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los militares, la corte se servia de las familias de sus antiguos empleados, y los reyes eran elegidos de entre los mas valientes del ejército, que por lo general no habian recibido mas educacion que la necesaria para vestir el hábito militar y montar a caballo. Los demas ciudadanos vivian alejados unos de otros, dedicados al cultivo de las tierras, ó apacentando los ganados en las montañas. ¡Cuan lejos se estaba entonces de la civilizacion que agita y corrompe, que aumenta capitales y crea necesidades!

Cuando los pueblos las desconocen; cuando, como en los tiempos primitivos, no se sienten las exigencias imperiosas del pensamiento; cuando la religion no es supersticiosa ni atea; cuando la falta de contacto, la ignorancia de que hay otros goces que disfrutar, otras riquezas que adquirir y otros puestos que escalar, oculta el brillante estado de los pueblos mercantiles, la felicidad consiste en fertilizar los terrenos que la suerte les ha deparado para el sustento de las familias, consiste en admirar con ellas elmisterio de la creacion, dejando al tiempo la solucion de los problemas físicos, y al gobierno el de la existencia política de la sociedad en que se vive. Asi los fundadores de nuestro pueblo, apartados de la milicia y de los puestos públicos, que desempeñaban principalmente los conquistadores romanos y los godos, adelantaban solo en la imitacion de los descubrimientos útiles á la agricultura y á las artes, cuidándose muy poco de la pequeña parte que se les reservaba en los concilios.

Alguna vez, como cuando Recesvindo lo quiso por convenir á sus miras, acudieron los mayores y menores á fallar en un pleito nacional; pero de ninguna manera por derecho inalterable, sino porque asi plugo al monarca godo, á pesar de que el concilio IV de Toledo alteró la ley fundamental, reservándose el clero y las clases privilegiadas el derecho esclusivo de nombrar ó destituir re

yes, imponer contribuciones ó variar la legislacion sin consentimiento de los pueblos.

A su ausencia de los concilios se debe, pues, la decadencia nacional que se aumentó en proporcion del enriquecimiento de algunas personas ilustres, á quienes el monarca favorecia á costa del tesoro público. La riqueza entró á ser entonces una parte importante del gobierno; y á tal estremo llegó el engrandecimiento de ciertas familias, que dificilmente se distinguian del nismo monarca reinante. Nació en consecuencia, la aristocracia feudal, cuya tendencia hizo temblar á los tronos: crecieron los grandes en número y poderio, haciéndose señores absolutos de la tierra; los pueblos fueron el patrimonio de algunas familias; los hombres sufrieron el baldon de verse tratados como á bestias, sirviendo como esclavos al capricho de los nobles; y cambió injustamente la condicion de nuestros mayores, para quienes habia una legislacion particular, espuesta á las alteraciones de la irascibilidad de los jueces feudales. Ni los reyes, ni los concilios pudieron ya contener el vuelo de la aristocracia, sometiéndola á las leyes de la monarquia ¿Y habrá algunos que llamen Córtes aun á las juntas que en tales tiempos se tenian?

Destruyamos las creencias que todavia se conservan por efecto de las opiniones de algunos sabios publicistas, entre los cuales se cuenta nuestro ilustre Marina: destru-yamoslas porque asi conviene á la exactitud histórica y á la política imitativa para que no se repitan tales tiempos, ni se elogien administraciones que sembraron la semilla del despotismo y de la division de clases que la religion y la buena política condenan. Por desgracia es una verque los primeros siglos de la era cristiana fueron de barbaríe y de injusticia; pero examinada aquella historia tenemos que reconocer que no podia seguirse otra consecuencia del principio de gobierno establecido por la fuer-

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za militar, sostenido por los generales ricos y por el clero, único depositario de la ciencia y de los derechos de representacion. El pueblo tendria interés en su sostenimiento, careciendo de garantias que le fomentasen el espíritu patriótico? ¿Qué fuerza podia prestar en caso de una guerra estrangera una asociacion de esclavos, tiranizados por señores corrompidos.

La invasion mahometana, la derrota de Guadalete y la muerte de don Rodrigo, son hechos que responden por nosotros. Los españoles se dejaron dominar por una raza de diferente religion y de opuestas costumbres, y la nacion toda se sometió á un nuevo conquistador, mientras que solo unos pocos guerreros, encumbrados en los confines occidentales de la península, consagraron á la monarquia goda su fidelidad y sus servicios.

Un ancho campo se ofrece con esto á la vista del historiador filósofo: un acontecimiento sorprendente, nuevo hasta entonces, se presenta al estudio de los hombres de gobierno.

A pesar de los instintos feroces de los germanos; á pesar de la organizacion militar del pais, sometido á la dominacion de guerreros indomables, y á pesar de la bravura reconocida de los españoles, un puñado de sárracenos, atravesando el Mediterráneo, sometió al imperio de Is media luna á la alti va nacion, cuyos hijos habian de conquistar, andando el tiempo, un nuevo-mundo, poblado de valientes y rico de esperanzas. ¿Será fácil descubrir las causas que influyeron tan poderosamente al triunfo de los mahometanos y á la caida del imperio godo? No hubo otras mas que la traicion del conde don Julian? Si con detenimiento estudiamos aquellos hechos veremos escrito en ellos mismos que las injusticias del gobierno; la falta de representacion nacional que le auxiliara sosteniendo el espíritu público; el engrandecimiento de algu

nos hombres que quizá no podrian presentar otros títulos mas honrosos que la nobleza del linage; y sobre todo la corrupcion de la corte, entregada al deleite y á la disipacion, contribuyeron, mas que la suerte de las armas, á la destruccion de la nacionalidad española y al establecimiento de la secta mahometana, en un pais en que tanto influyó el clero cristiano.

Despues de la victoria de Guadalete, se estendieron los sarracenos por todas las provincias de España, paseando por ella el pendon victorioso de Mahoma; pero como la riqueza del pais conquistado les proporcionaba goces materiales, que la ausencia del peligro les dejó en libertad de disfrutar, se entregaron confiados á la disolucion y al pandillage, y sus mismas querellas interiores abrieron la brecha por donde sus contrarios les habian de acometer, abandonando las montañas de Asturias y del Pirineo á que se habian refugiado. Empezaron, por consiguiente, á ser batidos por los cristianos; y elegido rey godo el intrépido Pelayo, volvieron los españoles á empuñar las armas para restablecer sus antiguas leyes, en las cuales dominó el espíritu aristocrático, que mas adelante sirvió de núcleo al feudalismo, en perjuicio de la autoridad real.

Muy pronto se dejó sentir la preponderancia del feudalismo militar; y consiguiente á las miras de conservacion monárquica, necesario fué á los reyes conjurar el peligro que corrian sus prerogativas, tendiendo una mirada hácia el estado llano. A esta circunstancia, y no á otras, debió el pueblo la representacion que le correspondia y se le habia negado injustamente. Mas como las guerras que se sostenian con los moros obligaban á los reyes al reconocimiento con los grandes, y se aumentaba progresivamente la fuerza militar, acaudillada por los señores feudales,

ni en las cortes de Coyanza de 1.050, ni en las de Leon de 1.120, ni en las de Palencia de 1.129, ni en las de Toledo de 1.135 y ni en las de Salamanca de 1,178, tuvieron aun asiento otras personas que los grandes, los obispos y los abades. El orgullo que en ellas mostraron estas clases intimidó doblemente á los reyes, y el pueblo, tantas veces rechazado, pudo salir de su abatimiento, organizándose en hermandades, que tenian por objeto la proteccion mútua y la defensa de sus fueros y derechos.

En estas confederaciones, que el monarca, por su interés mismo, protegia, empezó el estado general á dar á conocer su importancia política; y ya en las Córtes de Leon de 1.188, asistieron los diputados del pueblo, segun se deduce de las actas, de aquel congreso, que empiezan con estas palabras. «Nosotros nos hemos reunido en Leon con la honrosa compañia de los obispos en comun, con la gloriosa asistencia de los príncipes ricos, y de los barones de todo el reino, y con la comunidad de las ciudades, o los diputados de cada ciudad por escote.» La costumbre de representar á sus conciudadanos interesó á muchos españoles en la forma de gobierno establecido; y en las Cortes de Benavente, celebradas el año 1.202, hubo ya muchos representantes de las ciudades que contribuyeron á robustecer el poder municipal.

No era, sin embargo, aquel estado de cosas tan perfecto que no admitiese reformas, ni tan equitativo como algunos han querido probarnos en sus escritos. Una legislacion que solo protege al fuerte, falsea el principio filosófico de las leyes y aumenta la desgracia de los gobernados, aunque algunos por privilegio, se hallen protegidos contra la arbitrariedad.

Conquistaron las ciudades y algunas villas sus fueros en el siglo XII; obtuvieron el privilegio de voto en córtes enviando sus diputados á la representacion nacional; pe

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