Imágenes de páginas
PDF
EPUB

DON PEDRO A. DE ALARCÓN

1833-1891

Nació en Guadix (Granada) y murió en Valdemoro (Madrid).

Periodista vivo y ardiente, colaboró en varios periódicos de partido y empezó a darse a conocer en toda España por las cartas que desde el Ejército de África escribía a la Península, dando cuenta de los episodios de aquella guerra, tan gloriosa como estéril; cartas que después se coleccionaron con el título de Diario de un testigo de la guerra de Africa. Es indudablemente la obra más genial y fresca de Alarcón y a la que debe y deberá la mayor y mejor parte de su fama, no por lo que puede enseñar a los militares, que nada aprenderán en ella del arte de la guerra, sino por su valor literario y por el noble fuego que la anima, convirtiéndola en un verdadero canto épico.

Escribió novelas de mérito: El escándalo, El final de Norma, El sombrero de tres picos, La pródiga, El Niño de la bola... Libros de viajes: De Madrid a Nápoles, La Alpujarra; y algunas poesías.

DEL «DIARIO DE UN TESTIGO DE LA GUERRA DE ÁFRICA»

La Noche-Buena del soldado,

La Noche-Buena se viene,

La Noche-Buena se va,
Y nosotros nos iremos
Y no volveremos más.

Son las nueve de la noche del 24 de Diciembre del año del Nacimiento de Jesucristo 1859, y en el campamento del Ejército que invade el Africa hace veinticinco días, aún no ha resonado el toque de retreta. En vez de este marcial trompeteo, que los moros están ya acostumbrados a oir todas las noches al punto de las ocho, los ecos de las montañas lievan hoy a su escondido campamento un confuso rumor de risas y cantares, unidos a los lamentos melancólicos de una flauta, y al bullicioso repiqueteo de una pandereta.

Los sectarios de Mahoma miranse, acaso, a la luz de sus hogue. ras, llenos de curiosidad y de miedo, como preguntándose qué ocurre en el campamento de los cristianos, que así entregan a las húmedas brisas de la noche los acentos de su alegría; y no será mucho que recelen si aquel desmedido júbilo de audaces conquistadores les presagiará nuevos daños, ya porque anuncie que han recibido algún poderoso refuerzo o destructora máquina, ya porque signi fique que festejan de antemano el total hundimiento de la media-luna. También puede ser que supongan que los invencibles batallones del Norte, acaban de conseguir entre las tinieblas algún silencioso triunfo sobre los ejércitos mahometanos que habían de llegar por el Mediodía, y creen que tanto placer y tanto alborozo se manifiestan en torno de ensangrentados islamitas, a los que atormentan y des. pedazan, como ellos a los cristianos...

¿Quién sabe? ¿Quién puede imaginar todo lo que la ignorancia y la superstición de los atribulados moros habrán creído escuchar envuelto en la lejana gritería que llega a turbar su sueño o su reposo?

Quizás en este momento se asoman a las cumbres de los montes en que se guarecen después de la cotidiana lucha, y fijan su ávida mirada en el campo de sus eternos enemigos, que allá percibirán aislado en la oscuridad y en la niebla, tachonado todo él de rojizas lumbres, entre cuyos intensos resplandores se delinean a veces fantásticas figuras, mientras que el múltiple cántico de tan misterioso regocijo se dilata, cada vez más sonoro, por las cafñadas ocultas en la sombra.

Y, al fin, algún antiguo morador de estas comarcas, vecinas a la católica Ceuta, les contará con agorero acento cómo esta noche celebran los hijos de María el Nacimiento de su Profeta; cómo aquella algazara recuerda una fiesta tradicional, en que la abundancia y el contento bajan a la mesa del monarca y del mendigo; cómo los cristianos también tienen su Pascua; cómo, por último, es llegada la solemne hora de sorprender en medio de su banquete religioso a los enemigos del Corán, y de convertir en sangre el sacrílego vino que llevan a sus labios.

Después de esto, y en tanto que llega el día y, con él, la señal de un nuevo ataque, el desheredado judío y el abominable renegado referirán a los moros con despreciativo acento la misteriosa leyenda de Ana y de Joaquín, de José y de María, de Juan y de Jesús; pero a medida que avance en su relación, el israelita sentirá inflamarse en su pecho aquella voz de profecía que le hace sospechar siempre, si el Jesús que crucificaron sus padres sería el verdadero Hijo de Dios; y el renegado volverá a oir en su alma los ecos lejanos de la voz materna, y a recordar la fe sublime, con que una mujer que le había llevado en sus entrañas, le enseñaba, cuando él era tierno niño y dormía en su amoroso regazo, los inefables misterios de aquella religión, que ahora aparenta descreer... Se inflamará, pues, la palabra del uno y del otro narrador, y los moros cerrarán los ojos, como huyendo de la luz, y el silencio y la meditación des. cenderán sobre aquella misera gente. Así, pues, los ángeles pasarán por entre ellos, sin miedo alguno, cuando dentro de tres horas vayan cantando de monte en monte: ¡Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!

Al mismo tiempo que se habla y se piensa de este modo en la infiel Sierra Bullones, los barcos de todos los pueblos de Europa, al pasar esta noche por el Estrecho de Gibraltar, verán a lo lejos las hogueras del Ejército español acampado a cielo raso en las soledades de África; y, así los duros marinos como los impresionables pasajeros, sea cualquiera su religión, su patría o su idioma, enviarán un saludo de entusiasmo y simpatía a los nobles soldados del Evangelio, a los mantenedores de la civilización, a los heroicos hijos de la inmortal Iberia.

¡También desde Gibraltar se divisarán nuestros hogares de campaña! ¿Pero quién puede adivinar lo que pensarán allí los amigos de los moros?. Hago demasiado honor a sus virtudes domésticas, a su buen sentido y a su notoria religiosidad, para dejar de creer que en esta hora sentirán rubor y hasta remordimientos por

los públicos consejos, por la secreta ayuda que están dando, en contra nuestra, a un pueblo vil y miserable, que es la vergüenza de la humanidad y el escándalo de las naciones. ¡Oh!... sí; yo no puedo dudarlo un momento: ¡nuestros ocultos enemigos nos harán justicia, siquiera por esta noche, y se confesarán a sí mismos, no sin cierto bochorno, que nuestra conducta es más noble, más digna, más honrosa que la de ellos! Pero si yo me engaño, y ni aun de este arranque de generosidad son capaces, compadezcamos su pobreza de alma, y busquemos con la vista seres más privilegiados.

Algeciras, San Roque y otros pueblos de España, habitados por compatriotas nuestros, nos contemplan también en este instante desde la costa vecina... ¡Cuánto amor, cuánto interés, cuánta ternura y cuánta pena nos enviarán en alas de los vientos! ¡Con qué afán demandarán al cielo que aleje de nuestro horizonte las nubes que ya principian a encapotarlo! ¡Con qué placer nos cederían el techo, la mesa, el hogar y la cama que abandonan por mirarnos, siquiera sea a lo lejos! ¡Con qué verdadero júbilo pasarían esta noche a nuestro lado! ¡Cómo nos compadecen, cómo nos aman, cómo nos bendicen!

¡Ay! jay! Y si extiendo más la vista, si dejo volar mi pensamiento, si explayo mi imaginación sobre toda España, si penetro en cada provincia, en cada ciudad, en cada aldea, en cada cortijo, en cada casa, ¿qué es lo que veré, que, sólo de pensar en intentarlo, las lágrimas acuden a mis ojos y la pluma desmaya entre los dedos?

¡Madres, padres, hermanos, hijos, esposas, enamoradas vírgenes! ¡Os vemos con los ojos del corazón! ¡Os estamos mirando, como nos miráis vosotros! ¡Sólo que desde aquí podemos veros más distintamente, sabiendo, como sabemos, dónde os encontráis, qué vida hacéis, cuáles son vuestros sitios y costumbres, qué lugar ocupáis en el hogar y en la mesa, y hacia dónde cae el cristal cu. bierto de escarcha, al cual os asomáis para buscar con la vista las estrellas que nosotros contemplamos! Todo, todo lo sabemos: vuestra Noche-Buena es de llanto y luto: un crespón de duelo cubre en vez de mantel la mesa abandonada: ¿Cómo estarán? exclamáis a cada instante: ¿Habrán muerto? ¿Morirán esta noche? ¿La pasarán batiéndose? ¿Tendrán hambre y frio? ¿Se acordarán de nosotros? ¡Oh! no: esto no lo preguntáis: esto lo sabéis!

Pero demos tregua a tan mortal congoja y tornemos los ojos al expatriado Ejército: o, lo que es lo mismo, prescindamos de perspectivas y tracemos el primer término de nuestro cuadro. He aquí el espectáculo que presenta el campamento.

Empieza a llover; la oscuridad es densísima; del próximo mar, sólo se perciben sus largas lamentaciones; el cielo parece haber desaparecido. ¡Todo es vacía tiniebla alrededor de nosotros!

El soldado, verdadero protagonista de todas las guerras, tiene hoy doble ración de vino, y dos horas de prórroga para acostarse;

« AnteriorContinuar »