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sincera y reflexiva adhesion á sus nuevos súbditos. Tal era el duque de Anjou, hijo del delfin, y á quien la Providencia habia designado para sentarse en el trono de las Españas: en él veia el viejo rey un instrumento dócil á sus miras, á favor del cual podia ensanchar considerablemente la esfera de su política; pero, astuto por naturaleza y hábil para ocultar á tiempo los vuelos de su ambicion, fingió Luis XIV no estimar en mucho aquel regalo de la fortuna, á fin de no dar desde el principio alas á la envidia y cebo á las murmuraciones. Asi fue que, recibida la noticia de la muerte y última voluntad de Carlos II, y el voto de los castellanos que por voz del consejo de regencia aceptaban y pedian à su nuevo rey, el de Francia afectó comunicar el asunto con su consejo, y aun suscitó artificiosa oposicion de parte de los mismos que mas interesados estaban en corresponder á sus deseos. Terminada aquella farsa con la accesion de Luis XIV al voto de fos españoles, fuc reconocido ante el embajador de nuestra nacion el nuevo monarca con el nombre de Felipe V, diciéndole su abuelo al reconocerlo y al separarse de él: Debeis ser de aqui en adelante buen español; pero sin olvidar que sois de nacimiento francés:.. Desde hoy ya no habrá Pirineos. Palabras que esplicaban la política y la esperanza de Luis XIV, así como el papel que en aquella habia de jugar su nieto, y la dependencia en que habia de quedar España atada al carro de su poderoso vecino. Tutela humillante y comprometida ejercida sobre el soberano y trasmitida por falta de libertad á los súbditos, propuesta en son de consejo y aceptada con máscara de deber.

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tamente y sin atender á los méritos y requisitos párticulares de cada cual, y separó á muchos con frivolos pretestos de los cargos que dignatnente servian. La supuesta adhesion al partido austriaco con que acriminaba á los que pudieran hacerle sombra, le sirvió de arma poderosa para abatir á sus enemigos, y asegurarse en su posicion. Pero por mas que hiciera, nunca habia de llegar á la altura de poder que alcanzaron los duques de Lerma y de Olivares, por cuanto ahora las circunstancias liabian variado mucho, y el activo y sagaz Luis XIV, moderador de aquella fábrica de disposiciones, no consentiria que nadie se ensalzara mas allá de su voluntad en el ánimo de su nieto.

La eleccion para el cargo de ministro de hacienda hecha por Luis XIV en la persona de un tal Orr, personaje qne añadia el gravámen de incapaz á la impopularidad de extranjero, y la convocación ilegal y vergonzante de las cortes de Castilla, hecha con temor y artificio no mas que para que los diputados reunidos en Madrid felicitasen al monarca, sin tratar de ningun negocio ni ser elegidos segun costumbre, colmaron el descontento de unos y otros, arredrando algo al rey de Francia Y mucho mas á Felipe V. Este, no asegurado por la intrigante sumision de sus adláteres, entró en disgusto de una corona que tantas fatigas le acarreaba, y empezó á descuidar cada dia mas el despacho de los negocios. A tal estremo llegó esta incurià, que sus mismos consejeros hubieron de recurrir á Luis XIV para que espolease á su nieto, pintándole con negras tintas la situacion de España, y aquel entonces envió aca en calidad de embajador á Mr. de Marsin, hombre que vino mas lleno de instrucciones que del seso y gra vedad conveniente. Así se iba estableciendo cada vez mas la lucha entre el carácter de ambas naciones; lucha que al fin habia de terminar para bien de todos en apacible concordia. M. Marsin venia encargado de asistir al consejo como embajador de Francia, en sustitucion del anciano duque de Harcourt, y de hacer que se ejecutasen aqui las órdenes del rey su amo. Así andaban por do quier extranjeros poniendo mano sin recato en nuestros negocios, y así estaba la nacion española gobernada á tiento y por correspondencia.

El nuevo rey; saludado en su tránsito con alegres y unánimes aclamaciones, llegó á Madrid el 18 de febrero de 1701, donde fue coronado con largos festejos y superior magnificencia. Tiempo era ya de que viniera á encargarse de las riendas del gobierno, pues el consejo de regencia, nombrado en las últimas horas de la vida de Carlos II, y compuesto de la reina, viuda, del cardenal Portocarrero y de otros cinco personajes mas, se hallaba gravemente comprometido en su marcha gubernativa por la desavenencia que habia estallado en su seno, promovida por los dos principales miembros, la reina y el cardenal. La reina, vencida en la lucha por la mayor habilidad de su contrario, fue desairada por Felipe V, á quien re- Mientras esto pasaba en la península, empezaba currió en queja, y hubo de retirarse á Toledo, mien-á levantarse fuera de ella gran torbellino de enetras el cardenal quedaba encargado de la formacion mistades y de intrigas. El Austria que, apoyada en y presidencia de un ministerio. Este hombre de ca- la solidaridad de familia y en el alegado derecho, no rácter flexible, osado y lisongero, á quien las vueltas habia dejado nunca de esperar, hasta despues de la de la fortuna habian contribuido á dar una impor- muerte de Carlos II, que este nombrase en su testancia que ninguno se atre via á disputarle, no cum- tamento al archiduque Carlos heredero de su corona, plió en el poder con todo lo que de sus dotes diplo- el Austria, decimos, protestó inmediatamente por máticas se esperaba. Rastrero adulador de los fran- medio de su embajador contra el acuerdo del difunceses, ajó para ensalzarlos el orgullo de los españoles to rey, y declaró la guerra á la Francia y á España de un modo indecoroso y violento, sometiendo siem- como país subordinado á aquella. Así se veia, por pre todas sus medidas á la postrera inspiracion que un raro vuelco de la fortuna, hacernos guerra la le llegaba de allende los Pirineos, dando á los pares misma familia que nos habia dado una serie de mode Francia los derechos y honores de grandes de Es- narcas, y venir á sentarse en nuestro solio príncipes paña, á pesar de la viva repugnancia que mostraron de una raza que habia sido por tanto tiempo nuestra estos, é introduciendo el uso francés en el ceremo- constante enemiga. Secundaron las miras del Ausnial y en los uniformes, cosa de que se resintió mu- tria los estados de Holanda é Inglaterra, á las cuales cho el pueblo, como apegado á las buenas y antiguas se unieron Dinamarca y muchos potentados de Aleesterioridades. Verdad es que luego cundió como mania. Pero Luis XIV no se durmió á vista de tan costumbre lo que fue mal recibido como ordenanza, formidable preparativo, sabiendo remediar con desy los trajes y modales franceses reemplazaron pron- treza los peligros que su ambicion habia provocado. fo á la solemne vestimenta y grave etiqueta de Casti-Ya habia comprado la seguridad de que obedecerian lla; pero esto no borró la impresion del disgusto esperimentado. Adoleció tambien Portocarrero del achaque de organizador; tecla delicada cuando no se maneja con mucho tino. Introdujo violentas y superficiales economias, con las que hizo gran número de descontentos, entre los que hallaron miseria cuando esperaban alivio; trastornó el sistema de los empleos, colocando en ellos á sus hechuras indistin

á Felipe V las provincias lejanas del centro de su poder y afectas por su posicion al Austria, como las de Italia y los Paises Bajos, atrayendo á sí por uno u otro medio á sus gobernadores, y habia prevenido as hostilidades por el lado de Portugal, tableciendo un pacto de amistad entre las casas de Borbon y de Braganza. Ganó asi mismo para sí la adhesion de varios príncipes alemanes; cortó con

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gran golpe de tropas la comunicacion entre Ho-bernacion. Despues de haber gastado la luna de miel, landa y la parte hispano-francesa de los Paises Bajos, convocó y asistió en Barcelona á las córtes de Cataocupando despues á viva fuerza las plazas fronterizas luña, donde tras muchas peticiones de los diputados que tenian guarnecidas los holandeses, y por últi- y resistencia de Felipe, tuvo este al fin que confirmo, á fuerza de oro, intrigas y amenazas, formó en mar completa y esplicitamente todos los fueros y Inglaterra un partido considerable que apeteciendo privilegios de la provincia, aun los que habian caido la paz favorecia indirectamente al Francés. Debili- en desuso, obteniendo en cambio las ofertas de un tada asi una potencia por la escision que se habia donativo. formado en su seno, y que habia de entorpecer y con- Entretanto en Nápoles, donde el duque de Meditrariar mucho cuantas disposiciones se tomaran para naceli desempeñaba el vireinato, estalló una conspila guerra, y hostilizada la otra abiertamente y sin racion austriaca, ramificada en otras ciudades imprevencion alguna, viéronse ambas en el caso de ce- portantes de Italia, que, si bien abortó por entonces, jar sucesivamente en el camino por que habian echa- no se desorganizó por eso, antes bien permaneció do y de reconocer formalmente por rey de España á compacta y amenazadora. Llegado este suceso á noFelipe V, quedándole opuesta tan solo el Austria, ticia de Felipe V, sacudió este su melancólica apatia, fuerte por su orgullo y obstinada por su despecho. y determinó (resolucion inesperada y ajena en sentir Otro de los actos del abuelo de Felipe V fue soli- de todos de su carácter) pasar en persona á Ital a para citar para su nieto la mano de doña Maria Luisa de poner á aquellos males inmediato remedio, y dar caSaboya, hija de Víctor Amadeo, con el objeto de in-lor á la guerra, cuyas primeras operaciones habian teresar á este en la guerra que iba á emprender con empezado ya en aquella península, segun se contará los austriacos, y de que sirvieran los estados de Sabo- en el capitulo siguiente. Opusiéronse å esto Luis XIV ya como de barrera en Italia. Accedió Victor Ama- y todos los consejeros de Felipe; pero este permadeo á la solicitud de Luis XIV, no sin que antes exi- neció inalterable, y logró determinar en favor de su giera desmedidas ventajas en recompensa de su proyecto ó su abuelo, que le ayudó á su vez á reduamistad. Hablaba tambien al ánimo de Luis XIV en cir á los ministros. Encargóse el gobierno de Castilla favor del proyectado casamiento la corta edad de la á una junta presidida por el cardenal Portocarrero, princesa, que solo llegaba á los catorce años, y cuya y zanjado todo, se dió el rey de España á la vela en inesperta niñez la impedia maniobrar cerca de la Barcelona, y llegó felizmente á Nápoles. Alli no fue persona de su marido en pro de una política extran- tan bien recibido como pudiera desear; el pueblo lo jera y en contra de la influencia transpirenaica. No miró con desabrimiento, y era fácil conocer que preobstante, como la futura esposa de Felipe V era viva, ponderaba en todas partes el influjo austriaco. Taminteligente, hermosa, y el monarca español fácil de bien el papa, á quien el rey de España se dirigió, dominar, Luis XIV tomó sus medidas contra lo que segun costumbre, pidiéndole su proteccion y la inpudiera sobrevenir, sin perdonar probabilidad por vestidura del reino de Nápoles, trató al embajador lejana ni precaucion por minuciosa. Introdujo en español con equívoca cortesía, cerrando los oidos primer lugar á su nieto, á lo menos pretendió intro-á todas sus peticiones, y no queriéndose decidir en ducirlo, en un sistema de dominacion sobre la reina pro de Felipe hasta el resultado de la lucha inmineny poca participación de esta en los negocios; la dió te entre el Francés y el Austriaco. Creció con esto nueva servidumbre de su eleccion, haciendo retirar el nurmullo y animadversion de los napolitanos, la que traia desde su tierra, con gran pesar y grandes y pequeños, sin que fuesen parte á conteafrenta de la nueva desposada, y hasta la impidió ha nerlos medidas de rigor ni ostentaciones de poder. blar con los embajadores extranjeros, como no fuese en presencia de testigos seguros.

Tratamiento tan poco conveniente, puso en pugna á la princesa con Luis XIV, y como aquella adquirió en breve gran prestigio en el ánimo de su marido, los resultados de dicha pugna hubieran sido incalculables, á no haber sido por una persona que muy á tiempo se atravesó entre ellos. Queremos hablar de la célebre princesa de Ursinos, asi llamada por corruptela de la voz italiana Orsini, por cuanto dicha princesa, francesa de nacion é'hija del duque de Noirmoutiers, casada que fue con el príncipe de Chalaix, de donde le provino el mencionado título, lo habia hecho en segunda nupcias con Flavio de Orsini, duque de Bracciano. Separada de su segundo esposoy por segunda vez viuda, fue agregada, en calidad de camarera mayor, á la nueva servidumbre de la reina, esponiéndole Luis XIV secretas y delicadas instrucciones que habia de cumplir en su nuevo cargo. Era la princesa mujer á la sazon de mas de cincuenta años, de larga esperiencia, modales esquisitos, trato variado y ameno, inteligencia perspicaz y viva, carácter insinuante y dominador. Ella llegó sin mucha dilacion ni trabajo á ejercer la mas completa influencia sobre la reina, la cual á su vez ejércia la misma sobre el rey, de modo que la princesa Ursinos era el móvil oculto en que mas confiaba Luis XIV, sin dejar asimismo de temerla, como á mujer muy capaz de trabajar por su cuenta.

Con motivo del regio desposorio y con deseo de librarse de las intrigas con que hervia la córte en torno suyo, salió Felipe V de Madrid para visitar las provincias de Aragon y Cataluña, quedando el cardenal Portocarrero encargado entretanto de la go

TOMO II.

Mientras esto pasaba en Italia, la reina, encargada por su marido del gobierno de Aragon, reunió en Zaragoza las córtes de esta provincia, y pasadas alguna resistencia y alteraciones, se reservo la confirmacien de los privilegios provinciales para otra reunion de córtes, y se votó por los diputados un donativo de cien mil pesos fuertes. Conseguido esto, pasó la reina á Madrid, donde reclamaba su presencia la disension que reinaba entre los vocales de la junta de gobierno, y donde el pueblo la recibió con transportes de alegría. Halló las cosas en muy mal estado: el almirante de Castilla y el cardenal Portocarrero estaban en abierta lucha com o en los tiempos de Carlos II, indignado el público de estos manejos, y mal vistos los agentes de Luis XIV. Púsose aquella jóven al frente de aquel caos de desaciertos, y manejó el timon del estado entre tan revueltas olas, solo con mas rectitud, sino tambien con mas pericia que los pretenciosos y desatinados gobernantes que habian mezclado en la causa comun sus particulares rencillas é intereses.

CAPITULO II.

Principio de la guerra de sucesion.

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de la guerra, y los progresos que hizo el enemigo en la primera campaña.

Pocos dias despues de esto, agrió los ánimos de los coligados otra medida de Luis XIV. Habiendo muerto à la sazón Jacobo Il, á quien aquel tenia recogido en su reino, el rey de Francia reconoció y apoyó al hijo del Inglés como legítimo monarca de Inglaterra, esperando tal vez, si le favorecian los sucesos, ejercer en esta nacion por medio del príncipe de Gales la misma autoridad que ejercia en España por medio de Felipe V. Llevaron muy á mal los ingleses este reconocimiento, tan mezquino en el fondo y tan insultante en la forma, y ardiendo en odio contra la Francia, declararon al príncipe de Gales enemigo público, y sirvieron sin réplica á Gui llermo de Orange con cuantos socorros demandaba la ocasion de la guerra. El emperador por su parte se atraia la cooperacion de los potentados alemanes, obligaba al elector de Baviera á mantenerse neutral, y haciendo causa imperial de lo que no era sino particular empeño de su familia, disponia que la dieta de Ratisbona declarase la guerra (15 de mayo), en cuya declaracion, aprobada y repetida por los coligados, se llamaba á Luis XIV y á Felipe V usurpadores del trono español. Un cuerpo de diez mil hom bres, procedente de Inglaterra, á las órdenes del conde de Marlborough, habia ido á Holanda, y Guillermo se preparaba á seguir el mismo camino para dar calor á las operaciones de la guerra, cuando le sorprendió la muerte, dejando buena memoria de si á sus súbditos y á les historiadores. Ocupó su trono por falta de sucesion directa, Ana Stewart, mujer del príncipe de Dinamarca, sin que esta alteracion diese á los sucesos un giro menos sangriento del que se esperaba. Siguió Inglaterra en buena inteligencia con Holanda y en sus planes contra los Borbones, compensando la insuficiente capacidad de la reina el alto y variado mérito de sus consejeros. No dormian entretanto franceses y españoles: Luis XIV organizó un ejército de sesenta mil hombres, cuyo mando confió al duque de Borgoña y al mariscal de Boufflers, cubrió las fronteras, y acumuló gran golpe de gente en Italia y en los Paises-Bajos igualando la grandeza de los preparativos á lo mucho que se esperaba y se temia de aquella gigantesca lucha.

empezó á maquinar contra la Francia, celebrando tratados de alianza con los holandeses, dinamarqueEl dia 2 de junio de 1702 salió de Nápoles el rey ses y brandemburgueses, y enviando socorros al con el designio de recorrer la Italia, y tomar una emperador: Luis, sin alarmarse mucho por estas parte activa en la comenza la lucha. Pisó por Tos- prevenciones, envió á la Haya á su ministro plenicana y Génova; avistóse con su suegro en Alejan-potenciario Davaux, cuyos deseos de negociar la paz dría, separándose los dos con resentimiento el uno se estrellarou en las peticiones de los enemigos. Indel otro por frivolos motivos de etiqueta, ó mas bien glaterra y Holanda se unieron al Austria para conpor oculta rivalidad sobre la direccion de las tropas. trarestar los manejos de Luis XIV, concluyéndose De alli pasó Felipe á Milan, donde hizo reconocer su el dia 7 de setiembre de 1701 el tratado por el cual soberanía, y organizó sus fuerzas para marchar con se establecia esta triple alianza. ellas contra el príncipe Eugenio, que tenia en gran estrecho á Mántua y á Goito. Para suceder á Villeroi, vino de Francia Vendome, general valiente y acreditado, á cuyas órdenes se puso un nuevo ejército de cincuenta mil hombres. Vendome obligó á su contrario à levantar el sitio de Mántua y á replegarse sobre el Po, combinando despues unas maniobras muy bien calculadas para cortar las comunicaciones del principe Eugenio con el Austria, y apoderarse del país situado en el nacimiento del Po, de donde el ejército contrario sacaba casi todos sus bastimentos. En esto se unió á Vendome el rey de España con sus tropas, quedándole desde aquel punto à este el mando como rey, y á aquel la direcion como militar. Siguieron los aliados forzando y rechazando á los imperiales, hasta que, acampada nuestra gente cerca de Luzzara, tentó el príncipe Eugenio sorprenderla, y fue descubierto antes de haber dado el golpe. En consecuencia trabóse la batalla, que duro bastautes horas, y fue muy reñida y la pérdida igual por ambas partes. Los dos ejércitos la celebraron como victoria; pero Vendome fue quien reportó el fruto con la toma de Luzzara, Borgoforte y Guastalla. El rey volvió á Milan, despues de haberse portado en todos aquellos lances con mas valor y energía de lo que podia esperarse de un príncipe educado hasta entonces entre los regalos de la córte, y no entre los silbidos de las balas, poniendo su persona á toda prueba sin escusar riesgo ni fatiga. De Milan volvió a España, no sin haber sido muy atormentado en este intervalo por una enfermedad de irresistible languidez é hipocondria, mai ocasionado de su misma naturaleza, de la educacion que habia recibido y del disgusto que le habian hecho sufrir tanto en Roma como en Nápoles la negativa del pontifice y el frio acogimiento del pueblo. La campaña siguió hasta su fin con algunas ventajas de nuestra parte, y la guerra quedó al cabo en el mismo estado que antes hubiesen tenido principio las operaciones. Otra tempestad no menor se habia promovido por el lado de Inglaterra y Holanda. Temia estas potencias sobre todo que llegaran á reunirse en una misma mano los cetros de España y Francia, con tanta mas razon cuanto que Luis XIV, en menosprecio de anteriores El duque de Borgoña amagó sobre Nimega; pero pactos, habia declarado que su nieto tendria dere- Marlbourough, al frente de un ejército de sesenta cho á la corona de Francia siempre que el delfin no mil hombres le obligó á retirarse por temor de una tuviera antes de morir otro hijo varon. Recelábanse derrota, ganándose despues por los aliados las plaademás los holandeses de que los Paises-Bajos espa- zas de Kaissenwertz, Venlo, Ruremonde, Sevenñoles cayeran en poder de Francia, segun era la inwerth, M seich y Lieja; mientras en Alsacia, donde tencion del viejo rey, el cual habia ya comunicado á su embajador cerca de Felipe algo sobre la cesion á su corona de los Paises-Bajos, comprometiéndose él en cambio á defender con su propia fuerza el resto de las posesiones españolas. Escociales tambien á ingleses y holandeses el esclusivismo con que los súbditos de Luis XIV se habian apoderado del comercio de América, secando así la fuente de las pingües ganancias que antes reportaba á aquellos el tráfico entre los dos continentes. Por todo esto empezaron las potencias en cuestion á tomar un ademan hostil, perjudicadas como se hallaban en sus intereses, y amenazadas por la procaz ambicion del jefe de los Borbones. Guillermo de Orange, contrarrestado que hubo la influencia del partido que optaba por la paz,

de que

los imperiales tomaron con mucho trabajo á Landaw, daba realce á nuestras armas la inesperada coopera cion del elector de Baviera, el cual ocupó á Ulmy Memmigen, y obligó al ejército aleman á retirarse. Entretanto una escuadra anglo-holandesa de cin cuenta velas, con mucha gente de desembarco, á las órdenes del duque de Ormond y bajo la direccion marítima de los almirantes Allemond y Rooke, s dió á la vela desde aquellos puertos el primero de ju nio, pasó por Lisboa donde se le unió el príncipe de Darmstadt, aconsejador de aquel proyecto, se prosentó en las aguas de Andalucía, difundiendo su presencía gran terror en los sorprendidos españoles, muy escasos de fuerzas y muy pocos preparados con tra aquel género de ataque, efectuaron el desem

Seguia dirigiendo los asuntos como siempre la princesa de Ursinos, principal inteligencia de Luis XIV en la córte de España, asistida por el conde de Montellano, hombre de buen carácter y de sentido recto, bien quisto con todos y muy idóneo para lo que de él se exigia. Al par que se iba levantando este nuevo astro en el horizonte político, iba en aumento la impopularidad del cardenal Portocarrero y del presidente de Castilla.

barco por la costa de Cádiz, y se apoderaron de Rota | el mando y sumisa á los imperativos consejos de Y del Puerto de Santa María, donde cometieron la- Luis XIV, fatigábase en vano para mantener en buen mentable saqueo, Atacaron despues á la misma ciu- temple aquella lucha de pasiones, sobreescitadas en dad de Cádiz, desprovista á la sazon de gente y muel vulgo por el espectáculo de los recientes desastres. niciones; pero rechazados por los habitantes de la Amenazaba refluir sobre el rey gran parte de la aniplaza y sus contornos, que llegaron con gran de- madversion con que miraban los españoles á su abuenuedo al combate, exasperados por los ultrajes an-lo, y sin embargo, apreciaban á aquel, y lo recibieron teriores y estimulados por el riesgo de sus hogares, muy bien cuando su entrada en Madrid, mas por su hubieron de retirarse los invasores, y siguieron cru- persona que por su gobierno. zando por todo aquel mar para esperar la flota que venia de América. Esta, prevenida del acecho, entró en la ría de Vigo, adonde el 22 de octubre llegó tambien en su persecucion la escuadra anglo-holandesa, cuando todavía los buques españoles no habian echado en tierra su rico cargamento. Aquel sitio estaba tan bien defendido cuanto lo permitian las circunstancias y la inminencia del peligro: dos castillos de poco aguante y una cadena defendian la entrada del puerto, y una escuadra francesa estaba allí tambien Continuaba Luis XIV en su mala política con los para ocurrir á lo que se temia; pero nada de esto españoles, dormido en la falsa seguridad que le haaprovechó. Rendidos los fuertes, otra la cadena, y bian infundido algunos cortesanos ansiosos de mevencidos los franceses despues de una mortífera re- dro, teniendo mas que su nieto rechazase su doinifriega por la muchedumbre de los enemigos, dispo- nio que no la oposicion nacional, y creyendo ciega y níanse estos á entrar á saco en los buques de la flota temerariamente que podia durar aquella absurda tucuando su jefe, don Manuel Velasco, despues de tela. Habia venido como embajador de Francia cerca haber procurado en valde salvar lo mas precioso que de Felipe V el cardenal de Estrées, hombre muy digtraia, mandó pegar fuego á sus buques, ejemplo de no bajo todos conceptos, si bien deslustraba sus heróica desesperacion que imitaron á su vez los fran- buenas cualidades un repugnante y desmesurado ceses. Logró el contrario apoderarse solo de nueve orgullo. Juzgábase rebajado con su nueva mision, buques de guerra y seis galeones: todos los demás creyéndola muy humilde para su clase ó muy pueril perecieron, y parte de los tesoros que contenian, para su talento: sus alardes de superioridad desconarrojada por las olas á la playa, cayó én poder de los tentaban á todos, y él mismo estaba descontento por paisanos. Mucho sintieron los vence lores la pèr- que no se tributaban á su superioridad todos los hodida de aquel despojo con que tan seguramente con-menajes que él quisiera. Esta mala cualidad del cartaban aun en nuestros dias han hecho los ingleses tentativas para cobrar lo que les habia quitado de las manos el heroismo de los vencidos. Triste y al par memorable jornada fue aquella, en que la mar quedó teñida de sangre y cubierto de ríquezas su fondo. Cundió por toda España la noticia del desastre, y la consternacion fue por do quier tan grande como habia sido la ruina.

denal de Estrées convirtió en poco tiempo la córte en un semillero de intrigas y agitaciones: empezó el embajador abusando con desmedidas pretensiones de etiqueta, pretensiones que desazonaron á Felipe y que Luis XIV sostuvo enérgicamente, haciendo mediar ofensas y disgustos entre los dos monarcas. Entró asimismo en secreta pugna con la princesa de Ursinos, cuya superioridad le desplacia, y con quien Otro suceso ocurrió en pos de este, de muy diver-debia, segun sus instrucciones, trabajar de acuerdo. sa naturaleza, pero tambien de muy desfavorable Chocó tambien sobre frívolos motivos con Portocarreinfluencia. El almirante de Castilla, Enrique de Ca-ro, exigiendo de él que las decisiones de su ministebrera, uno de los primeros próceres, hacia tiempo rio fuesen celebradas, no en casa del cardenal espaya que andaba en malos tratos con nuestros enemi-ñol, como se habia hecho hasta entonces, si no en la gos. El fue quien fomentó en los ingleses la idea de sala del consejo. Malquistóse por causas no mas la pasada espedicion, olvidando por sus particulares graves con cuantos agentes tenia Luis XIV en Espaintereses y odios, lo que como español debia á su ňa. Resintiéronse estos, y elevaron sus quejas á patria. Aliora, aprovechándose de la confusion que Francia, suponiendo allí que estaban en criminal reinaba, despues de haberse puesto de acuerdo con connivencia el cardenal de Estrées y la princesa de la córte de Viena, pasó artificiosamente á Portugal, Ursinos, cosa improbable, puesto que ambos persoacompañado de una lucida compañía de parientes y najes, atendidos su carácter y circunstancias, mas servidores, para hacer creer que con él desertaba de condiciones tenian de rivales que de aliados. la causa de Felipe V la flor de la nobleza castellana, Pusieron estas quejas en recelo á Luis XIV, el cual y desde allí empezó á maldecir por todos estilos de la recomendó á su embajador la prudencia y el respeto presente dinastía, tratándola en libelos y manifiestos á la etiqueta, que mantuviese contento á Portocarde intrusa y advenida al trono de España por falsifica-rero, y que mitigase con suavidad el descontento de cion. Hecho aislado fue este; pero hecho de mucho bulto y trascendencia, si se atiende á la importancia del personaje, y al influjo que tuvo su deservicio en la opinion y planes de nacionales y extranjeros.

CAPITULO III.

Intrigas en la corte.

EN situacion tan lastimosa encontró Felipe á su reino cuando volvió de Italia en 1703, verificando su entrada en Madrid el dia 17 de enero. Enfurecidos andaban los partidos, revuelto el espíritu público contra la despótica dominacion de Luis XIV, cuyos manejos habian descubierto sus dos mas halagueños servidores, Portocarrero y Arias, con el mútuo enojo que reinaba entre ellos. La reina, inteligente para

TOMO II.

los españoles. El cardenal d'Estrées y su sobrino, abate satírico, ambicioso, maquinador y petulante, que abrigaba esperanzas de suceder en la embajada á su tio, habian proyectado introducir alguna semilla de discordia entre el rey y la reina, á fin de que, menguado el influjo de esta y aniquilado el de la princesa, no quedasen á Felipe V medios morales para resistir á la dominacion de su abuelo: tio y sobrino se habian declarado ya en abierta lucha con la princesa, ofendidos de ver que el rey de España, por consejo de aquella, despachaba solo con el secretario de Estado, habiéndose negado d' Estrées á comuni carse con este ni con el presidente de Castilla. La de Ursinos por su parte, á quien el viejo rey habia retirado su confianza, escribió una atrevida justificacion, en la que sé declaraba autora de la política

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