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adelante. Hecho esto, y establecido un consejo de regencia para que gobernase durante la menor edad de Fernando, Carlos III se despidió de los que ha bian yà dejado de ser sus súbditos, y que lo vieron partir penetrados de cariñosa tristeza por los buenos recuerdos que dejaba en aquel país. Despues de una próspera travesía aportó á Barcelona, donde restituyó a los catalanes algunas de sus antiguas prerogativas, y el dia 9 de diciembre entró en Madrid. Uno de sus primeros actos fue levantar el destierro á Ensenada y á su confidente Ordeñana, que tambien habia participado de la desgracia de su señor; pero dejó menguadas las esperanzas del marqués, el cual esperaba subir otra vez al ministerio. En cuanto áy tender una mano amiga á la postrada nacion franFarinelli, aunque se le conservó la pension que se le habia señalado por Fernando VI, fue espulsado inmediatamente de España á solicitud de la reina madre. Retiróse muy afectado á Bolonia, donde vivió en paz hasta la edad de setenta y ocho años, acae

ciendo su muerte en 1782.

CAPITULO IV.

ventajas contra las fuerzas de Luis XV, en Alemania combinándose con las huestes de Federico II para echar al Francés de los estados de Hannover y Brunswick; en Francia bombardeando á Havre de Grace; estableciendo bloqueo sobre los puertos de Dunkerke, Brest y Tolon, y estorbando á fuerza de destrozos el desembarco proyectado en las costas de Inglaterra so pretesto de entronizar al pretendiente; en América apoderándose del Canadá, de la isla de Guadalupe y demás adyacentes, y en África hacien dose dueños de Gorea y del Senegal. Carlos III decidió romper la política de neutralidad que en tiempo de su antecesor se habia seguido por nuestra parte, cesa, estimulado á ello por sus instintos borbónicos y por la aversion con que miraba á los ingleses. Dió empuje á tal determinacion la altaneria de estos, que ufanos con las victorias adquiridas, mantenian con nosotros en tono de superioridad frecuentes disputas, escuchaban con desden nuestras reclamaciones, Carlos III efectuó su entrada ceremonial el dia 16 y molestaban mucho nuestro comercio con sus crude julio de 1760, recibió el homenaje de sus súbdi- ceros y sus contrabandos. Unase á esto el carácter tos, é hizo jurar por príncipe de Asturias á su segun- un si es no es belicoso y poco sufrido de Carlos III, do hijo Carlos, escluyendo al primero por la misma el afecto que mostraba a su familia, y hasta el interés causa que lo hizo en Nápoles. En cuanto á los minis- que tenia en separarse de la prudente línea de contros, conservó á Wall y á los demás que habian ser- ducta que habia seguido sin vacilar su hermano, vido á su hermano, escepto al conde de Valparaiso, Púsose en relaciones con los agentes de Francia, que ministro de hacienda, en cuyo lugar puso al marqués entonces pensaba en abrir negociaciones de paz con de Esquilache, que habia servido á Carlos, por mu-las potencias enemigas ellos sometieron á la aprocho tiempo en Italia; hombre honrado, activo y no bacion de Carlos el cuadro de las proposiciones que desprovisto de inteligencia, si bien su calidad de ex- pensaban hacer á la Inglaterra, y él les prometió su tranjero revolvió contra él les ánimos de casi todos cooperacion armada en caso de que fueran rehusalos españoles. das por el gobierno británino. A la sazon habia acaecido en este una gran mudanza: muerto Jorge II, le habia sucedido Jorge III; con su advenimiento se habian alterado las influencias dominantes y penetra do en los ánimos un síncero deseo de terminar aque los trastornos: el único que sostenia con todas las fuerzas de su genio el partido favorable á la guerra era el ministro lord Chatham, grande aborrecedor de la Francia, no menos que su hijo el célebre Pitt lo fue tiempo adelante de Napoleon. Lord Chatham entorpeció los preliminares de la paz. y sabiendo la inteligencia que reinaba entre las cortes de Madrid y Versalles, pidió cuenta por medio de su embajador en aquella del destino que se iba á dar á los preparativos militares dispuestos por Carlos III. El ministro Wall, que por mas que la opinion pública lo tuviese por partidario de la Gran Bretaña, obró en este caso segun el gusto de su rey, entretuvo á los ingleses, y entretanto las relaciones de amistad entre las dos naciones separadas por el Pirineo fueron saucionadas por un tratado conocido con el nombre de pacto de familia, que se firmó en Versalles el dia 15 de agosto de 1761, y en el que se aseguraba entre los dos monarcas, Luis XV y Carlos III, una alianza ofensiva y defensiva. Asi quedaron trabadas las dos naciones de modo que el que fuera enemigo de la una lo habia de ser simultáneamente de ambas, y los tratados de paz no habian de hacerse sino por previo concierto de una y otra. Comprendiéronse en este pacto, aunque con algunas limitaciones, el rey de Nápoles y el duque de Parma, como miembros que eran de la familia borbónica. En cuanto á España, no le corria obligacion de suministrar socorros á su aliada, sino en el caso de que interviniese en las guerras una potencia maritima, ó se viese aquella atacada en su mismo territorio. Alusiones todas muy directas contra la Gran Bretaña.

Princípios del reinado de Carlos III.

ERA el nuevo rey, aunque no muy sobrado de instruccion, de inteligencia fácil y de buena memoria; muy metódico tanto para coordinar sus ideas como para distribuir sus ocupaciones; muy celoso de su autoridad, aunque sin hacer uso de ella hasta casos estremos; algo desconfiado, y con un teson á toda prueba. Manifestaba constancia en sus odios y en sus amistades; era afectuoso y benévolo, á no ser cuando creia que la espresion de sus afectos era contraria á su dignidad. Tan apegado estaba á las magestuosas esterioridades de la corona, que su carruaje no se paraba nunca, aunque tuviera que pasar sobre el cuerpo de uno de sus servidores, porque juzgaba esta detencion indecorosa para el tren de un rey. Su energia natural y su desconfianza adquirida á fuerza de desengaños, habian determinado en él un gran imperio sobre sí mismo, y héchole tener muy á raya sus sentimientos. Era piadoso hasta la supersticion, justo hasta el rigor, casto hasta la intolerancia; contió en sus ministros, pero los tuvo subordinados á su respeto; simpatizó con la Francia, pero nunca se dejo gobernar por ella. En cuanto á los ingleses, jamás los quiso bien, y menos desde el dia en que, siendo rey de Nápoles, se presentó una escuadra inglesa en su puerto para imponerle perentorias condiciones y reducirlo á una forzada neutralidad. Mostró además mucha aficion á los ejercicios corporales, y en especial á la caza, para lo que le ayudó muy bien su robusta complexion. En suma, fue mejor rey que Fernando VI; pero se le quedó inferior como hombre de sentimientos.

Entretanto la guerra de siete años habia tomado un nuevo giro: las armas inglesas y prusianas, que Inútil es decir, porque ya el lector lo habrá comal principio se habian movido con desventaja, ya ha-prendido, que Carlos Illal firmar el mencionado pacbian traspasado toda su desgracia á los contrarios. El rey de Prusia derrotó á los franceses en Alemania; los ingleses echaron al mar sus escuadras, y con no menos brio obtuvieron por do quiera inmensas

to no hizo mas que sacrificar los intereses nacionales á los de familia y á sus particulares resentimientos, sin que de aquellas negociaciones debiera reportar nuestro país mas que pérdidas sin ninguna ventaja.

Ciertamente, si este hubiéra sido el único acto del monarca en cuestion, no hubiera sido su recuerdo mejor para nosotros que el de Felipe IV, el cual es quilmo los recursos de sus vasallos en provecho de su pariente el emperador con motivo de la guerra de treinta años.

zo público lo sucedido y se justificaron las advertencias de Pitt: reanimóse la Francia; enorgullecióse el Austria; activó España sus preparativos; mediaron entre nuestro gabinete y el de Saint James contestaciones primero evasivas y luego agrias; y por fin quedó declarada la guerra, asi como tambien contra Portugal, como potencia contraria á los Bor. bones en cuanto se resentia del influjo británico.

Tuvo lord Chatham alguna noticia de este pacto: quiso en el primer ímpetu empezar de hecho la agresion contra nosotros apoderándose de los cauda- Adherida España á su malhadada vecina, empeoró les que nos venian de America, y efectuar despues su propia suerte sin mejorar la ajena. Mientras el un ataque contra nuestras colonias; pero sus cole- rey de Prusia mejoraba su posicion por las mudangas se mostraron remisos en aprobar sus proyectos, zas acaecidas en Rusia, por la derrota de los ausy él despechado hizo dimision de su ministerio, su- triacos en Freyberg, y por la amistad entablada con cediéndole en él el conde de Egremont y en la in- Suecia, una escuadra inglesa de veinte y nueve vefluencia el conde de Bute. Pero poco despues se hi-las, al mando del almirante Pococke; condujo á la

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los dos navios Manila y Santisima Trinidad, el valor de cuyas dos presas ascendia á tres millones de duros.

isla de Cuba catorce mil hombres de desembarco capitaneados por lord Albemarle. El gobierno español, previendo este ataque, habia enviado allá una escuadra con gente de refuerzo, y dispuesto que se Débil compensacion de las dos pérdidas mencioaumentasen las fortificaciones de la isla, y se levan-nadas fueron las ventajas obtenidas por nosotros tasen milicias de criollos. No fueron estos prepara- contra Portugal. Hallábase esta nacion en un estado tivos parte á impedir el logro de la espedición ingle- lastimoso de abatimiento y discordia: su ministro sa: los soldados de esta efectuaron su desembarco, Pombal, imbuido en las ideas filosóficas de los encise apoderaron por asalto del castillo del Morro, á pe- clopedistas franceses y acérrimo enemigo de los jesar de la generosa resistencia que les opuso su go- suítas, cuya espulsion determinó, habia suscitado bernador don Luis de Velasco, que al cabo murió contra su persona un gran turbion de quejas y encheroicamente sobre la brecha con la mayor parte mistades, aflojándose así, por lo desavenidos que de la guarnicion; entraron sin grandes obstáculos y andaban el gobierno y los subditos, la lazada que previa una capitulacion admisible en la Habana, y se unia á estos con la patria, y los debia escitar con geenseñorearon de todo el país adyacente, en la esten- neroso ardor al sostenimiento de lo creado. El ejérsion de ciento ochenta millas hacia el Oeste. Al mis- cito se hallaba sin vigor ni disciplina; el pueblo su mo tiempo, otra espedicion salió de las Indias Orien- mido en la miseria, y la capital, como otras muchas tales, á las órdenes del general Drapper, efectuó su ciudades, llena de ruinas, de resultas del espantoso desembarco cerca de Manila, y ocupó uno de los terremoto que sobrevino en 1755, y que, segun arrabales de nuestra ciudad. El arzobispo, que por cuentan, se hizo sentir á distancias muy considerauna singularidad que no carece de ejemplares, de- bles de su centro de accion. En vista de estos precesempeñaba entonces interinamente las funciones de dentes, podian lidiar los españoles casi seguros de capitan general de la isla, se aprestó vigorosamente salir aventajados: antes de que hubiesen llegado á á la resistencia, poniendo en armas á los indígenas, los portugueses auxilios de Inglaterra, entró por la y valiéndose para contrarrestar á los agresores de provincia de Entre-Duero y Miño un ejército nuestro cuantos recursos le suministraba su triple autoridad, que constaba de veinte y dos mil hombres, bajo la civil, militar y religiosa. Todo fue en valde: los in conducta del marques de Sarria, el cual se apoderó gleses arrollaron á los indígenas que les salieron al de Braganza, Miranda y Torre de Moncorvo, a pesar opósito; penetraron en la ciudad, y se entregaron al de la resistencia que opuso á su marcha el paisanaje pillaje por algunos dias, hasta que el arzobispo, que portugues, organizado en guerrillas bajo la direccion á la entrada del enemigo se habia encerrado en la de oficiales ingleses. Llegaron los nuestros hasta la ciudadela, propuso capitulacion, y ofreció entregar provincia de Beira, y habiendo sucedido al marqués á los ingleses dos millones de duros y un libramiento de Sarria en el mando de las tropas el conde de de otros dos contra el tesoro de España. No fue este Aranda, tomaron á Almeida, despues de un sitio el único producto que reportó el vencedor de aque-bastante porfiado, aunque no se alargó su duracion Ha empresa, pues, entre otras cosas, se apoderó de á mas de nueve dias, quedando su guarnicion pri

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vieron que retirarse fatigados y hostilizados, casi á | pomposo énfasis sus antiguas glorias, pedian que los modo de fugitivos. pusiesen sin demora en trance de combate contra InSublevóse el patriotismo español con estos desas-glaterra. Pero la pérdida de las colonias, ó á lo menos la tres, tanto mas cuanto que se esperaba que el enemigo no se limitaria á lo hecho, y nos devolveria invasion por invasion cuando volviese á abrirse la campaña. Es notable el escrito que dirigieron al rey los nobles aragoneses en representacion no solo de su provincia, sino tambien de las de Murcia, Valencia, Cataluña y Granada, en el cual, recordando con cierto

falta de comunicacion con ellas, habia dado tan grave golpe á nuestra riqueza, que nuestro gobierno, por muy empeñado que se hallase en la lucha, no podia menos de desear una paz honrosa que pusiese termino á sus apuros. No era esta menos apetecida en Francia, puesta en mayor estrecho que nosotros, mas que nosotros esquílmada á fuerza de guerras Y

de pésima gobernacion. El pueblo se lamentaba en voz alta de su miseria, y clamaba por la cesacion de aquel estado de cosas; los hombres de mas valer miraban con malos ojos la alianza de Alemania, y aun empezaban á sentir haberse ligado inútilmente con Carlos III por el compromiso del pacto de familia. Ambas potencias pues tendian á llevar á feliz termi nacion aquellos disturbios, y para mayor comodidad de las negociaciones, el ministro ingles, lord Bute, muy al reves de su antecesor, lord Chatham, se mostraba aficionado á la paz y tibio en su amistad con los prusianos. Entabláronse tratos amistosos entre el gobierno británico y los Borbones, y dejando al Austria y á la Prusia, como mas empeñadas y menos dispuestas á ceder, que dilucidasen á solas su con

tienda, firmóse el tratado de paz en Farís el dia 10 de febrero de 1763. Hízose por parte de los Borbones paz de vencido: la Gran Bretaña obtuvo de Francia la Nueva Escocia, el Canadá, parte de Luisiana las islas Dominica, San Vicente y Tabago, el Senegal, las posesiones adquiridas en la costa de Coromandel, y otras concesiones de menor importancia. España recobró á Manila y la Habana; pero tuvo que ceder como en pago á los ingleses las Floridas y algunos terrenos sobre el Misisipi, restituir á los portugueses la colonia del Sacramento, y abandonar su derecho á la pesca en el banco de Terranova. Este fue el fruto que reportamos de aquella guerra. Austria y Prusia, viéndose aisladas una contra otra, tardaron poco en suspender las hostilidades, y en firmar el tratado

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terminado por todos estos motivos, y cansado ade- | más del trabajo que habia echado sobre sus hombros, solicitó del rey que admitiese su separacion de los negocios, y lo obtuvo en fin, no sin mucho esfuerzo ni sin tener que simular enfermedades para lograrlo. Pasó el resto de su vida en el soto de Roma, posesion real en las cercanias de Granada, y murió en 1778, despues de haber recibido muchas pruebas de la estimación que le profesaron siempre tanto Carlos III cuanto la mayor parte de las personas que conocieron su ameno trato. Entró tras él en el ministerio el marqués de Grimaldi, genoves de nacion, muy versado en asuntos diplomáticos, y que cuando se espidió su nombramiento se hallaba en París sirviendo nuestra embajada. Era Grimaldi apasionado en pro de la Francia, lo que unido á la amistad é íntima correspondencia que sostenia con el duque de Choiseul, ministro á la sazon de Luis XV, hizo que se atribuyesen á los dos gobernantes intenciones hostiles y maquinaciones ocultas contra Inglaterra: sea de ello lo que fuere, lo cierto es que la buena armonia entre esta nacion y la francesa no halló en el tratado de París fundamentos bastante estables, y á cada paso fue turbada por pequeñas disputas.

CAPITULO V.

Sucesos posteriores hasta la retirada de Grimaldi. La política de Carlos III tendia mas que nada á proteger los intereses de su familia, y en este sentido, á lo menos, en la parte que de tales afecciones correspondia á Francia, no le iba en zaga su ministro Grimaldi, que en poco tiempo llegó á tener mucha cabida para con él. Así fue que, aun no bien cimentada la paz, ya estuvo otra vez á pique de venir por tierra entre Inglaterra y Francia no cabia por entonces amistad muy larga ni muy sincera, y teniendo cada cual de estas dos naciones su grupo de aliados, hallábase Europa como dividida en dos masas, cuyos movimientos vacilaban entre transaccio nes y disputas, figurando de una parte los Borbones trabados por medio del pacto de familia, y de otra las potencias marítimas unidas por comunidad de intereses contra la masa borbónica. Esta se afirmó por medio de matrimonios proyectados y alianzas contraidas con mas o menos trabajo en Alemania y en Italia; pero, circunscrita á los limites de la familia, no quiso que se le incorporase la emperatriz de Austria, que así lo habia solicitado. Entretanto, Grimaldi y Choiseul, ministros el uno en nuestra córte y el otro en la de Versalles, puestos particularmente de acuerdo, y aguijados por el odio que profesaban á los ingleses, lograron que Carlos II se mostrase como arrepentido de haber ajustado la paz con estos, y que embarazase, á fuerza de torcer el sentido de lo capitulado ó de dilatar indefinidamente lo prometido, la realizacion de las cláusulas del tratado anterior. Dícese tambien que Choiseul tuvo proyecto de destruir por mano de incendiarios los grandes acopios navales reunidos por los ingleses en Plymonth y Porsmonth, dándole así un golpe mortal á la marina británica proyecto indigno de un hombre de su carácter, y del cual se susurró tambien que no estaba ajeno Grimaldi. Felizmente no pudo llegar á término de ejecucion este plan, y así se ahorraron los franceses de que la historia tuviera que revelar este oprobio de sus gobernantes. Fueron tomando cuerpo las disputas entre nuestra córte y la británica; llegó el caso á punto de hacerse preparativos militares por nuestra parte; pero al cabo quedaron terminadas mejor que se esperaban estas diferencias, con gran satisfaccion de los españoles.

Otra de las causas permanentes de entorpecimiento en la máquina de nuestro gobierno era la sorda ene mistad que reinaba entre Esquilache y Grimaldi, á

quienes el público á su vez aborrecía de todo corazon, en especial al primero. Una de las pocas veces que estuvieron de acuerdo los dos ministros fue para tomar una medida que levantó en nuestras colonias trasatlánticas grandes rumores de descontento. Consistió esta medida en la adopcion de un plan propuesto por Carrasco, fiscal de Castilla, y muy apoyado por Choiseul y los agentes de Francia, para facilitar el comercio de importacion y esportacion en aque llas tierras, é imponer un tributo sobre ciertos licores espirituosos de que se hacia por alli considerable consumo. El objeto principal de todo este proyecto era introducir en las colonias un sistema de administracion que proporcionara mas réditos al estado, y remediar los desórdenes y malos manejos, que alli se ejercian por parte de nuestros funcionarios. Fue á América para la ejecucion de lo dispuesto D. Andres de Gálvez y por si los colonos se resistian mas allá del punto de quejas inofensivas, fue enviado simul táneamente un destacamento de dos mil soldados extranjeros á cargo de D. Juan de Villalba. Sucedió lo que se temia: en América fueron muy mal recibidas las providencias de nuestro gobierno: Villalba empezó por tener una disputa con el virey de Méjico, de resultas de lo cual hubo de suspenderse el pago de las tropas, con cuyo motivo estas empezaron con murmullos y acabaron con desercion de gran parte. Galvez, que no carecia de prudencia, apaci guó al virey y á Villalba, y cediendo á las instancias de muchas personas principales, aplazó la ejecucion de las medidas proyectadas por Carrasco. Pero, apresurandose el cumplimiento de estas por nuestro gobier no, y establecidas aduanas segun el nuevo sistema, estalló el descontento popular de un modo muy alar mante, declarándose sublevaciones en varios puntos de América á la vez: en Quito, fueron despedidos los empleados y ofrecida la corona de la provincia á uno de los principales agitadores; en Méjico, fueron espulsados Galvez y sus compañeros, muy maltratadas nuestras tropas por el paisanaje armado, y demolidas las nuevas aduanas; hasta en la isla de Cuba, con motivo de una contribucion sobre el tabaco, exasperó el pueblo y destruyó una gran parte de las plantaciones. Quedaron estas comociones contenidas, pero no sofocadas, habiéndose el gobierno detenido en su marcha, y aflojándose sobremanera los lazos de connacionalidad y subordinacion que unian á nuestras colonias con la metropoli.

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A estas alteraciones sucedió otra promovida en el centro mismo de la monarquía. Rayaba tan alto la impopularidad de Esquilache, efecto de su procedencia extranjera, y del poco conocimiento que te nia de nuestros gustos y carácter, que no se proveia por él medida alguna de que no se originasen una porcion de murmuraciones. Entre muchas disposi ciones, unas desacertadas, otras útiles, pero todas respirando cierto desprecio á nuestras cosas, ordenó que se limpiasen y alumbrasen las calles, que no llevasen los vecinos armas ocultas, y que se suprimiesen las antiguas capas y chambergos, que aquellas por su vuelo y estos por sus anchas alas, favorecian al criminal y al revoltoso ocasionando una especie de disfraz. Todas estas providencias eran dictadas indudablemente por un espíritu de mejora : pero el público se revolvió contra ellas, tanto porque deeste modo se ponia cierta cortapisa á sus diversiones y galanteos, cuanto porque se procedió á su ejecución de una manera inoportuna y violenta, sin respetar, aun al destruirlas, las antiguas costumbres, ni evitar con suave tacto la pública exasperacion. Aumentó esta el mismo Esquilache, concediendo el monopolio de la provision del pan, aceite y otros articulos de primera necesi lad, para Madrid, con lo cual subió desmedidamente el precio de dichos géneres. A pesar de ser este el motivo mas poderoso, la sus

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