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que se titula: La ciencia española. El que trabaje en filosofía, alguna vez habrá de recurrir a la Historia de los heterodoxos españoles. El que estudie la literatura o el arte, incesantemente habrá de leer la Historia de las ideas estéticas en España, la Historia de la poesía hispano-americana, los Estudios de crítica literaria, la Antología de poetas líricos castellanos, y otras muchas producciones suyas, entre ellas los egregios Prólogos de la edición académica de Lope de Vega, que ahí quedan sin terminar, como torso de gigantesca estatua, con el gesto, entre arrogante e irónico, del atleta que, después de haber comenzado su trabajo, invita al público a que lo continúe... si puede.

No es ocasión ésta para entrar en prolijos análisis, que no servirían sino de ampliación de lo que dejo expuesto. Baste proclamar que la obra de Menéndez y Pelayo, en lo que respecta a la rehabilitación de nuestro pasado histórico, es de tal entidad que le hace acreedor al eterno agradecimiento de nuestra Patria.

¡La Patria! Fué el amor de sus amores, el pensamiento de toda su vida; por ella trabajó siempre, y de sus glorias escribía cuando le sorprendió la muerte. En 1901 hacía notar el enorme contingente que el extranjero aportaba para el estudio de nuestro pasado: monografías, tesis doctorales, y hasta bibliotecas enteras y revistas especiales consagradas al estudio de las literaturas de la Península española». У añadía: ¡Cómo contrasta esta alegre y zumbadora colmena, en que todo es actividad y entusiasmo, con el triste silencio, con el desdén afectado, y hasta con la detracción miserable que aquí persigue, no ya las tareas de los modestos cultivadores de la erudición, que encuentran en ella goces íntimos mil veces superiores a todos los halagos de la vanidad y de la fama, sino lo más grande y augusto de nuestras tradiciones, lo más sublime de nuestro arte, lo más averiguado e incontrovertible de nuestra historia, que suele calificarse desdeñosamente de leyenda, como si hubiésemos sido un pueblo fabuloso, y como si la historia de España no la hubiesen escrito en gran parte nuestros enemigos y aun en sus labios no resultase grande!»

Creo firmemente que esta nuestra situación de espíritu, descrita por Menéndez y Pelayo en 1901, algo ha mejorado después; pero temo que este progreso no sea suficientemente hondo, en vista de cierto dejo de amargura que se observa en uno de los últimos escritos del Maestro inolvidable, escrito que puede considerarse como su testamento literario y que marca su definitivo juicio sobre nuestro estado actual:

Hoy presenciamos-dice-el lento suicidio de un pueblo que, engañado mil veces por gárrulos sofistas, empobrecido, mermado y desolado, emplea en destrozarse las pocas fuerzas que le restan, y corriendo tras vanos trampantojos de una falsa y postiza cultura, en vez de cultivar su propio espíritu, que es el único que ennoblece y redime a las razas y a las gentes, hace espantosa liquidación de su pasado, escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto con su pensamiento, reniega de cuanto en la historia los hizo grandes, arroja a los cuatro vientos su riqueza artística, y contempla con ojos estúpidos la destrucción de la única España que el mundo conoce, de la única cuyo recuerdo tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía. ¡De cuán distinta manera han procedido los pueblos que tienen conciencia de su misión secular! La tradición teutónica fué el nervio del renacimiento germánico. Apoyándose en la tradición italiana, cada vez más profundamente conocida, construye su propia ciencia la Italia sabia e investigadora de nuestros días, emancipada igualmente de la servidumbre francesa y del magisterio alemán. DONDE NO SE CONSERVA PIADOSAMENTE LA HERENCIA DE LO PASADO, POBRE O RICA, GRANDE O PEQUEÑA, NO ESPEREMOS QUE BROTE UN PENSAMIENTO ORIGINAL NI UNA IDEA DOMINADORA. UN PUEBLO NUEVO PUEDE IMPROVISARLO TODO MENOS LA CULTURA INTELECTUAL. UN PUEBLO VIEJO NO PUEDE RENUNCIAR A LA SUYA SIN EXTINGUIR LA PARTE MÁS NOBLE DE SU VIDA, Y CAER EN UNA SEGUNDA INFANCIA, MUY PRÓXIMA A LA IMBECILIDAD SENIL (1).

(1) Origenes de la novela, t. IV, Introducción, páginas 85-90, Bailly Bailliere, Madrid, 1915.

ESPÍRITU Y VALOR DE LOS AUTOS SACRAMENTALES

Discurso leido por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, presidente de la suboomisión del certamen eucaristico, en la fiesta literaria del 26 de junio de 1911.

Dijo Miguel de Cervantes, príncipe de los ingenios españoles y esclavo del Santísimo Sacramento, que «el mezclar lo humano con lo divino es un género de mezcla de quien no se ha de vestir ningún cristiano entendimiento. No quisiera yo que sobre mi recayese el peso de tan justa sentencia, ni dejo de recelar que pueda parecer inoportuna la intervención de un humilde profesor de letras humanas en un acto que principalmente requiere el concurso de las divinas. El solemne misterio que estos días conmemoramos, la inefable emoción que embarga toda alma cristiana ante el espeсtáculo de una muchedumbre congregada de todos los términos de la tierra para rendir tributo de fe y amor a Cristo Sacramentado, parece que ahuyenta todo pensamiento profano y hiela en los labios toda palabra que no sea una oración. Sólo la voz de la ciencia teológica puede levantarse potente y autorizada para esclarecer, en cuanto es concedido a nuestra débil luz intelectual, los arcanos del dogma. Temeridad sería en el simple fiel pretender escudriñarlos. Bástale acercarse con pavor y reverencia a la Mesa donde se sirve el Pan de los Angeles. Suene, pues, el acento de los doctores que de la Iglesia tienen misión para enseñar: ya en la cátedra del Espíritu Santo, ya en las tesis y disertaciones de este grandioso Congreso. Preparemos los oídos para escucharlos y abramos el espíritu a la eficacia de su doctrina, que no caerá en suelo estéril si la recibimos con razonable obsequio y corazón contrito y humillado.

Es este misterio de amor centro de la vida cristiana, lazo estrechísimo entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre; Sacramento augusto de la Ley de Gracia, que en él recibe su perfección y complemento, mediante la Comunión substancial del Sacratísimo Cuerpo de Cristo velado en las especies eucarísticas. Este Sacrificio perenne e incruento, que cada día se ofrece en innumerables aras, es promesa de inmortalidad y prenda sacrosanta

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del rescate humano. Por el forma la Cristiandad un cuerpo místico que recibe la savia de su Divino Fundador y liga a todos sus miembros con vínculos de caridad indisoluble. Sin la inmolación perpétua de la Víctima Sagrada no se concibe el sacerdocio ni el altar. La vida parece como que se disipa entre las nieblas de un intelectualismo vago, sin llama de amor ni eficacia en las obras. Este único y verdadero Sacrificio no es sombra y figura como los de la Ley Antigua, sino realidad presente y eterna, renovación del Sacrificio del Calvario, que salva a todo hombre que quiere salvarse. En él está la raíz del orden religioso, y por él se difunde en nuestra naturaleza regenerada y transfigurada el raudal de la Gracia.

Pero este raudal a todas partes llega, y no hay facultad humana que en sus aguas no se purifique, cuanto más aquella tan noble y excelsa, que a nuestro espíritu fué concedida, de manifestar, por medio de imágenes sensibles, la belleza ideal, pura, inmóvil y bienaventurada, como Platón la columbró en sus ensueños; como la mostró la Revelación cristiana, no en la vaga región especulativa, ni encubierta bajo las sombras y cendales del mito y de la alegoría, sino viva, triunfante y gloriosa en la Persona del Verbo Encarnado, fuente de todo bien y toda sabiduría. El Arte, pues, y cada una de las artes, principalmente el arte de la Poesía, que por su universalidad parece que las comprende a todas, ha sido en el pueblo cristiano, y sobre todo en el nuestro de la edad de oro, una forma de enseñanza teológica, una cátedra abierta a la muche. dumbre, no en el austero recinto de las escuelas, sino en la plaza pública, como en los días triunfantes de la democracia ateniense, a la radiante luz de nuestro sol nacido para reverberar en las Custodias y convertirlas en ascuas de oro. Con tales alas volaba el genio de nuestros poetas, ante millares de espectadores de imagi nación fresca y dócil, de entendimiento despierto y ágil para seguir las más sutiles abstracciones, y de voluntad tan perseverante y firme como recio era su brazo, templado en todos los campos de batalla del mundo.

Así nació aquel género dramático, tan propio y peculiar nues. tro, que a duras penas consiguen los más eruditos extranjeros darse cuenta de su especial carácter, y no son pocos los que con notoria impropiedad le usan como nombre genérico de toda repre sentación a lo divino. Los autos sacramentales tienen un tema único, aunque de fertilidad inagotable y desarrollado con riquísima variedad de medios y recursos artísticos: el dogma de la presencia eucarística. Este dogma es el que en las obras de nuestros poetas reduce a grandiosa unidad toda la economía del saber teológico, y reviste de símbolos y figuras, a un tiempo palpables y misteriosas, la historia y la fábula, el mundo sagrado y el gentil, los áridos

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