descubierto el Rey, y quedándose sólo en majadero el que era antes majadero y alcalde todo junto, cae la cortina; lo que comunicamos al público para su satisfacción. Aquí vuelve a empezar el estribillo de la silba con que rematan ahora todas las piezas. ¿Dónde hemos leído nosotros que poseía el teatro tantas come. dias nuevas para la próxima temporada cómica? Por la cruz que tenemos a cuestas con este teatro, no lo creemos; y no lo creemos, porque recordamos cierto caso que queremos contar a nuestros lec. tores, ya que con tanta comezón de contar nos encontramos hoy. Reñían un andaluz y otro andaluz, el uno más feo que el otro, y echábanse a la cara mil denuestos; cuando, cansado ya el uno del mucho vocear, y del no decirse nada en limpio, empinase en las puntas de los pies, y dícele a su adversario: -Pero, ¿qué habla usted ahí, compadre? si todo el mundo sabe que usted es hombre de dos caras. A lo que repuso el menos feo, no bien lo hubo oído: -Porque si usted tuviera otra cara-repuso el chulo-, no le veríamos nunca ésa que trae hoy. Si tuviera el teatro buenas comedias, ¿cómo le habíamos de ver nunca esos harapos de farsa que nos enseña? Carta Panegirica de ANDRÉS NIPORESAS a un tal DoN CLEMENTE Díaz, gran poeta y literato, en contestación a cierta sátira contra EL POBRECITO HABLADOR. ¡Válgame Dios, señor Don Clemente Díaz, y qué vehementes deseos tenía yo de que saliera a la palestra, armado de punta en blanco, todo un paladín, como vuestra merced parece, contra mi amigo el buen Bachiller Munguía! ¡Ya decía yo! Alguna desgracia debe de haber ocurrido a Don Clemente Díaz, cuando ni su reconocida reputación, ni su espíritu caballeresco, ni su mucho fondo de literatura han sido parte para obligarle a manchar cuatro páginas contra el impertinente Bachiller. ¡Gracias a Dios que nos ha quitado vuestra merced tan grande duda y sobresalto! Yo le juro, como soy Niporesas, que su enemistad y su intervención hacían falta notable a la buena fama de mi amigo Munguía. ¡Vuestra merced tan comedido y tan mesurado en toda su vida, como ha dicho cierto autor moderno, que nadie le conocía por poeta ni por literato hasta la presente? Verdad es que esto de no conocerle nadie ni por uno ni por otro, más que de no ser digno de verse como tal por todas las Españas pregonado, dependía de esa fatalidad que han de tener todos los hombres de pro, de ir acompañado su mérito de la más perfecta modestia. Ésta es la causa que ha debido tenerle hasta ahora tan atrasado en el concepto público. Pero no hay cuidado, todavía es tiempo de remediar, mal que bien, el daño que le ha causado su modestia referida; hase roto la nube caliginosa donde estaba malamente escondido su mérito, que sólo puede ganar con ser bien conocido, y ya amanece vuestra merced, como un astro apagado, por las puertas del oriente de la literatura. Mi primera idea, cuando tuve la primer noticia de que un literato (entonces no sabía yo todavía que había de ser vuestra merced) iba a escribir contra el Bachiller, sépase que fué acribillarle a sátiras y folletos, y no dejar en sus escritos pedazo entero y sano tamaño como una avellana, o como la especulación de vuestra merced, que todo es comparar. Pero luego que supe que era el impugnador un hombre tan conocido como Don Clemente Díaz, guardárame yo muy bien, dije para mí, de seguir en tan loco empeño; a más de respetarle como si fuera el mismo cólera morbo, vínome a la imagi nación que debía de haberse hecho con su bien parlado folleto un numeroso partido, compuesto todo de los ofendidos por el Hablador. ¡Qué de usureros prestamistas y qué de calaveras tramposos no miro ya en derredor suyo dispuestos a defenderle, qué de libreros mandrias, qué de autores silbados, qué de autores éticos de circunstancias, qué de capitanes de ocho años y de vistas ciegos, qué de públicos de todas especies, qué de perezosos de aquellos de Vuelva usted mañana», qué de autores batuecos, qué de batuecos convidadores, qué de gentes, en fin, que ni escriben ni leen, ni leen ni escriben, ni hablan ni oyen, tendrá dispuestos a sacar la cara por sus escritos! Verdad es que ellos son tales que no han menester encarecedores ni abogados; ellos solos se recomiendan por ser quien son, y por ser de mi señor Don Clemente Díaz, autor tan famoso en las edades futuras; porque es de advertir que si quiere llevar tan alto epíteto, sólo de esa manera ha de ser, pues que ni ya lo fué en los tiempos pasados, ni menos lo es en los presentes; culpa no de él, sino de los demás, que ignorábamos, como unos bestias, que teníamos un hombre siquiera en el país, y que ése era Don Clemente Díaz. Heme propuesto hacer su elogio, porque ha de saber que, si tiene algún apasionado, ése soy yo; y para que vea si soy amigo suyo, ha de tener entendido que yo sé que ha escrito un folleto, у esto prueba el interés que por sus cosas me tomo, atendido que no lo sabe nadie sino yo, el cartelero que ha puesto los carteles, y vuestra merced que lo sabrá también, pues es sin duda hombre que sabe lo que hace. Y uno de los motivos que me precisan a escribir esta carta es el deseo de que lo sepa el público; en saliendo, lo sabremos todos; pero, sépase o no se sepa, el caso es que vuestra merced ha escrito un folleto, y que este folleto es de Don Clemente Díaz, lo cual será una verdad eterna, aunque nadie más que él y yo lo sepamos; porque no dejan las cosas de ser ciertas por no ser sabidas; y pondré un ejemplo: supongamos por un momento que vuestra merced tiene talento, pero que esto no lo sabe nadie; ¿dejará por eso de existir el talento de vuestra merced en su cabeza o en cualquier otra parte del cuerpo (que ni esto está averiguado, ni yo ignoro que cada uno tiene su poco o mucho talento donde buenamente puede)? Digame vuestra merced, ¿dejará de tener el tal talento porque nadie lo haya podido traslucir hasta ahora? Ya se ve que mi argumento no tiene respuesta. No quisiera yo, por lo mismo que soy tan apasionado suyo, que se creyera parcial mi elogio; esto es ¡vive Dios! lo que me da pena, porque si digo que es malo el folleto, y hablo mal de Don Clemente Díaz, me han de responder luego, no que es gana de disimular nuestra amistad, sino que se descubre la que a mi amigo el Bachiller profeso; y si digo que es bueno, dirán que me burlo de mi señor Don Clemente Díaz, y ¡voto val que si tal dicen, mienten y remienten cuantas veces lo dijeren; que ni yo me burlo de vuestra merced, ni yo ignoro lo que vale un Don Clemente Díaz en estos tiempos tan escasos de poetas buenos y de literatos profundos. Dígame si no: si vuestra merced no acertara a tomar cartas en el juego, y a sacar la cara por los abusos y necedades criticados en el Hablador, ¿quién diantres la había de haber sacado? Quedáranse los necios menesterosos sin amparo ni defensa, que fuera gran lástima. No me dieran a mí otro trabajo que probar hasta la evidencia que vuestra merced no sólo es literato, en cuanto a que tiene esas letras tan gordas que dice, sino también caballero y generoso, amigo de enderezar tuertos y desfacer agravios. Prenda muy recomendable en estos tiempos tan egoístas que alcanzamos; y más para él, que de esa suerte podrá enderezar el que a sí mismo se ha hecho con su folletillo; por lo cual, aunque no fuera tan literato como es, había de bastar aquella prenda para hacerle pasar por hombre de bien, ya que no por poeta, como le sucedía a Don Eleuterio Crispin de Andorra; y también le juro a vuestra merced que vale mucho más ser hombre de bien y salvar su alma, que hacer buenos versos, si no se pudieren reunir entrambas cosas, lo cual sería lo mejor. Por ejemplo, ahí tiene vuestra merced a un Arouet (ya sabrá quién es, y si no, yo no se lo puedo decir más claro). ¿De qué le parecerá a vuestra merced que le sirvió hacer su Zaira y su Mahoma, con otras frioleras de gusto, si a la hora de ésta debe de estar probablemente hecho un torrado en los profundos? Esto es lo que me da rabia cuando leo un hermoso trozo de Homero y aun de Virgilio; siempre arrojo el libro diciendo: ¡Qué lástima que estos hombres no fuesen buenos cristianos, y hombres de bien como Don Clemente Díaz! Pues ¿y cuando leo a Horacio, a Juvenal y a Persio, y a Boaló, como vuestra merced escribe, o Boileau, como se llamaba él y escribimos nosotros? Entonces me ocurre al momento la misma idea que a vuestra merced. Si los abusos no se han de corregir por más sáti ras que se escriban, ¿para qué escribirlas? Eso mismo digo yo; por ejemplo: si mi amigo el Bachiller no ha de dejar de hablar, aunque más escriba vuestra merced folletos, ¿para qué es cansarse en escri. birlos? Eso digo para mí, y ya le hubiera citado a vuestra merced en varias ocasiones y en diversas cosas si no fuera porque, a pesar de lo famoso que ha de llegar a ser con el tiempo si sigue escri biendo folletos, no gusto nunca de hablar por boca de ganso, sino decir mis ideas tales cuales son, y mas que no se asemejen a las de Don Clemente Díaz, que todos no es posible tengamos las mismas ideas, como vuestra merced conoce mejor que yo. ¡Ay, qué bien ha hecho su maestro de primeras letras en ponerle a escribir! porque yo supongo generosamente que cuando empezó el folleto ya sabría leer de corrida; no porque yo crea que necesita irse soltando su estilo, que ya anda demasiado suelto, sino porque si lo hemos de leer, no hay otro medio sino que vuestra merced lo escriba. ¡Y cómo conoció el pícaro del maestro lo que podía prometerse del buen ingenio de Don Clemente Diaz! ¡Apostara yo el valor del primer ejemplar del folleto de vuestra merced, si es que se ha vendido ya, a que son para él las utilidades! ¡Y cómo lo ha entendido el muy ladino! ¿Como cuánto tiempo hará que vuestra merced hace versos, señor Don Clemente Diaz? ¿Cómo fué el descubrir vuestra merced que tenía esa estupenda habilidad, en sazón de estarse publicando los Pobrecitos Habladores? Otra preguntilla, y es la última por ahora. ¿Como cuántos años podrá tener vuestra merced? Porque, si como es de ingenioso es de precoz, ¡voto a Apolo que es una maravilla mi señor Don Clemente Díaz! ¡Y qué bien pone la pluma, у cuánto sabe! Sabe, por ejemplo, hacer el solito palabras compuestas, como, verbi-gracia, satírico-manía; sabe citar a Don Manuel Bretón de los Herreros y poner su epigrafito y todo, que es un contento; sabe que el famélico vate no debe lamentarse de lo que se lamentaron otros, sino que cada uno se lamente solo y de cosa distinta, y antes de lamentarse tenga buen cuidado de averiguar y saber si se lamentó otro de aquello mismo, y si no, no lamentarse. Si a su merced, por ejemplo, le salieran unos ladrones a robarle y le aporrearan, su merced que es vate famélico, según parece, no debiera lamentarse mas que le hubieran llenado de chichones el occipital o el frontal, porque ni su merced sería el primer aporreado, ni el primero que se ha lamentado de algún aporreo. Así que todo el toque del escribir está en hacerlo con anterioridad a los que han escrito antes que uno, cosa muy sencilla mirándolo despacio. En esto sigue Don Clemente Díaz su misma regla; por no repetir ideas de otros, tiene él las suyas hechas de tal manera, que ni yo las vi iguales, ni parecidas, en autor alguno que le haya antecedido, ni espero, ¡que esperar! que ningún hombre de talento, pasado, presente ni futuro, diga las cosas que Don Clemente dice. ¡Tánta es su originalidad y su deliciosa extravagancia! Sabe decir su merced que «gustara acaso Persio si escribiera solo»; añade que también Juvenal gustara con la misma circunstancia, y concluye diciendo que también otros ciento gustaran si escribieran solos. Me recordó este paso chistoso, capaz de hacer reir a cualquiera, como sin duda se lo ha propuesto el graciosísimo señor Don Clemente, el lance aquel de los doscientos gallegos que volvían de la siega y se dejaron robar porque venían solos. Don Clemente sabe además hacer metáforas, de las cuales no son las de menos donosa invención aquella de que «el mundo con muletas ande cojo»; la otra del «agostado juicio de mi amigo (¿si aludirá a que se casó en agostor); la otra de dejar ir su mente a rienda floja, y aquella otra tan revuelta y enmarañada y llena de escondrijos y retortijones que dice que exprime el Bachiller «el corto zumo de su ingenio para deshacerse en humo de sandeces por coger un premio de humo. Ésta, ésta es la que debe de haberle costado más noches de no dormir y más días de no pensar; y por fin la de los timbres de la nobleza que de la gloria en la mansión habita y eleva sobre el tiempo su cabeza»; y la lindísima de aquel fantasmón de arroyuelo que tenía «arrogante estilo (decir estas cosas es el único modo seguro de no parecerse a ningún otro buen autor). Esto es lo que se llama tener gracia natural para hacer reir; y ¡con qué arbitrio tan sencillo! Con sólo reunir Don Clemente en sus ratos ociosos palabras de aquí y de allí; barajarlas y ver qué efecto producen; y mas que no representen ideas que tengan relación entre sí, en cuyo caso se desbarataría gran parte de la gracia del juego. Sabe Don Clemente Díaz hacer versos aconsonantados sin consonante, caso que no ha acertado a conseguir ni ha intentado siquiera ningún poeta, ni famoso, ni sin fama, como cuando hace consonar velas con vendaba. ¡Tan cierto es que sólo al genio le está reservado abrir sendas desconocidas! Esto me trajo a la memoria aquel otro caso tan sabido del juego de prendas, en que se apuraba una letra, y era la g; había dicho alguno guitarra. -A usted le toca ahora, señorita--dijo a la persona siguiente el que llevaba el juego. A lo cual contestó ella con gran prisa y raro tino: que tiene el que ha salido triunfante de un grande apuro. |