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tiempo de paz, cuando por no ser tan necesarios los estimaban en menos; tal es la condicion de soldados y palaciegos. Fué Gutierre de Toledo á reñir esta pendencia y agraviarse del atrevimiento y demasía; mas el capitan aragonés, como quier que era hombre determinado y feroz, sin hacer caso de las amenazas y fieros dió por final respuesta que aquellas mercadurías eran de ginoveses, y que por derecho de la guerra las podia tomar por estar con ellos á la sazon rompida en la isla de Cerdeña por grande deslealtad de Mateo Doria, ginovés de nacion. Vista esta respuesta tan resoluta, el rey de Castilla envió al rey de Aragon una embajada con Gil Velazquez de Segovia, uno de sus alcaldes. Mandóle representase las quejas arriba referidas. Que mandase restituir los navíos que sus galeras tomaron á tuerto; demás que le entregase al capitan dellas para castigalle conforme á su temeridad y locura. Aprestaba á la sazon el de Aragon en Barcelona una armada para pasar en Cerdeña contra los rebeldes de . aquella isla. Fuéle por esta causa enojosa la demanda de Castilla. Respondió empero con blandura y humildad que él contentaria al rey de Castilla, satisfaria los agravios que le proponia y echaria de Aragon los castellanos forajidos. Asimismo, que vuelto el capitan, le castigaria segun su culpa mereciese. En lo que tocaba á los caballeros de Santiago y de Calatrava, dijo no pertenecia á su jurisdiccion aquel pleito por ser personas religiosas, y á él seria mal contado si en sus cosas se empachaba; que se podria tratar con el sumo Pontífice como causa y negocio eclesiástico, y lo que se determinase él mismo lo tendria por bueno y pasaria por ello. No se satisfizo nada Gil Velazquez con esta respuesta, antes de parte de su Rey le desalió y denunció la guerra. Replicó el rey de Aragon: No me parece que esta es bastante causa para romper la guerra entre dos reyes amigos y confederados; mas yo lo dejo al juicio de Dios, que no permitirá pase sin castigo y emienda cualquier insolencia; yo no comenzaré la guerra, pero con la ayuda divina, si me la dieren, ni la rebusaré ni la temno. Destos principios se vino á las manos. Residian en Sevilla muchos mercaderes catalanes; todos en un punto fueron presos y confiscados sus bienes. Hicieron en ambos reinos levas de gentes y. los demás apercibimientos. Acudieron asimismo á procurar socorros de príncipes extranjeros. En particular don Luis, hermano del rey de Navarra, que luego que en Francia prendieron al Rey, su hermano, se volvió á España para proveer á lo de acá, requerido por entrambas partes que se juntase con ellos, no quiso declararse por la una parte ni por la otra, sino como sagaz entretenellos con buenas esperanzas y estar á la mira, dado que de secreto mas se inclinaba al de Aragon como á mas amigo y deudo. Hizose por un mismo tiempo entrada por tres partes en el reino de Valencia. Don Hernando de Aragon pretendia levantar los de aquel reino por la parte que en él tenia y por la memoria de las revoluciones pasadas, cosa en que mas confiaba que en las armas; mas no halló la entrada que él pensaba, ca estaban escarmentados por causa de los males y castigos pasados. Desta manera se entretenia la guerra y continuaba en los postreros del mes de agosto con daño notable de los cainpos y aldeas de aquella frontera. En estos mismos dias se dió en Fran

cia la famosa batalla de Potiers, memorable por la matanza que de franceses se hizo muy grande por mucho menor número de ingleses, con que las fuerzas de aquel poderoso reino quedaron de todo punto quebrantadas. El mismo rey de Francia fué preso y Filipe, el menor de sus hijos. Murierou en el campo Pedro, duque de Borbon, padre de la reina.doña Blanca, Gualter, condestable de Francia, Roberto, señor de Durazo y pariente del cardenal de Perigueux, que, enviado por legado del papa Inocencio para concertar aquellas gentes y asentar las paces, se halló en aquella batalla, sin otros muchos personajes de cuenta que allí perecieron. Sucedió aquella desgraciada batalla á 19 dias del mes de setiembre deste año de 1356. Desta jornada resultaron dos cosas notables y á propósito de nuestra historia. La una que por órden de algunos vasallos suyos el rey de Navarra se soltó de la prision en que le tenian, y hallada entrada en Paris, se hizo capitan de muchos sediciosos y alborotó el pueblo para que no acudiesen al Delfin, que pretendia buscar socorros y allegar dineros para libertar al Rey, su padre, no sin grave ofension de aquella' gente. Con esta ocasion el Navarro en una junta que se tuvo en Paris se querelló públicamente del agravio y afrenta pasada. Dijo que su derecho que tenia á la corona de Francia era mejor que el de los que la pretendian por las armas, por ser, como era, nieto del rey Luis Hutin, hijo de su hija, como el Inglés fuese hijo de madama Isabel, hermana del mismo. No hay duda sino que el Navarro tramaba una nueva tela de discordias, si sus fuerzas fueran iguales á su voluntad y ánimo. En fin hizo tanto, que le fueron restituidos sus bienes; y á los pueblos y estado que heredó de su padre le añadieron el señorío de Mascon y de Bigorra. No pudo empero alcanzar, por mas que andaban revueltas las cosas, que le entregasen á Bria, Campaña y Borgoña, estados á que pretendia tener derecho. Sucedió asimismo que don Enrique, conde de Trastamara, despues de esta batalla, en que se halló y salió salvo, se vino al rey de Aragon convidado con grandes promesas que le hizo. Esta fué la primera puerta que se le abrió y el primer escalon para venir despues á ser rey de Castilla, este el principio de su prosperidad. La suma de las capitulaciones de los dos fué que don Enrique se desnaturalizase de Castilla y hiciese pleito homenaje de ser perpetuamente vasallo y amigo del rey de Aragon; que fuesen suyas todas las ciudades y villas, excepto Albarracin, que tuvo el infante don Fernando de Aragon; que el Rey le diese sueldo para seiscientos hombres de á caballo y otros tantos infantes que anduviesen debajo de su pendon y bandera. Entrado el año de nuestra salvacion de 1357, con varios sucesos se hacia la guerra en las fronteras de Castilla y Aragon. Tomaron los aragoneses á Alicante, y los castellanos á Embite y á Bordalua. Los principales capitanes del rey de Aragon eran el conde de Trastamara don Enrique, don Pedro de Ejerica y el conde don Lope Fernandez de Luna; por el rey de Castilla don Fadrique, maestre de Santiago, los dos hermanos infantes de Aragon y don Juan de la Cerda. Servian sus capitanes con mayor fidelidad al rey de Aragon que los suyos al de Castilla; los unos constantes y firmes, y estotros dudosos y como á la mira de lo que resultaria destas guerras. Especialmente que en

general aborrecian las maldades y aspereza de condicion de su Rey. Así, al cabo el de Aragon con su buena industria y maña, de que hallo que en esta guerra se valió mas que de sus fuerzas, los vino á atraer todos á su servicio y á tenerlos de su parte. Don Juan de la Cerda y Alvar Perez de Guzman fueron los primeros que se apartaron del servicio del rey de Castilla, que todavía tenian presente la muerte de su suegro don Alonso Coronel, señor de Aguilar, á quien el Rey hizo matar, y ellos eran casados con doña María y doña Aldonza, sus hijas. Tenian otrosí miedo que el Rey, que con una desenfrenada lujuria habia puesto los ojos en doña Aldonza, se la queria tomar á su marido Alvar Perez: así por ventura fueron dos las causas que compelieron á estos caballeros á apartarse del servicio de su Rey, y á que de Seron, de donde hacian la guerra en la raya de Aragon, se pasasen al Andalucía, en que tenian muchos parientes y amigos y grande estado. Pretendian con su autoridad y presencia levantar y alborotar aquella provincia, como lo comenzaron á poner por obra; puesto que era grande confianza y osádía, mas aína temeridad, atreverse á mover guerra civil en el medio y corazon de un reino tan poderoso. A esta sazon el rey de Castilla con todo su ejército tenia sitiado un castillo de Aragon junto á la raya de Castilla, que se dice Tebal ó Sisamon, como otros dicen. Allí tuvo nueva como estos caballeros, desamparado Seron, se iban al Andalucía; fué luego en pos dellos. Siguiólos algun tanto, mas no los pudo alcanzar, que se fueron como si huyeran por la posta. Volvióse á encender la guerra con mayor furia que de primero. Tomó el rey de Castilla algunos pueblos de poca importancia; con el mismo ímpetu fué sobre Tarazona, ciudad principal, que está cerca de Navarra; ganóla y entróla por fuerza en 9 de marzo. Los ciudadanos, perdida la parte alta de la ciudad, que era la mas fuerte della, se dieron á partido, salvas las vidas y hacienda; así los dejaron ir libremente á Tudela. Díjose que esta ciudad la perdieron los aragoneses por culpa del alcaide Miguel de Gurrea, que la pudiera sustentar mucho mas tiempo si tuviera mayor corazon y mas sufrimiento; así, por entender que no podria descargarse y satisfacer bastantemente á su Rey, se pasó con su casa y familia al reino de Navarra. Pobló el Rey la ciudad de soldados castellanos y avecindólos en ella; repartióles sus casas, campos y heredades. El rey de Aragon, despues que perdió esta ciudad, no se tenia por seguro dentro de los mismos muros de Zaragoza. Por esta causa con mayor ansia y cuidado que de antes procuró nuevos socorros y ayudas de extranjeros; mayormente que en esta sazon don Juan de la Cerda en el Andalucía fué muerto y desbaratado por el concejo de Sevilla, de cuyas gentes fueron capitanes en aquella batalla Juan Ponce de Leon, señor de Marchena, y el almirante Gil Bocanegra. Vino de Francia en servicio del rey de Aragon el conde de Fox y en su compañía muchos caballeros, soldados de fama. El señor de Labrit, su contrario, vino al tanto con un buen número de lanzas á ayudar al rey don Pedro de Castilla. El papa Inocencio envió á España á Guillen, cardenal de Boloña, por su legado para que pusiese paz entre estos dos reinos. Hizo muchas idas y venidas de los unos á los otros con grandísimo trabajo suyo; en fin, concertó treguas por un

año y tres meses mientras que algunos grandes trataban medios de paz, para lo cual fué nombrado por parte del rey de Aragon Bernardo de Cabrera, y por el de Castilla Juan Fernandez de Hinestrosa. En el entre tanto los pueblos que ambas partes ganaran se pusieron en fieldad y como en tercería en poder del Cardenal legado, que puso pena de excomunion contra el primero que quebrase las treguas. Concluyéronse estas pláticas en 18 dias del mes de mayo. En este mes murió en Lisboa don Alonso el Cuarto, rey de Portugal, de edad de setenta y siete años y seis meses; reinó por espacio de treinta y un años, cinco meses y veinte dias; fué enterrado su cuerpo en la misma ciudad junto al altar de la iglesia mayor, do sepultaron su mujer doùa Beatriz. Sucedióle en el reino su hijo don Pedro, por sobrenombre el Cruel. Un mes antes le habia nacido un hijo de doña Teresa, gallega, á quien tenia por amiga, despues que su padre hizo matar á doña Inés de Castro. Era doña Teresa mujer muy apuesta; por lo demás ninguna otra gracia tenia porque mereciese ser querida. Llamaron á su hijo don Juan, á quien los cielos tenian determinado de entregar el reino de su padre y abue los, como se dirá adelante en su debido lugar. Volvamos á las cosas de Aragon y Castilla. Hechas las treguas, los aragoneses entregaron al Cardenal legado los pueblos y fortalezas que tenian de Castilla. Hiciéronlo de mejor gana por ser pocas las que ellos ganaran. El rey de Castilla, si bien consintió en todas las demás capitulaciones, nunca se pudo acabar con él que quisiese sacar de Tarazona los soldados castellanos que nuevamente hizo avecindar en ella. Mientras estas cosas se concluian, fuese á la ciudad de Sevilla para apaciguar las revueltas del Andalucía y juntar una buena armada con que hacer guerra en los pueblos marítimos de Aragon luego que espirase el tiempo de las treguas; la paz, ni la esperaba, ni aun la deseaba. En Sevilla dióse tanto á los amores de doña Aldonza Coronel, que en su respeto no hacia ya caso de doña María de Padilla. ¡Cuán poco duran las privanzas y favores! Cuán ciega é indomita bestia es un hombre sujeto a sus pasiones! Ningunas dificultades ni trabajos eran bastantes para poder apartar al rey don Pedro de sus deleites y torpezas. Cansado pues y molino el Legado de sus cautelas y marañas, le descomulgó y puso en toda Castilla entredicho. Todavía pareció que el Legado en esto procedió con mas priesa y cólera de la que en tan grave caso se requeria; por esta causa el Papa le envió á llamar y le hizo salir de España. Todas eran trazas y ma ñas del rey de Aragon por hacer mas odioso al de Castilla y que le tuviesen por un mal hombre, sacrilego y descomulgado, ca pretendia con esta infamia y mala opinion que los de su reino le desamparasen, maña en que ponia mas confianza que en su valor y fuerzas. Sucedióle al rey de Castilla otro nuevo disgusto. Tenia en su poder á doña Juana, mujer de su hermano don Enrique. Pedro Carrillo, un caballero criado suyo, tuvo manera para la sacar de Castilla, y la llevó á Aragon y la entregó á su marido. Con esto se acabó de perder la esperanza que de paz podia quedar entre los dos hermanos. Los otros dos, don Fadrique y don Tello, tenian gana de rebelarse. Ninguna otra cosa los detenia para que no se pasasen al de Aragon sino que entendian no les podria dar igual recompensa á los grandes

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estados que dejaban en Castilla. Esta tardanza en este mismo tiempo fué dañosa y mortal á muchos. Don Fernando de Aragon estaba en esta coyuntura en guarnicion de la villa de Jumilla, que él en aquella frontera ganara á los aragoneses; tenia sus tratos secretos con Bernando de Cabrera; en fin se pasó al rey de Aragon porque se le concedió la procuracion del reino y la restitucion de su estado; que en tiempo tan apretado y de tanta necesidad nada parecia demasiado. La rebelion de don Enrique y de don Fernando, como dió la vida á los aragoneses, así causó la muerte á los hermanos de ambos, como adelante se verá. En Cerdeña en estos dias las cosas se mejoraban con la muerte de Mateo Doria, que sucedió á buen tiempo, y el rey de Aragon se concertó con sus sucesores. Mariano, el juez de Arborea, no se acababa de sosegar, puesto que con tan gran pérdida como la de Oria poco se adelantaba su partido. La mayor parte de Sicilia en este mismo tiempo tenian ocupada las guarniciones y soldados del rey Luis de Nápoles; Palermo y Mecina, dos principales ciudades de aquella isla, eran suyas. Don Fadrique, llamado el Simple, que dos años antes sucedió en aquel reino á su hermano el rey don Luis, era de poca edad, de corto ingenio y menos fuerzas y poder. El título de rey conservaba en sola la ciudad de Catania con cortas esperanzas, á causa que volvia á revivir la parcialidad francesa, y tenia por vecinos á los reyes de Nápoles, y los isleños le eran desleales. Con esto en tanto grado perdió el ánimo y esperanza de poder defenderse y sustentar su reino, que hizo donacion de Sicilia, Atenas y Neopatria á su hermana doña Leonor, mujer del rey de Aragon. Desta donacion envió al Rey, marido della, escrituras públicas y auténticos instrumentos para convidarle y animarle á que le enviase sus gentes y armada con que defender á Sicilia. El rey de Aragon quisiera acudir á su cuñado; mas tenia tanto que hacer en su casa con una tan pesada y peligrosa guerra y llena de grandes dificultades, que no pudo ayudar como quisiera á las cosas de Sicilia, que llegaron á término de estar de todo punto perdidas. El esfuerzo y lealtad de don Artal de Alagon, conde de Mistreta y maestre justicier de Sicilia, que hizo rostro á los enemigos y los venció en una batalla en que mató muchos dellos y hizo justicia de algunos del reino culpados, las entretuvo. La deslealtad de otros fué vencida con algunas mercedes que les hicieron ; que en fin dádivas todo lo acaban y ablandan.

CAPITULO II.

De las muertes de algunos señores de Castilla.

El ardiente deseo de vengarse llevaba al despeñadero á los reyes de Castilla y de Aragon, sin cuidar de lo bueno y justo, y sin que echasen de ver lo que en el mundo se podria decir dellos; en que se empeñaron de suerte, que no tuvieron empacho de llamar los moros en su ayuda. El rey moro de Granada envió golpe de gente de á caballo en favor del rey de Castilla, con quien meses antes se aviniera. El de Aragon llamó de Africa al rey de Marruecos para oponerle á su enemigo, balanzar las fuerzas y estar con él á la iguala; acuerdo infame y traza vergonzosa á la religion cristiana. Quejóse gravemente dello por sus cartas el pa

dre santo Inocencio, y entre otras razones les escribió que se maravillaba mucho que el deseo de hacerse daño llegase á tanto extremò, que no tuviesen miedo de traer á su tierra una peste tan contagiosa y mala, con que y con menor ocasion en otro tiempo se asoló y destruyó toda España. Fuera este cuidado y diligencia del Pontífice buena y á buen tiempo; mas las orejas los reyes tenian con un exceso de pasion y enojo de tal manera tapadas, que no oyeron sus paternales, santas y saludables amonestaciones. Los grandes, que seguian la opinion de Castilla, fueron por los aragoneses solicitados y aun persuadidos á que se pasasen á su parte. El primero el infante don Fernando de Aragon; la misma naturaleza inclinaba á que en este riesgo quisiese antes favorecer á su hermano que al rey de Castilla, su primo. Tuvo sus hablas secretas en la villa de Jumilla, que ganara en esta guerra, como se tocó ya, y finalmente, por la buena diligencia y persuasiones de Bernardo de Cabrera se pasó á su hermano el rey de Aragon. No pudieron estar secretos tratos de tan grande importancia; así, en el principio del año de 1358 el maestre de Santiago don Fadrique tomó por fuerza de armas á Jumilla, y la sacó del poder de los aragoneses. Hecho esto, vínose el Maestre á Sevilla, y entrado en el alcázar, por mandado del Rey, su hermano, delante de sus ojos, fué cruelísimamente muerto por unos ballesteros de maza del Rey. Este fué el premio y mercedes que le hizo por el buen servicio que le acababa de hacer; bien es verdad que se sabe de cierto no andaba muy sosegado y que trataba de pasarse á Aragon: sospecho que este trato debió de venir á noticia del Rey, y que por esta causa se le aceleró la muerte. Luego que fué muerto don Fadrique, se partió el Rey á grande priesa á Vizcaya; las manos, que ya tenia tintas en la fraternal sangre, queria en aquella provincia volverlas á ensangrentar con otro semejante ejemplo de severidad. Sospechólo su hermano don Tello, y huyóse á Francia en un navío, y de allí se fué á Aragon para vengar con las armas su injuria y la muerte del hermano. No faltó otro desdichado en quien, en su lugar, el cruel Rey ejecutase su saña. Ido don Tello, el infante don Juan de Aragon, á quien se debia el seño-" río de Vizcaya por ser casado con doña Isabel, bija de don Juan Nuñez de Lara, y tambien el Rey á la partida de Sevilla se le prometió, le suplicó fuese servido de dársele, pues con la huida de don Tello quedaba sin dueño y desamparado. El Rey, ó porque le apretó mucho con esta demanda, ó por saber que era de acuerdo con los demás grandes que se eran pasados á Aragon, en Bilbao, do á la sazon estaban, le hizo matar á sus maceros; y aun escribe un autor que él mismo le acabó de un golpe de jabalina que le dió con su propia mano: abominable crueldad. Su cuerpo le hizo echar de una ventana abajo, y caido en la plaza, dijo á muchos vizcaínos que le miraban : Veis alií á vuestro señor y al que demandaba el estado de Vizcaya. Mandóle despues llevar á Búrgos; mas ni le dió sepultura ni se le hicieron las debidas honras ni obsequias, antes por mandado del Rey lo echaron en lo profundo del rio, que nunca mas pareció; con esto echó el sello y acabó de suplir lo que á un caso tan atroz faltaba de crueldad, que era vengarse en el cuerpo de su primo hermano, tan malamente muerto. Con la misma furia á la reina doña Leonor, su tia, madre del Infante, y su infelicísima

mujer doña Isabel, las hizo prender en Roa y llevarlas dende presas al castillo de Castrojeriz. Prosiguióse por todo el reino una grande carnicería, y de diversas partes le trujeron á Búrgos seis cabezas de caballeros principales, que fueron para él un espectáculo tan grato y apacible cuanto era horrendo y miserable á los hombres buenos que le miraban. Tenia tambien determinado de matar otros muchos en Valladolid, si no se lo estorbara la entrada que repentinamente hicieron en Castilla don Enrique y el infante don Fernando. Don Enrique destruia y asolaba la tierra de Campos, de Soria y Almazan; Jon Fernando hacia cruel guerra en el reino de Murcia. A entrambos incitaba el justo sentimiento de la muerte de sus hermanos, y el grave dolor que su memoria les causaba los encendia en cólera y deseo de vengarlos y satisfacerse con las armas. El rey de Castilla, con miedo de la entrada que estos caballeros hicieron en su reino, se fué al Burgo de Osma para proveer lo necesario á esta guerra. De allí, en el principio del mes de julio, envió un ballestero de maza al rey de Aragon á quejarse porque le habia rompido malamente la tregua, y faltando á su verdad hacia que sus gentes le entrasen en su tierra estando él descuidado y desapercebido con la seguridad de su palabra. A esto respondió el rey de Aragon, que él era forzado á tomar las armas por el desafuero que él lẹ hacia en no cumplir las condiciones de las treguas, demás que con la toma de la villa de Jumilla él primero las quebrara. Que cualquiera dellos fuese el culpado, era cosa muy inhumana é injusta que pagase sus desgustos la sangre inocente de tantas gentes. Que seria mejor que estas diferencias se acabasen por combate de veinte con veinte, ó cincuenta con cincuenta, ó ciento con ciento. Eu esta forma el rey de Aragon desafió al de Castilla con grandes amenazas y palabras de mucha confianza. Su enemigo, como quier que era mas poderoso y de grande corazon, ningun caso hizo de sus fieros y desafío. Envió á don Gutierre Gomez de Toledo, á quien pocos dias antes dió el priorato de San Juan, á que pusiese cobro en las cosas del reino de Murcia; á otros despachó á diversas partes, seguu que le pareció convenia á la buena administracion de la guerra. El se partió á gran priesa á Sevilla; tenia allí puesta en órden una armada de doce galeras, con las cuales se juntaron otras seis que vinieron de Génova. Con esta flota se determinó correr toda la costa del reino de Valencia, acometer y dar un tiento á las villas y ciudades marítimas. Fueron sobre Guardamar, villa del infante don Fernando, que ganaron por fuerza de armas. No se tomó el castillo, porque sobrevino súbitamente una borrasca tan furiosa, que dieron las galeras al través en tierra y las bizo pedazos; solamente escaparon dos que por buena suerte se acertaron á ballar en alta mar. Con tan grande y no pensado infortunio el fiero y soberbio corazon del Rey no desmayó ni se quebrantó, antes quemó el pueblo y las galeras destrozadas, y levantado el ejército, se fué por tierra á Murcia. Dende á pocos dias que llegó á aquella ciudad envió á Sevilla á Martin Yañez, privado suyo, con órden que hiciese labrar otra nueva armada; y él, juntado que tuvo de todas partes su ejército, se partió para Almazan, do tenia muchos hombres de armas. Entró por aquella parte en las tierras de su enemigo; ganóle algunas villas y castillos, así de los que te

nian los aragoneses en Castilla como otros del reino de Aragon, y principalmente se hizo cruel guerra en el estado de don Tello. En fin del otoño se volvió el Rey á Sevilla con intento de, en pasando el invierno, juntar una grande flota y hacer la guerra por el mar, ca le parecia que se haria desta manera mayor daño al enemigo. Para este efecto su tio el rey de Portugal le envió diez galeras, y tres el de Granada. Este año fué señalado por el nacimiento de doña Leonor, hija del rey don Pedro de Aragon, y de don Juan, hijo de don Enrique, los cuales tenia Dios determinado que se ayuntasen en matrimonio y heredasen los reinos de Castilla. Nació doña Leonór en 20 dias del mes de febrero, y don Juan asimismo en 20 del mes de agosto. En este mismo año en las Cortes de Valencia se estableció que los años no se contasen como solian por la era de César, sino por el nacimiento de Cristo. En el principio del año siguiente de 1359 el rey de Aragon puso cerco sobre Medinaceli, pueblo puesto en los confines de los antiguos celtibe ros, carpetanos y arevacos, que en tiempo antiguo fué una grande ciudad, mas en este solo era una mediana villa, empero fuerte por su sitio natural y por tener dentro buena guarnicion de gente, que la defendió valerosamente, tanto, que fué forzado el Aragonés á volverse á Zaragoza sin empecerles ni dejar hecha cosa que fuese de mucha consideracion ni momento. Estaba el rey de Castilla para ir á socorrer á Melinaceli, cuando tuvo aviso que era llegado á Almazan el cardenal Guido de Bolona, legado del papa Inocencio. Dióle el Rey audiencia en esta villa; el Legado de parte del Papa le dijo que sentia tanto el Padre Santo hobiese guerra entre él y el rey de Aragon, y le tenia puesto en tan gran cuidado, que si no fuera por su mucha edad y por otros gravísimos negocios de la Iglesia que se lo estorbaron, él mismo en persona viniera á poner paz entre ellos y hacerlos amigos. Que los reyes de Castilla siempre fueron columna de la Iglesia, amparo y defensa, no solamente de España, sino de toda la cristiandad; pero que visto como al presente, olvidado de todo punto de la guerra de los moros, se ocupaba en hacerla á un Príncipe cristiano, vecino y pariente suyo, no podia dejar de recebir grandisima pena y dolor. Que cuando saliese con la victoria, antes ganaria odio é infamia que houra ni provecho alguno. Que á ambos con paternal amor les rogaba, y de parte de Dios les amonestaba que tantas gentes, tesoros y armas los empleasen contra los enemigos de nuestra santa fe; si asi lo biciesen, su divina Majestad les daria en las manos muy honradas y señaladas victorias como las alcanzaron sus antepasados, esclarecidos reyes. Respondió á esto el Rey que se recelaba de pláticas de paz por causa que el rey de Aragon le engañó ya una vez con color della y muestra de querer amistad. Así, que estaba determinado y con entera resolucion de no venir en concierto ni acuerdo alguno, si no fuese que ante todas cosas echase de su reino los castellanos forajidos y restituyese á la corona de Castilla las ciudades de Orihuela y Alicante y otros pueblos de aquella comarca, que en el tiempo de las tutorías de su abuelo el rey don Fernando los aragoneses, contra razon y justicia, usurparon; demás que por los gastos hechos en esta guerra, el rey de Aragon le contase quinientos mil florines. El Legado, oido lo que decia el Rey, fué á verse con el de Aragon;

llevaba alguna esperanza de poderlos concertar, pues se comenzaba á hablar en condiciones. El rey de Aragon, oida la demanda, se excusaba y acusaba al enemi go, como es ordinario.. Decia que el de Castilla fué el primero que sin justa causa movió la guerra; que no era cosa razonable ni se podia sufrir le pidiese y él diese lo que heredó de sus padres y abuelos; ni tampoco á él le seria bien contado si menoscabase ó enajenase parte alguna de sus reinos. Que este pleito en otro tiempo se litigó ante jueces árbitros, y oidas las partes, pronunciaron sentencia en favor de Aragon. Sin embargo, para mayor satisfaccion y dar á todo el mundo á entender su justicia, él dejaria esta causa de nuevo en las manos del Padre Santo. Gastábase el tiempo en demandas y respuestas sin concluirse nada. Era lástima grande ver cómo estas dos nobles naciones corrian furiosamente á su perdicion, sin que nadie los pudiese reparar ni poner en paz ni fuese siquiera parte para hacelles sobreseer la guerra con algunas treguas. Si hablaban en ellas, el rey de Castilla se excusaba con las grandes expensas y gastos hechos en juntar una gruesa armada que tenia á la cola y aprestada para acometer las tierras maritimas de Aragon.

CAPITULO III.

Que la armada de Castilla hizo guerra en la costa de Aragon.

Dejadas pues las pláticas de paz, volvió á encruelecerse la guerra, renováronse las muertes y crecieron los odios. El rey de Castilla, estando en Almazan, procedió contra el infante don Fernando y contra los dos hermanos don Enrique y don Tello; y aunque ausentes, por sentencia que pronunció contra ellos los declaró por rebeldes y enemigos de la patria. Con esto se acabó de perder la poca esperanza que les restaba de que se podrian concordar, mayormente que el Rey hizo matar en la prision á la reina doña Leonor; hecho sin duda cruel y detestable, puesto que fuera muy culpada y mereciera muchas muertes. Tanto mayor inhumanidad y fiereza lavar la culpa de los hijos con la sangre de su madre, sin tener respeto á que era mujer, reina y tia suya. Doña Juana'y doña Isabel de Lara, hermanas y señoras de Vizcaya, le fueron compañeras en este último trabajo. Doña Juana fué llevada á Sevilla, donde pocos dias despues la hizo morir; á doña Isabel la mandó llevar con la reina doña Blanca, que en el mismo tiempo la hizo pasar del castillo de Sigüenza, en que la tenia presa, á Jerez de la Frontera, que fué dilatar la muerte de ambas por pocos dias. La culpa de sus maridos, don Tello y don Juan de Aragon, descargó sobre las que en nada le erraron; así iban los temporales. Estaba el corazon del Rey tan duro y obstinado, que ningun motivo, por tierno y miserable que fuese, era poderoso para hacerle enternecer ó ablandar; parecia que le cegaba la divina justicia para que no huyese el cuchillo de su ira, que tenia ya levantado para descargalle sobre su cruel cabeza. Con todo eso no dejaba de importunar con ruegos y plegarias á los santos patrones del reino que Dios tenia ya para otro guardado. Hacia estos votos al tiempo que se queria embarcar en la armada que tenía aprestada en Sevilla, en que se contaban cuarenta y una galeras y ochenta naves tan bien bastecidas y mu→ nicionadas y con tanta caballería y gente de guerra, que

era para poderse con ella intentar cualquier grande empresa. Defendieron esta vez el reino de Aragon y le libraron los ángeles de su guarda y la concordia grande que hobo entre los aragoneses. Fueron adelante siete galeras á las islas de Mallorca y Menorca, descubrieron en el camino una gran carraca de venecianos, y la tomaron, no con otro mejor derecho, sino porque se puso en defensa. Llevada á Cartagena, para que del todo este agravio no tuviese excusa ni descargo, el codicioso y hambriento Rey le tomó muchas y muy ricas mercadurías de que venia cargada. El resto de la armada fué sobre Guardamar, y ganó la villa y castillo por combate. Desampararon los aragoneses á Alicante por no se sentir con las fuerzas y municiones que eran menester para poder defender aquella plaza. Iban en esta flota con el Rey el almirante don Gil Bocanegra, el maestre de Calatrava y Diego Gonzalez, hijo del maestre de Alcántara don Gonzalo Martinez, y otros muchos grandes y señores de todo el reino. Don Gutierre de Toledo, prior de San Juan, quedó para con buen número de caballeros y soldados guardar estos pueblos que se ganaron; con lo demás de la armada se fué el Rey á Tortosa; salió el Cardenal legado de aquella ciudad, y se vió con él en su galera á la boca del rio Ebro. Dióle un tiento para el negocio de la paz, que fué tan sin fruto como. las veces pasadas. De allí se fué la vuelta de Barcelona, surgió en aquella playa en 19 dias del mes de mayo. Halló en ella doce galeras de Aragon, acometió por dos veces á tomallas, no lo pudo hacer ni dañallas mucho por estar muy llegadas á la tierra, con que los ciudadanos con grande gallardía las defendieron. Burlado pues de su intento, partió con la flota para las islas que por allí caen, aportó á la de Ibiza; un lugar que tiene del mismo nombre, aunque fué reciamente combatido con tiros y máquinas de guerra, por estar en un sitio muy fuerte, no pudo ser tomado. En el entre tanto el rey de Aragon junto con mucha presteza una armada de cuarenta galeras de los puertos mas cercanos á Barcelona, pasó con ella á Mallorca con deliberacion de pelear con la armada de Castilla. En esta isla se quedó el dicho Rey por grandes importunaciones de sus caballeros, que le suplicaron no quisiese arriscar su persona y con ella el bien y salud del reino ni ponello todo al riesgo y trance de una batalla. Movido con sus ruegos, envió á Bernardo de Cabrera, su almirante, y al vizconde de Cardona con órden que peleasen con la flota del enemigo, que con estas nuevas, levanta lo de sobre Ibiza, era ido á Calpe con la misma resolucion de pelear. La armada de Aragon se entró en la boca del rio que desagua en el mar junto á Denia; pienso es el rio Júcar, que corre por aquella comarca. Ambas flotas daban muestra de tener gran deseo de la batalla; el recelo era no menor; así quedó por todos el venir á las manos. Con esto se fué en humo todo aquel ruido y asonadas de guerra tan bravas. El Aragonés se recogió á Barcelona en 29 dias de agosto. El rey de Castilla dende Cartagena envió su armada á Sevilla, y él se partió por tierra á Tordesillas por ver á doña María de Padilla, que en aquella villa le parió un hijo, por nombre don Alonso. El contento que el Rey tuvo por su nacimiento, muy grande, le duró muy poco, y se le volvió en pesar con su temprana muerte. A don Garci Alvarez de Toledo, que ya era maestre de Santiago despues de la muerte de

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