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reunir el capital que ha de disfrutar en la eterna. Abierto tiene el tesoro de Jesucristo, repleto de riquezas infinitas. ¿No será un necio si, por no tomarlas con las manos de sus buenas obras, se encuentra luego miserable por toda la Eternidad?

Estas cosas solían llamarnos la atención algunas veces, y nos hacían comprender que Don Nicolás era un hombre que valía más de lo que parecía.

Algunos años después de salir yo de la academia aún seguí haciéndole algunas visitas, y cada vez le hallaba más pobre, pero también más resignado.

Ultimamente ya no le quedaban diseípulos, y estaba reducido al producto de sus obras.

Pero ¡qué obras, santo cielo!

Pintadas económicamente con colores molidos en casa, perdían el tinte a los seis meses como las indianas de mala calidad. Por otra parte, como el dibujo no era tampoco un prodigio de arte, el pobre Don Nicolás iba perdiendo poco a poco los parroquianos..

Por último, su estrechez fué tal, que ya casi vivía de limosna. Encerrado en su cuartito, él se remendaba la ropa, se arreglaba la frugal comida consistente en unos cuantos nabitos y patatas, que mondaba con el cuchillo de rascar la paleta, o bien en alguna mohosa sardinilla que, por no gastar fuego, solía asar a la luz del velón.

De esta manera iba el pobre viejo arrastrándose penosamente hacia su fin, que no debía estar muy lejano, pues sus achaques eran cada vez mayores.

Un día notaron los vecinos que Don Nicolás no salía de su habitación, y entraron a ver lo que ocurría.

Estaba enfermo, se moría.

Llamaron a un sacerdote; administraronle los Santos Sacramentos, y, cuando rodeados todos a su cama, esperaban recibir su último aliento, el enfermo abrió los ojos y manifestó deseos de hablar.

-¿Qué quiere usted, Don Nicolás-preguntóle el sacerdote.
El moribundo alargó la mano, y señaló hacia un rincón del cuar-

tucho.

¡Alli!!-dijo-¡Alli! ¡Alli!

-Allí ¿qué?-preguntaron todos..

-Allí... hay dinero.

-¡¡Dinero!!-exclamaron todos sorprendidos, juzgando ya mise rabilísimo avaro al que, viviendo casi de limosna, había llegado a la vejez sumido en mil privaciones para juntar un puñado de oro que no había de disfrutar jamás.

-Sí, dinero-dijo el pobrecillo maestro con voz apenas percep tible-. Hace muchos años que lo estaba reuniendo.

Pero ¿para qué?

-Para pagar una antigua deuda de mis padres, que no pudie. ron pagar ellos antes de morir.

Figúrense el asombro que tal respuesta causaría en los circunstantes; todos se miraron estupefactos; en muchos ojos asomaron las lágrimas. Aquel hombre era un héroe, un héroe de honradez y de virtud.

Pidiéronle inmediatamente explicación, y resultó en efecto que sus padres, antiguos comerciantes genoveses, habían quebrado hacía muchísimos años y habían quedado a deber cierta cantidad a una señora anciana ya y rica, que, como es natural, ni siquiera se acordaba de semejante deuda.

Don Nicolás hizo sacar el dinero, y, poco después de morir él, era entregado puntualmente a su acreedora, que, admirada y en. ternecida de tanta honradez, no tuvo inconveniente en emplear la mayor parte de la cantidad recibida en sufragios por el alma de su deudor.

¿Qué te parece, lector, esta historieta?

¿No es verdad que en tiempos como los presentes en que un Príncipe de Borbón es acusado de estafa, y un Rey Milano es concursado por sus acreedores, y los hijos matan a sus padres, y los padres abandonan a sus hijos, y los maridos degüellan a sus mujeres, y las mujeres engañan a sus maridos, y el fraude y el hurto y la ambición y la maldad corren como agua por esos mundos de Dios, convirtiéndolos en mundos del diablo; cuando en tales tiem pos, digo, se tropieza con una virtud que paga deudas viejas con dinero recogido de limosna, no es verdad que el alma se ensancha y renace la esperanza en el corazón?

Pues esto me sucede a mí cada vez que me acuerdo del benditísimo Don Nicolás.

DON MARCELINO MENÉNDEZ Y PELAYO

1856-1912

P

Nacido y muerto en la ciudad de Santander, a la que dejó en herencia inestimable, además de su nombre inmortal, la copiosa y riquísima biblioteca formada de su mano, y de la que dijo en ocasión solemne: es la única obra mía de que estoy medianamente satisfecho..

Profesor de Historia crítica de la literatura española en la Universidad Central, y más tarde bibliotecario de la Biblioteca Nacional, pasó la vida entera consagrado al estudio y a la composición de sus libros.

El juicio definitivo sobre este grande escritor no se ha dado todavía, ni acaso sea aún tiempo de darle. Don Adolfo Bonilla y San Martín reúne, con amor de discípulo, en la INTRODUCCIÓN al Tomo IV de Origenes de la novela, abundantes datos biográficos sobre Don Marcelino, forma una bibliografía completa de sus obras y emite juicios sobre varios aspectos de la labor del gran polígrafo.

Desde su infancia empezó a manifestar el Sr. Menéndez y Pelayo prodigiosa memoria, rapidez y hondura de comprensión, gran sentido crítico, asombrosa fuerza de reconstrucción histórica, buen gusto casi infalible, dominio despótico de los secretos de la lengua y tino singular para unir la transparencia del estilo con la precisión y viril galanura de la frase. Nunca, ni aun tratando los más áridos puntos bibliográficos, se despoja de su temperamento de artista: de ahí que sea tan fácil entresacar de cualquiera de sus libros páginas en abundancia para una antología de

prosa amena.

Tantas y tan raras excelencias se vieron siempre avaloradas y dignificadas por su espíritu profundamente religioso, su catolicismo a marcha-martillo, como él mismo decía, y su amor indómito y entrañable a las gloriosas tradiciones de la Patria.

Estas dos grandes virtudes de su alma le acompañaron hasta el sepulcro; y fué providencia de Dios y premio excelso otorgado al noble adalid de la Religión y de la Patria, que, la última vez que se había de oir en público su docta palabra, fuese aquella memorable noche del 26 de Junio de 1911, cuando, a presencia de SS. MM., de innumerables Prelados y de la más escogida concurrencia que nunca vió en su ámbito el Teatro Real, se levantó a leer, aunque él no lo sospechara, su testamento literario, en el himno triunfal que a propósito de los autos sacramentales entonó al Dios de la Eucaristía y a la robusta fe de nuestros antepasados. Himno que ha de tenerse por una de las más ricas perlas que engastó España en la santa Custodia del Cuerpo de Cristo durante los días del Congreso Eucarístico de Madrid, que marcarán siempre un punto culminante de la patria historia, y que ojalá puedan señalar los españoles de mañana como el momento inicial de nuestro retroceso en la pendiente de la decadencia, y como la aurora feliz que anunció la vuelta del ansiado día de nuestra regeneración social y religiosa.

De los juicios, en general tan atinados y gallardamente expuestos, que el Sr. Bonilla y San Martín da sobre la labor del llorado Maestro, extractamos lo siguiente:

LO QUE REPRESENTA MENÉNDEZ Y PELAYO
EN LA HISTORIA ESPAÑOLA

La prosa enérgica y vibrante, llena de jugo y lozanía; la genial intuición de las cosas y de los hombres, de aquel varón insigne cuya pérdida no lamentaremos nunca bastante, serían necesarias para retratar debidamente su figura y colocarla en el altísimo puesto que por tantos conceptos merece.

Yo, el último de sus discípulos, no puedo hacer aquí sino transmitir con honda y sincera veneración el recuerdo que del Maestro y de su obra tengo: recuerdo imborrable, recuerdo animador, poderoso y fortificante, recuerdo impregnado de melancólica serenidad, como el que imprime en nuestro espíritu el rey de los astros al desaparecer entre las sombras de la noche, dejando caldeada la madre Tierra para que no interrumpa ni trunque su eterna labor engendradora.

Porque el influjo de aquel hombre no se circunscribe a una sola o a varias determinadas esferas de la actividad humana, ni se liga y sujeta a un género particular de investigación. Es más hondo y más universal que todo eso, y en ello estriba su excepcional importancia, que yo desearía acertar a definir en estas últimas consideraciones. Esa profundidad y extensión de su influencia obedecen, en mi sentir, a que Menéndez y Pelayo no fué solamente un varón de talento extraordinario, talentos que siempre son de singular rareza en cualquier país del mundo, sino también un verdadero genio, y esto es todavía más peregrino en cualquier parte. Y tal distinción entre el talento y el genio basta para que nos expliquemos muchas cosas, tratándose de fijar la representación histórica de la persona.

¿Sabéis en qué consiste esta significación del genio? En un poder natural de síntesis, de enlace entre efectos y causas, que va de unos a otras en virtud de gigantescas e incomprensibles intuiciones. Por eso hay algo en el genio que no es susceptible de imitación, pues pertenece al dominio oculto e inescrutable del misterio. Se

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