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de Luis I, llegó la noticia de su muerte, fué Peralta de los versificadores que contribuyeron á la corona poética que figura en la Parentación Real (publicada por el jesuíta Torrejón). En 1728 compuso y sacó á luz el volumen Fúnebre pompa, descripción de las exequias del duque de Parma; en 1722, La Galería de la Omnipotencia, cartel para el certamen poético con que celebraron el Arzobispo y el Cabildo Metropolitano la canonización de Santo Toribio de Mogrovejo; en 1730, el folleto Canto panegirico y poesías por el tiro del Príncipe de Asturias, con motivo de haber salvado el futuro Fernando VI, en una cacería, la vida de su esposa doña Bárbara, matando con un certero balazo á un toro furioso que la amenazaba; en 1736, El Cielo en el Parnaso, cartel del certamen para el recibimiento universitario del virrey marqués de Villagarcía; en 1739, la Relación de la sacra festiva pompa de las fiestas por el cardenalato de fray Gaspar de Molina y Oviedo, obispo de Málaga y Presidente del Consejo de Castilla; y todavía en 1742, un año antes de su muerte, el Parabién panegírico al nuevo arzobispo de Lima don José Antonio Gutiérrez de Cevallos.

Ciertamente, la asiduidad de Peralta en el cultivo de las relaciones de fiestas y de todas las variedades de la retórica áulica, muestra sus individuales inclinaciones bombásticas y palaciegas (mantenidas y fomentadas por el ambiente social de Lima á la sazón, según arriba se ha dicho); pero no vaya á creerse que el incomparable diluvio de certámenes, oraciones panegíricas, descripciones de ceremonias y poesías de circunstancias, fuera fenómeno privativo de nuestra ciudad ó de nuestro virreinato. Existía en toda la América Española y en España, y duró hasta fines del reinado de Fernando VI, con igual intensidad, con igual extravagancia y con iguales delirios altisonantes y conceptistas. El extravío de! gusto, que en otros países fué accidental y transitorio, se hizo en España duradero y substancial. Apoyado en indudables propensiones del temperamento de la raza, en la ausencia ó la compresión del espiritu crítico y en la muerte de la libertad del pensamiento, trascendió de la forma al fondo, de los procedimientos á los sentimientos, de la ejecución á

los asuntos y los ideales. Depravación literaria de tal entidad y persistencia, y relacionada tan íntimamente con la decadencia de todos los demás órdenes de la actividad nacional, no se explica ni puede explicarse sino por la acción de la causa general y profunda que viciaba y arruinaba la civilización española. En la obscuridad del obstinado encierro mental que caracterizó los reinados de los dos últimos monarcas austriacos y que apenas principiaba á entreabrirse con Felipe V, en la pesada atmósfera de superstición, ignorancia y formalismo vacío y rígido, convirtiéronse las letras en desvaríos y monstruosidades, fantasmas de la noche y engendros de la sombra.

No obstante, hasta en género tan empalagoso, abatido y bastardo como el de los recibimientos universitarios y en general el de toda la literatura cortesana de nuestra Colonia, hay que reconocer á veces la sonoridad entonada y el colorido brillante del culteranismo, que sin alcanzar á encubrir sus imperdonables deformidades, lo hacen preferible al ruín prosaísmo que le sucedió. Por ejemplo, no carece de lozanía y boato llamar á las flores inmóviles mariposas de la luz, como lo hace el autor de un cartel de certamen.

Claro es que un hombre de tan inmensa ilustración como Peralta tenía que dejar perdidos entre la selva de relumbrante hojarasca, de túmida vaciedad de sus opúsculos palatinos y universitarios, algunos rasgos de su saber. Así, un capítulo de los Júbilos de Lima trata de la antigua historia del Perú y los Incas. En la Lima Triunfante (recibimiento del marqués de Castelldosríus) pone algunas noticias sobre la ciudad, su universidad y sus hijos ilustres, consideraciones sobre el estado de la monarquía española en la guerra de sucesión, y principalmente la indicación (que luego repitió en otros escritos) de que la causa de su menoscabo había sido la propia extensión desmesurada de sus dominios bajo la casa de Austria: "Tanto más miserable cuanto más vasta, tenía reducido el ámbito de la majestad á la grandeza de la compasión". Cuando hace los elogios de la paz, su índole mansa y sosegada, como que lo inspira sincera y hondamente, y le dicta períodos no faltos de belleza, serenidad y

decoro: "Es la paz la hermosura para que trabajan los guerreros; es el lazo del mundo, y todos los amores de la humanidad; es la dádiva de la Naturaleza y la herencia de Dios ..... En el Gobierno es el fin de toda la política, á que miran las reglas y las leyes. Es la oliva que hizo nacer Minerva del reposo de la Tierra, á vista del caballo, generoso auxilio de la guerra, que produjo el inquieto tridente de Neptuno. Es la cornucopia de todos los bienes; más segura que todas las conquistas y más gloriosa que todos los triumfos. En la Moral es árbitro de los corazones, y aun es la que forma uno de muchos; ella y la Caridad no se distinguen. Es la alumna de la Fe, la columna de la Justicia, con quien entre los presentes no hay diversidad y entre los ausentes no hay distancia; la que por medio de su influjo une lo terreno á lo celeste, y la que concilia lo humano á lo divino......"(1).

Pero fuera de muy raras execepciones, como la que acabo de citar, el estilo de Peralta es de ordinario pésimo y detestable, por hinchado, afectadísimo y pedantísimo. No lo creía él así, por cierto; antes escribía con toda formalidad y buena fe: "En lo que toca al estilo, naturalmente repugno el afectado" (2). Y lo que es más,-y prueba la irremediable ceguedad y perversión del gusto en esa época-hubo quien lo propusiera como ejemplo de claridad y llaneza, y antidoto contra la rimbombancia culterana (3).

Las facultades de Peralta para versificar sobre temas de encargo, encontraron amplio ejercicio en la academia poética que formó el virrey marqués de Castelldosríus. Celebró esta academia sus sesiones todos los lunes, en el palacio del Virrey y bajo su presidencia, desde el 23 de septiembre de 1709 hasta el 24 de marzo de 1710, en que la interrumpió la mortal enfermedad de su fundador y presidente. Eran miembros de la Academia, á más de nuestro Peralta, el presbítero Miguel Sáenz Cascante; el padre mínimo fray Agustín

(1) Véanse el folleto de las honras del duque de Parma, y el cartel del certamen Júpiter Olímpico.

(2) Prólogo de la Historia de España Vindicada.

(3) Carta de fray José de Peralta á su hermano en los preliminares de la Historia de España Vindicada.

Sanz, confesor del Virrey; don Eustaquio Vicentelo, marqués de Brenes; don Pedro José Bermúdez de la Torre y Solier; don Jerónimo de Monforte y Vera; don Luis Antonio de Oviedo, conde de la Granja; don Antonio de Zamudio, marqués de Villar del Tajo y general de la Mar del Sur; D. Juan Manuel de Rojas, secretario del Virrey; y don Matías Angles de Meca, su gentilhombre de cámara. Fué custodio de la Academia el capitán don Diego Rodríguez de Guzmán, que reunió sus actas en un códice titulándolo Flor de Academias (el cual ha sido publicado el año 1899 por don Ricardo Palma). Los versos de él son "artificiales y conceptuosos, de los que ponen en prensa el ingenio", como dice el juicioso marqués de Valmar (1); y no faltan chistes equívocos y chocarreros, contra lo que el mismo Valmar asegura. No sobresale mucho Peralta en lo burlesco, aun cuando tiene algunos toques apreciables en la pintura de un locutorio de monjas (no tan vivos, sin embargo, como los de Bermúdez de la Torre sobre el propio tema). Peralta contrariaba todas sus propensiones dedicándose á esta poesía jocosa que en España cultivaba Gerardo Lobo, y cuyo representante más aventajado en la tertulia de Castelldosríus, era don Jerónimo de Monforte. El no se sentía holgado y á gusto sino en la poesía elevada y seria, que le resultaba hinchada y afectada por la corriente de la época. De esta clase hallamos, entre sus composiciones de la Flor de Academias, el romance endecasílabo á la victoria de Luzzara, el romance octosílabo á Filis y otras piezas no del todo desdeñables (2).

Muchos años después de la muerte del marqués de Castelldosríus y del consiguiente fin de su academia, formó Peralta una particular de Matemáticas y Elocuencia, cuyos más principales y distinguidos socios fueron el presbítero y

(1) Marqués de Valmar, Poesía castellaua en el siglo XVIII (tercera edición, Madrid, 1893), pags. 85 y 86

(2) Por más que juzgue excesivo é injusto el rigor con que trata á Peralta don Ricardo Palma en sus notas á la Flor de Academias, no puedo desconocer que lo dejaba muy atrás en brillantez, numerosidad y entonación su rival Bermúdez de la Torre. Esto se ve principalmente en la descripción de la tela de Penélope, que es uno de los más lozanos romances de Bermúdez y quizá lo mejor de todo lo contenido en el tomo (Flor de Academias, pags. 89, 90 y 91).

doctor don Diego de Villegas y Quevedo, el capitán de infantería don Francisco de Robles Maldonado, don Francisco de Salas y Villela, don Angel Ventura Calderón y Cevallos, don José Vernal, y el contador don Eusebio Gómez de Rueda. Esta academia lucía sus trabajos en certámenes y fiestas públicas; y contribuyó con muchas poesías al folleto de las exequias del duque de Parma, ya recordado. Para esta su academia, escribió Peralta las meditaciones devotas que luego reunió en el libro Pasión y Triunfo de Cristo (1739); en defensa de ella compuso la ('ausa académica ó diálogo de los muertos (que solo conozco de nombre); y para un certamen de la misma, cierta oración, que también figura en el catálogo de sus obras. Igualmente debe de referirse á ella ó á la de Castelldosríus un Vejamen de vejamen, que se menciona.

Frente á este grupo presidido por Peralta, hay que recordar otro, más exclusivamente aristocrático, y que al parecer mantuvo siempre con aquél muy atentas y deferentes relaciones. Lo componían el conde de la Granja y el marqués de Brenes, que ya nos son conocidos; don Baltasar de Castro Isásaga, marqués de Villafuerte; don Miguel de Mudarra, primogénito del marqués de Santa María: el doctor don Pedro José Bermúdez de La Torre y Solier, tantas veces citado; y su nieto el capitán don Antonio Sancho Dávila, se ñor de Valero. Estos dos núcleos de aficionados á los estudios y á la poesía, el de la Academia y el de los nobles dilettanti, dirigidos ambos, el uno directa y el otro indirectamente, por nuestro don Pedro Peralta, fueron los representantes de la literatura limeña en la primera mitad del siglo décimoctavo.

No dejó Peralta de ensayarse en el género dramático, y con alguna frecuencia. Tenemos noticias de la comedia mitológica Triunfos de amor y poder representada en 1710, de orden del virrey Ladrón de Guevara para festejar la victoria de Villaviciosa; de otra comedia, Afectos venden finezas, para un cumpleaños del virrey Morcillo; de un entremés y dos fines de fiesta (1); y de varias loas, entre ellas la que fi(1) M. Menéndez y Pelayo, Antología de poetas hispano-americanos tomo III, pag. CCXXVII.

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