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El Poema de Mío Cid está, pues, compuesto en la frontera de Castilla, la cual en el siglo XII era, al parecer, foco de una producción poética, lo mismo que la nueva frontera en el siglo xv lo continúa siendo con la producción de los últimos romances fronterizos salvados del olvido gracias a la imprenta. Ahora bien: Medinaceli fué reconquistada definitivamente hacia 1120 y el Cantar se escribió sólo una veintena de años después. Podemos suponer que el juglar nació allí ora después de esta última reconquista, ora después de la anterior de 1104, o que, nacido hacia San Esteban de Gormaz, compuso su obra para ser recitada en la plaza de Medina, importante punto de concurrencia y mercado. Atendiendo a alguna particularidad de lenguaje, acaso podríamos sospechar también que el poeta era un mozárabe de Medina.

ELEMENTOS FICTICIOS EN EL CANTAR

Lleno de los recuerdos locales de Medina y de San Esteban, el poeta concibió la vida del héroe, según hemos ya apuntado, bajo un aspecto muy particular y con cierta desproporción. Pero si dió demasiada importancia al episodio fronterizo de Castejón y Alcocer, supo aprovecharlo

para lograr un efecto artístico, realzando con él el trabajoso engrandecimiento del héroe desterrado; si acogió la tradición de San Esteban, omitida por las historias especiales del Cid, supo hacer de ella una escena trágica de duradero valor, y con acierto la escogió para planear en torno de la misma todo el Poema. En suma, acertó a idealizar esos recuerdos locales, uniéndolos para siempre a la historia poética del héroe y haciéndolos brillar en ella aún más que las hazañas que interesaban a toda España. Y así el poema que originariamente representó la tradición particular de un rincón fronterizo de Castilla, pudo ser recibido por la nación como depositario de recuerdos e ideales comunes, de tal manera que ese particularismo primitivo sólo se descubre hoy gracias a un detenido análisis crítico.

De igual modo, el poeta tuvo acierto para entresacar de las múltiples noticias que corrían sobre la compleja vida del Cid aquellos rasgos que más armónicamente podían componer su figura heroica. Por ejemplo, redujo a una las dos prisiones del conde de Barcelona y las dos contiendas con García Ordóñez, y simplificó con ver. dadero arte las bruscas alternativas de enojo y favor de Alfonso VI, reduciéndolas a una sola

y trabajosa progresión en que el desterrado va ganando el favor real (1).

Para esta elaboración poética de los elementos históricos o tradicionales el juglar echó mano también, como era natural, de episodios puramente ficticios.

Uno de ellos es la aparición del ángel Gabriel al Cid cuando, caminando éste para el destierro, va a abandonar el territorio castellano (v. 405-410); fugaz y único elemento maravilloso del poema.

Otro episodio ficticio es el de las arcas llenas de arena que el Cid deposita en casa de dos judíos burgaleses, diciéndoles que están henchidas de oro, para obtener de ellos un préstamo a cuenta de tal depósito. En multitud de cuentos aparece el ardid de las arcas de arena que se hacen pasar por un tesoro (2). Pero quien más que nadie contribuyó a popularizar este tema novelesco en Europa fué el judío converso español Pedro Alfonso, coetáneo del Cid. En su

(1) Véase Cantar de Mio Cid, págs. 68-75, y L'Epopée castillane à travers la litterat. espagnole, ps. III-112.

(2) Por ejemplo, según Herodoto, III, 123, el persa Oretes tienta la codicia de Polícrates de Samos con ocho arcas llenas de piedras y rellenas por cima de oro. Según el Epítome de Justino, XVIII, 4, Dido, para engañar a su hermano, arrojó al mar fardos llenos de arena, como que eran los tesoros de su marido (tradúcelo la Primera Crón. Gen., p. 34 a 7). Otra caja de arena en el Portacuentos de Timoneda, núm. 26 (Revue Hispanique, XXIV, 1911).

Disciplina clericalis incluye Pedro Alfonso un cuento de origen árabe, donde se refiere cómo un peregrino a la Meca se hace pagar una deuda, despertando nueva codicia en el deudor mediante el engaño de diez cofres llenos de piedras, bien pintados por fuera y con herrajes plateados. Este cuidado en el buen aspecto exterior de los cofres es algo semejante al que el Cid pone en el de sus arcas, cubiertas de guadalmecí bermejo y con clavos dorados (v. 88), y no sería difícil que el juglar conociese el cuento de la Disciplina, dada la gran difusión que ésta tuvo (1). Por lo demás, el engaño se practicaba, efectivamente, pues lo vemos descrito en las Partidas: "engañadores hay algunos homes de manera que quieren facer muestra a los homes que han algo, et toman sacos e bolsas cerradas, llenas de arena o piedras o de otra cosa cualquier semejante, et ponen desuso, para fa

arcas

(1) Disciplina clericalis, XIII, copiado por la Gesta Romanorum, 118; por el Libro de los Enxemplos, 92, y por multitud de autores medioevales, incluso Boccaccio, Decamerón, VIII, 10. La gran difusión de la Disciplina nos muestra que el tema de las arcas de arena pasó principalmente de Oriente a Europa por intermedio de España : pero no apoyaremos esta opinión, como hace LANDAU (Die Quellen des Dekameron, 1884, p. 264), en el hecho de que el idioma español tenga una voz especial, manlieve, para designar el engaño de la riqueza fingida, pues tal voz no es más que una errada fantasía del Diccionario de Autoridades sobre una variante de manlieva, error arrastrado a los Diccionarios posteriores de la Academia.

cer muestra, dineros de oro o de plata o de otra moneda, et encomiéndanlas et danlas a guardar en la sacristanía de alguna eglesia o en casa de algunt home bueno, faciéndoles entender que es tesoro aquello que les dan en condesijo, et con este engaño toman dineros prestados...” (1).

Nuestro poeta quiere hacer resaltar cuán falsas eran las acusaciones, que sobre el héroe pesaban, de haber robado parte de los tributos del rey; el Cid parte al destierro pobre; necesita un préstamo y no tiene garantías que ofrecer a los prestamistas obligados, que eran los judíos. No creo deba mirarse este episodio como una manifestación del antisemitismo medioeval, según hacen Bello y Bertoni. El poeta no cae en la vulgaridad jurídica que inspiraba las bulas de los papas y los privilegios de los reyes absolutorios de las deudas contraídas con los judíos, pues anuncia que el Cid pagará largamente el pasajero engaño (v. 1436). Después de este anuncio poco importa que el poeta no se acuerde más de decirnos cómo el Cid recom

(1) Partidas, VIIa, 16.o, 9. La Crónica del Cid parece que toma de las Partidas el detalle de que las arcas del Cid tenían encima de la arena "oro e piedras preciosas", detalle muy impropio de la pobreza del héroe y del pequeño préstamo intentado. Claro es que el engaño descrito en las Partidas es sólo una variante del moderno "timo de los perdigones", que tan frecuentemente se practica.

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