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villa, que quiere recobrar la ciudad perdida, es derrotado, y del botín de esta victoria el Cid toma cien caballos y los envía con Álvar Fáñez al rey Alfonso, para rogarle permita a doña Jimena ir a vivir en Valencia. En ésta queda establecido sólidamente el cristianismo, pues el Cid ha hecho allí obispo a un clérigo, tan letrado como guerrero, llamado don Jerónimo (v. 1221-1307). Álvar Fáñez, previo el permiso del rey, lleva a Valencia la mujer y las hijas del Cid; éste las recibe con grandes alegrías y les muestra desde el alcázar la extensión de la ciudad conquistada y la riqueza de su huerta (v. 1308-1621). El rey de Marruecos, Yúcef, quiere a su vez recobrar a Valencia, pero también es derrotado por el Cid; del inmenso botín de esta batalla, el Cid envía doscientos caballos al rey, siendo Álvar Fáñez el encargado tercera vez de este mensaje (v. 1622-1820). Tan repetidos y ricos regalos del Cid al rey producían en Castilla gran admiración hacia el desterrado héroe; pero, al mismo tiempo, mortificaban la envidia del conde García Ordóñez, el vencido en Cabra, y despertaban la codicia de unos parientes del conde, los infantes (ó jóvenes nobles) de Carrión que, para enriquecerse, quieren casar con las hijas del conquistador de Valencia. El rey mismo, estimando muy honroso

para el Cid el casamiento, se lo propone a Álvar Fáñez (v. 1821-1915). El Cid y el rey se avistan a orillas del Tajo; el rey perdona solemnemente al desterrado y éste accede a casar sus hijas con los infantes de Carrión, pues aunque le repugna el orgullo nobiliario de los novios, no quiere negarse a la petición del rey, por quien tanta veneración siente (v. 1916-2155). El Cid se vuelve a Valencia con los Infantes y allá se celebran las bodas (v. 2156-2277).

Cantar tercero: La afrenta de Corpes. Los infantes de Carrión dan muestra de gran cobardía, sobre todo en la batalla que el Cid tiene contra el Rey Búcar de Marruecos, que nuevamente viene a recobrar Valencia (v. 22782491). El Cid, después de vencer y matar a Búcar, se siente en el colmo de su gloria: ya no es el pobre desterrado de antes; se halla rico, poderoso, temido; piensa someter a tributo todo Marruecos, y hasta se enorgullece de sus nobles yernos, cuya cobardía ignora (v. 24922526). Estos, empero, que no podían sufrir las burlas de que eran objeto por su falta de valor, quieren vengarse del Cid afrentándole en sus hijas, y le piden permiso para irse con ellas a Carrión. El Cid, sin sospechar la maldad de sus yernos, accede, y los despide colmándolos de riquezas; pero, al bendecir a sus hijas, siente

el ánimo abatido por malos agüeros y tristes presentimientos (v. 2527-2642). Los infantes emprenden su viaje, y en cuanto entran en tierras de Castilla, en el espeso robredo de Corpes, azotan cruelmente a sus mujeres y las dejan allí medio muertas (v. 2643-2762). Al saber tal deshonra, el Cid envía a Álvar Fáñez a recoger a las hijas abandonadas, y despacha a Muño Gustioz que pida al rey justicia: "el rey fué quien casó mis hijas; toda mi deshonra es también de mi señor” (v. 2763-2919). Condolido el rey, convoca su corte en Toledo. A ella acuden los infantes; aunque van de mala gana, van confiados en un poderoso bando de parientes a cuya cabeza está el conde García Ordóñez, el antiguo enemigo del Cid. Este llega a Toledo el último (v. 2920-3100). Al abrirse la sesión de la corte, el Cid expone sus agravios, pidiendo a los infantes, primero, la devolución de las dos preciosas espadas Colada y Tizón; después, la entrega de la dote de las hijas, y a ambas cosas tienen que acceder los demandados (verSOS 3101-3249). Pero el Cid demanda tercera vez, y ahora exige la reparación de su honor mediante una lid. En vano los infantes se alaban de su conducta, despreciando a las hijas de un simple infanzón como indignas de emparentar con los condes carrionenses. El Cid

responde al conde García Ordóñez recordándole su prisión en Cabra, pero a los infantes no se digna contestarles; los parientes del héroe son los que les echan en cara su cobardía y les retan de traidores (v. 3250-3391). En esto, dos mensajeros entran en la corte a pedir las hijas del Cid para mujeres de los infantes de Navarra y de Aragón, países de donde serán reinas. El rey accede a este tan honroso casamiento, y reanudando el reto interrumpido, ordena que la lid se haga en las vegas de Carrión (v. 3392-3532). Allí, en su misma tierra, los infantes quedan vencidos por los del Cid y declarados traidores (v. 3533-3706). Las hijas del Cid celebran su segundo matrimonio, mucho más honroso que el primero, pues por él los reyes de España se hicieron parientes del héroe de Vivar (v. 3707-3730).

ELEMENTO HISTÓRICO DEL POEMA

Este poema tiene un fondo histórico considerable. El rey Alfonso VI, durante los primeros años de su reinado, distinguió mucho a Rodrigo Díaz de Vivar, hasta el punto de casarlo con Jimena Díaz, hija del conde de Oviedo, mujer de sangre real, pues era nieta de re

yes, prima hermana del rey. Rodrigo fué enviado por Alfonso a cobrar las parias del rey moro de Sevilla, y en esta excursión hubo de prender en Cabra al Conde García Ordóñez y a otros nobles cristianos que, ayudando al rey de Granada, atacaron al moro tributario de Alfonso VI. Este, a poco, enojado por cierta incursión que Rodrigo hizo contra el reino musulmán de Toledo, desterró al héroe, en el año 1081.

El Cid se refugió al servicio del rey moro de Zaragoza, y sobre éste ejerció durante varios años una especie de protectorado. Entonces el rey moro de Lérida estaba, a su vez, bajo la protección del conde de Barcelona, Berenguer Ramón, el Fratricida, y ambos, con varios otros condes catalanes y los señores de Rosellón y Carcasona, sitiaron el castillo zaragozano de Almenar. El Cid les atacó v venció, y aun tuvo prisionero al conde de Barcelona con otros muchos caballeros, dejándoles después ir en libertad (1082). Venció también al rey Sancho Ramírez de Aragón, otro aliado del rey de Lérida, y en el reino de éste devastó la comarca de Morella.

Entre tanto, el rey Alfonso devolvió su gracia al desterrado, y en los años 1087 y 1088 el Cid estuvo en el reino de Castilla y recibió do

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