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matemático y geógrafo, que había demarcado toda esa región por orden del Ministro Carvajal y en donde se puntualizaban los inconvenientes del canje de territorios (4).

En la cuarta (5 de Marzo), le dá noticia de la llegada a Buenos Aires del Comisario y los dos Padres citados antes y de haber recibido carta del P. Altamirano, dándole cuenta del objeto de su venida. Con este motive, y a fin de retrasar la entrega de los pueblos y dar tiempo a que se calmase la agitación de los indios, salía para dicho puerto a entrevistarse con el Marqués, rogándole al mismo tiempo interpusiese su autoridad con el Virrey, a quien sabía se había presentado un Memorial impreso, levado a la Corte por los vecinos de Buenos Aires.

VI

Mientras esto ocurría, el P. Barreda confió al P. Bernardo Nusdorffer, experimentado Misionero, la tarea de buscar sitio a propósito para el traslado y ensayar la emigración de algunas partidas al Sur del Ibicuy. Después de penosos tanteos y exploraciones se vió con evidencia que la empresa era poco menos que imposible, como el mismo P. Barreda lo manifestaba al P. Altamirano en carta de Abril 1752. Todo era inútil, sinembargo, porque desde Madrid las órdenes eran terminantes. La Reina Da. Bárbara de Braganza, hermana del monarca lusitano y el Gobierno inglés, interesados en el asunto, influyeron poderosamente en el ánimo de Fernando VI y de sus ministros, algunos de los cuales, como el citado Wall favorecía abiertamente la negociación vistiéndola de quiméricas ventajas.

El P. Barreda, ante la gravedad de la situación, escribió al Rey (30 de Abril de 1752), representándole las dificultades

(4) Lamas atribuye este Memorial al P. Lozano, dice Saldamando. Años más tarde, los portugueses del Brasil, dejando a un lado los pactos y acuerdos diplomáticos, se apoderaron a mano armada de los pueblos situados en la margen oriental del Uruguay sin que España lo estorbase.

de una precipitada traslación de los guaraníes, pero, al mismo tiempo, empezó a elaborar el plan más conveniente para su ejecución. Acordóse que el pueblo de S. Luís se acogiese al de los Santos Apóstoles; el de S. Lorenzo, a una isla grande del río Paraná, aun cuando luego prefirió pasar a Santa María la Mayor, de donde procedía; el de San Miguel, a un paraje situado al Sudoeste del Río Negro; el de S. Juan, a un punto entre el Paraná, el Paraguay y el pantano de Neembucú; el de los SS. Angeles, al Norte del pueblo de Corpus Christi; al Sur de Queguay se señalaron tierras a los de San Borja, y al de San Nicolás, las situadas en una curva del Paraná, entre Itapuá y Trinidad. Ahora bien, los Misioneros tenían ante sí una doble tarea: la de disponer todas las cosas a fin de que el éxodo de tanta gente se realizase en las mejores condiciones posibles, y la de persuadir a los indios la necesidad de sujetarse a las disposiciones del Soberano. En esta última vinieron a estrellarse sus esfuerzos.

Lo injusto de la medida, por una parte y las imprudencias del Comisario español, por otra; y más todavía, las arteras maniobras del portugués Gómez Freire, exacerbaron a los guaraníes, quienes decidieron, contra la voluntad de los Padres, oponerse al traslado con las armas en las manos. Reunió entonces el P. Barreda a los Consultores de la Provincia, hombres todos de probada virtud y larga experiencia y oído su dictamen, y con parecer del mismo P. Altamirano, resolvió abandonar los siete pueblos. entregándolos a los sacerdotes que se designasen, y aun renunció condicionalmente a los demás que prestasen ayuda a los forzados rebeldes. (5) Dicha renuncia la puso en manos del P. Procurador Roque Ballester, a fin de que éste la entregase al Marqués de Valdelirios, al Obispo y al Gobernador de Buenos Aires. Estos últimos se excusaron de tomar a su cargo los pueblos sobredichos, pretex

(5) V. la obra ms. del P. Bernardo Nusdorffer. "Segunda Parte de lo sucedido en las Doctrinas, después que salió dellas el P. Luis de Altamirano para Buenos Ayres, con la ocasión de la transmigración de los siete Pueblos del Uruguay mandada en el Real Tratado".

tando carecer de sujetos para ello, pero, en realidad, como advierte el P. Nusdorffer, "porque todos querían sacar estas castañas de las brazas con nuestras manos".

VII

Los guaraníes se opusieron también a esta medida e impidieron la salida de los Padres. Se les quiso obligar por la fuerza y se rompieron las hostilidades con desventaja, como se deja suponer, para los indios, pero ni aun después de su sometimiento fué fácil consumar la obra. En 1756 (10 de Mayo), nuevamente apremió la Corte de Madrid la ejecución del Tratado y, según cartas del P. Altamirano, en el navío de aviso que arribó a Buenos Aires el 5 de Febrero de dicho año, vinieron pliegos de S. M. dirigidos al Marqués de Valdelirios, en los cuales se le encargaba reconvenir al Provincial por tenerse entendido que toda resistencia de los indios provenía de la actitud de sus Misioneros y advirtiéndole, que de no verificarse la entrega inmediata de los pueblos, se declararía a los renitentes reos de lesa majestad.

A fines de aquel año, y tras indecibles esfuerzos y no pocas vejaciones, aun de los mismos indios, sólo parcialmente se había verificado el traslado, dando lugar a la dispersión y a la pérdida de vidas y haciendas. Abandonaban a los brasileros sus campos y estancias, los bosques plantados de yerba mate que era objeto de activo comercio, sus casas y gran parte de las reses que criaban, por la imposibilidad de llevarlas consigo o perdiéndolas en la travesía y en compensación solo recibieron de la Corona la ridícula suma de 28,000 pesos!!

Mientras tanto, el P. Barreda convocaba en Córdoba la 25a. Congregación Provincial y adoptaba en ella las medidas. más acertadas para el buen régimen de las Misiones que acababan de sufrir tan rudo golpe. Antes de un año, el 10 de Agosto de 1757, se despedía de aquellos amados súbditos y de aquella tierra, donde tantas amarguras se le habían brindado, pero satisfecho, por lo mismo, pues le había correspondido

llevar la cruz de su Maestro. Los jesuítas del Paraguay le vieron partir con sentimiento, pues como dice el P. Nusdorffer en la quinta parte de su Historia ms, "parece que Dios, con especial providencia, había enviado al P. Barreda para consuelo de la perseguida Provincia en tan críticas circunstancias". (6)

El asunto que hemos esbozado ligeramente absorbió en gran parte su atención, durante este período, pero no descuidar el fomento de los ministerios de la Compañía. El autor de su Carta de Edificación nos dice que, sin olvidarse que era Provincial para un vigilante gobierno, dedicó también algún tiempo a las tareas de fervoroso operario, promoviendo el bien de los prójimos. En el Colegio de Córdoba implantó el uso de explicar el Catecismo todos los Domingos en la mañana; y en el de Buenos Aires fundó la Escuela de Cristo, que tan copiosos frutos había dado en Lima y otras ciudades del Perú. Introdujo también en esas regiones la piadosa costumbre denominada de las Tres Horas, nacida en Lima a impulsos del fervoroso espíritu del V. P. Francisco del Castillo y, con el fin de propagar la devoción a San José, patrocinó la celebración de los días 19 de cada mes con especiales cultos.

(6) Este episodio de las doctrinas guaraníes está íntimamente enlazado con otros sucesos que, por aquel entonces, se desenvolvían en Europa y formaban parte del plan que se había trazado la masonería europea de destruir a la Compañía. La caída del Marqués de la Ensenada y la despedida del jesuíta P. Rábago, confesor del Rey, fueron hechos simultáneos que tendían a alejar de la proximidad del Monarca al Ministro patriota y clarividente, que se negó a ser dócil instrumento de las sociedades secretas, y al prudente religioso que podía inquietar la conciencia del Rey. A raíz de este doble suceso fué que se dió orden a D. Pedro de Cevallos para remitir a España, en calidad de reos, a algunos jesuítas; orden que no llegó a cumplirse, porque el íntegro Gobernador no quiso proceder sin certificarse del delito que se les imputaba y, descubierta su inocencia, informó en sentido contrario.

VII

También se suscitó en su tiempo un espinoso asunto con el Cabildo de Buenos Aires. En las inmediaciones del Río Salado habían fundado los jesuítas una reducción de indios pampas, llamada La Concepción y en Junio de 1752, el Procurador del Cabildo representó ante el Alcalde de Primer Voto, D. Juan de Eguía, la necesidad de abrir una información sobre el daño que recibían los vecinos de la ciudad por hallarse tan próxima dicha reducción, que venía a servir de atalaya a los indios merodeadores de los contornos. El Cabildo diputó a D. Juan Miguel de Esparza y a D. Juan de Lezica para que expu. siesen al Gobernador los perjuicios que se seguían y pidiesen la extinción del pueblo o su traslado a la otra banda del río.

Cambiáronse cartas entre el Gobernador y el P. Barreda con este motivo y el 18 de Agosto, remitía el primero al Cabildo tres comunicaciones, dos del P. Provincial y una del Obispo, a fin de que enterados de su contenido, respondiesen lo que tuvieren por conveniente. (7) El P. Barreda manifestaba en su carta que, a pesar de ser costoso a la Compañía dejar un campo regado con tanto trabajo por espacio de doce años y ser tanta la necesidad de los indios, no vacilaba, de ser ciertos los perjuicios de que hablaba la Información del Cabildo, a posponer estas razones a la utilidad y bienestar de la ciudad y se resignaba a aceptar el dictamen que se adoptara, supli(cando, empero, no se realizara la disolución de la reducción por fuerza de armas, sino que se pusieran en práctica los medios sugeridos por sus misioneros; uno de los cuales, el P. Agustín Rodríguez, se los expondría de presente. De este niodo el prudente Padre supo diferir a los deseos de la ciudad, pero al mismo tiempo cautelaba los derechos e intereses de los indios.

El origen de la controversia provenía del trato que se ha

(7) V. Archivo de Indias. Audiencia de Charcas. 76-1-38.

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