DE LA «HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO, GUERRA : Motin de Aranjuez.-Caída de Godoy. Los habitadores de España, alejados de los negocios públicos, y gozando de aquella aparente tranquilidad, propia de los Gobiernos despóticos, estaban todavía ajenos de prever la avenida de males que, rebalsando en su suelo como en campo de barbechado, iban a cubrirle de espantosas ruinas. Madrid, sin embargo, agitado ya con voces vagas e inquietadoras, creció en desasosiego con los preparativos que se notaron de largo viaje en casa de Doña Josefa Tudó, particular amiga del Príncipe de la Paz, y con la salida de éste para Aranjuez el día 13 de Marzo. Sin aquel incidente no hubiera la última ocurrencia llamado tanto la atención, teniendo el valido por costumbre pasar una semana en Madrid y otra en el Sitio, en que habitaban SS. MM., quienes de mucho tiempo atrás se detenían solamente en la capital dos meses del año, y aun en aquél, al trasladarse en Diciembre del Escorial a Aranjuez, no tomaron allí su habitual descanso, retraídos por el universal disgusto a que había dado ocasión el proceso del Príncipe de Asturias. Vióse muy luego cuán fundados eran los temores públicos, porque al llegar al Sitio el Príncipe de la Paz, y después de haber conferenciado con los Reyes, anunció Carlos IV a los Ministros del Despacho la determinación de retirarse a Sevilla. A pesar del sigilo con que se quisieron tomar las primeras disposiciones, se traslució bien pronto el proyectado viaje, y acabaron de cobrar fuerza las voces esparcidas, con las órdenes que se comunicaron para que la mayor parte de la guarnición de Madrid se trasladase a Aranjuez. Prevenido para su cumplimiento el Capitán General de Castilla la Nueva, Don Francisco Javier Negrete, se avistó en la mañana del 16 con el Gobernador del Consejo el Coronel Don Carlos Velasco, dándole cuenta de la salida de las tropas en todo aquel día, en virtud de un decreto del Generalisimo Almirante, y previniéndole al propio tiempo, de parte del mismo, publicar un bando que calmase la turba. ción de los ánimos. No bastándole al Gobernador la orden verbal, exigió de Don Carlos Velasco que la extendiese por escrito, y con ella se fué al Consejo, en donde se acordó, como medida previa y antes de obedecer el expresado mandato, que se expusiesen reverentemente a S. M. las fatales consecuencias de un viaje tan precipitado. Aplaudióse la determinación del Consejo, aunque nos parece que no fué del todo desinteresada, si consideramos la incierta y precaria suerte que, con la temida emigración, más allá de los mares, de la dinastía reinante, había de caber a muchos de sus servidores y empleados. Así se vió que hombres que, como el Marqués Caballero, en los días de prosperidad habían sido sumisos cortesanos, fueron los que con más empeño aconsejaron al Rey que desistiese de su viaje. Fuese influjo de aquellos representados, o fuese más bien el fundado temor a que daba lugar el público descontento, el Rey trató momentáneamente de suspender la partida, y mandó circular un decreto a manera de proclama, que comenzaba por la desusada fórmula de: Amados vasallos míos. La gente ociosa y festiva comparaba, por la novedad, el encabezamiento de tan singular publicación al comenzar de ciertas y famosas relaciones que en sus comedias nos han dejado el insigne Calderón y otros ingenios de su tiempo; si bien no asistía al ánimo bastante serenidad para detenerse al examen de las mudanzas e innovaciones del estilo. Tratábase en la proclama de tranquilizar la pública agitación, asegurándose en ella que la reunión de tropas no tenía por objeto ni defender la persona del Rey, ni acompañarle en un viaje que sólo la malicia había supuesto preciso; se insistía en querer persuadir que el ejército del Emperador de los franceses atravesaba el reino con ideas de paz y amistad, y sin embargo, se daba a entender que, en caso de necesidad, estaba el Rey seguro de las fuerzas que le ofrecerían los pechos de sus amados vasallos. Bien que con este documento no hubiese sobrado motivo de satisfacción y alegría, la muchedumbre, que leía en él una especie de retractación del intentado viaje, se mostró gozosa y alborozada. En Aranjuez apresuradamente se agolparon todos a Palacio, dando repetidos vivas al Rey y a la familia real, que juntos se asomaron a recibir las lisonjeras demostraciones del entusiasmado pueblo. Mas como se notó que en la misma noche del 16 al 17 habían salido las tropas de Madrid para el Sitio, en virtud de las anteriores órdenes, que no habían sido revocadas, duró poco y se acibaró presto la común alegría. Entonces se desaprobó generalmente la resolución tomada por la corte de retirarse hacia las costas del mediodía, y de cruzar el Atlántico en caso urgente. Pero ahora, que con fría imparcialidad podemos ser jueces desapasionados, nos parece que aquella reso lución, al punto a que las cosas habían llegado, era conveniente y acertada, ya fuese para prepararse a la defensa, ò ya para que se embarcase la familia real. Desprovisto el erario, corto en número el ejército e indisciplinado, ocupadas las principales plazas, dueño el extranjero de varias provincias, no podía en realidad oponérsele otra resistencia, fuera de la que opusiese la nación, declarándose con unanimidad y energía. Para tantear este solo y único recurso, la posición de Sevilla era favorable, dando más treguas al sorprendido y azorado Gobierno. Y si, como era de temer, la nación no respondía al llamamiento del aborrecido Godoy ni del mismo Car. los IV, era para la familia real más prudente pasar a América que entregarse a ciegas en brazos de Napoleón. Siendo, pues, esta determinación la más acomodada a las circunstancias, Don Manuel Godoy, en aconsejar el viaje, obró atinadamente, y la posteridad no podrá en esta parte censurar su conducta; pero le juzgará, sí, gravemente culpable en haber llevado como de la mano a la nación a tan lasti. moso apuro, ora dejándola desguarnecida para la defensa, ora introduciendo en el corazón del reino tropas extranjeras, deslumbrado con la imaginaria soberanía de los Algarbes. El reconcentrado odio que había contra su persona fué también causa que, al llegar al desengaño de las verdaderas intenciones de Napoleón, se le achacase que de consuno con éste había procedido en todo; aserción vulgar, pero tan generalmente creída en aquella sazón, que la verdad exige que abiertamente la desmintamos. Don Manuel Godoy se mantuvo en aquellos tratos fiel a Carlos IV y a María Luisa, sus firmes protectores, y no anduvo desacordado en preferir para sus Soberanos un cetro en los dominios de América, más bien que exponerlos, continuando en España, a que fuesen destronados y presos. Además Godoy, no habiendo olvidado la manera destemplada con que en los últimos tiempos se había Napoleón declarado contra su persona, recelábase de alguna dafñada intención, y temía ser víctima ofrecida en holocausto a la venganza y público aborre. cimiento. Bien es verdad que fué después su libertador el mismo a quien consideraba enemigo; mas debiólo a la repentina mudanza acaecida en el Gobierno, por la cual fueron atropellados los que confiadamente aguardaban del francés amistad y amparo, y protegido el que se estremecía al ver que su ejército se acercaba: tan inciertos son los juicios humanos. Averiguada que fué la traslación de las tropas de la capital al Sitio, volviéronse a agitar extraordinariamente las poblaciones de Madrid y Aranjuez con todas las de los alrededores. En el Sitio con. tribuía no poco a sublevar los ánimos la opinión contraria al viaje, que pública y decididamente mostraba el Embajador de Francia, sea que ignorase los intentos de su amo y siguiera abrigando la esperanza del soñado casamiento, o sea que tratara de aparentar. Nos inclinamos a lo primero. Mas su opinión, al paso que daba bríos a los enemigos del viaje para oponerse a él, servía también de estímulo y espuela a sus partidarios para acelerarle, esperando unos y temiendo otros la llegada de las tropas francesas que se adelantaban. En efecto, Murat dirigía por Aranda su marcha hacia Somosierra y Madrid, y Dupont, por su derecha, se encaminaba a ocupar a Segovia y el Escorial. Este movimiento hecho con objeto de impeler a la familia real, intimidándola, a precipitar su viaje, vino en apoyo del Príncipe de Asturias, alentándole con tanta más razón, cuanto parecía darse la mano con el modo de explicarse el Embajador, Murat en su lenguaje descubría incertidumbre, imputándose entonces a disimulo lo que tal vez era ignorancia del ver. dadero plan de Napoleón. Al después tan malogrado Pedro Velarde, comisionado para acompañarle y cumplimentarle, le decía en Buitrago, en 18 de Marzo, que al día siguiente recibiría instrucciones de su Gobierno; que no sabía si pasaría, o no, por Madrid, y que, al continuar su marcha a Cádiz, probablemente publicaría en San Agustín las miras del Emperador, encaminadas al bien de España. Avisos anteriores a éste, y no menos ambiguos, ponían a la corte de Aranjuez en extremada tribulación. Sin embargo, es de creer que cuando el 16 dió el Rey la proclama en que públicamente desmentía las voces de viaje, dudó por un instante llevarlo, o no, a efecto, pues es más justo atribuir aquella proclama a la perplejidad y turbación propias de aquellos días, que al premeditado pensamiento de engañar bajamente a los pueblos de Madrid y Aranjuez. Continuando, no obstante, los preparativos de viaje, y siendo la desconfianza en los que gobernaban fuera de todo término, se esparció de nuevo y repentinamente en el Sitio que la salida de SS. MM. para Andalucía se realizaría en la noche del 17 al 18. La curiosidad, junto probablemente con oculta intriga, había llevado a Aranjuez, de Madrid y de sus alrededores, muchos forasteros, cuyos semblantes anunciaban siniestros intentos; las tropas que habían ido de la capital participaban del mismo espíritu, y cierta. mente hubieran podido sublevarse sin instigación especial. Asegu. róse entonces que el Príncipe de Asturias había dicho a un guardia de corps, en quien confiaba: «Esta noche es el viaje, y yo no quiero ir; y se añadió que con el aviso cobraron más resolución los que estaban dispuestos a impedirlo. Nosotros tenemos entendido que para el efecto advirtió S. A. a Don Manuel Francisco Jáuregui, amigo suyo, quien, como oficial de guardias, pudo fácilmente con certarse ya con sus compañeros de inteligencia, ya con otros de los demás cuerpos. Prevenidos de esta manera, el alboroto hubiera comenzado al tiempo de partir la familia real. Una casualidad lo anticipó. Puestos todos en vela, rondaba voluntariamente el paisanaje durante la noche, capitaneándole disfrazado, bajo el nombre de tio Pedro, el inquieto y bullicioso Conde del Montijo, cuyo nombre en adelante casi siempre estará mezclado con los ruidos y asonadas. Andaba asímismo patrullando la tropa; y unos y otros custodiaban |