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al decidir de las causas, la misericordia, la justicia, la autoridad, solemnidad, concurso y grandeza con que se hacen los autos, nos parece cosa del cielo, por la eminencia y santidad con que resplandece. He querido decir todo esto (aunque es cosa bien sabida y notoria) para que entiendan los que leveren los capítulos siguientes, y lo que sucedió en tiempo de los inquisidores Molina de Mendrano, Mendoza y Morejon, que no pasó por la imaginacion á persona de este reyne (ni al mas mal hon bre que se halló entre los inquietos, perder el respe o al Santo Of io y á sus ministros; sino solamente defender inviolablemente nuestros fueros y libertades, que el vulgo entendia (aunque se e gañaba mucho mal informado de los que hacian cabeza en las inquietudes), que se hacia algo contra ellas, con la remision de los presos.

Y en el capítulo 1x del mismo libro 11 de las propias historias al f. 164 dice:

„Porque es cosa cierta que en este reyno y en toda su corona es tanta la reverencia y respeto que á este sagrado tribunal tenemos, que no hay privilegio, ni libertad, ni fuero, ni cosa de este mundɔ que jamas nos haya hecho faltar en un punto á esta deuda, como la experiencia en todos tiempos lo ha mostrado, y lo dice por palabras graves y expresas el doctor Miguel Martinez del Villar en lo de innata fidelitate aragonensium, que son las que se siguen:

» Tanta quippè est pietas, et christiana religio coronae Aragonum, ut in rebus ad fidem spectantibus nostrates uti nolint, neque unquan utantur libertate ulla: sed pro ut rationi consentaneum est sanctam fidem catholicam, omnibus rebus corporei, atque caducis anteponunt, et potius ducunt privilegiorum, libertatum ac fororum iacturam facere, quàm si vel minimum detrimenti capiat orthodoxa religio.

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Que es decir en pocas palabras, que es tanta la reverencia y piedad cristiana de este reyno, en las cosas tocantes á la fe y á su tribunal, que olvida todos sus privilegios y fueros, y aun todas las cosas de este mundo, por no quitar un solo átomo de reverencia y respeto.”

Núm. 11. De la Historia general de España, compuesta por el P. Juan de Mariana, libro x11, folio 455, capítulo 1, que trata como los albigenses alteraron á Francia, dice:

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» Ganada aquella noble victoria de los Moros, las cosas de España procedian bien, y prósperamente, á causa que los almohades, trabajados con una pérdida tan grande, no se rebullian, y los nuestros se hallaban con grande ánimo de sujetar todo lo que de aquella nacion restaba en España. Quardo por el mismo tiempo los reynos de Francia y de Aragon se alteraron grandemente y recibieron graves daños. Fstas alteraciones tuvieron principio en la ciudad de Tolosa: muy principal entre las de Francia, y que cae no lejos de la raya de España. La ocasion fueron ciertas opiniones nuevas, que en materia de religion se levantaron en aquellas partes, con que los de Aragon y los de Francia se revolvieron entre sí, y se ensangrentaron. En los tiempos pasados todas las naciones del cristianismo se conformaban en un mismo parecer en las cosas de la fe: todos seguian y profeiabin una misma doctrina. No se diferenciaban el aleman del español, ro el frances del italiano, ni el ingles del siciliano en lo que debian creer de Dios de la inmortalidad, y de los demas misterios: en todos se veia un mismo

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abominacorazon y un mismo lenguage. Los uvaldenses, gente perversa y ble, comenzaron los años pasados á inquietar la paz de la iglesia con opiniones nuevas y extravagantes que enseñaron y al presente los albigenses ó albienses, secta no menos aborrecible, apellido y nombre edioso acerca de los antiguos, siguieron las mismas pisadas y camino, con que grandemente alteraron el pueblo cristiano. Enseñaban que los sarzedotes, ministros de Dios y de la iglesia, no tenian poder para perdonar los pecados. Que el verdadero cuerpo de Jesucristo no está en el santo Sacramento del altar. Que el agua del bautismo no tiene fuerza para lavar el alma de los pecados Que las oraciones que se acostumbran á hacer por los muertos no les prestaban: todas opiniones nuevas y malas, y acerca de los antiguos nunca oidas. Decian etro si contra la Vírgen madre de Dios blasfemias y denuestos, que no se refieren por no ofender al piadoso lector: dexólas escritas Guillermo Nangiaco, frances de nacion, y que vivió poco adelante. Llegaba su desatino á poner lengua en la familiaridad de Cristo con la Magdalena. Así lo refiere Pedro monge del Cistel, en una historia que escribió de los albigenses, intitulada al Papa Inocencio 111, en que depone como testigo de vista de las

en que él mismo se halló. Seria muy largo cuento declarar por menudo todos los desvaríos de estos hereges y secta; y es así que la mentira es de muchas maneras, la verdad una y sencilla. La verdad es, que en aquella parte de Francia, donde está la ciudad de Cahors, muy nombrada, se ve otra ciudad llamada Abis, que en etro tiempo tuvo nombre de Alba Augusta, aun se entiende que César, en los Comentarios de la guerra de Francia, llamó helvios los moradores de aquella comarca. Riega sus campos el rio Tarnis, que son de los mas fértiles de Francia, de grandes cosechas y esquilmos de trigo, vino, pastel y azafran; por donde el obispo de aquella ciudad tiene mas gruesas rentas que algun otro ob spo en toda la Francia. La iglesia catedral, grande y hermorsa, está pegada con el muro de la ciudad; su advocacion de Santa Cecilia. Los moradores de la ciudad y de la tierra son gente llana, de condition apacible y mansa, virtudes que pueden acarrear perjuicio si no hay el recato conveniente para no dar lugar á gente mala que las pervierta y estrague. Los más se sustentan de sus labranzas y de los frutos de la tierra; el comercio y trato de mercaderes es pequeño, por estar en medio de Francia y caer-lejos en el mar. De esta ciudad, en que tuvo su primer principio esta nueva locura y secta, tomó el nombre de Albigense, y desde allí se derramó por toda la Francia, y aun por parte de Esel fuego emprendió en Tolosa mas que en otra parte alpaña. Puesto guna; y aun de aquí procedió, que algunos atribuyeron el primer origen de este error y secta á aquella ciudad: Otros diceu que nació primeramente enla Provenza, parte de la Galia Narbonense. D. Lucas de Tuy, que por su devocion, y por hacerse mas erudito, pasó á Roma, y de allí á Constantinopla y á Jerusalen; vuelto á su patria, entre otras cosas que escribió, no menos docta que piamente, publicó una larga disputa contra todes estos errores, en que como testigo de vista relata lo que pasó en Leon, ciudad may conocida en España, y cabeza de aquel reyno. Cuyas palabras será bien poner aquí para mayor claridad, y para que mejor se entienda la condicion de los hereges, sus invenciones y trazas. Despues de la muerte del Rev. Don Rodrigo, obispo de Leon, no se formaron los votos del clero en la eleccion del sucesor. Ocasion que tomaron los hereges, enemigos de la ver

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dad, y que gustan de semejantes discordias para entrar en aquella ciudad, que se hallaba sin pastor, y acometer las ovejas de Cristo. Para salir con esto, se armaron como suelen de invenciones. Publicaron que en cierto lugar muy sucio, y que servia de muladar, se hacian milagros y señales. Esestaban allí sepultados dos hombres facinerosos: uno herege, otro que por la muerte que dió alevosamente á un su tio, le mandaron enterrar vivo. Manaba tambien en aquel lugar una fuente, que los hereges ensuciaron con sangre, á propósito que las gentes tuviesen aquella conversion por milagro. Cundió la fama como suele por ligeras ocasiones. Acudian gentes de muchas partes. Tenian algunos sobornados de secreto con dinero que les daban para que se fingiesen ciegos. coxos, endemoniados, y trabajados de diversas enfermedades, y que bebi la aquel agua, publicasen que quedaban sanos. De estos principios pasó el embuste á que desenterraron los huesos de aquel herege, que se amaba Arnaldɔ, y habia diez y seis años que le enterraron en aquel lugar, decian y publicaban que eran de un santísimo mártir. Muchos de los clérigos simples con color de devocion, ayudaban en esto á la gente segiar. Llegó la invencion á levantar sobre la fuente una muy fuerte casa, y querer colocar los huesos del traydor Homiciano en lugar alto, para que el pueblo los acatase, con voz que fue un abad en su tiempo muy santo. No es meneter mas sino que los hereges, despues que pusieron las cosas en estos términos, entre los suyos declaraban la invencion, y por ella burlaban de la iglesia, como si los demas milagros que en ella se hacen por virtud de los cuerpos santos fuesen semejantes invenciones; y aun no faltaba quien de esto diese crédito á sus palabras, y se apartase de la verdadera creencia. Finalmente el embuste vino á noticia de los frayles de la santa Predicacion (que son los dominicos), y en sus sermones procuraban desengañar al pueblo. Acudieron á lo mismo los frayles menores y los clérigos, que no se dexaron engañar ni enredar en aquella sucia adoracion. Pero los ánimos del pueblo, tanto mas se encendian para llovar adelante aquel culto del demonio, hasta llamar hereges á los frayles predicadores y menores, porque los contradecian y les iban a la mano. Ġozábanse los enemigos de la verdad, y triunfaban: decian públicamente que los milagros que en aquel lodo se hacian, eran mas ciertos que todos los que en lo restante de la iglesia hacen los cuerpos santos que veneran los cristianos. Les obispos comarcanos publicaban cartas de descomunion contra los que acudian á aquella veneracion maldita: ao aprovechaba su diligencia, por estar apoderado el demonio de los corazones de muchos, y tener aprisionados los hijos de inobediencia. Un diácono, que aborrecia mucho la heregía, en Roma do estaba supo lo que pasaba en Leon, de que tuvo gran sentimiento, , y se resolvió con presteza de dar la vuelta á su tierra, para hacer rostro á aquella maldad tan grave. Llegado á Leon, se informó mas enteramente del caso, y como fuera de sí, comenzó en público y en secreto á afear negocio tan malo; reprehendia á sus ciudadanos; cargábalos de ser fautores de hereges. No se podia ir á la mano, dado que sus amigos le avisaban se templase, por parecelle que aquella ciudad se apartaba de la ley de Dios. Entró en el ayuntamiento: díxoles que aquel caso tenia afrentada á toda España: que de donde salian en otro tiempo leyes justas, por ser cabeza del reyno, allí se forjaban heregías y maldades nunca oidas. Avisóles que no les daria Dios agua, ni les acudiria con los frutos de la tierra

hasta tanto que echasen por el suelo aquella iglesia, y aquellos huesos, que honraban, los arrojasen. Era así que desde el tiempo que se dió principio á aquel embuste y veneracion, por espacio de diez meses nunca llovió, y todos los campos estaban secos. Preguntó el juez al dicho diácono, en presencia de todos: derribada la iglesia, aseguráisme que lloverá, y nos dará Dios agua El diácono lleno de fe: dadme, dixo, licencia para abatir por tierra aquella casa, que yo prometo en el nombre de nuestro señor Jesucrito, so pena de la vida, y perdimiento de bienes, que dentro de ocho dias acudirá nuestro Señor con el agua necesaria y abundante. Dieron los presentes crédito á sus palabras: acudió con gente que le dieron, y ayuda de muchos ciudadanos: allanó prestamente la iglesia, y echó por los muladares aquellos huesos. Acaeció, con grande maravilla de todos, que al tiempo que der-. ribaban la iglesia, entre la madera se oyó un sonido, como de trompeta, para muestra de que el demonio desamparaba aquel lugar. El dia siguiente se quemó una gran parte de la ciudad, á causa que el fuego, por el gran viento que hacia, no se pudo atajar que no se extendiese mucho. Alteróse el pueblo: acudieron á buscar el diácono para matalle: decian que en lugar del agua fué causa de aquel fuego tan grande. Acudian los hereges que. se burlaban de los clérigos, y decian que el diácono merecia la muerte, y que no se cumpliria lo que prometió. Mas el Señor, todopoderoso, se apiadó de su pueblo: ca á los ochos dias señalados envió agua muy abundante, de tal suerte, que los frutos se remediaron, y la cosecha de aquel año fué aventajada. Animado con esto el diacono, pasó adelante en perseguir á los hereges, hasta tanto que los hizo desembarazar la ciudad. Hasta aquí son palabras de este autor. Por las quales se entiende que la pestilencia de esta heregía cundió por España: sí bien la mayor fuerza de este mal cargó sobre la ciudad de Tolosa; de que le resultaron graves daños, y al rey de Aragon que la quiso ayudar, la desastrada muerte, como luego se dirá."

Y en el mismo libro XII de la propia historia al folio 457, capítulo II, que refiere como murió el rey de Aragon, dice:

,, La secta de los albigenses se hacia temer, y cobraba mayores fuerzas de cada dia, no solo por las que el pueblo le daba, que mucho se le arrimaba, sino mas principalmente por los príncipes y grandes personages que con su favor le acudian, sin hacer caso, ni de la autoridad del Papa, ni de lo que por el mundo de ellos se diria. Estos eran los condes, el de Tolosa, el de Fox, el de Besiers y el de Cominga. Acudíales asímismo el rey de Aragon, á que estas ciudades estaban á su devocion, y aun eran feudos suyos, como en otro lugar queda apuntado: ademas que tenia deudo en particular con el conde de Tolosa, que casó tercera vez con Doña Leonor, hermana del rey de Aragon. Y aun el mismo hijo y heredero del conde, que, se llamaba D. Ramon, como su padre, tenia por muger otra hermana del mismo rey, por nombre Doña Sancha. Esta fué la verdadera causa de decla rarse por los albigenses, y tomar las armas en su favor. Que por lo demas, fué príncipe muy católico, como se puede fácilmente entender en que entregó su hijo D. Jayme á Simon, conde de Monforte, para que le criase y amaestrase: el que por este tiempo acaudillaba los católicos, y era duro martillo contra los hereges. El negocio era de tal condicion, que tenia puestos en. cuidado los católicos de Francia, y mas en particular al Papa, que se rezelaba

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no se arraygase de cada dia mas aquel mal, y con tantas ayudas cobrasen mayores fuerzas; especial que el vulgo, como amigo de novedades, engañado con los embustes de aquellos hereges, ficilmente se apartaba de la creencia de sus mayores, y abrazaba aquellas opiniones extravagantes. Buscaban algun medio para atajar aquel daño. Pareció intentar el camino de la paz y blandura, si con diligencia y buenos ministros, que predicasen la verdad, se podrian reducir los descaminados. D. Diego, obispo de Osma, camino de Roma, donde iba enviado por el rey de Castilla, pasó per aquella parte de Francia; y visto lo que pasaba, y el riesgo que corrian aquellos pueblos si no se acudian en breve con remedio, hizo al Papa relacion de todo aquel dafio, y del peligro que se mostraba mayor. Llevaba en su compañía al glorioso padre Santo Domingo, entonces canónigo reglar de San Agustin, y adelante de e tos principios fundador de la órden de los predicadores; era natural de Caleriega, tierra de Osma, nacido de noble linage. Avisado el Papa de lo que pasaba, acordó acudir al remedio de aquellos daños. Despachó al obispo y á su compañero con poderes bastantes para que apagasen aquel fuego. Nombró tambien un legado de entre los cardenales con toda la autoridad necesaria. Llegados á Francia, juntaron consigo doce abades de la órden de San Bernardo, naturales de la tierra, para que con sus predicaciones y exemplo reduxesen á los descaminades. Pero quanto provecho se hacia con esto, por convertirse muchos de su error, especialmente con la predicacion de Santo Domingo, y milagros que en muchas partes obró, tanto por otra parte crecian en número los pervertidos de los hereges. Porque, ¿quién pondrá en razon un vulgo incitado á mal? ¿Quien bastará á hacer que tengan seso los hombres perdidos y obstinados en su error? Débese cortar con hierro lo que con medicinas no se puede curar, y no hay medio mas saludable que usar de rigor con tiempo en semejantes males. Mudado, pues, el padecer, y la paz en guerra, acordaron de usar de rigor y miedo; juntóse gran multitud de soldados de Italia, Alemania, Francia, con la esperanza de la indulgencia de la Sede apostólica, concedida por Inocencio 111 á los que tomasen la insignia y divisa de la cruz, como era de costumbre en casos semejaates, y acudiesen á la guerra. Estos soldados tomaron primeramente á Besiers, ciudad antigua de los volcas cabe el rio Obris. Pasaron en ella siete mil hombres de los alborotados á cuchillo."

Concluida la lectura de este papel dixo

El Sr. Sanchez Ocaña:,, Señor, la proposicion que se discute es: la Religion católica, apostólica, romana será protegida por leyes conformes á, la constitucion. El artículo 12 de la constitucion dice: la nacion la protege por leyes sabias y justas. Esta proposicion que se discute está obscura, y convendria, para fixar el verdadero carácter y sentido de ella, que qualquiera de los señores individuos de la comision se sirviese explicarla, y me dixese si esta proposicion es la misina que la del artículo constitucional citado; y si es distinta, ; qué es lo que contiene de mas que aquel? O si (supuesto que la religion es una institucion divina, que concede á la iglesia lafacultad de establecer sus leyes) en el caso de que aquella use de medios distintos de los de la potestad civil, la protegerá la constitucion, ó no. Para poder yo hablar sobre la proposicion, necesito entender su sentido, que es para mí muy obscuro."

„El Sr. Muñoz Torrero:,, Contestando al señor preopinante debo decir

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