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muy entrado el año de 1515. Pedrarias, que, desconfiado y receloso, solía detener las cartas que iban de Europa, hasta las de los parti. culares, detuvo los despachos de Balboa, con ánimo de no darles cumplimiento. No era de extrañar que así lo hiciese: las provincias que se le asignaban en ellos eran las que más prometían, así por su riqueza como por el talento del jefe que se les enviaba; mientras que las que quedaban sujetas a la autoridad de Pedrarias eran sola. mente las contiguas al golfo, y de ellas las de Oriente indómitas y feroces, pobres y agotadas ya las de Occidente.

No fué, empero, tan secreta la ratería del Gobernador, que no la llegasen a entender Vasco Núñez y el Obispo. Levantaron al ins tante el grito, y empezaron a quejarse de aquella tiranía, principal. mente el Prelado, que hasta en el púlpito amenazaba a Pedrarias, y decía que daría cuenta al Rey de una vejación tan contraria a su voluntad y servicio. Temió Pedrarias, y llamó a consejo a los oficiales reales, y también al Obispo, para determinar lo que había de hacerse en aquel caso. Eran todos de opinión que no debían cumplirse los despachos hasta que el Rey, en vista de la residencia de Balboa y del parecer de todos, manifestase su voluntad. Pero las razones que les opuso el Obispo, fueron tan fuertes y tan severas, cargólos con una responsabilidad tan grande, si por escuchar sus miserables pasiones suspendían el efecto de unas gracias concedidas a servicios eminentes y notorios en los dos mundos, que puso miedo en todos, y más en el Gobernador, que resolvió dar curso a los despachos, tal vez porque pensó allí mismo el modo de inutilizarlos. Llamaron, pues, a Vasco Núñez y le dieron sus títulos, exigiendo previamente palabra de que no usaría de su autoridad ni ejercería su gobernación sin licencia y beneplácito de Pedrarias; ofreciólo él así, no sabiendo que en ello pronunciaba su sentencia, y se empezó a llamar públicamente Adelantado de la mar del Sur.

Esta nueva y reconocida dignidad no le salvó de un atropella. miento que sufrió poco después. Viéndose pobre y perseguido en el Darién, y acostumbrado como estaba a mandar, quiso buscar ca. mino para salir del pupilaje y dependencia en que allí se le tenía, y antes de esta época había enviado a Cuba a su compañero y amigo Andrés Garabito para que le trajese gente, con la cual por Nombrede Dios proyectaba irse a poblar en la mar del Sur. Volvió Garabito con sesenta hombres y provisión de armas y demás efectos necesarios a la expedición, cuando ya se había dado cumplimiento a los despachos y títulos de Balboa. Surgió a seis leguas del Darién y avisó secretamente a su amigo; mas no fué tan secreto, que Pedrarias dejase de entenderlo. Furioso de enojo, y tratando aquel proce. dimiento como criminal rebeldía, hizo prender a Balboa, y quería también encerrarle en una jaula de madera. Esta indignidad, sin embargo, no se puso en ejecución: medió el Obispo, concedió el

Gobernador a sus ruegos la libertad de Balboa, y volvieron a ser en apariencia amigos.

No se contentó con esto el infatigable protector. Era, como se ha dicho, Pedrarias viejo y de salud muy quebrada; tenía en Castilla dos hijas casaderas, y el Obispo emprendió formar entre él y Balboa un lazo que fuese indisoluble. Díjole que en tener oscurecido y ocioso al hombre más capaz de aquella tierra, nadie perdía más que él mismo, puesto que perdía cuantos frutos pudiera producirle la amistad de Balboa. Éste, al fin, de un modo o de otro, había de hacer saber al Rey la opresión y desaliento en que le tenía, con desdoro suyo y perjuicio del Estado. Valia más hacerle suyo de una vez, casarle con una de sus hijas, y ayudarle a seguir la carrera brillante que la suerte al parecer le destinaba. Mozo, hijodalgo y ya Adelan. tado, era un partido muy conveniente a su hija, y él podría des. cansar en su vejez, dejando en las manos robustas de su yerno el cuidado y estrépito de la guerra. Así, los servicios que hiciese Vasco Núñez, se reputarían por suyos, y cesarían de una vez aquellas pasiones, aquellas contiendas tristes que tenían dividido en bandos el Darién y entorpecido el progreso de los descubrimientos y con. quistas. Lo mismo dijo a Doña Isabel de Bobadilla, que, más afecta al descubridor, se dejó persuadir más pronto, y al fin inclinó al Gobernador a dar las manos a aquel enlace (1516). Concertáronse, pues, las capitulaciones, el desposorio se celebró por poder, y Balboa fué yerno de Pedrarias y esposo de su hija mayor Doña María.

Fuése con esto el Obispo a Castilla creyendo que con aquel concierto dejaba asegurada la fortuna y dignidad de su amigo. Pedrarias le llamaba hijo, le empezó a honrar como a tal, y lo escribió así, lleno, al parecer, de gusto y satisfacción, al Rey y a sus ministros. Después, para darle ocupación, le envió al puerto de Cáreta, donde a la sazón se estaba fundando la ciudad de Acla, para que acabase de establecerla y desde allí tomase las disposiciones conve. nientes para los descubrimientos en la mar opuesta. Hízolo así Balboa, y luego que asentó los negocios de Acla, empezó a dar todo el calor posible a la construcción de bergantines para la ansiada expedición. Cortó allí la madera necesaria, y ella y las áncoras, la jarcia y clavazón, todo fué llevado a hombros de hombres de mar a mar, atravesando las veinte y dos leguas de sierras ásperas y fragosas que allí tiene el istmo de camino. Indios, negros y españoles trabajaban, y hasta el mismo Balboa aplicaba a veces sus brazos hercúleos a la fatiga. Con este tesón consiguió al fin ver armados los cuatro bergantines que necesitaba; pero la madera, como recién cortada, se comió al instante de gusanos y no fué de provecho alguno. Armó otros barcos de nuevo, y se los inutilizó una avenida. Volviólos a construir con nuevos auxilios que trajo de Acla y del Darién, y, luego que estuvieron a punto de servir, se arrojó en ellos

al golfo, se dirigió a la isla mayor de las Perlas, donde reunió gran cantidad de provisiones, y navegó algunas leguas al Oriente en demanda de las regiones ricas que los indios le anunciaban. No pasó, empero, del puerto de Piñas; y, parte por recelo de aquellos mares desconocidos, parte por deseo de concluir enteramente sus preparativos, se volvió a la isla y dióse todo a activar la construc. ción de los barcos que le faltaban.

Su situación era entonces la más brillante y lisonjera de su vida: cuatro navíos, trescientos hombres a su mando, suyo el mar, y la senda abierta a los tesoros del Perú. Iba entre la gente un veneciano llamado Micer Codro, especie de filósofo, que venido al Nuevo Mundo con el deseo de escudriñar los secretos naturales de la tierra, y quizá también de hacer fortuna, seguía la suerte del Adelantado.. Presumía de astrólogo y de adivino, y había dicho a Balboa que cuando apareciese cierta estrella en tal lugar del cielo, corría gran riesgo su persona; pero que si salía de él, sería el señor más rico y el capitán más célebre que hubiese pasado a Indias. Vió acaso Vasco Núñez la estrella anunciadora, y, mofando de su astrólogo, dijo: «Donoso estaría el hombre que creyese en adivino, y más en Micer Codro.. Si este cuento es cierto, sería una prueba más de que alli donde hay poder, fortuna, o esperanza de haberlos, allí va al instante la charlatanería a sacar partido de la vanidad y de la ignorancia humana.

Así se hallaba, cuando de repente llegó una orden de Pedrarias mandándole que viniese a Acla para comunicarle cosas de importancia, necesarias a su expedición. Obedeció al instante sin sospe. cha de lo que iba a sucederle, ni se movió de su propósito por los avisos que recibió en el camino. Cerca de Acla se encontró con Pizarro, que salía a prenderle seguido de gente armada.

-¿Qué es esto Francisco Pizarro?-le dijo sorprendido-: no solíades vos antes salir así a recibirme.

No contestó Pizarro.

Muchos de los vecinos de Acla salieron también a aquella novedad, y el Gobernador, mandando que se le custodiase en una casa particular, dió orden al Alcalde Espinosa para que le formase causa con todo el rigor de justicia.

¿Qué motivo hubo para este inesperado trastorno? Lo único que resulta en claro de las diferentes relaciones con que han llegado a nosotros aquellas miserables incidencias, es que los enemigos de Balboa avivaron otra vez las sospechas y rencor mal dormido de Pedrarias, haciéndole creer que el Adelantado iba a dar la vela para su expedición y apartarse para siempre de su obediencia. Una por. ción de incidentes que ocurrieron entonces, vinieron a dar color a esta acusación.

Díjose que Andrés Garabito, aquel grande amigo del Adelan. tado, había tenido unas palabras con él a causa de la india hija de

Cáreta, a quien Vasco Núñez tanto amaba; y que, ofendido por este disgusto y deseoso de vengarse, cuando Balboa salió la última vez de Acla, había dicho a Pedrarias que su yerno iba alzado y con inten. ción de nunca más obedecerle. Lo cierto es que, de los complicados en la causa, sólo Garabito fué absuelto. Sorprendióse también una carta que Hernando de Argüello escribía desde el Darién al Ade. lantado, en que le avisaba de la mala voluntad que se le tenía allí, y le aconsejaba que hiciese su viaje cuanto antes, sin curarse de lo que hiciesen o dijesen los que mandaban en la Antigua. Por último, teníase ya noticia de que el gobierno de Tierra Firme estaba dado a Lope de Sosa; y Vasco Núñez, temiéndose de él la misma persecución que de Pedrarias, había enviado secretamente a saber si era llegado al Darién, para, en tal caso, dar la vela sin que los soldados lo supiesen, y entregarse al curso de su fortuna y descubrimientos.

Los emisarios enviados a este fin y las medidas proyectadas por el Adelantado llegaron también a oídos del suegro suspicaz, pero con el colorido de que todo se encaminaba a salir de su obediencia. Reanimó, pues, todo su odio, que envenenaron a porfía los demás empleados públicos enemigos de Balboa, y soltando el freno a la venganza, se apresuró a sorprender su víctima y sacrificarla a su salvo. Fuéle a ver, sin embargo, a su encierro; dióle todavía el nombre de hijo, y le consoló diciéndole que no tuviese cuidado de su prisión, pues no tenía otro fin que satisfacer a Alonso de la Puente y poner su fidelidad en limpio. Mas no bien supo que el proceso estaba suficientemente fundado para la ejecución sangrienta que aspiraba, volvió a verle y le dijo con semblante airado e inflexible:

-Yo os he tratado como a hijo porque creí que en vos había la fidelidad, que al Rey y a mí, en su nombre, debíades. Pero ya que no es así y que procedéis como rebelde, no esperéis de mí obras de padre, sino de juez y de enemigo.

-Si eso que me imputan fuera cierto-contestó el triste presoteniendo a mis órdenes cuatro navíos y trescientos hombres que todos me amaban, me hubiera ido la mar adelante sin estorbármelo nadie. No dudé, como inocente, de venir a vuestro mandado, y nunca pude imaginarme que fuese para verme tratado con tal rigor y tan enorme injusticia.

No le oyó más Pedrarias, y mandó agravarle las prisiones. Sus acusadores en el proceso eran Alonso de la Puente y los demás publicanos del Darién; su juez, Espinosa, que ya codiciaba el mando de la Armada, que quedaba sin caudillo con la ruina de Balboa. Terminóse la causa, y terminaba en muerte. Acumuláronse a los cargos presentes la expulsión de Nicuesa y la prisión y agravios de Enciso. Todavía Espinosa, conociendo la enormidad de semejante rigor con un hombre como aquél, dijo a Pedrarias que, en atención a sus muchos servicios, podía otorgársele la vida.

-No-dijo el inflexible viejo—; si pecó, muera por ello.

Fué, pues, sentenciado a muerte, sin admitírsele la apelación que interpuso para el Emperador y Consejo de Indias. Sacáronle de la prisión, publicándose a voz de pregonero, que por traidor y usur. pador de las tierras de la corona se le imponía aquella pena. Al oirse llamar traidor, alzó los ojos al cielo y protestó que jamás había tenido otro pensamiento que acrecentar al Rey sus reinos y seño. ríos. No era necesaria esta protesta a los ojos de los espectadores, que llenos de horror y compasión le vieron cortar la cabeza en un repostero y colocarla después en un palo afrentoso (1517). Con él fueron también degollados Luis Botello, Andrés de Valderrábano, Hernán Muñoz y Fernando de Argüello: todos amigos y compañeros suyos en viajes, fatigas y destinos. Miraba Pedrarias la ejecución por entre las cañas de un vallado de su casa a diez o doce pasos del suplicio. Vino la noche, faltaba aún Argüello por ajusticiar, y todo el pueblo arrodillado le pedía llorando que perdonase a aquél, ya que Dios no daba día para ejecutar la sentencia.

-Primero moriría yo-respondió él-que dejarla de cumplir en ninguno de ellos.

Fué, pues, el triste sacrificado como los otros, seguidos de la compasión de cuantos lo veían, y de la indignación que inspiraba aquella inhumana injusticia.

Tenía entonces Balboa cuarenta y dos años. Sus bienes fueron confiscados, y, con todos sus papeles, entregados después en depósito al cronista Oviedo, por comisión que tenía para ello del Emperador. Alguna parte fué restituída a su hermano Gonzalo Núñez de Balboa; y así éste como Juan y Alvar Núñez, hermanos también del Adelantado, fueron atendidos y recomendados por el gobierno de España en el servicio de las Armadas de América, «acatando, según dicen las órdenes reales, a los servicios de Vasco Núñez en el descubrimiento y población de aquella tierra. No se explican respecto de Pedrarias ni los despachos públicos ni las relaciones particulares. En todas se le acusa de duro, avaro, cruel; en todas se le ve incapaz de cosa ninguna grande; en todas se le pinta como despoblador y destructor del país adonde se le envió de conservador y de amparo. Por manera, que ni a la indulgencia ni a la duda, aunque apuren todo su esfuerzo para justificarle y disculparle, le será dado jamás lavar este nombre aborrecido de la mancha de oprobio con que se ha cubierto para siempre. A Balboa, por el contrario, luego que calla. ron las miserables pasiones que su mérito y sus talentos concitaron en su daño, los papeles de oficio, igualmente que las memorias particulares y la voz de la posteridad, le llaman a boca llena uno de los españoles más grandes que pasaron a las regiones de América.

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