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había que recurrir al machete para abrir trocha. En la margen, sobre una pendiente de las más escarpadas, el pie les erraba con frecuencia y corrían el riesgo de rodar al abismo. En los lugares descubiertos, el piso era tan resbaladizo que los expedicionarios avanzaban con más dificultad todavía. En la tarde, los guías declararon á M. Grandidier que eran necesarios unos cuatro días más para llegar á Choqquequirau, en el supuesto de que no ocurriese contratiempo alguno; de modo que las provisiones se habrían agotado para el regreso. Resuelto el dar la vuelta, los viajeros pasaron la noche en el lecho del riachuelo y encendieron grandes fogatas para alejar á los osos y mosquitos, que eran éstos últimos innumerables. Por fin, después de trabajos indecibles, ganaron la cima, donde pernoctaron, llegando al día siguiente á Yanama.

El profesor Raymondi da cuenta de un viaje que emprendió Gastelú (7) en Junio de 1862, aguas arriba del Apurímac, desde Miritopango hasta llegar á Choqquequirau. Se me asegura que el Coronel D. Samuel Arias posée la relación del viaje de Gastelú, en que hay interesantes noticias sobre esas ruinas, pero no me ha sido posible consultar el manuscrito.

El explorador Samanez Ocampo (8) desmiente en términos bien enérgicos la expedición de Gastelú, fundándose en los mil escollos que ofrece el río en la parte que éste asegura haber navegado. "En cuanto al viaje de este farsante-por el Apurimac aguas arriba desde Mirotopango hasta Choqquequirau, en su último viaje, y hasta Osanguinari en el primero-dice Samanez-es una fábula tan absurda y tan grosera, que se necesita verdadera temeridad para referirla, sobre todo debiendo publicarse en obra tan importante y respetable como lo es la Geografía del señor Raimondi."

Por su parte Samanez asegura haber pasado cinco meses en Choqquequirau haciendo excavaciones, sin dar más noticias de esas ruinas.

Ultimamente han visitado Choqquequirau los Profesores

(7) El Perú, t. III. Lima, 1879. p. 401 y s 8.

(8) Exploración de los ríos peruanos Apurimac, Eni, Tambo Ucayali y Urubamba, Lima, 1883.

americanos Binham y Hay, quienes tomaron vistas fotográ ficas y levantaron planos, pero su corta estadía en esta ciudad, apenas treinta horas, no me permitió ponerme al habla con ellos y obtener el resultado de las observaciones de tan ilustres viajeros.

Permítame U. S. que antes de terminar haga una recomendación: el Dr. Uhle no debe limitarse en la expedición que va á realizar al estudio de las ruinas de Choqquequirau. En la región donde éstas existen hay otras no menos impor tantes: hacia el Este, las de l'anticaya y Havaspampa; frente á Choqquequirau, á la otra banda del río, el célebre adoratorio de Concacha, de piedra tallada, y hacia el Norte, del otro lado del nevado de Sarcantay, cerca del actual pueblo de Pucyura, las de Vitcos, de que dejo hecha mención, último y real refugio de Manco y de Sayre Túpac, de Titu Cusi y de Túpac Amaru, y que Ocampo Conejeros describe con estas palabras (9):

"Topa Amaro que estaba en la fortaleza de Pitcos (Vitcos) que está en un altísimo cerro, donde señorea gran parte de la provincia de Villcabamba, donde tiene una plaça de suma grandeza y llanura en la superficie, y edificios suntuosísimos de grande magestad, hechos con gran saber y arte, y todos los vmbrales de las puertas, así principales como medianas, por estar así labradas, son de piedra mármol famosamente obradas, de donde sacaron al dicho Topa Amaro Inga, y dieron la obediencia como á su señor natural”.

Cuenta Titu Cusi en la relación ya mencionada, que cuando Manco Inca, obligado por la persecución de los españoles se retiró de Tambo á Vitcos, tuvo que construir un palacio, pues los palacios edificados allí eran los de Pachacutec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac. Sabido es que los incas jamás ocuparon los aposentos de sus antecesores, los cuales se mantenían siempre en igual pie de servicio que cuando éstos estaban vivos. De manera, pues, que los edificios que men

(9) Descripción de la provincia de San Francisco de la Victoria de Vilcabamba, etc. en Juicio de Límites entre Perú y Bolivia. Prueba Peruana. t. VII, p. 306.

ciona Ocampo eran los palacios de Pachacutec, Túpac Yupanqui y Huayna Cápac.

Con lo expuesto queda evacuado el informe que se ha dignado U. S. pedirme, confiando, seguramente, más en mi buena voludtad que en mi suficiencia para aclarar punto histórico tan interesante como el que lo motiva.

Lima, 5 de abril de 1909.

Dios guarde á U. S.

Carlos A. Romero

DON PEDRO PERALTA

(FRAGMENTO DE UN ENSAYO SOBRE LOS HISTORIADORES NACIDOS EN EL PERÚ)

1.- SU VIDA Y OBRAS

El apogeo de la antigua Lima fué el siglo XVII. Desde principios del XVIII la incorporación de las encomiendas en la corona empobreció á la nobleza, y los permisos de comercio y el contrabando por Buenos Aires arruinaron el monopolio de los mercaderes. Pero bajo la dinastía de Austria, Lima, enmedio de la general decadencia de la monarquía española, creció opulenta y magnífica, enriquecida por las minas y los obrajes de la Sierra, y por el retorno de las armadas de Tierrafirme cuyos efectos se distribuían desde sola nuestra ciudad á casi toda Sudamérica. Con la riqueza vinieron, como suelen, el lujo, la cultura y el refinamiento de las costumbres;-refinamiento colonial, infantil, vano y vacío, pero innegable. A pesar de su monotonía de enclaustrada, encerrada por tantas barreras naturales y políticas,la vida limeña de los tiempos de los reyes austriacos y de Felipe V no carece de elementos pintorescos. Con sus faustosos virreyes, su turba de pretendientes y palaciegos, sus frailes analistas, sus letrados, panegiristas y retóricos, Li.

ma era como una nueva Bizancio;-una Bizancio pálida y quieta, sin herejías ni revoluciones militares.

Al lado del mundo conventual, que ya hemos estudiado, brillaba el mundo oficial y gubernativo, el ceremonioso y lucido séquito del Virrey, de la Audiencia y de los diversos tribunales; y puede decirse que como lazo de unión entre ambos, como esfera en que se unían la grave erudición del uno á la hinchada pompa del otro, figura el mundo universitario, el de los catedráticos y doctores de la Real y Pontificia Universidad de San Marcos, semieclesiástica y semicorte

sana.

Nació la Universidad al amparo del monasterio de Santo Domingo; por más de 20 años funcionó en él; y tuvo como primeros rectores y maestros á sus priores y frailes. Aun después de secularizada, los Dominicos conservaron en ella numerosos privilegios. Todas las órdenes religiosas poseían cátedras especiales. De los tres colegios reales anexos á la Universidad, el Mayor de San Felipe, el de San Martín y el de Santo Toribio, el segundo corría á cargo de los Jesuítas, y el tercero era y continúa siendo el seminario diocesano; y se consideraban como colegios menores les particulares de las religiones, como el de Santo Tomás de la dominicana, el de San Ildefonso de la agustina, el de San Pedro Nolasco de la mercenaria, el Máximo de San Pablo de los Jesuítas, el de San Buenaventura de los Franciscanos. Los regalares no podían ser elegidos rectores; pero en cambio era tánta la importancia de los clérigos, que se estableció la alternativa en el rectorado entre ellos y los legos, debiendo ser sacerdote el rector de un año y seglar el del siguiente, con el objeto de que el clero no monopolizara el cargo. La facultad principal y mejor dotada de cátedras, era naturalmente la de Teología. Venían después, iguales en el aprecio, la de Cánones y la de Leyes. Las menos atendidas fueron las de Medicina y Matemáticas (1).

(1) Véanse las Constituciones y ordenanzas de la Real Universidad de San Marcos (recogidas y prologadas por su rector don Alonso Eduardo de Salazar y Zevallos, Lima, 1735, Imprenta Real de Félix de Saldaña).

Véase también el muy escaso y curioso libro de Diego de León Pinelo,

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