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-¿En elas? ¡uendaba!

-¡Bravo, Don Clemente! ¿Ven ustedes? Ya salimos del paso. Recuérdame esto, otro cuentecito que me contó mi maestro: un poeta nuevo, como vuestra merced, señor Don Clemente, tenía que hacer una oda a un amigo suyo, a quien habían sacramentado; él había visto que en las odas solía haber unos versos cortos y otros largos, y dijo: «Si en eso consiste, odas haré yo también», que es lo que a vuestra merced le habrá sucedido con los tercetos: hizo, pues, su oda, y, describiendo la mala noche, concluía una estrofa con estos dos versos...

Y era tan fuerte el viento,

Que se apagaban las hachas de los que por purísima devoción iban alumbrando [al Santísimo Sacramento.

Bien es verdad que si vuestra merced tenía que decir la palabra vendaba por razones particulares que ignoro y que él acaso sabrá, aunque hubiera hablado más arriba de velas por el mar del frívο· lo, que aunque no está en el mapa, culpa de los mapistas, sabe vuestra merced muy bien cuál es, no era cosa de andarse horas enteras a buscar consonante en elas para decir otra cosa que lo que quería decir; primero es la verdad que el consonante, y ser franco que ser poeta; y volvemos a aquello de la hombría de bien: ya sabe vuestra merced, señor Don Clemente, que para ganar el cielo no se necesita tener el oído muy delicado. ¿Quién sabe si a vuestra merced le sonará lo mismo velas que vendaba por la regla de apurar la letra y empezar todo con v?

Lástima grande que no habite encima del cuarto de usted algún poeta, para que hiciese con él lo que Pedro Corneille con su hermano Tomás: aquel tenía hecha, como vuestra merced no sabrá, una trampilla en el piso de su habitación, sólo para pedirle, en los graves apuros, consonantes a su hermano, que vivía debajo de él.

Digame vuestra merced la verdad, como si nadie nos oyera: ¿Vuestra merced entiende los consonantes al revés, y cree que han de consonar las palabras por el principio o por el fin? En este caso le sucederá lo que a aquel cochero beodo que montó la mula al revés, y tomándole el rabo por riendas, arreaba y pegaba latigazos a su inocente coche.

Sabe el señor Don Clemente además que todo el que no sea hombre de talento debe domar toros; de donde se infiere que todos los tontos deben ser vaqueros, y que la clase de vaqueros debiera ser la más numerosa de la sociedad, porque los más son tontos, como vuestra merced sabe. Vuestra merced debe saber mucho de domar toros, a no ser que haya dicho lo del toro por ser su satirilla en tercetos, y haber de consonar con oro y tesoro en cuyo caso no he dicho nada, y tiene él razón, a pesar de que otras veces no se pára en consonantes, y teniendo su vendaba a mano para estos casos apurados, no había de recurrir a la tauromaquia.

¿Y qué de cosas más sabe vuestra merced? ¿Apostamos algo a que sabe también dónde tiene la mano derecha?

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¿Con que ha leído vuestra merced a Juvenal, y a Persio, y a Boileau? ¿Y qué más libros ha leído vuestra merced? ¿Como a qué edad empezaría mi señor Don Clemente Díaz a leer? ¡Vaya que es un Centón mi señor Don Clemente Díaz! ¿Ha leído vuestra merced también el Hablador que critica? Porque ya veo que es muy capaz de leer hasta lo que no está escrito, y hasta de escribir lo que no se haya de leer. Yo, amigo Don Clemente Díaz, no leo tanto, a pesar de que he leído el folleto de vuestra merced, que, sin vanidad, ni hay muchos que puedan decir otro tanto, ni habrá uno solo que me niegue que se necesita para ello tener afición decidida a la lectura.

En lo que tiene razón es en decir que los poetas no han de buscar con qué vivir, sino gloria, y yo estoy seguro de que él no busca más que gloria; como se echa de ver en aquello de regalarnos el folleto por dos reales cada ejemplar, que atendido su mérito, es lo mismo que decir de balde; así que la gloria debe ser para vuestra merced una especie de maná; si bien yo tengo para mí que no ha de echar muchas carnes con la que le ha valido su folleto; imagino que le ha de costar algunos días el digerirla, pues tengo entendido que es alimento fuerte para estómagos flacos. Ni es justo que el poeta vea su comedia, ni que se le premie por ella. ¡Disparate! ¡Cómo se conoce que no ha hecho Don Clemente Díaz ninguna comedia! No porque no haya podido, sino por no emporcarse las manos con las medallas de plata carcomidas que suele cobrar el poeta. Supuesto que Don Clemente cobra en laureles, ¿como cuánto laurel vendrá a tener vuestra merced hacinado en su casa? Vamos serios, Don Clemente Diaz, hagamos una especulación; que como nos lo ponga a un precio moderado, ¿quién sabe si pudiéramos hacer negocio?

Hanme dicho malos amigos de su folleto que es gran lástima que no tenga más gracia de la que tiene, porque, a tenerla, todos nos hubiéramos divertido, y vuestra merced el primero.

No haga caso de habladurías, que si se parara en lo que dicen, era cosa de no volver a escribir. Lo único que le aconsejo yo es que, cuando diga verdades, las diga claras y no se ande con rodeos de la pieza remendada en prosa, sino que la nombre; diga los verdaderos defectos del Hablador, y si no los conoce, acuda a nosotros, el Bachiller y yo, que somos uña y carne, y se los hemos de apuntar; algunos tiene que vuestra merced se ha dejado en el tintero.

Esperamos, pues, señor Don Clemente Díaz, que siga en otras sátiras y folletos corriendo tras de la gloria, por si la puede alcanzar, aunque ella va de prisa y le lleva bastante delantera. Si bien el Hablador no admite ni da contestaciones, yo, que soy su amigo, a quien no alcanza el entredicho, le podré contestar; y si no le contestase más, lo cual es muy posible, no por eso se desanime, sino escriba y versifique, y no defraude malamente a la posteridad del fruto que podrá sacar de sus vastos conocimientos; tenga entendido que ha nacido para escribir folletos, y todo lo demás es errar la vocación y no cumplir con la obligación que traen al mundo los hombres grandes, de ilustrar a sus semejantes, si es que vuestra merced tiene semejantes. Yo por mi parte le aseguro por la fe de caballero, que aplicándose, ha de llegar a hacer sátiras muy regu lares, lo cual debe vuestra merced hacer tanto más cuanto que puede vivir seguro de que encontrará siempre en mí un panegirista celoso de su gloria, y de que no se menoscabe en nada la colosal reputación que tiene adquirida en el mundo literario, como Clemente, como Díaz, como poeta y como satírico, y mas que perjudiquen a los intereses del Bachiller sus claras luces y sus terribles impugnaciones.

ANDRÉS NIPORESAS

Nota. Sabedor el autor de esta carta de que se ha introducido la moda de terminar las cuestiones literarias por medio de duelos o quebrantos de huesos, advierte al público que en su redacción no se admiten palizas ni desafíos.

DON JOSÉ MARÍA QUEIPO DEL LLANO

CONDE DE TOREΝΟ

1786-1843

Hijo de ilustre familia asturiana, nació en Oviedo, de donde salió siendo niño. Fué educado en Madrid, y allí se hallaba en los trágicos días de Mayo de 1808.

Levantada en armas la Península, se acogió a Asturias y entró a formar parte de la Junta del Principado. Viajó con provecho por gran parte de Europa, e intervino en casi todos los acontecimientos políticos de España, desde 1808 a 1840. Murió en París.

En la Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, se revela el Conde de Toreno, a la vez que investigador incansable y discreto, hábil y afortunado expositor y escritor elegante y castizo. Orden, claridad, precisión, interés y vigor de estilo son las virtudes más salientes de esta obra.

Se le ha censurado con razón el uso de palabras y formas arcaicas, que a veces tienen sabor de cosa afectada, aunque tal vez le brotaban espontáneamente, por efecto de su familiaridad con los libros antiguos.

De más importancia es el reparo que hay que poner a su historia por la simpatía que en ella se muestra hacia las ideas liberales que fueron el alma de las Cortes de Cádiz; ideas que nos han traído, dice el Marqués de Valmar en la biografía de Toreno, males de curación larga y difícil: la discordia, la insubordinación social, la indiferencia religiosa».

Recordemos sin embargo que las opiniones del Conde se rectificaron los últimos años de su vida.

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