discordes entre sí, fueron enviados por diversas partes, para evitar que no tuviesen algun encuentro. Sande con su tropa se encaminó á Hungría, y los demás á España. Pero estos no pudiendo sufrir el ocio, como nacidos para la guerra, luego que llegaron á Inglaterra, se alistaron en las banderas del rey Enrique, á cuyo servicio pasaron tambien, con permiso del César, el duque de Alburquerque don Beltran de la Cueva, hombre muy esperto en la ciencia militar, y su hijo don Gabriel, que tanto contribuyó á la toma de Bolonia. El César habiendo despedido su ejército se retiró á Flandes con el duque de Orleans, su futuro yerno, y los rehenes. Nortfolc se trasladó desde Montrevil al campo del rey de Inglaterra, para que con la retirada de sus sócios, no le oprimiesen los franceses, que se encaminaban á aquella ciudad. Despues de un sitio de cincuenta y ocho dias fue entregada Bolonia por su gobernador Verbin; y habiéndola asegurado el Inglés con una buera guarnicion, y todas las provisiones necesarias, se restituyó felizmente á Londres con su ejército y armada en el mejor estado.

LIBRO CUARTO.

CAPITULO I.

cartas descubria al César los secretos de la córte, Sujétanse los rebeldes de la provincia de Jalisco. Viaje como lo dice un autor que despues le trató con mucha familiaridad en Venecia.

:

Antes que se finalizase el tratado, envió el César á Antonio, obispo de Arras, hijo de Perenoto, para que diese noticia del negocio de la paz á Enrique, rey de Inglaterra, que sitiaba á Bolonia. El Ingles, aunque lo llevó á mal, respondió: « que no envidiaba al »César su fortuna: que se alegraba en gran manera »que la guerra y la paz se hubiesen hecho conforme »á sus deseos; pero que habia resuelto de antemano »no dejar las armas, hasta que consiguiese las ina»yores y mas completas ventajas.» Habiendo recibido el César esta respuesta, se apresuró á concluir la negociacion bajo de estas condiciones que sepulta das del todo las anteriores discordias, hubiese una paz perpétua entre el César y el rey : que prometiese el César su hija al duque de Orleans, y que diese á la esposa en dote el dominio de Flandes, con el titulo de reino; y que si no tuviese efecto, casase con la hija de su hermano don Fernando, dándole la Lombardía con el mismo nombre. Añadiéronse varias precauciones para el caso de morir uno ú otro de los consortes; pero el César, para deliberar sobre esto, pedia el término de ocho meses, á fin de esplorar entretanto las voluntades de los príncipes don Felipe y don Fernando; y que pasado este tiempo se obligaba á que se celebrase el matrimonio con una de las dos princesas en el espacio de cuatro meses: que si cediese la Lombardía, retendria para sí las fortalezas de Milan y de Cremona hasta que naciese hijo varon de aquel casamiento: que el Francés restituyese al Saboyano las ciudades que le habia tomado en el Piamonte; y que custodiase con sus tropas las fortalezas que eligiese interin que el César retuviese otras en Lombardía: que fuesen testituidas de buena fe las ciudades que recíprocamente se habian tomado despues de las treguas establecidas en Niza; que además renunciasen los antiguos derechos y pretensiones, á fin de que no quedase causa alguna para renovar la guerra; y que habian de juntar sus fuerzas contra el Turco y los herejes. Estos fueron los principales artículos del tratado. En el mismo dia en que fue proclamada la paz, vino el duque de Orleans abrazar al César, y fue recibido con muchas muestras de regocijo, y tratado espléndidamente. Bura y Reux, que continuaban todavía en el sitio de Mon

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a la California y á la Florida. Providencias del César en favor de la libertad de los indios.

POR este tiempo era muy vario el aspecto de las cosas de América. Las guerras anteriores habian producido entre otros males, como sucede siempre, un seminario de vicios y maldades. La justicia no tenia fuerza alguna contra unos hombres armados, y solo triunfaba el desórden, sin respeto alguno á la hones➡ tidad. En Nueva-España se remediaron en parte estos males por el valor y celo del virey don Antonio de Mendoza, que se dedicó á reprimir los vicios nacidos con la guerra. Finalmente arreglados los negocios interiores del mejor modo que permitian las circunstancias actuales, salió de Méjico con tropas para apaciguar la dilatada provincia de Jalisco, que estaba inquieta. Contábanse trescientos caballos, la mayor parte de la nobleza, y ciento y cincuenta infantes, á los cuales seguian numerosos escuadrones de indios. Entonces se concedió por primera vez á los caciques que llevasen caballos y armadura española. Los precipicios y parajes ásperos que habian ocupado los enemigos les servian de fortalezas; pero fueron arrojados de ellos con mucho estrago de unos y otros: mas no habiéndolos abatido esta desgracia, se acamparon en otros peñascos altisimos, estando resueltos á hacer los últimos esfuerzos para defenderse. No aterró á los españoles lo fragoso de aquellos lugares, sin embargo de que parecian inaccesibles aun para las mismas aves; y habiendo esplorado antes las sendas marcharon al enemigo, y pelearon muchas veces acérrimamente ayudados de los indios mejicanos con admirable valor y fidelidad. Luego que llegaron á lo mas elevado de los peñascos, combatieron á pié firme con el mayor teson, y al fin quedaron vencidos y derrotados los bárbaros, con muerte de ocho mil de ellos. En medio de la confusion fue hecho prisionero el cacique, y sirvió de mucho para apaciguar aquellas gentes ferocisimas. Dos años empleó Mendoza en subyugarlos, y se restituyó á Méjico con su ejército en buen estado, y con muchos despojos.

Despues intentó reconocer el mar del Sur, cuya espedicion encargó á Juan Rodriguez Cabrillo, dándole dos navíos muy bien equipados de todo lo necesario. Con ellos penetró hasta cuarenta y cuatro grados mas allá del cabo Mendocino, situado casi å la

estremidad de la California, navegando muchas mi-,
llas hacia el Noroeste, y entre horribles tormentas
reconocieron las islas y el continente. Regresaron
estos navíos al puerto de la Natividad, habiendo muer-
to en el viaje su capitan. Como no se sacó fruto al-
guno de esta empresa, mandó el mismo virey á Ruy
de Villalobos navegar al Occidente con cuatro navios
y una galera, llevando consigo á fray Nicolás Perea,
del órden de San Agustin. La galera pereció en breve
en aquel mar tempestuoso, y despues de una larguí-
sima y trabajosa navegacion, arribó á unas islas que
están al Oriente de nuestro hemisferio. Una de ellas
que fue llamada Cesaréa en memoria del emperador,
tiene de circuito mas de mil y cuatrocientas millas.
Los bárbaros que la habitan son de una ferocidad
indómita. Con ellos peleó Villalobos muchas veces
prósperamente, y recogió alguna cantidad de oro y
aromas, y continuando su viaje arribó á Giloló, una
de las islas Molucas, donde hizo muchas cosas bue-
nas y malas, ya declarándose amigo de lcs isleños, ya
de los portugueses, mudando de partido segun se le
presentaba la ocasion, hasta que falleció de una en-
fermedad. Sus compañeros, aunque muy debilitados
de salud, navegaron á Malaca, y despues de haber
permanecido allí por espacio de cinco meses,
ron á Goa. Finalmente auxiliados del virey portugués,
se embarcaro para Espaňa, y llegaron á estos reinos
el año cuarenta y siete de este siglo.

hombre de una estatura desmesurada. Tuvieron con él una pelea atroz, sangrienta y tumultuosa, que duró por espacio de nueve horas. Los bárbaros eran fortísimos, y las mujeres los igualaban en ferocidad. No obstante fueron vencidos y derrotados á viva fuerza, quedando muertos once mil de aquella multitud. Con sus flechas y con las llamas con que incendiaron el pueblo, perecieron ochenta y tres españoles, cuarenta y cinco caballos, con parte de los bagajes, y las alhajas sagradas. No hay necesidad de referir por menor todos los sucesos de esta espedicion. Finalmente vinieron á invernar á Chicoza, provincia muy dilatada; pero desde allí se trasladaron á otra parte, porque los habitantes de aquella region para libertarse de una turba de hombres tan insolentes, les quemaron de noche sus chozas, cubiertas de paja, disparando sobre ellas flechas encendidas. En este lance perecieron cuarenta españoles, cincuenta caballos, y otras cosas; lo que fue una grave pérdida para tan poca gente. Luego que entró la primavera continuaron su marcha en escuadrones por tierras desiertas, y por bosques intransitables y cerrados. ¿Quién podrá numerar los rios y los montes que tuvieron que atravesar, y las fatigas y peligros que pavinie-decieron? De este modo transitaron por muchas provincias en medio de contínuos combates, causándose reciprocamente muchas pérdidas, sin tener todavía asiento fijo en un país tan pobre y estéril. Soto oprimido de cuidado cayó enfermo en Guachacova, y aumentándosele poco a poco su dolencia, falleció de ella, habiendo entregado el ejército, ó por mejor decir sus reliquias á Luis Moscoso. Su cuerpo fue echado á un rio para que los bárbaros no le insultasen. ¡Miserable condicion la de los mortales, que se ven pobres y necesitados aun en medio de la opulencia! ¿cuándo dejarán los hombres de esponer su vida á tan

En Yucatan no se habia hecho en mucho tiempo cosa digna de memoria hasta que Francisco Montejo trasladó el gobierno de aquella provincia á su hijo del mismo nombre, jóven de escelente indole, y de grandes esperanzas. Este pues habiendo dado con un pequeño escuadron dos grandes batallas, una en Chibou, y otra en Tibou, además de otros ligeros combates, venció á aquellos indios belicosos, y les obligó á sufrir el yugo. Despues fundó á Mérida, Cam-graves y voluntarios peligros? ¿cuándo pondrán límipeche y Valladolid, y finalmente á Salamanca, y estableció colonos para que contuviesen á los bárbaros en su deber, y entretanto vivió su padre en Chiapa, separado del tumulto y fatigas de la guerra.

tes á sus deseos? ¡ miserables riquezas con las cuales crece, y se fomenta el desordenado deseo de adquirir otras! Las calamidades pasadas habian reducido el ejército de Moscoso á soles trescientos y veinte infan. tes, y sesenta caballos, con los cuales anduvo vagueando de unas partes á otras, padeciendo muy graves infortunios hasta que regresó al rio Grande. Para invernar alli se fortificó contra las frecuentes y molestas invasiones de los bárbaros, que no omitieron cosa alguna de las que sugiere la fuerza y la astucia, á fin de arrojar de su territorio á los extranjeros. Finalmente, perdiendo toda esperanza, resolvieron aventurarse á hacer su retirada, siguiendo el curso del rio, persuadidos de que este era el único medio que les quedaba de escapar con vida. A últimos de comenzaron con gran diligencia á cortar madera, y trabajarla para disponer los buques, habiendo encontrado algunos caciques que los favorecieron con mucha humanidad, lo que puede mirarse como un prodigio en medio de tan feroz barbárie; y en el dia de San Pedro se embarcaron en siete barcas y tres faluas. Salieron los bárbaros con mil canoas, que cubrian aquel ancho rio, á perseguir á los que marchaban, arrojándoles con grande griteria tantas y tan espesas flechas, que parecia caer sobre ellos un nublado de granizo. Muchas veces cuando salian á tierra á buscar víveres, y otras navegando, tuvieron que pelear con una inmensa multitud de bárbaros, que se sucedian unos á otros, en cuyos combates perdieron cuarenta y ocho compañeros con algunos caballos. Luego que llegaron a paraje donde por una y otra parte se perdian de vista las riberas del rio, cesaron los bárbaros de perseguirlos. Siguieron la corriente por espacio de veinte dias, en los cuales referian haber navegado mil y seiscientas millas (si no les engañó su cálculo) y desde allí al mar cuatrocientas. Dejando á la derecha la Florida arribaron á los cincuenta y tres dias al rio Panuco, de donde se en

Por este tiempo se agravaron en la Florida las calamidades padecidas en las anteriores espediciones, porque todos los españoles entraron con desgracia en esta provincia. Hernando de Soto, soldado de Pizarro, de esclarecida fama, introdujo con próspero viaje en diez navios por el puerto del Espíritu Santo mas de mil y doscientos hombres armados, de los cuales mas de la cuarta parte eran de caballería. Salióle al encuentro Juan Ortiz, que habitaba entre los bárbaros desde la desgraciada espedicion de Narvaez, y habiéndole servido de intérprete, vino á invernar á Apalache, donde con halagos se concilió la amistadjunio del cacique. Previno Soto todo lo necesario para continuar su viaje, y á la entrada de la primavera comenzó á caminar por una dilatadísima region. Fue recibido de algunos como amigo y de otros como enemigo. Una jóven doncella que gobernaba una de estas naciones, le obsequió con una gran cantidad de perlas y otros regalos, y despues de haberle provisto de víveres le despidió benignamente. Recogieron los españoles setecientas veinte libras de perlas, entre las cuales las habia de gran valor, y del tamano de un garbanzo, y se repartieron con igualdad entre todos. Juan Terrones, soldado de infantería, cansado de llevar la parte que le habia tocado, la arrojó en un bosque, haciéndose intolerable el peso de las perlas á unos hombres que en su patria uo tenjan ni aun moneda de plomo. Estas riquezas las produce el rio Ichaa, cuyo nombre toma del pueblo inmediato; y allí se guardaban otras cosas preciosas, que entonces quedaron intactas para no embarazar con ellas á los soldados en su marcha. Habiendo llegado á Movila, pueblo de mucha gente y bien fortificado, recibieron algun daño por las asechanzas del cacique llascaluca,

mismo rey, y profesan una misma religion. ¿Qué mayor absurdo puede imaginarse que establecer una república de esclavos? El Cesar pues, cuidadoso de su

caminaron por tierra á Méjico á la entrada del invierno del año de mil y quinientos y cuarenta y tres. En este tiempo se hallaba afligida la Nueva-España con una peste tan cruel, que se asegura dejó sola-propia fama, y del bien de aquella pobre gente, manmente con vida á la sesta parte de sus habitantes. En dó en una ley del año de cuarenta y uno que se les Guatemala, como ya dijimos, gobernaba Alvarado, restituyese la libertad que injustamente se les habia quien sin embargo de haber quedado cojo de una he- quitado, disponiendo espresamente en uno de sus rida, y de estar muy pesado y viejo, no habia renun- capítulos: «Que de ningun modo, ni con pretesto ciado á la milicia; y deseoso de aumentar las riquezas »alguno fuese llevado en adelante ningun indio conque poseia, equipo una armada muy poderosa para »>ira su voluntad al servicio del Español, y que fuese navegar á las islas de la especería, la cual habiendo ar- »puesto en libertad el que hubiese sido forzado á ribado á las costas de la nueva Galicia, fue implicada ello, sin oir sobre esto á sus señores. » Estas y otras en una guerra. Noticioso de esto Alvarado, recogió providencias, cuya ejecucion procuraba don Franá la ligera algunas tropas, y se puso en camino para cisco Tello, enviado á este fin por el César á la Améllevar socorro á los suyos, que se hallaban muy mal-rica, causaron infinitas discordias. Conmoviéronse tratados por los bárbaros; pero en su marcha se pre- las colonias de tal suerte, que faltó muy poco para cipitó con el caballo por un despeñadero, y pereció que no rompiesen en una sedicion, sin respeto almiserablemente. La arınada regresó á Guatemala sin guno á la magestad real, si el virey Mendoza con su haber hecho cosa alguna memorable. Poco despues valor y singular prudencia no hubiera reprimido sus su mujer, que era de la principal nobleza de España, furores. « Llevaban muy á mal los españoles que unos quedó ahogada en una inundacion que arrojó el vol- »bárbaros mas semejantes á las bestias que á los homcan inmediato á la ciudad que la dejó casi arruinada. »bres, y á quienes habian sujetado á costa de su En la muerte de esta señora se vió la inconstancia de sangre y de sus bienes, fuesen tratados con leyes la fortuna, que trastorna á su antojo todas las gran- »tan favorables, y ellos oprimidos con adversas: que dezas humanas. »era mejor la fortuna de los vencidos que la de los Belalcázar volvió de España con el gobierno de Po- »vencedores si se les despojaba del premio de su vapayan en preinio de haber apaciguado la provincia. Su »lor. Que desterrados de su patria, de sus padres y teniente Jorje Robledo penetró con un pequeño ejér- »parientes se veian despreciados de los mas viles de cito en lo mas interior de la region; descubrió nuevas todos los mortales que vivirian en la miseria y en gentes, y para refrenar á los bárbaros estableció una »los trabajos, atenidos precisamente á la benignidad colonia, que llamó Antioquía. Tuvo por compañero »de aquellos á quienes vencieron en la guerra: pede su viaje á Pedro de Cieza, escritor muy diligente »dian pues, que se suspendiseen aquellas leyes hasta de las cosas acaecidas en aquellas partes. Pero en- »nueva órden del César, para que oyéndolos á ellos tretanto que disponia volverse á España fue hecho se decretase lo mas conveniente al bien público.» prisionero por Alfonso de Heredia, y depojado de la Pero no pudieron conseguir cosa alguna, y solo se presa que habia adquirido. Despues de esto se susci-resolvió dar cuenta al César para que mudase á su tó una contienda entre Pedro, hermano de Alfonso, arbitrio lo que le pareciese, lo que á la verdad fue en y Belalcázar sobre la posesion de Antioquía, la cual vano. se dirimió á costa de alguna sangre, y al fin quedó la Entretanto fue incendiada la ciudad de Santa Marcolonia por Belalcázar. Hallándose Quesada en Espa- ta por unos piratas franceses que corrian aquellas ña, su hermano Fernando descubrió un dilatadísimo costas con cinco navíos: lleváronse cuatro piezas de pais hasta Pasto, donde poco antes habia establecido artillería; mas el oro, que era lo que ellos codiciauna colonia uno de los capitanes de Pizarro. En la ban, le habian sacado de allí los colonos, y puesto en silla episcopal de Cartagena sucedió á Loaysa fray lugar seguro. Fueron castigados los bárbaros, que Francisco Benavides, del órden de San Gerónimo, incitados por la calamidad de sus señores, habian tovaron muy celoso en apacentar las ovejas de Jesucris- mado las armas con deseo de recuperar la libertad. to, y alejar á los lobos que hacian presas por aquellas Acometieron los piratas á Cartagena con favorable costas. Fue trasladado desde allí á la diócesis de Mon- suceso, pues haciendo una repentina irrupcion, rodoñedo, y despues á la de Sigüenza, donde murió el baron cuarenta y cinco mil pesos del tesoro real. Fiaño de mil y quinientos y sesenta. En el obispado de nalmente hicieron una tentativa contra la Habana; Santa Marta sucedió don Martin de Calatayud, y Ta- pero habiendo perdido quince hombres, desapareció lavera en el de Tlascala. La ciudad de Popayan pare- de allí aquella peste. Volvió Orellana de España con ció á propósito para erigirla en silla episcopal. Fueron facultad de establecer colonias en las márgenes del establecidas nuevas audiencias reales, y nombrados rio á que habia dado su nombre, y al tiempo que jueces con potestad suprema para decidir los pleitos. esploraba aquellos parajes, cayó entre las manos de La multitud de los indios que se convertian á Jesucris- unos bárbaros muy guerreros, los cuales siendo muy to era inumerable, dedicándose á instruirlos y doc-superiores en fuerzas, le mataron en un combate diez trinarlos con gran celo los religiosos de diversas órdenes que se habian establecido en muchas partes. Pero como desde el descubrimiento de aquel nuevo mundo abusaban los españoles de la paciencia de sus naturales sin derecho alguno, ni aun imaginario, tratando á estos miserables no como á hombres, sino peor que á las bestias, se renovaron las antiguas leyes, y se promulgaron otras de nuevo para cortar estos abusos, y para que con la fuerza de las armas se mantuviesen bien gobernadas las provincias. Trabajó en esto con gran celo fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapa, y otros varones doctos y piadosos, compadecidos de los males de aquella desgraciada gente. Y á la verdad no era posible que se sostuviese el dominio de la América agitado con tan violentas turbaciones, sino fuesen tratados con igualdad el español y el indio, siendo cierto que deben tener un mismo derecho todos aquellos que viven sujetos á un

y siete compañeros. Anduvo Orellana errante largo tiempo por aquellas costas, sin poder jamás encon trar la boca del rio por donde habia salido al mar en su primer viaje, por confundirse con las bocas de otros muchos. Y habiéndosele destrozado los navíos en una tormenta, cayó enfermo de tristeza, y pereció con muchos de sus compañeros, dispersándose los demás por diversas partes.

CAPITULO II.

Discordias del Perú. Viaje de Alvar Nuñez al Paraguay.

Sucesos de los portugueses en las Indias orientales. LEVANTÁRONSE en el Perú nuevos tumultos que comenzaron con muertes y estragos, porque muchos hombres perversos, instigados por Juan de Rada, habian conjurado para vengar la muerte de Almagro. Esta es la causa que se pretestaba; pero la verdadera

se

no fue otra que la detestable ambicion de mandar y adquirir riquezas, que es ciertamente la que trastorna y revuelve todas las cosas humanas. Sentian vivamente estos hombres no ser admitidos á ningun oficio público, y entregados al juego, al escesivo Jujo, al fausto y á todo género de vicios, habian consumido todos sus bienes. No podian tolerar la pobre-la espada en la mano se habia puesto á la puerta, le za; faltábanles todos los medios de subsistir, y esperaban hallar su ganancia en una general revolucion. Aunque muchos dieron aviso á Pizarro de lo que se tramaba, se descuidó en poner remedio á los principios. Despues mudando de parecer mandó encarcelar á los conjurados; lo que fue causa de que acelerasen la ejecucion de su intento. Porque noticiosos del peligro que los amenazaba, fueron veinte de ellos armados en busca de Rada, y escitado este por el miedo que le inspiraron, marcharon todos juntos contra Pizarro á vista de todos los habitantes del Cuzco. A la verdad es muy digno de admiracion que

ninguno se les opusiese, ni previniese á Pizarro que intentaban matarle tal era el terror que se habia apoderado de los ánimos de todos. Entraron en su casa con las espadas desnudas, y pasaron á cuchillo á sus amigos y domésticos que hallaron los primeros, y encontrando en el último cuarto á Pizarro, que con mataron el dia de San Juan Bautista del año de mil y quinientos y cuarenta y uno, á los sesenta y tres años de su edad. Fue varon de ánimo escelso, y habia adquirido mucha fama con sus ilustres hazañas, si no las hubiera oscurecido con la ambicion y la soberbia. Inmediatamente fue saqueada la casa con la de su hermano Martin de Alcántara, y la de Antonio Picado, el cual, despues de haber sufrido el tormento, porque se resistió á descubrir el tesoro de su amo, fue degollado. Sin embargo, la presa que hicieron ascendió á ciento setenta y cinco mil pesos. Despues de esto, y hasta que vinieron nuevas órdenes delCé

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sar, fue declarado virey Diego de Almagro, y fueron |
perseguidos los que se oponian; y de este modo,
unos de grado y otros por fuerza, se sujetaron á su
gobierno. Valverde, obispo del Cuzco, lleno de terror
y espanto, se embarcó con un hermano suyo para
libertarse del peligro; pero en la isla de Puna fue
muerto por los bárbaros con otros diez y seis espa-
ñoles. El cuerpo de Pizarro envuelto en un tapiz por
sus criados, fue llevado secretamente al templo para
que no le insultasen sus enemigos.

Muerto Pizarro, Vaca de Castro su cólega, que gobernaba juntamente con él y con igual potestad, nabiendo mostrado la real cédula en que era nombrado por sucesor suyo, se apoderó de todo el mando.

Obedeciéronle muchos con gran fidelidad: pero Almagro defendia su derecho con la fuerza de las armas, y comenzó á prepararse una guerra civil, haciendo uno y otro actos de jurisdiccion. Viendo Castro que los contrarios no se avendrian á la. razon, puso en marcha sus tropas para conseguir por la fuerza lo que no podia por medios suaves; y acercándose ambos ejércitos, tardaron poco en venir á las manos unos hombres tan enconados. Pusiéronse unos y otros en órden de batalla, y despues de haber exhortado á sus soldados cada uno de los generales, se trabó la pelea con el mayor furor. Ganó Castro la victoria y murieron doscientos y cuarenta de una y otra parte. Otros muchos quedaron prisioneros, entre los cuales

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