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riales. Los genoveses, malcontentos con que se les quitara el marquesado de Final en pro del rey de Cerdeňa, se unieron á los Borbones, ofreciendo poner á disposicion de estos un cuerpo de diez mil hombres. Organizóse por aquellos un brillante plan de campaña fundado en la reunion de los dos ejércitos, el del infante y el de Gages; plan cuyo buen éxito aseguraban tantos elementos de victoria. En cumplimiento de órdenes espedidas en este sentido, Gages, que iba ya á invadir el Milanesado, se dirigió á Alejandria, punto de reunion de todas las fuerzas, sufriendo mucho en el tránsito, mas por los rigores de la naturaleza que por los estorbos que oponian á su marcha los enemigos. Despues de haber conseguido cada cual una porcion de ventajas, maniobrando ya de acuerdo los dos ejércitos, que, con los genoveses auxiliares, reunian un total de sesenta y dos mil hombres, se apoderaron de Parma, Plasencia, Pavía y otras muchas plazas, pusieron en fuga al ejército s ardo, sin que valiera la tardia llegada del Austriac'o, ocuparon en seguida á Alejandria y Asti, poniendo sitio á sus respectivas fortalezas, y por último, quedando la mayor parte de su gente acantonada en buenas posiciones, entró don Felipe en Milan, donde fue recibido como triunfador. A la terminacion de la campaña no poseian los imperiales en el Milanesado mas plaza que la de Mántua, el castillo de Milan y las ciudadelas de Asti y de Alejandria bloqueadas y próximas á rendirse.

Al año siguiente cobró el Austria nuevos brios en Italia, porque la paz ajustada con el rey de Prusia en diciembre de 1745 la puso en estado de oponer mas refuerzos al ejército de los Borbones. Estos dominaban en una gran estension de terreno, y se preparaban á nuevos logros, cuando la notícia de la paz meucionada abatió de tal manera los brios del gabinete de Versalles, que entró en tratos con el rey de Cerdeña. El astuto Sardo aparentó acceder á ellos, no mas que para despertar los zelos y la liberalidad del Austria, y para dar tiempo á que de allá le llegasen refuerzos; pero España llevó muy á mal estas negociaciones, que consideraba como defeccion, y estuvo muy desavenida con Francia, hasta que esta, convencida de que no habia hecho mas que perder tiempo y victorias con el rey de Cerdeña, volvió á solicitar la amistad de su aliada. Entretanto la suerte de las armas se nos habia tornado adversa. Los sardos pusieron en grande aprieto á Maillebois, director del ejército francés, y los españoles, no menos estrechados por una gran masa de gente austriaca, perdieron á Parma, cuyo gobernador Castelar y casi toda la guarnicion se salvaron á costa de mucho arrojo y fatiga, rompiendo por las filas de los sitiadores, y por fin, puso el colmo á nuestras desgracias la funesta batalla de Plasencia trabada á orillas del rio Trevia el dia 16 de junio de 1746; batalla porfiada y sangrienta que nos ganaron al fin los austro-sardos, y en la que perdimos siete mil hombres entre muertos y prisioneros, y una gran porcion de cañones y banderas.

LIBRO TERCERO.

REINADOS DE FERNANDO VI Y DE CARLOS III.
CAPITULO I.

Muerte de Felipe V y coronacion de Fernando VI. En esta situacion se hallaban las cosas, y Felipe V cada vez mas atormentado por su hipocondría, cuando un ataque aplopético puso fin á su vida, á poco de haberse efectuado su reconciliacion con la Francia por conducto de Mr. de Noailles, el dia 9 de julio de 1746. Contaba en aquella sazon poco mas de sesenta años de edad, habiendo abarcado un período de cuarenta y seis años desde su primera coronacion

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hasta su muerte. Hubo en sus dos mujeres varios hijos, á saber: de la primera á Luis, de cuyo brevísimo reinado queda ya hecha irencion; Felipe y Felipe Pedro Gabriel, ambos muertos en edad muy tierna; y Fernando, que fue jurado príncipe de Asturias inmediatamente despues de la muerte de Luis I, y que ahora sucedió á su padre en el trono de su segunda mujer nacieron Carlos, rey de las Dos Sicilias y despues de España bajo el nombre de Carlos III; Felipe, duque de Parma y Plasencia, á quien deja➡ mos en Italia ocupado en adquirir á fuerza de armas dichas posesiones, que al cabo murió de muy mala muerte, arrastrado un dia de caza por su caballo y despedazado por sus perros; Luis, que continuó anejo á la familia real en calidad de infante de España, y cuya hija, andando los tiempos, casó con el principe de la Paz; María Ana, desairada por Luis XV, y casada luego con el principe del Brasil; María Teresa que lo fue asimismo con el delfin de Francia, y María Antonia Fernanda, con el duque de Saboya, Victor Amadeo. Larga y feliz sucesión, puesto que los que de ella no tuvieron la equívoca suerte de morir demasiado pronto, se vieron en una posicion acomodada y libres de combates de la des→ gracia, á no ser el malogrado duque de Parma y Plasencia.

Fue Felipe V llamado por sus vasallos el Animoso, y bien pudo merecer este renombre, tanto por su valor personal cuanto por su energía gubernativa en los dias en que se hallaba mas oprimido por la adversidad. Pero el carácter de este rey, cuyas buenas cualidades estaban ocultas bajo su habitual indolencia, la afeminacion de sus escrúpulos y el encogimiento de su porte, necesitaba una fuerte presion de desventuras para aparecer en su vigor, como apareció en los mas estrechos apuros de la guerra de sucesion, cuando sin córte y sin recursos, supo despertar en sus vasallos tanto entusiasmo y tan alhagadoras simpatías. Su segunda mujer, altiva, ambiciosa, disimulada y sagaz, halló medio de adquirir sobre él tan desmesurado predominio, que le enajenó las voluntades de una gran parte de sus súbditos, y estimulada por el deseo de colocar á sus hijos ventajosamente en Italia, divirtió con este objeto estraño á los intereses nacionales todos los recursos que España se hallaba en el caso de suministrar, suscitándonos enemigos en el Austria y tibios amigos en el vecino reino. Favoreció á la influencia de la reina, primero el amor de Felipe á sus esposas y el respeto con que miraba los lazos del matrimonio, y mas adelante, cuando la edad de ambos cónyuges privó á Isabel Farnesio de este poder, cuando llegó á verse en algunas ocasiones malquerida y aun maltratada por Felipe, todavía llegó a conservar su dominio, acrecentando por medio del aislamiento el sombrío humor del monarca, y estimulando el aborrecimiento que este por su hipocondría profesaba á los negocios, á fin de conservar siempre en sus manos las riendas del gobierno. Así era que los ministros, entre los cuales muchos, como Patiño y Alberoni, hubieran podido ir regenerando nuestra postrada monarquía, no lo hicieron cumplidamente, porque se veian forzados á secundar las miras de la reina y á entender mas en la adquisicion de tierras en Italia, que en la prosperidad de los españoles. Mejor se haliaban estos de seguro cuando la tutela de Luis XIV y la preponderancia de la princesa de Ursinos, puesto que entonces su rey, no helado por la vejez ni debilitado por los achaques, recibia consejos y los aplicaba con mas vigor.

De todas maneras, con el advenimiento de Felipe V puede decirse que se inauguró una nueva era para nuestra monarquía. Esta, en efecto, varió repentinamente de forma, de tendencias, de relaciones; sufrió la guerra de sucesion como un síntoma de su

metamórfosis, y salió de ella con menos brillo, pero con mas solidez que en tiempo del emperador Carlos V. En toda la primera parte del reinado en cuestion, veíase por do quier estampado el vigoroso sello de Luis XIV; por do quier, y mas que en ninguna parte en la cabeza del monarca español, acogidas las ideas de Francia, la libertad eclesiástica y la abolicion del Santo Oficio. Verdad es que contra estas novedades pugnaba el espíritu de intolerancia arraigado desde muy antiguo en el ánimo de los españoles; verdad es tambien que la segunda esposa de Felipe hizo dar tal vuelco á la política de su marido, que España retrogradó sensiblemente hasta los tiempos de Felipe III: pero, de todos modos, no se perdieron las semillas de las nuevas ideas, sino que germinaron á su debida época, como no podia menos de suceder, y fueron trayendo los sucesos al estado en que en la actualidad los vemos.

Cundió la ilustracion en el reinado de Felipe V, medrando las ciencias y las artes á la sombra y bajo la proteccion del trono. Creáronse las academias de la Lengua y de la Historia, la de Medicina en Madrid, la de Historia en Barcelona y la de Medicina y Ciencias en Sevilla institutos desconocidos antes en España, á lo menos bajo el pie que entonces. Por aquel tiempo tambien empezaron á figurar y obtuvieron gran boga los escritos periódicos, y las letras en general recibieron considerable empuje. Ilustraron la marina y las ciencias don Jorge Juan y don Antonio Ulloa; don Gerónimo Ustariz popularizó con regular acierto las mas altas teorías del comercio y de la navegacion; Martí introdujo en España la arqueología; Luzan arregló á nuestra literatura las reglas aristotélicas del clasicismo francés; Ferreras escribió nuestra historia con infatigable celo, gran prolijidad y poca elegancia; Miniana continuó asímismo la narracion que casi siglo y medio antes habia emprendido Mariana; Macanaz hizo en el entendimiento de sus paisanos no menos reformas que Orri habia hecho en la hacienda y Alberoni en la marina, y el ilustre benedictino, Feijóo, en su Teatro critico para desengaño de errores comunes, llevó a cabo un trabajo de erudicion y perseverancia, que si bien hoy no es gran cosa por el fondo ni por el estilo, pudo ser en aquellos años una copiosa fuente de conocimientos para el pueblo. La poesía no estuvo á la verdad representada muy felizmente: entre los poetas dramáticos descollaron don Antonio de Zamora y don José de Cañizares, continuadores con poca variedad del gusto reinante en el siglo anterior; como poeta satírico figuró con merecida ventaja Jorge Pitillas, mientras Gerardo Lobo y don Diego de Torres sobresalian por su ingénio entre una turba de rimadores.

Las tres nobles artes se hallaban en un estado las timoso la arquitectura, cuando no copiaba en San Ildefonso las creaciones francesas bajo la direccion del rey, caia en las caprichosas manos de Churriguera ó de Ribera, ó bien venia á morir torturada por el poco génio y desatinado gusto de los discípulos de aquel. En cuanto á pintura y escultura, no floreció por desgracia en todo este largo período ningun artista nacional cuyo nombre merezca ser conservado por la Historia.

La academia de Nobles Artes, proyectada en este reinado y realizada en el siguiente, si bien no creó génios, refrenó por lo menos las exageraciones del mal gusto.

Fernando VI, que contaba treinta y cuatro años de edad cuando subió al trono por muerte de su padre, era un príncipe tímido, reflexivo, melancólico como aquel, con menos energía latente, de poco arranque é inteligencia limitada; pero honrado, bondadoso, y mas afecto á la paz que á la gloria de las armas. La historia de su reinado corre parejas

con su carácter personal: narracion suave, sin crísis, desastres ni victorias; tranquila medianía cifrada en el bienestar interior y en la poca ambicion de enagenar lo de fuera; falta de sacrificios porque no había sobra de pretensiones; impuestos moderados porque la paz no es dispendiosa, y anhelo de reformar porque no habia temores de perder. Tal es en resúmen la historia del reinado de Fernando VI. Estaba casado con María Teresa Bárbara, hija del rey de Portugal, á la cual profesaba el mismo cariño y dejaba tomar la misma preponderancia que Felipe V á Isabel Farnesio: ella ciertamente no se aprovechaba tanto de estas disposiciones de su marido como lo habia hecho la parmesana; timida, débil, suave, de salud quebrantada, muy sumisa á Fernando y tan aficionada como él á la paz, hubiera merecido que la Historia la mirara con respeto, ya que no con adiniracion, á no haber manchado sus buenas cualidades con el vergonzoso defecto de la avaricia.

En cuanto á la reina viuda, que nunca habia profesado grande afecto á Fernando, como hijo que era de la primera mujer de Felipe V, y poseedor de una dignidad que ella hubiera ambicionado para los suyos, se retiró poco despues de haber muerto su esposo á San Ildefonso, cuyo retiro le cedió Fernando, confirmándole al mismo tiempo las donaciones que le habia hecho su padre. Isabel Farnesio se retiró pues al palacio que habia construido Felipe V, pasando allí los veinte y un años que sobrevivió á este, pues si bien á la muerte de Fernando VI, quedó encargada de la direccion de los negocios mientras no viniera de Italia Carlos III, aquella mujer, abatida por la edad ó desengañada de los sinsabores del mundo, apenas hizo mas que un uso nominal de sus facultades.

CAPITULO II.

Administracion del marqués de la Ensenada. DESEMPEÑABAN el ministerio á la muerte de Felipe V, y tenian mucho influjo en el interior del Palacio, el marqués de Villarias, á quien ya conocemos con el nombre de don Sebastian de la Cuadra, y don Zenon de Somodevilla, marqués de la Ensenada, que habia sucedido á Campillo en su cargo. Villarias fue depuesto de alli á poco, y reemplazado por don José de Carvajal y Lancaster, hombre que con su honradez y firmeza se hacia perdonar la cortedad de sus alcances, Tenia el monarca gran deseo de terminar por medio de algun buen acomodo los disgustos de Italia, y para allanar el camino de la paz, empezó quitando todo poder militar al infante don Felipe, y enviando al marqués de la Mina en reemplazo de Gages, á quien se suponia demasiado adicto á los intereses de Francia. El objeto de este primer paso era irse apartando de la alianza con dicha potencia, á fin de esquivar su influjo, y simplificar cada vez mas las discordias. El marqués de la Miua llegó á reunirse con el ejército, cuando este habia tenido que evacuar á Plasencia, quedando vencido por el ejército austrosardo, y perdiendo en la refriega seis mil hombres entre muertos y prisioneros y un gran número de piezas de artillería. El nuevo general, sin que fueran parte á detenerlo las instancias del infante don Felipe ni del general francés Maillebois, condujo las huestes españolas en retirada á la Provenza, obligando así á los franceses á que hicieran lo mismo, por considerarse débiles para luchar solos contra el enemigo, y dejando á los genoveses en la triste necesidad de abrir sus puertas al ejército austro-sardo, y de rendirse casi á merced de los vencedores. Verdad es que las inmoderadas exigencias de estos hicieron que los habitantes de la ciudad apelaran otra vez á las armas y echaran á la guarnicion austriaca: volvió otra vez

establecerse el sitio de Génova; sitio á cuya pro

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longacion cooperaron el desacuerdo que reinaba entre los sitiadores y los socorros que recibian de Francia los sitiados, hasta que el gobierno español, temiendo que si el Austria quedaba muy preponderante en Italia, podria despojar á don Carlos de su reino de las Dos Sicilias, mandó al marqués de la Mina que acudiese con sus tropas en auxilio de Génova, con lo cual esta ciudad quedó libre del cerco y honrada con su resistencia. Animados los franceses con esta cooperacion de los españoles, v con las grandes ventajas que habian obtenido en Flandes, ya en las batallas de Fontenoy, Rocoux y Lanfeld, ya en la adquisicion de casi todos los Paises Bajos, quisieron tomar la ofensiva en Italia y aun tuvieron proyecto de hacer una invasion en Inglaterra. Pero la necesidad de la paz se hacia ya sentir tras de una lucha tan porfiada, y no era España la que hacia menos gestiones para ello: contrariaba estas gestiones con su habitual terquedad la reina viuda, adicta como antes al partido francés, y favorecíalas la mujer de Fernando VI, naturalmente aficionada á los ingleses, como hija que era del rey de Portugal. La inclinacion característica del rey hizo que el gusto de la esposa prevaleciera sobre el de la madrastra, y coadyuvando á la paz el cansancio de las demás potencias, previas algunas intrigas y formalidades diplomáticas, puso fin á la guerra el tratado concluido en Aix-la-Chapelle el dia 18 de octubre de 1748. Adjudicáronse al infante don Felipe los ducados de Parma, Plasencia y Guastala, con reversion del primero y tercero al Austria y del segundo á la Cerdeña, en caso de que don Felipe pasara á ocupar el trono de Nápoles. Reclamó don Carlos contra esta cláusula, y negó su accesion al tratado; pero esta negativa no influyó sino como dilatoria en el curso de las negociaciones. El tratado del Asiento se renovó por cuatro años, difiriéndose la solucion de este punto y de otros pendientes con Inglaterra para un contrato ulterior: suscitáronse con este motivo una porcion de dificultades, fundadas en la inflexibilidad de las pretensiones de los ingleses, y en el afan de nuestro gobierno por impedir que los extranjeros se aprovecharan de las riquezas de América, hasta que las dos naciones se convinieron en un arreglo definitivo, dos años despues de la conclusion del tratado de Aix-la-Chapelle, recibiendo la Inglaterra cien mil libras esterlinas á título de indemnizacion por ciertas reclamaciones, y renunciando por su parte al Asiento. De este modo entró España en el pacífico carril de que no se apartó durante todo el reinado de Fernando VI, por mas que la Europa estuvo despues ardiendo en guerras y disensiones, y por mas promesas que se hicieron á nuestra nacion para que toniara parte en ellas.

todas las ideas y agente de casi todas las mejoras que en él surgieron, era don Zenon de Somodevilla, marqués de la Ensenada, que de modestos princi pios se fue elevando á tan grande altura, y creciendo al par en diligencia y conocimientos. Fernando VI fue el corazon, Ensenada el alma de nuestra monarquía, y los laudables deseos del monarca hubieran sido estériles sin los servicios del ministro. Este se sobrepuso á Carvajal en breve, resultando entre los dos una viva disidencia, que con varias alternativas se sostuvo hasta la muerte de Carvajal, acaecida en el año 1754. Sintió el rey esta desgracia, y no pudo menos de ser así: su ministro lo habia servido muy bien y con mas destreza de la que habian esperado todos durante los pocos años que tuvo á su cargo la direccion de los negocios extranjeros. Su carácter se diferenciaba en muchos puntos del de Ensenada: este disimulado é insinuante, aquel franco y enérgico; el primero cortando en todos los negocios por lo mas breve, el segundo rodeando para mayor seguridad; Carvajal obrando por instinto y sin gran profundidad de miras ulteriores, Ensenada trabajando con inteligencia y sin descuidar nunca las satisfacciones de su ambicion personal; pero ambos igualmente dispuestos á defender los intereses del país y el honor de su soberano; ambos acordes en la prosecucion del fin, si bien desavenidos en la eleccion de los medios. Las principales negociaciones llevadas a cabo en estos años con la cooperacion de los dos ministros fueron: el tratado definitivo con la Gran Bretaña; el cambio intentado (y no realizado primero por resistencia de los jesuitas y despues por denegacion del monarca portugués) de la colonia del Sacramento por la provincia de Tuy y las misiones jesuíticas del Uruguay; la abrogaciou de un tratado de comercio con Dinamarca, paso dado contra el parecer de Ensenada; el tratado de Aranjuez, concluido el dia 14 de junio de 1752, entre el rey de España, el emperador de Alemania, María Teresa, el rey de Cerdeña y el duque de Parma, para asegurar en todo evento la tranquilidad de Italia, segun las cláusulas del tratado de Aix-la-Chapelle; y algunas otras transacciones de menos importancia. Por lo que hace al tratado de Aranjuez, el rey de Nápoles le negó su accesion, juzgándolo contrario al derecho que reconocia en sí de disponer de la corona de Nápoles en caso de que le tocara ceñirse la de España: tampoco se hizo sino á despecho de Ensenada. Todos estos pasos eran promovidos por Carvajal, que propendia mas de lo conveniente en favor de Inglaterra, así como su rival propendia mas de lo conveniente en favor de Francia, si bien ambos anteponiendo á todo el interés de España: así estaban formados en nuestra córte dos partidos, el francés Eran entonces las personas que se repartian la y el austriaco, á la cabeza de los cuales habia colocagobernacion y la influencia sobre el ánimo de los re-do la opinion á los dos ministros. Los embajadores de yes, además de Carvajal, de quien ya se ha dicho algo, y del marqués de la Ensenada, de que habrá que hacer mencion mas despacio, un cantante de mucha nombradía llamado Carlos Broschi, y mas conocido por el sobrenombre de Farinelli, y el padre Rávago confesor del rey y muy dueño de su confianza. La presencia de aquel en palacio era debida al saIndable efecto que habian hecho sus cantos en el ánimo de Felipe, á quien distrajera de su humor tétrico, sucediendo lo mismo con Fernando VI, muy semejante en este punto á su padre: por lo demás Farinelli era un hombre sencillo, inteligente y benévolo, muy adicto á los soberanos que lo protegian y muy poco aficionado á abusar de su singular influencia. Pero el personaje principal que descuella en aquella época entre tanta gente apegada al palacio, y dotada por lo comun de buenos instintos, pero de capacidad ceñida á reducidos límites; la personificacion de aquel reinado, como creador que fue de casi

una y otra nacion andaban maquinando con nuestro gobierno, á fin de torcer sus favores cada uno en pro del monarca á quien representaba; porque Francia é

Inglaterra, aun no bien enjuta la sangre que derramaron en sus últimas guerras, amagaban ya declarársela de nuevo, como lo hicieron sin que tardara mucho. Fernando VI, solicitado en diversos sentidos, ya por sus ministros, ya por los embajadores, escuchando las razones que cada uno aducia en pro de los derechos de su nacion á ser apoyada por la nuestra, permanecia sin decidirse, ó mas bien resuelto á permanecer en su línea de neutralidad, cuando la muerte de Carvajal robó á Inglaterra su mas celoso partidario y libertó á Francía de su mas acérrimo enemigo. Añádase á esto que Carlos, el rey de Nápoles, indispuesto con su hermano por haber concluido sin contar con él los anteriores convenios, y escitado por el gabinete de Versalles, no dejaba de intrigar en Madrid por conducto de sus agentes en

favor del partido francés, y luego, con gran disgusto del rey de España, se dirigió al gobierno inglés con buenas proposiciones para celebrar su convenio, particular, proposiciones á que la prudente Inglaterra solo contestó con buenas palabras; pero què escitaron hasta lo sumo la susceptibilidad de Fernan do VI.

en la Hacienda, el fomento que dió á todos los ramos, y en especial á la marina, no demuestran ciertamente intenciones de dejar á nuestra nacion postergada: muy largo fuera entrar en la enumeracion de todos los bienes que llevó á cabo: bastenos decir que á su actividad, inteligencia y buen celo debió toda su prosperidad España durante el reinado de Fernando VI. El mismo rey que lo apreciaba sin quererlo, solia despues de su caida citarlo por modelo á los ministros que le sucedieron. Los diversos ramos que había dirigido Ensenada se repartieron entre varios despues de su desgracia: el conde de Valparaiso fue nombrado ministro de Hacienda; don Sebastian de Eslava de la Guerra, y don Julian de Arriaga de Marina é Indias. A la desgracia de Ensenada acompañó la de algunos de sus amigos y sucedió con breve intér valo la del P. Rávago. Quedó Wall siendo el alma del nuevo ministerio, sin que valieran para hacer menguar su influencia el oculto rencor de los ensenadistas, ni las disensiones que hubo entre él y el duque de Huescar, ya duque de Alba por la muerte de su padre, y que se hallaba muy poco satisfecho del estado de las cosas.

CAPITULO III.

Fin del reinado de Fernando VI.

No por haber decidido la desgracia del marqués de laEnsenada y la caida del partido francés, sacó Inglaterra el fruto que esperaba de sus intrigas. Wall, ya colocado en el ministerio, bien fuese porque el rey le hubiese manifestado sobre este punto su terminante voluntad, bien porque sacrificase á los deberes de su ministerio sus afecciones y hasta sus promesas en favor de la Gran Bretaña, negó al ministro inglés, á pesar de toda la porfia que este sostuvo por medio del embajador de su nacion, Mr. Keen, todo favor directo ni indirecto de España en la guerra cuyo estallido se hacía ya sentir entre ingleses y franceses. Estos por su parte sostuvieron el mismo empeño con nuestra córte; pero tampoco salieron mejor librados, siendo los esfuerzos de una y otra potencia mas bien que ayuda, rémora para que Espana se decidiese por ninguna.

Muerto Carvajal, hubiera quedado dominando sobre todos el marqués de la Ensenada, á no ser porque entonces fue cuando mas tiros descargaron contra él sus adversarios. Aspiró á reunir al ministerio que desempeñaba de Hacienda y Marina, el de Estado que habia quedado vacante por la muerte de su colega se habló tambien de proponérselo interinamente; pero esta interinidad disgustaba al marqués, que preferia colocar una hechura suya en aquel despacho, de modo que le quedase á él la verdadera direccion. Con todo, á propuesta del duque de Huescar, hijo del de Alba, y del conde de Valparaiso, muy adversos á Ensenada y al partido francés, fue nombrado don Ricardo Wall, irlandés al servicio de España, que se hallaba entonces desempeñando nuestra embajada en Inglaterra, por lo cual se remitió aviso, y el duque de Huescar quedó mientras aquel no viniera encargado del ministerio. Este fue el mas duro golpe que recibió Ensenada, y que sirvió como de preliminar á su caida: sus dos principales amigos la reina y Farinelli, no lo apoyaban con la suficiente eficacia, aquella porque se disgustaba de que el ministro anduviese en compromisos tan íntimos con los franceses, y este por su desapego á intervenir en los negocios públicos. El confesor del rey estaba tambien unido á Ensenada, y fue por eso blanco de las mismas enemistades. Empezó la lucha contra el marqués, y reavivándose con el peligro la energia, el padre Kávago se defendió muy bien. La reina se interesó por el ministro, y el mismo Farinelli, echando á un lado su circunspeccion, empleó todo su influjo en provecho de su amigo. Pero en vano: la caida de este estaba preparada muy de antemano y con muy poderoso empuje y resuelta ya en el ánimo del monarca. La llegada de Wall la decidió. Este hombre estraordinario, á la vez honrado y artero, de miras profundas y agradable trato, se insinuó con tanta facilidad en el ánimo del rey, que le hizo decir que la destitucion de Ensenada era nada menos que una inspiracion divina. Achacósele á este su amistad con Francia, y los perjuicios que por cumplir con ella habia querido causar á España, lo poco que habia hecho para evitar todo caso de rompimiento entre ingleses y españoles, las intenciones hostiles que habia tenido con respecto al comercio británico y los establecimientos de esta nacion en la costa de los Mosquitos; no se perdonó en fin acriminacion ni sospecha. En vista de estos cargos, mas o menos fundados, pero nunca terminantes, el rey no se contentó con destituir al marqués, sino que lo arrestó y envió desterrado á Gra- rechazó á los austriacos en Praga; pero obligado nada, sin darle tiempo para hacer ningun prepara- despues á cejar ante la superioridad numérica de tivo. Intentóse asimismo sujetarlo á causa criminal, sus contrarios, se recogió á Silesia, mientras rusos é hízose un prolijo é indecoroso inventario de todos y suecos entraban sin resistencia por el territorio los efectos hallados en su casa, y hasta de los co-prusiano. Los franceses por otro lado derrotaron al mestibles que contenia su despensa: la suntuosidad de aquellos sirvió de pié para nuevas acusaciones, achacándose á malos medios la acumulacion de tanta riqueza. Wall, que solicitado por el astuto M. Keen, embajador inglés, fue el autor de esta caida, apeló para conseguirla á medios tan poco francos que salió de su empresa triunfante pero no lucido.

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Así terminó el valimiento del justamente célebre marqués de la Ensenada, euyo destierro no fue le vantado hasta que entró á reinar Carlos III. Mucho le debe España sin duda, y de ninguna manera, pesar de lo que pudieron decir sus enemigos, pensó nunca en hacerla depender de influencias transpirenáicas. La bien entendida economía que introdujo

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Empezaron entretanto las hostilidades, primero en ambas Indias, y despues en el mismo continente, uniéndose ingleses y prusianos contra franceses y austriacos: hiciéronse á la parte de estos la Rusia, la Suecia y una porcion de estados alemanes; Dinamarca y Holanda conservaron prudentemente su neutralidad; de modo que el gobierno británico se halló fuertemente apurado con tantos enemigos, y no me nos Federico II, cuyo reino ofrecia tantas entradas al invasor. Con todo, era tan grande su arrojo y su destreza, que sin dejarse amilanar por las circunstancias, tomó la ofensiva, se hizo dueño de Sajonia, y

ejército inglés en Hastembeck, ocuparon el Hanno ver y la parte prusiana del círculo de Westphalia, y una espedicion de los suyos, al mando del mariscal de Richelieu quitó á Inglaterra la importante isla de Menorca. Así empezó la famosa guerra llamada por su duracion de siete años, en la que despues, volviendose las cosas del estado en que estaban al principio, adquirió el reino de Prusia la importancia que ha conservado hasta nuestros dias, y quedaron los fran. ceses con poca honra.

En tal situacion, Inglaterra debia tener un gran interés en atraerse la cooperacion de España: lo tuvo en efecto, y lo demostró entre otras cosas ofreciendo formalmente el célebre lord Chatham, padre

HISTORIA DE ESPAÑA.

del no menos célebre Pitt, y que era á la sazon el ministro de mas influencia y popularidad en Londres; la restitucion de Gibraltar á Fernando VI con tal que nuestra nacion comprometiera sus armas con las de Prusia y la Gran Bretaña. No aceptó nuestro gobierno esta oferta, tanto mas cuanto que venia acompañada de muchas restricciones, entre otras la de que habiamos de ayudar nosotros mismos al gobierno inglés para la recuperacion de Menorca. Mas generosos fueron los franceses, ó por mejor decir, á mas alto precio quisieron pagar nuestra ayuda, pues ya nos habian ofrecido cedernos dicha isla sin restricciones, ayudarnos al recobro de Gibraltar, é influir juntamente con la córte de Viena para que el infante don Felipe fuese colocado en el trono de Polonia á la muerte de su rey Augusto, la cual no se haria esperar mucho segun lo quebrantado que andaba de salud este monarca. El proyecto fue muy sostenido por la viuda de Felipe V, atenta siempre al engrandecimiento de sus hijos; pero el rey lo rechazó, así como todas las demás ofertas, mas deseoso de mantener la paz en sus reinos que de nada. Mas de estas intrigas resultaba que el partido francés iba creciendo en número de dia en dia, y que el partido inglés, mal visto por la generalidad de los españoles, se iba reduciendo cada vez mas en torno de Wall, que aburrido de aquellas luchas llegó á pensar seriamente en abandonar el ministerio, y á quien el público empezaba á mirar con malos ojos por su mucho apego á Inglaterra.

El borbonismo, como llamaban los agentes ingleses á nuestras simpatías con Francia, iba haciendo singulares progresos, y complicándose las intrigas con gran disgusto de todos, y en especial del rey, cuando dió nuevo giro á los asuntos y á las esperanzas el fallecimiento de este, ocurrido con el siguiente motivo. La reina María Bárbara, aquejada hacia tiempo por una enfermedad crónica, murió de resul ta de ella el dia 27 de agosto de 1758. El sentimiento por aquella desgracia influyó con tanta energía en el ánimo de su esposo, que encerrado en el castillo de Villaviciosa, negándose á toda comunicacion sobre asuntos políticos y á recibir á nadie, sin esceptuar á veces á su mismo hermano don Luis, descuidando la satisfaccion de sus mas perentorias necesidades, víctima en fin de la mas negra melancolía y de las mas estrañas alucinaciones, pasó Fernando Vl cerca de un año en este estado de desesperacion, hasta que su pena y el mal trato que se daba acabaron con su vida el dia 10 de agosto de 1759, á los cuarenta y siete años de edad y trece de reinado.

El pueblo sintió mucho su muerte y lamentó la brevedad del tiempo que habia ocupado el trono, porque la templanza de su gobernacion, el esmero con que habia subvenido á todas las necesidades, y el patrocinio que habia dispensado á todos los méritos eran suficiente motivo para que Fernando VI se hiciera querer de sus vasallos, á pesar de que su persona no fue simpática, ni su carácter amable, ni su inteligencia despejada, ni sus maneras seductoras, Compensaba la falta de estas prendas con las buenas dotes de su corazon: era económico en sus propios gastos; pero liberal para remediar las necesidades ajenas; mas sensible á los afectos de la humanidad en general que á los de la amistad en particular; su amor á la paz lo hizo enérgico para resistir las instigaciones de los extranjeros y hasta el apremio de los individuos de su familia, y á esta paz tan bien sostenida durante casi todo el reinado de que vamos tratando, ásí como á la inteligente direccion de Ensenada, se debió el desarrollo de nuestra monarquía y las mejoras de nuestra situacion material proyectadas en el reinado de Felipe V, emprendidas en el de Fernando VI, y llevadas á feliz término en el de Carlos III. Nuestras rentas estaban en muy buen es

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tado; las cajas de nuestro tesoro henchidas de riquezas; ninguna deuda se contrajo, y á pesar de todo (cosa estraña) no solo no se pagaron los créditos de Felipe V, sino que tambien se exigió á algunos particulares (por lo general funcionarios públicos) que cediesen al erario una parte de sus rentas. Favorecióse al comercio facilitando los cambios por la intervencion del mismo gobierno en los descuentos, y considerando á la moneda y los metales preciosos como cualquiera otra mercancía: gran adelanto en nuestra administracion.

mas erudicion que gusto, figurando entre los proSiguieron en esta época cultivándose las letras con sistas Sarmiento, el P. Isla y el eruditísimo don Gregorio Mayans y Ciscar, y entre los poetas don Agustin Montiano y Luyando, que inauguró entre que corria con mucha boga entre los franceses. La nosotros con poca ventura la tragedia pseudo-griega música fue muy cultivada, y tuvo por su mejor representante á Farinelli, aunque extranjero. Las nobles artes, si bien favorecidas por el rey con la creacion de la Academia de San Fernando, no tuvieron tampoco mucho medro, siendo el recuerdo mas considerable que de allá nos queda el real monasterio de las Salesas de Madrid, en cuya construccion se invirtieron considerables sumas, y en cuya iglesia descansan los cuerpos de los régios consortes. Baste con lo dicho sobre el reinado de Fernando VI.

El monarca en su testamento habia declarado por regente, mientras este no viniese á tomar posesion sucesor de sus reinos á su hermano Carlos III, y por de la corona, á su madrastra Isabel Farnesio, la cual, contra lo que de ella se esperaba, tomó en el gobierla coronacion de Carlos, se formó su partido oculto no la menor parte posible. Dicen que para estorbar y bastante poderoso, muy apoyado por la Francia, en favor del infante don Felipe; pero este plan, sea de ello lo que fuere, no llegó á hacerse manifiesto. De todos modos, Carlos, sabida la notícia de lo que por acá pasaba, tomó el título de rey de España, y determinó venir á ejercerlo en cuanto acabara de arreglar los negocios de su antiguo reino. En primer lugar el duque de Parma pretendia suceder á su hermano Carlos en el trono de las Dos Sicilias, y lò apoyaban el Austria y la Cerdeña, por tal de agregar á sus propios dominio; la primera los ducados de Parma y Guastala, y la segunda casi todo el de Plasencia, segun quedó convenido cuando la paz de Aquisgran. Pero Carlos repugnaba esto, por cuanto queria dejar á uno de sus hijos en el trono de Nápomuy debilitada entonces, y el Austria muy ocupada les: opúsose pues, y gracias á que Cerdeña estaba en sus guerras con la Prusia, logró frustrar la ambisuma para indemnizarlo por la pérdida de las tierras bicion de su hermano, dando al rey de Cerdeña una que esperaba, y satisfaciendo al Austria con algunas consideraciones y con el ajuste del doble casamiento de Leopoldo, presunto heredero del gran ducado de Toscana, con una infanta de España, y del archiduque José con una princesa de Parma. Zanjada esta primera dificultad, colocó Carlos III en el trono de Nápoles á su hijo Fernando, escluyendo á Carlos, que era el primero por su incapacidad mental, resultado de unos ataques epilépticos que padecia; arregló la sucesion de aquel trono, llamando á él á sus dos hermanos Felipe y Luis y sus descendientes, nando; y ciñó á este su propia espada diciéndole: en caso de que faltase descendencia directa de Fer»pe V vuestro abuelo: de él la he recibido y os la doy. <«<Luis XIV, rey de Francia, dió esta espada á Feli»No la saqueis nunca, si no en defensa de la religion »y de vuestros súbditos. » Palabras que, por buenas que fueran, no pasaban de ser una ceremonia, puesto que la persona á quien iban dirigidas, ni las comprendió bien entonces, ni se aprovechó de ellas en

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