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DON FERNANDO DE URQUIJO

(CURRO VARGAS)

POR LOS MADRILES

Pelicula de éxito.

-¿Quién «quié» vino?...

-¡Yo, padre!...

-¡Y yol...

-¡Y yo también!

-Anda, échame a mi una miaja...

Y el señor Manuel, riendo, empuña el frasco de Valdepeñas y

dice alegre a su mujer y a sus hijos:

-Bueno... jallá val... pero que «coste» que el que «la coja» la duerme...

-¡Y que no eres tú nadie exagerandol-le interrumpe la madre, a la vez que se prepara a recoger el enorme cazuelón vacío, que hace unos minutos estaba lleno de patatas guisadas.

El señor Manuel, feliz y satisfecho, se limpia el hirsuto bigote encanecido con el dorso de la mano, y, arrellenándose en la silla, explora los bolsillos de su americana vieja y llena de pintura.

-Tú, Felipe, trae el tabaco y las cerillas, que me las he «dejao> en la zamarra...

Felipe, un hombrecito de doce años, que ya ayuda a su padre y sabe dar la primera mano» de pintura o de barniz, se ha puesto rápidamente de pie, ha entrado en una habitación inmediata, y al poco rato ha surgido de nuevo con un petacón y una caja de cerillas de cocina.

Ahí lo «tié› usté, padre...-exclama el muchacho, dejando sobre la mesa ambas cosas.

El señor Manuel, al abrir la petaca, se encuentra un papelito rojo e impreso, muy doblado.

-Me le han «dao» en la calle, al volver de la obra-dice a sus hijos-; es el anuncio de una película muy «nombrá>...: «Los VAMPIROS... cinco mil metros... cuatro partes... juna cosa la mar de trágica!...

-Y, ¿en qué «cine» es, padre?-interrumpen a coro los mu chachos.

-Aquí lo dice, mirad: «Salón Novelty... Los VAMPIROS ¡Gran éxito!... Drama policíaco tenebroso y emocionante... Aventuras de una millonaria americana... El gran «detective» Hamilton y sus proezas maravillosas... Un naufragio... Un choque de trenes... Salvada por un submarino... Los misterios de Nueva York... Vea usted Los VAMPIROS»...

El efecto de esa lectura es instantáneo. La chiquillería ha puesto sitio al señor Manuel, diciéndole a voces:

-¡Padre, llévenos usted!...

-¡Padre, ande usted!...

-¿Verdad que iremos?...

-¡Padre, hoy que es sábado!...

La señora Raimunda acude, intrigada por el griterío.

-Pero ¿qué sucede?... ¿Qué ocurre?...

-¡Madre, una película de ladrones!...

-¡Ande usted, dígale usted a padre que nos lleve!...

-¡Eso mismito!... ¡Al «cine»!...-exclama la buena mujer-. ¡Y una semana comiendo fiambre!... ¡A la cama es donde vais a ir «toos»!!

Se hace un silencio. Los pequeños sollozan. El señor Manuel echa cuentas.

-Tú, Raimunda... - le dice por fin a su mujer.

-¿Qué sucede?...

-Que es sábado...

-Lo sabía hace rato... ¿Y qué?...

-<Na... que a los chicos les ha entrao» eso de ir al «cine», y

que... total.. una noche es una noche...

-¡Eres tú peor que ellos, Manuell...

-Fíjate... suma: «cero treinta por persona...

-Cero treinta que, como «semos los que «semos»... ¡«el Credit Lyonais»!!... Y una luego, ¡trabajando en el alambre cuando una va a la compral...

-Chica, de «perdíos... ¡al «cine»!... ¡Esto se ha acabao!... ¡Arreglarse «todos! ¡Al «címini»!...

A los veinte minutos, el señor Manuel, embutido en su zamarra de cuello de astrakán, y la señora Raimunda, con el mantón alfombrado de las grandes solemnidades», salían de su cuartito chamberilero escoltando a los cinco mocetes con que Dios hubo de bendecir su santa unión.

Junto a la taquilla del Salón Novelty se ha formado una cola de público grandísima.

-¡Anda, métete, que si no, nos quedamos al fresco!...
-Esperarse aquí a que yo tome las localidades...

El señor Manuel trata de colocarse en la fila.
-Oiga usted, no sea usted tan «súpito», y pida usted la vez...
-Señora, ¡qué barbaridad!... ¿Es usted la esposa de Guiller-

mo II?...-contesta el señor Manuel amostazado.

-Soy la... ¡Cibeles!... Pues, hijo, trae usted más prisa que el rápido... ¡Qué miedo!...

Un individuo mal encarado, de gorrilla y «tufos», interviene. -La «señora-dice, recalcando mucho las palabras-se expresa en términos propios, y es usted el que está en el extrarradio del sentido común,..

El señor Manuel, hombre pacífico, bondadoso, pero capaz de repeler todo género de agresiones, mira atentamente al chulapo interruptor, y le replica sencillamente:

-Y usted ¿quién es?

Hay una pausa larga. El guapo» de la gorra sale de la fila. La gente observa ya con interés la escena, previendo algo desagradable. -Yo soy... contesta el guaja», poniendo su nariz chata y su boca a dos centímetros de la nariz y de la boca del señor Manuelun hombre, y a veces un especialista dando tortas»!... ¿Quié» usted un recibo?...

Se ha formado un revuelo de gente. Voces femeninas han comenzado a gritar:

-¡Guardias!... ¡Guardias!!

Una mujer, dando gritos, se abre paso a empellones.
-¡Manuel!... ¡Ay, mi Manuel de mi alma!... ¡Manuel!!!

En el grupo surge el casco de un guardia. El señor Manuel, congestionado y con la zamarra desabrochada, tranquiliza a su mujer y a sus pequeñuelos, que le rodean llorando.

-¡No ha «sío» nada!... ¡«Na»!... ¡Que no ha «pasao» «na»!...

Y, en efecto, no ha pasado nada terrible. El señor Manuel que levantó el puño; que lo dejó caer sobre las narices del «valiente»; que el valiente» rodó por el empedrado de la calle, y que ahora el matón, ya repuesto, se limpia confuso, poniéndose en pie.

Sin embargo, hay que ir a la Comisaría. Los guardias lo deciden de una manera rotunda. Son inútiles los ruegos, los llantos, todo. En la Comisaría irrumpen los detenidos. Con el señor Manuel van la señora Raimunda y sus hijos. Un escribiente medio dormido coge maquinalmente la pluma y unos pliegos grandes de papel.

-Pero isi no ha sido más que un puñetazo!--exclama el señor Manuel.

-¡No importa!-le replican-. ¡Callese usted!...

-¡Ay, mi marido, que me lo echan al Modelo!,..-solloza la señora Raimunda.

-¡Padre, padre... aquí estamos!-dicen los chicos entre lágrimas.

Y el terrible individuo de la pluma va llenando pliegos y más pliegos, mientras otro señor, con voz de ultratumba, interroga con cierto sonsonete muy desagradable.

-¿Cómo se llama usted?... ¿Habita?... ¿Edad?...

Al filo de la media noche, ya libre y con la ingrata perspectiva de un juicio de faltas, el señor Manuel y los suyos entran en su humilde cuartito de Chamberí.

-¡Sí que se las ha «traío» la películal-exclama, abriendo la puerta, el señor Manuel.

Y la señora Raimunda, dando un suspiro muy hondo, contesta:

-¡Ha «sío en colores!!...

(El Debate).

La careta Nerón.

-¡Santas y buenas noches!...

-¡Pase usted, señora Ramona; pase usted!...

-¡Sí, hija; voy a sentarme una miaja, porque con estas carnes

y esta escalera llega una al nido lo que se dice estronzá!... -¿Y el señor Aurelio?.... Y los chicos?...

-¡Bregando con todos, hija!... ¡Qué críos y qué mozo» me ha tocao en suerte! ¡Bendito Dios!... ¡Hay que ver!...

-¡Vamos, señora Ramona, no se queje usted, que los chicos los tiene usted bien gordos y bien sanos; y el señor Aurelio tendrá sus <prontos», pero como honrao y trabajador y de su casa, lo es!...

-Hija, todo eso es verdad; pero... de alguna cosa le viene el mote. «Nerón» le llaman todas las vecinas, y por «Nerón» dan razón de él hasta las chinches!...

-Los prontos y nada más que los prontos».

-¡Qué duda cabe!... ¡Pero unos «prontos que la tienen a una sobresaltá a toas horas y pensando qué puchero o qué botella va a venirle a una a la cabeza!... ¡Hija, es un hipo de pánicol... ¿Que se te ahuma la cena? ¡Una catástrofe! ¿Que las creaturas no están mudas? ¡Un terremoto! ¿Que te entretienes una miaja en la portería? ¡El desmochel ¿Que no está too limpio y ventilao y a su hora? ¡La guerra en Flandes!... Tú, natural... Como ties ese marido que se cae de bueno... ¡Porque mira que hay que fijarse lo bueno que es Felipel...

-Sí, señora, es muy bueno; ¡pero muy desgraciado el pobre! ¡Ni salud ni alegría nunca! ¡Ganándolo a fuerza de voluntad y sin poder! ¡matándose para que los suyos no se mueran de hambrel...

¡Felipe de mi alma!... ¡Si usted le hubiese visto, señora Ramona, tambaleándose, encogidito, abrasado por la calentura, con los ojos allá en lo hondo y ahogao por la tos!... ¡Así ha estao yendo una semana entera, y así ha sucedido lo que tenía que suceder!...

-¿Y cómo sigue?... ¿Cuándo le has visto?...

-Antiayer estuve con los niños a darle un beso... ¡Qué triste es el Hospital, señora Ramona!... Mire usted, ¡parecía que una mano muy grande me estrujaba el corazón! ¡Pobrecito mío!... hecho una pavesa... con aquella fatiga... y queriendo reir todavía para darme animos: «Chica no te apures, que esto no es ná; que estoy mucho mejor, y de aquí a unos días me tenéis en casa». ¡En casa!... ¡Virgen de la Paloma, si eso pudiera ser!...

-¡Amos, amos, Mercedes, que lo último es verlo too negro!... Aquí el «conflito» está en que no ganándolo él, vosotros...

-¡Usted calcule, señora Ramonal... ¡En quince días lo he empe ñado todo!... Desde hace tres, días se acabó...

-¿Y por dónde vas a tirar, muchacha?...

-¿Por dónde?... ¡Ni yo misma lo sé!... Es decir, sí señora, lo sé; busco trabajo, trabajo honrado, en lo que sea, para lo que sea... Lo peor, ¡Virgen Santísima, es que no lo encuentro!... Por la mañana, tempranito, echo la llave a la puerta, le digo a la señora Dolores que ahí quedan los niños y ja correr Madrid!... ¡A buscar, a buscar!...

-¿Has encontrao al cabo alguna cosa?...

-Ahí lo tiene usted, encima de esa silla... Unos pañuelos para bordado... ¡Un real cada letra!... Esta noche me quedaré traba jando...

-¡Pero mujer?... ¡Con esta luz?... ¡Si no se ve gotal...

-Pues sí, señora, con esta luz... ¡Qué remedio!... Por mi, crea usted, que no me importaría; pero, son esas dos criaturas de mi alma, que hoy, en todo el día, no han tomado otra cosa que medio cuartillo de leche, y antes de acostarse y de darme un beso, me han preguntado: «Mamá, no tenemos esta noche cena tampoco»... Ah, no, señora Ramona; es preciso que mañana haya cena... ¡siquiera para ellos!... ¡Es preciso!...

-Sí, hija mía... «ties» razón... ¡Qué «trigedias» ve una!... ¡Y sin poder echar una mano, mas que la voluntad no falte!... Esta noche mismo te cogerá sin haber catao alimento, como aquel que dice, y... ¡trabaje usted y no duerma usted, y acuérdese usted del «otro», que está penando en el Hospital, sin un cariño ni un consuelo!...

En el patio retumba la voz ronca del señor Aurelio.
-¡Ramona!... ¡Ramonaaa...a!!

La señora Ramona, pese a su abdomen gigantesco, da un salto

como una corza:

-¡Nerón!...

-¡Váyase usted corriendo!

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