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Abandonada nuestra nacion á sus propios y escasos recursos, á causa de los empeños particulares que sostenia cada cual de las potencias amigas, empezaron las hostilidades en 1684 con una invasion francesa por la parte del Luxemburgo, de cuya plaza se apoderó el mariscal de Crequi, mientras otra division andaba haciendo lastimosos estragos en el Bravante, y el mariscal de Humiéres destruia con sus tiros las fortificaciones de Oudenarde. Otros dos ejércitos pasaron el Pirineo, uno por el lado de Cataluña y otro por el de Navarra: este volvió atras despues de haber emprendido inútilmente la toma de Fuenterrabia, y el otro despues de haber forzado los pasos y estragado la tierra, la emprendió contra Gerona; pero tam bien hubo de recogerse tras la frontera, gracias al valor de los moradores de aquella plaza. No salió mejor librada Génova por su amistad con España: el general francés Duquesne ejerció contra el a tan atroz bombardeo, que la república, por evitar la repeticion de escena tan destructora, hubo de humillarse ante sus enemigos, sin que pudiera valerle contra ellos el protectorado de España. Esta en fin, humillada y vencida, suscribió cón Luis XIV á una | tregua de veinte años concluida en Ratisbona, por la que perdió la plaza de Luxemburgo, recobró las de Courtray y Dixmude, y asintió à la recaudacion de las copiosas sumas que habia sacado el Francés de los Paises Bajos, con lo que quedaron arruinadas aquellas infelices provincias.

dable competidor que se le presentaba allende el canal de la Mancha, redobló sus brios, y se puso en armas contra nuestra nacion y contra algunos estados alemanes. Aquella injusta é inesperada provocacion hizo que respondiesen á ella los coligados, hecha ya causa comun con el príncipe de Orange, cayendo así de golpe toda la Europa contra la soberbia Francia, del mismo modo que en otro tiempo contra el imperio de Carlos V, cuantas naciones no se veian coartadas en la enemistad por necesaria dependencia.

España, no por figurar en segunda línea durante esta lucha dejó de perder en ella tanto ó mas que cualquiera otra de las potencias beligerantes. El duque de Noailles entró en Cataluña escitando á los pueblos contra la dominacion castellana; pero los catalanes permanecieron fieles á la corona, como escarmentados que estaban ya del perjuicio que siempre les habia causado la presencia de sus vecinos transpirenaicos. Así fue que durante los cuatro primeros años que se mantuvo en el país, no logró el duque de Noailles mas que ligeras ventajas, y en cambio se atrajo con sus estorsiones el aborrecimiento de los naturales. En 1691 el duque de Estrées se acercó con una escuadra á Barcelona, y la bombardeó destruyendo muchos edificios, retirándose despues con mas pérdida nuestra que ventaja positiva de los contrarios: pasó luego á Alicante, donde ejecutó lo mismo con mayor furia y estrago, y luego El duque de Medinaceli, cuyos defectos adminis- entre él y Noailles se apoderaron en tres dias de la trativos habian contribuido á realzar la penuria de la plaza de Rosas, que se rindió por hallarse desprosituacion, acosado por el odio público y las enemis- vista de medios de defensa. Al año siguiente (1694), tades privadas, dimitió su cargo, y tuvo por sucesor volvió el duque de Noailles á campaña con mayores al conde de Oropesa, quien se dedicó al desempeño fuerzas, y derrotó al duque de Escalona que con mas de su cometido, si no con toda la inteligencia que ánimo que medios intentó oponérsele en el paso del fuera de desear, á lo menos con mas honradez de la Ter, y á quien costó perder cuatro mil hombres la que habian manifestado la mayor parte de sus antece- refriega; tras esto, favorecido en todos sus movisores, y con mas celo de lo que su juventud prome-mientos por la escuadra que mandaba el conde de tia. Nuestra nacion, á quien el abatimiento no habia consumido aun de todo punto la energía natural ni el buen recuerdo de su antigua preponderancia, pugnaba por deshacerse de los lazos ominosos con que la habia trabado la nacion vecina, y para ello promovió y suscribió á una coalicion firmada en Ausburgo en 1686, por la que muchas potencias europeas se comprometieron á no permitir que la Francia traspasase sus naturales límites. A todo esto Luis XIV trataba con tanto descuido nuestras tensiones y con tan poco miramiento nuestros intereses, que so pretesto de cierto perjuicio justamente cansado á unos traficantes de su nacion, dispuso que el duque de Estrées se presentase con ademan hostil enfrente de Cádiz, y este general, con la escuadra que dirigía, despues de hacer presa en dos galeones, exigió y cobró de la ciudad medio millon de escudos.

Torurville, rindió sucesivamente el vencedor á Palamós, Gerona, Hostalrich, Castelfollit y Corbera, siendo nombrado virey de Cataluña por Luis XIV, y quedando los nuestros con grave temor por la seguridad de Barcelona.

Por enfermedad que sobrevino al de Noailles le sucedió en el manto el duque de Vendome, que se dirigió resultamente sobre la capital del Principado. Mientras esto pasaba aquí, habia hecho dimisión del pre-ministerio el conde de Oropesa, y habia sido reemplazado por el de Melgar, que aunque honrado como su antecesor y cuidadoso de mantener órden en la gobernacion y economía en la hacienda, habia echado mano para ocurrir á los apuros de la situacion de los mismos ruines espedientes puestos ya en práctica por el duque de Medinaceli. Tales eran la venta de destinos á pública subasta, sin escluir de tan depravado régimen los mas importantes y autoriz dos', la El proceder de los franceses tenia indignada con enagenacion de alguna de nuestras posesiones por un razon á la Europa, cuando un accidente singular hipoco de oro, y otros medios tan ruinosos é impolitizo que estallase de nuevo la guerra, prevenida ya cos como estos, con cuyo recurso pudo el gobierno por la coalicion de Ausburgo. El príncipe de Orange, atender un poco á los negocios de Cataluña, y enviar que por livianos pretestos, habia sabido eludir el allá algunos refuerzos, que pudieran servir de rémocompromiso de aquella coalicion, se acercó á Ingla-ra á los progresos del enemigo. Acudió tambien á lo terrà con gran fuerza naval y seguridad del apoyo de numerosos partidarios en aquella isla, se entronizó en ella y echó á Jacobo II, último monarca de la desgraciada dinastía de los Stewart. Aquel suceso imprevisto y de tan rápida ejecucion causó general estupefaccion en todos y trastorno en las combinaciones hechas : Luis XIV se declaró en favor del destronado Jacobo II, que con su auxilio pasó á Irlanda, donde siguieron su voz gran número de sus antiguos súbditos; pero en breve fue derrotado por su dichoso rival, y tuvo que volver á Francia mientras no se le declaraba mas favorable la suerte. El Francés, lejos de moderar su violencia, en vista del nuevo y formi

nismo el ejército austriaco, enviado por el Austria á instancias de nuestro gobierno y dirigido por el príncipe de Hene-Darmstad; pero todo esto no fue bastante para impedir que Vendome, rechazando á sus enemigos, reforzada su hueste con un considerable aumento que le vino de Francia, y puesto de acuerdo con el duque de Estrées, pusiese sitio á Barcelona por tierra, mientras Estrées cooperaba á la misma empresa con una formidable escuadra. El principe de Darmstad dirigia la defensa, y el conde de Velasco, virey en aquella sazon de Cataluña cuidaba desde fuera de hostilizar á los sitiadores. Pere el dicho virey, inepto y descuidado, fue vencido dos

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veces y puesto en fuga por Vendome, capitulando, adquisiciones, hasta que la llegada de importantes de allí á poco la plaza, y saliendo su guarnicion por socorros mejoró la parte del Saboyano, haciéndole la brecha. Duró cincuenta y dos dias el sitio de aque-recuperar algunas de las plazas perdidas, y ejecutanlla importante ciudad, y su terminacion costó mu-do con algun éxito una invasion en el Delfinado, y chas vidas al ejército francés, y puso al gobierno español en muy grave cuidado, juzgando, y no sin motivo, perdida para nosotros la provincia.

obligando á Catinat á permanecer en la inaccion por no perder las conquistas hechas retirando las guarniciones. Pronto volvieron todas aquellas á poder de los coligados, superiores á la sazon en fuerzas y en aliento, y los franceses hubieron de retirarse a su país; pero volvieron en mayor número, y una sola batalla devolvió á Catinat todo lo perdido. En 1695 el duque de Saboya se apoderó de Casal, y á poco Luis XIV le propuso un tratado de paz, que él por aliados que miraban, y no sin motí o, aquel tratado su parte acepto, no sin gran repu-nancia de los como una defeccion, volviendo á poder del duque todas las plazas que habia perdido, menos Susa, Niza y Montmelian, en las que quedó por entonces guarnicion francesa.

No nos daban menos motivo de llanto y de zozobra en América las bandas de corsarios bien conocidas bajo el nombre de filibusteros ó hermanos de la Costa. Estos, franceses de nacion casi todos, corrian aquellos mares haciendo ricas presas, y aun asaltando de cuando en cuando las indefensas poblaciones de nuestras colonias trasatlánticas. Luis XIV, no descuidando ocas on de hacernos daño en todas partes, y contando con la cooperacion de los filibusteros, envió á América una espedicion á cargo del baron de Pointis, á la cual se unieron hasta mil seiscientos de aquellos corsarios. El resultado de esta espedicion fue la toma de Cartagena de Indias, cuyo gobernador capituló, estipulando entre otras cosas que la ciudad en 1697 empezaron los preliminares de la paz de A este punto habian llegado las cosas cuando no seria saqueada, y que toda la pedrería y metales Ryswick. El mismo Luis XIV la propuso apoyado en preciosos que en ella se encontrasen se considerarian la intervencion de la Suecia, no tanto porque se hacomo propiedad de los vencedores; pero los filibus-llase cansado de la lucha, cuanto porque el estado teros adjuntos á la espedicion, que solo del pillaje valetudinario de Carlos II, y la falta de herederos divivian, y que lo esperaban por promesa del mismo rectos que le sucediesen, hacian concebir al monargeneral francés, se entregaron en mengua de la ca- ca francés ciertas lisonjeras esperanzas sobre la pitulacion al saqueo mas atroz y á la licencia mas corona de España. Esta, aunque empezó contestandesenfrenada, y Pointis, sin esperanza de reprimir-do con una repulsa á las propuestas de paz, cedió al los, volvió á Francia cargado de riquezas. Acacció fin á la aparante generosidad de Luis XIV, y firmó esto, así como tambien la entrega de Barcelona, en con las demás potencias coligadas el tratado de Rysel año 1697. Tambien por la parte de Africa nos ha-wick, por el que Guillermo fue declarado rey de cian algun daño los moros, nuestros antiguos ene-Inglaterra, y á España le fueron devueltas todas migos, escitados y socorridos por la Francia; pero las conquistas hechas por los franceses desde la paz siempre salieron escarmentados cuando mas espe- de Nimega. ranza tenian de quedar gananciosos.

En los Paises-Bajos era donde se agitaba en mas tremendo giro la guerra. El mariscal de Luxemburgo, uno de los mas hábiles generales con que contó Luis XIV, sostuvo contra los coligados, dirigidos por el príncipe de Waldeck, la célebre batalla de Fleurus, dada en 1690 y hourosamente mantenida por ambas par es, quedando despues de porfiada brega y mortandad muy crecida, indecisa la victoria y repartida por igual la pérdida. En 1691, los franceses atacaron con éxito á Mens, Hall y Namur, y vencieron á Guillermo de Orange en Steinkerke; pero este en cambio se apoderó de Furnes y Dixmude, obligó á su contrario á levantar el sitio de Charleroy, y se afirmó en el trono de Inglaterra per la derrota que el almirante Rousse! hizo sufrir á la es cuadra francesa que mandaba el conde de Tourville al servicio de Jacobo II. En 1693 fue vencido otra vez el príncipe de Orange cerca de Nerwinda por el mariscal de Luxemburgo, el cual tomó despues á Charleroy, á pesar de la heróica defensa de su gobernador el marqués del Castillo. En 1695 murió aquel ilustre mariscal, gran pérdida para las armas francesas, y le sucedió el marqués de Villeroi, quien no hizo mas que vengarse de la recuperacion de Namur por los nuestros con el desastroso bombardeo de Bruselas, en cuya ocasion probó su barbarie sin lucir su pericia, ni aun siquiera su esfuerzo. Despues de esto, la única empresa memorable que en aquella guerra llevaron á cabo los franceses en los Paises-Bajos, fue la toma de Ath en 1697.

En Italia empezó la guerra contra el duque de Saboya, que había sido uno de los firmantes de la liga defensiva contra la Francia. El general Catinat entró por las tierres del ducado, apoderándose en breve de todo él, salvo Montmelian, y derrotando al mismo duque junto à las lagunas de Steffarda, antes que pudieran acudir en socorro del vencido las huestes españolas y alemanas que se le allegaban de Milan y de Austria. Siguió tras esto Catinon el curso de sus

CAPITULO XVIII.

Fin del reinado de Carlos II.

TERMINADA la guerra, y despejadas las tempestades que hasta entonces habian entenebrecido el horizonte político de la Europa, volviéronse bácia Espana las miradas de todas las naciones, de su situacion precaria y decadente, aqui era donde porque á pesar la ambicion prometia á la intriga su masgoloso cebo. Carlos II, á pesar de haberse casado con dos mujeres (habiéndolo efectuado con Mariana de Neoburg á la muerte de la primera, María Luisa de Borbon), y de haber amado bastante á cada una de ellas, veíase enfermizo y sin sucesion ni esperanzaз de tenerla, bien por debilidad 6 por defecto orgánico, ó bien porque sus escrúpulos ascéticos y la pobreza de su imaginacio mantuviesen muy corto el vuelo de sus deseos. Así es que la sucesion á la corona de España era la gran cuestion de aquellos dias, presentándose como pretendientes á tan codiciado puesto cuantos podian cifrar el menor derecho probando que corria por sus venas una gota de la sangre de Carlos I. Luis XIV, que no mas que con el objeto de abrir esta palestra á sus empeños ambiciosos, habia concluido con tan buenas condiciones la paz de gaba derechos de su madre María Teresa hija de Ryswick, aleFelipe IV, si bien en las capitulaciones del casamiento de esta princesa con Luis XIII, se habia establecido que nunca pudieran unirse los dos cetros en una misma mano; pero Luis XIV cortaba mal 6 bien esta dificultad diciendo que él colocaria la corona de España en la cabeza de su nieto Felipe, duque de Anjou, haciendo que nunca pudiera este reinar en Francia. Del mismo modo Leopoldo, emperador de Alemania, que cifraba su pretension en ser por dos partes descer.diente de la dinastía austriaco-española, hizo renuncia de sus derechos en el archiduque Carlos. Contendian tambien sobre lo mismo, cada cual con mas o menos poder y fuerza de razones, el prín

cipe de Baviera y los duques de Orleans y Saboya. El creto de aquella conspiracion diplomática; tronó primero, si no el mas pujante de todos los conten-contra aquel sacrilegio político la indignacion espadientes, era en realidad el que litigaba con mas jus-ñola, y Carlos II, apurado por su conciencia, por la ticia, presentándose como biznieto de Felipe IV, y situacion de la Europa y por el voto de sus pueblos, nieto de doña Margarita de Austria, habida en la se-se vió en el caso de declarar positivamente quién ha gunda mujer de aquel.

La córte de Madrid fue el centro donde se anudaron todos aquellos manejos, y donde cada pretendiente buscó el favor y apoyo de que necesitaba. La reina y la mayor parte de los cortesanos eran favorables al partido del emperador; Luis XIV, contra quien peleaba la natural aversion de los españoles, sin dejar de mantenerse en tren amenazador agrupando sus ejércitos en la frontera, empezó á hinar la influencia austriaca por medio de su embajador el inteligente marqués de Harcourt. Muerta la reina madre en Madrid en 1696, vino de Austria como embajador el conde de Hanach, el cual organizó y engrosó las filas del partido impérial, y aun llegó á ofrecer socorros de su parte con que rechazar la furia francesa en caso de que Carlos II se declarara en favor de Leopoldo. Pero por mas que maquinó nach, venció en aquella oscura lucha el aventajado marqués de Harcourt, haciéndole abandonar como vencido su campo en que le sucedió su hijo con menos habilidad y peor suerte. Los principales partidarios de el Austria fueron doblando el ánimo hacia la parte de los franceses, reducidos por la eficaz y oportuna siembra de esperanzas, regalos y lisonjas: contáronse en este número el célebre cardenal Portocarrero, antes decidido parcial del archiduque y ya director del bando francés de resultas de su rivalidad con el almirante de Castilla; el P. Chiusa, confesor de la reina, la condesa de Berlips, camarera de esta, y casi en fin la misma reina, á quien ablandó algo | en favor del duque de Anjou la promesa de casarse con el Delfin cuando quedase viuda del rey de España. Era tanto el interés de Luis XIV en anonadar el partido austriaco, que por tal de conseguirlo no titubeaba en fomentar las pretensiones ya declaradas, ó en incitar á otros á quienes la poca esperanza ha bia reducido al silencio, para que sacasen tambien á plaza sus respectivos derechos, seguros de destruirlos á todos á su tiempo, despues que le hubiesen ayudado en el ataque contra su capital enemigo: así fue que dió instrucciones al marqués de Harcourt para que favoreciese en caso necesario la parte del príncipe de Baviera, y aun para que hiciesen mencion tambien de la casa de Medinaceli, como acreedora al poder monárquico por descender directamente del desposeido infante de la Cerda.

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bia de ser su sucesor. A pesar de las protestas y del tren imponente que habia hecho levantar el rey de Francia, halló el de España en el sentimiento de su deber y en el dictámen de los legistas la fuerza suficiente para dejar por heredero de todos sus domi-. nios al de Baviera (que era á quien con mas legiti midad le correspondia), lo cual implicaba la nulidad del anterior. Pero de alli á poco murió el heredero designado, y la cuestion volvió á marchar por su antiguo cauce, declarándose mas reñida que nunca la rivalidad entre las casas de Austria y de Borbon La lucha tomó desde aquí en adelante un carácter ridículo y vergonzoso. El partido austriaco en Ma-i drid, dirigido por la reina, se puso á la defensiva, y aun llegó á amagar un golpe de mano contra el par tido francés. Pero este habia hecho una grande adHa-quisicion en el cardenal Portocarrero, y ya veremos cómo se condujo este en pro de sus amigos. Flotaba en un mar de confusiones el ánimo del rey, uniéndose la aprension de enfermo á los escrúpulos religiosos y á los temores de cobarde: ingiriósele entonces en el pensamiento cierta especie inspirada por Portocarrero y directamente sugerida por el confesor de Carlos II, Froilan Diaz, hombre muy adicto al cardenal, como hechura suya que era; pera fá quien por mayor seguridad se hacia pasar á los ojos del público por miembro del partido austriaco. Hizo el P. Froilan Diaz creer al apocado monarca que su enfermedad procedia de alojamiento que el demonio habia tomado en su cuerpo, y lo exorcizó con grande aparato, ayudado en esta y en las subsiguientes farsas de la misma clase por un jesuita aleman ilamado el P. Tenda, recien llegado de su país, y muy famoso por su gracia para espeler á los espíritus malignos y forzarles á descubrir sus secretos. Pre sentáronse despues otros supuestos endemoniados, conminado en los cuales el diablo, declaró que la enfermedad del rey era efecto de hechizos ejercidos por el partido austriaco, con otras cosas de muy di fici! y delicada verificacion. Estas ridiculas calumnias y el misterioso prestigio con que se las rodeaba, postró tanto el alma de Carlos é influyó tan tristemente en su naturaleza valetudinaria que creció el mal en vez de disminuir por la fuerza de los conjuros, y el desgraciado descendiente de Felipe Il cayó en un estado de febril imbecilidad, y se entregó como un instrumento pasivo en manos de Portocarrero.

Iba Luis XIV consiguiendo insensiblemente sus miras, gracias á los hábiles manejos de su embajador, y ya el partido de Austria se hallaba despojado Este entretanto no cesaba de maniobrar por otra de sus principales apoyos, pasivo, si no apagado el parte, bien aprovechándose para separar los afectos odio á los franceses, y mas propensos que antes los particulares de la parte contraria de cuantas impru españoles á dejar entronizarse sobre ellos al nieto del dencias ó desmanes cometian en su ineptitud los monarca francés, cuando un paso dado por este mis-austriacos; bien atrayendo mañosamente à su partimo y esplotado por los enemigos de la dinastía dedo por uno ú otro medio á la flor de los magnates Borbon vino á resucitar el antiguo estado de cosas y de Castilla, cansados ya de tan triste y desastrosa siá transformar las ocultas intrigas en abierta enemis-tuacion; bien haciendo cesar la remision de protad y en exasperacion declarada. Luis XIV, mas atento á suscitar enemistades al Austria que á ponerse en buena armonía con los españoles, púsose de acuerdo con Guillermo de Orange, y determinó en el año 1698 un repartimiento de la España entre los pretendientes á su corona. Adjudicóse la Lombardía al archiduque; al delfin, los reinos de Nápoles y Si-de Castilla fueron destituidos, viéndose forzados á cilia, el marquesado de Final y la provincia de Gui- fugarse para sustraerse á la cólera del populacho, púzcoa, y al príncipe de Baviera la España con sus el cual se vengó saqueando sus casas, y por último, colonias trasatlánticas y los Paises Bajos. Apoyó el despues de haberse mantenido sordo á ruegos y exFrancés esta protesta con amenazadores prepara- hortaciones, se dispersó á la vista de la fuerza artivos; el Austria, á quien aquella partición habia mada. El almirante de Castilla fue desterrado; al enemistado con la Baviera, la hizo publicar en son conde de Oropesa sucedió en el cargo una persona de denuncia, rompiendo así las apariencias de se-á la devocion del cardenal; á Froilan Diaz, "echado

visiones á la córte, á fin de promover una revuelta popular. Efectuóse esta, dirigiéndose el furor de las turbas contra el abastecedor, conde de Oropesa, mas culpable de negligencia que de otro crímen, sin que contuviesen los gritos la presencia de la reina ni el respeto del rey. El conde de Oropesa y el almirante

de palacio por la reina, sucedió otro que no valia | mas que él, y el principe de Darmstadt, que campaba cerca de Madrid con sus tropas alemanas, recibió órden de retirarse á Cataluña: así quedó ganoso en la lucha el astuto Portocarrero; atemorizada y reducida á la inaccion la reina; desconcertado y sin brios el partido austriaco, y el de Borbon triunfante y con mejores esperanzas que nunca.

Otro incidente ocurrido en el esterior vino por segunda vez á consolar en su abatimiento á los partidarios del archiduque. Cuando por la muerte del príncipe de Baviera quedó frustrada la reparticion hecha de los dominios españoles, hízose otra nueva por las mismas potencias que habian firmado la anterior, quedando para el archiduque Carlos, España, sus colonias de Ultramar y los Paises Bajos; para el delfin Nápoles, Sicilia, el ducado de Lorena y la provincia de Guipúzcoa, y para el duque de Lorena, la Lombardía, en compensacion de la pérdida de su ducado. Volvió á escitarse con esto la indignacion española; volvieron todos á pedir al rey que desiguase un sucesor; él sometió el asunto á discusion, y gracias á los consejos é influencias de Portocarrero, los dictámenes de los jurisconsultos, de los magnates del papa y del consejo de Estado fueron sin discrepancia favorables à la dinastía Borbónica. Tal vuelco habia dado la opinion en tan poco tiempo. El corazon de Carlos II, sin embargo, era mas favorable á su propia familia que á la de Luis XIV: así fue que, á pesar de las sugestiones del partido afrancesado, se negó á dar ninguna solucion à aquel tan contendido asunto, hasta que, ya en el acto de la muerte, influyó Portocarrero con tanta energía en el ánimo del moribundo rey, que le obligó á firmar un testamento en que designaba por sucesor en la monarquía al duque de Anjou, y en defecto de este sucesivamente al de Berry, al archiduque de Austria y al duque de Saboya. Portocarrero fue asimismo nombrado presidente de una junta de gobierno, mientras durase el interregno ocasionado por la enfermedad del monarca. No faltó quien negase fuerza á estos documentos, como arrancados por la coaccion y firmados sia libertad é independencia en el espíritu.

Carlos II terminó por fin su valetudinaria vida el dia 1.o de noviembre de 1700; un cáncer en las entrañas, y en general un defectuoso arreglo de su organismo produjo su muerte, á la cual treinta y nueve años de existencia y treinta y ciuco de reinado habian servido de triste preliminar. Fue casado con dos mujeres, sin que su naturaleza le hubiera permitido tener hijos de ninguna de ellas. Despreciable como monarca, pero digno de compasion como ser humano, bondadoso como hombre, pero débil é inepto como gobernante, su alma fue, del mismo modo que su cuerpo, flaca, encogida y achacosa. Parece que en él quiso ofrecer la Providencia á la historia un emblema de nuestra postrada monarquía, y un trasunto de la raza degenerada que terminó en y que por espacio de cerca de dos siglos tuvo por nuestra desventura la corona de España.

él

CAPITULO XIX.

España durante el siglo xvi.

Con el fallecimiento de Carlos II terminó su periodo la dominacion de la dinastía austriaca en España, dominacion que principió en 1516 magestuosa Y guerrera con Carlos I, y que en 1700 espiró raquítica y menospreciada con Carlos II. Ya desde el siglo xvi, como dejamos dicho en otra parte, bajo los reinados del emperador y de su hijo, empezó el Estado á resentirse de los grandes vicios que despues acarrearon su ruina. Estos vicios, lastimosamente

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desarrollados despues, sin un antídoto que se opusiera á su crecimiento; antes bien favorecidos por la por la ignorancia de los consejeros y por la enemisincuria de los reyes, por la torpeza de los validos, tad de los estraños, decidieron el triste cuadro que ofrece nuestra historia en el siglo xvII. En este la pe queñez descubre lo que en el anterior solia velar la Carlos I, ese atesorador de coronas, cuya ambicion grandeza porque en efecto, habia grandeza en egoista pesaba estrechamente sobre dos mundos; habia tambien un no sé qué de grandeza en el prolijo, austero y disinulado Felipe II, á quien llamaban los extranjeros el demonio del Mediodia, y que por lo tanto podia decir de ellos lo que el déspota de Janina: · fundador del Escorial, quedaba la Península, si bien me temen, puesto que me odian. A la muerte del acosada por enemistades, odiada por su tiránica influencia, miserable y cubierta de llagas en su interior y marchita la flor de su marina con la pérdida de la Invencible, fuerte aun por el prestigio de su infanteria y por el respeto involuntario con que la miraban las demás naciones. Si el cetro de Felipe II hubiera pasado á manos de otro Fernando V, lal vez hubiera podido salvarse de su ignominia futura la casa de Austria: tal vez se convirtiera en subida lo que empezaba á ser descenso, y en bendiciones las quejas que no habia bastado á sofocar la gloria y que exacerbaria inevitablemente la desgracia. Pero Felipe III era el ser mas inepto para posesionarse del trono en circunstancias tan críticas: ya hemos dicho algo de su carácter; ya hemos bosque. jado los principales sucesos de su reinado, durante el cual perdimos mucho en influencia y en dignidad, sino en terrenos; ya hemos hablado de la espulsion de los moriscos y de sus deplorables consecuencias; ya hemos hecho ver en fin todo lo que sufrieron los pueblos oprimidos por la mano codiciosa y desacertada de los Lermas y de los Ucedas.

La emigracion á las Américas y la espulsion de los moriscos habian despoblado considerablemente el territorio peninsular, ocasionando la postracion de la agricultura, de la industria y del comercio. La falta de brazos, la carestía de la mano de obra, la acumulacion de la propiedad en manos muertas, el desigual reparto de las contribuciones, el sistema prohibitivo desarrollado hasta un esceso inmoral, la vana ostentacion del lujo, la desconsiderada altivez de los hidalgos, el desprecio con que eran niradas las artes mecánicas, los males que sufria nuestro comercio de parte de los corsarios enemigos, ya berberiscos en el Mediterráneo, ya franceses, ingleses y holandeses en el Atlántico, todo esto habia contribuido y logrado secar las fuentes de la produccion y sumirnos en la miseria teniendo á mano los elementos de la abundancia, Unáse á esto lo mucho que preponderaban en el comercio los metales preciosos y el menosprecio con que se miraban las demás mercancias, por preciosas y lucrativas que fueran, y se comprenderá el poco fruto que sacamos de nuestras posesiones trasatlánticas, de las que tanto podiamos esperar, y que tanto nos envidiaha la Europa. El gobierno comprendió sin duda estos males; pero no el modo de combatirlos: así fue que los remedios que aplicó agravaron la eufermedad en lugar de desvanecerla, y el país yacia cada vez en mayor lástima y postracion, maldiciendo todas las economías, arbitrios, monopolios, leyes suntuarias y demás providencias dictadas por la torcida ciencia de los gobernantes.

A todo esto, la libertad civil era nula: el pueblo no tenia mas via de reclamacion que los motines, muertas como estaban de mala manera las antiguas cortes y privado el país de toda intervencion, de toda consulta. No estaba mejor parada la libertad religiosa;

pesando sobre la conciencia y el pensamiento de lodos el desmedido influjo clerical; los hierros de la Inquisicion, el escrupuloso ascetismo de los reyes y la servil imitacion de los cortesanos.

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le convino adquirir; pero sí mantenerse en un estado de decorosa defensiva, evitar que los enemigos viniesen á mortificarla en su propio seno, teniendo abierto el flanco por la parte de Portugal, y mantener constante esa unidad peninsular que la geografía presenta á los ojos como una nacion, y que á la Providencia repugna desunir. Perdióse para nosotros Portugal, y perdiéronse al mismo tiempo sus pingües colonias del Asia: resultado natural de los desaciertos cometidos en aquella tierra por nuestros gober nantes, desde que en tiempos de Felipe II se habia unido aquel reino á nuestra corona, manteniendo como conquista lo que con mas habilidad y blandura hubiera podido irse reduciendo á provincia. No mediaba entre portugueses y españoles mas antipatía que la que procede de oprimidos y opresores, ni mas diversidad que la que resulta de la historia: antipatía y diversidad que no supo templar el de Oliva. res por desgracia de unos y de otros.

Tras Felipe III vino Felipe IV, que no quiso hacer lo que su antecesor no supo: tomó las riendas del gobierno Olivares, á quien ya conoce el lector como personaje político, è inauguró una época desastrosa de pérdidas y de corrupcion. A la gravedad de la antigua córte sucedió una ingeniosa y refinada galanteria con embozos de severa y con realidades de impúdica; revistióse el carácter nacional, sobre todo en la córte, con el mismo tinte voltario y halagüeño que caracterizaba al monarca; el culto tomó apariencias cortesanas y pidió prestadas sus pompas á los bailes y á los teatros, y una brillante pleyada de poetas se situó en derredor del trono mezclando sus cantos á los lamentos de los españoles. Entretanto, España, como un cuerpo podrido cuyos miembros se van separando unos de otros por efecto Al reinado de Felipe IV sucedió el de Carlos II, en de la corrupcion, mantenida por necesidad en la be- el cual llegaron á su colmo la miseria y la abyección licosa actitud en que antes por ambicion se habia de nuestro país. Hollado indignamente por Luis XIV, puesto, perdia en cada guerra la mejor parte de su cruelmente hostilizado en sus colonias de América sangre y en cada tratado la mejor parte de sus po- por esas bandas de piratas que se organizaron bajo sesiones; pudiéndose contar en todo el largo reinado el nombre de filibusteria, dominando en el interior del monarca en cuestion los años por pérdidas y los del país la prostitucion y el robo, hecho necesidad ineses por derrotas. Si á lo menos hubiese quedado el contrabando, España habia perdido sucesivamen nuestra monarquía ceñida á sus límites naturales, te la gloria de Carlos I, el poder de Felipe II, la graconservando por todas partes su frontera de mares vedad de Felipe III y hasta la brillantez de Feliy de montes, hubiera podido, no recobrar lo que per- pe IV: la imbecilidad estaba sentada sobre el trono dió entonces en los Paises-Bajos, en Italia y en el y la indigencia posesionada de los hogares. El vérti Rosellon, dominios que en honor de la verdad nunca go de la corrupcion habia sofocado todos los senti.

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mientos bellos y nobles, la forzada incuria del monarca parecia haberse trasmitido á todos los súbditos que contemplaban el triste espectáculo de nuestra nacion sin tomar por ella mas interés que el de sus particulares intrigas. El patriotismo antiguo no existia, y desde la revolucion de Cataluña y la emancipacion de Portugal, cada provincia estaba trabada al centro de la metrópoli con lazos harto flojos para que se pudiera confiar en ellos. A la muerte de Carlos II, los españoles, aborrecedores en general y con justo motivo del nombre austriaco, se arrojaron en brazos del nuevo rey, creador de una nueva dinastia, sin temer ni prevenir que de ello habia de seguirseles una dudosa y porfiada guerra. La casa de Austria se estinguió en España, sin que nadie, salvo algunos pocos que no merecen formar partido, volviesen los ojos para recordar echándo de menos lo pasado. El nuevo bando que se formó en pro del archiduque era un partido que no atendia sino al porvenir, y que no se cuidaba para nada del respeto de sus antiguos reyes. De todos modos, la sucesion

directa de Carlos I estaba cortada, y el que ocupara el trono podia considerarse como fundador de una nueva dinastía.

LIBRO SEGUNOO

REINADOS DE FELIPE V Y DE Luis I.

CAPITULO PRIMERO.

Entronizacion de la dinastía borbónica.

CON el nuevo siglo principia en nuestra historia el reinado de la nueva raza, y falta hacia sin duda una mudanza de tal naturaleza, para que de ella resultara alguna majoria. Mabia llegado España á tan lamentable estado de postracion y desórden, habia tan poca mesura en los opresores, tan poco respeto en los oprimidos, tanta escasez de recursos, tan pocas garantias de seguridad para todo, que hubieran de ceder los odios antiguos y las resistencias nuevas

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