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realidad, por eso mismo más veraz, más sorprendente". "La exposición desnuda de arte”" se impone al ánimo "por la íntima verdad y elevada naturalidad" que respira; es sencilla, ingenua y enérgica. La continua repetición de palabras y frases para designar las mismas ideas y circunstancias, así como los pintorescos epítetos, recuerdan la epopeya griega. Los caracteres, aun los de las figuras secundarias, están trazados con rasgos tan sobrios como eficaces.

Volviendo a las apreciaciones extremas, representadas por la crítica inglesa de Southey y Hallam, podrá observarse que éstos aún no conocían la chanson de Roland, la cual podría haberles hecho modificar su parecer. Pues bien: la publicación del Roland en 1837, lejos de perjudicar al Poema, abre en favor de éste un curioso episodio de crítica comparativa. Damas Hinard, tratando de juzgar el Cantar dentro de su tiempo, escogió como punto de referencia el Roland, que hacía pocos años había obtenido una segunda edición, y se tenía, cada vez más, como celebrado modelo. El poeta de Roland era más docto que el del Cid; conocía de la antigüedad clásica cuanto era conocido en su época; condujo su obra con muy buen juicio, y por la unidad y simplicidad de su composición puede ser mirado como precursor de los clásicos

PAUL VERLAINE

Fiestas galantes

Poemas saturnianos

La buena canción – Romanzas sin palabras - Sabiduría
Amor - Parábolas, y otras poesías.

Precedidas de un Prefacio de François Coppée
Traducidas al castellano por Manuel Machado
Prólogo de Enrique Gómez Carrillo

Verlaine es el más grande de los poetas contemporáneos. Es solo y único. Toda el alma de hoy, compleja, un poco enferma de la vida, llena de aspiraciones vagas, de contradicciones aparentes y de sutilezas é ingenuidades, está en los versos de Verlaine,

El autor de

Fiestas galantes

es, al final de la inmensa y admirable floración de la lírica francesa en la segunda mitad del último siglo, la más exquisita y nunca vista de las flores. La maravilla de su arte no tiene clasificación en ninguna de las tendencias ó escuelas que se señalan últimamente; sin embargo, Verlaine es aparte y es él. Se puede ser parnasiano, simbolista, naturista, seguir á Leconte y su pléyade, á Mallarmé y sus exégetas, á Lafargue, á Mæterlinck... A Verlaine hay que amarlo y admirarlo además y sobre todos. La juventud poética de todos los países adora al pobre Lelián.

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y lo demás contenido en este tomo constituyen una selecta entre la obra admirable del poeta, que ha tenido por base el excelente Choix de Poesies que hizo y prologó Coppée, pero considerablemente aumentado con otros poemas del

vate inmortal.

realidad, por eso mismo más veraz, más sorprendente". "La exposición desnuda de arte" se impone al ánimo "por la íntima verdad y elevada naturalidad” que respira; es sencilla, ingenua y enérgica. La continua repetición de palabras y frases para designar las mismas ideas. y circunstancias, así como los pintorescos epítetos, recuerdan la epopeya griega. Los caracteres, aun los de las figuras secundarias, están trazados con rasgos tan sobrios como eficaces.

Volviendo a las apreciaciones extremas, representadas por la crítica inglesa de Southey y Hallam, podrá observarse que éstos aún no conocían la chanson de Roland, la cual podría haberles hecho modificar su parecer. Pues bien: la publicación del Roland en 1837, lejos de perjudicar al Poema, abre en favor de éste un curioso episodio de crítica comparativa. Damas Hinard, tratando de juzgar el Cantar dentro de su tiempo, escogió como punto de referencia el Roland, que hacía pocos años había obtenido una segunda edición, y se tenía, cada vez más, como celebrado modelo. El poeta de Roland era más docto que el del Cid; conocía de la antigüedad clásica cuanto era conocido en su época; condujo su obra con muy buen juicio, y por la unidad y simplicidad de su composición puede ser mirado como precursor de los clásicos

franceses del siglo XVII. Pero le faltaba la gran cualidad del poeta: el sentimiento de la vida humana y el poder de expresarlo. La geografía de la chanson es fantástica; sus personajes son a menudo imaginarios o monstruosos como los paganos de Micenes, de cabeza enorme y cerdosos cual jabalíes. La acción de estos fantasmas es también imposible. El sonido de la trompa de Roldán se oye a 30 leguas; Turpin, con cuatro lanzadas en el cuerpo, o Roldán, con la cabeza hendida y los sesos que le brotan por los oídos, obran y combaten como sanos. Los ejércitos son enormes, de 360 000 y de 450 000 caballeros. Cinco franceses matan a 4 000 sarracenos. Y la misma falta de naturalidad se observa en la exposición; baste como ejemplo el abuso de las repeticiones: ocho caballeros de Marsilio exponen en sendas coplas su deseo de matar a Roldán; Oliveros manda tres veces a Roldán que toque la trompa, y tres veces Roldán rehusa; Carlomagno, al hallar muerto a su sobrino, le dirige tres alocuciones interrumpidas por tres desmayos. Tales repeticiones menudean en el Roland, y si pueden ser bellas en un canto lírico, estorban la marcha franca de la poesía narrativa, no produciendo otro efecto que fatigar o desconcertar al lector. Muy al contrario, el juglar del Cid no quiere ostentar

su imaginación; la emplea sólo en hacer aparecer ante nosotros la realidad misma; no nos presenta un cuadro de la España del siglo x1, sino que nos transporta a ésta y nos hace asistir a los acontecimientos. Los personajes están pintados con las convenientes medias tintas. El tono y color de la narración se amoldan blandamente al diverso carácter de cada episodio; compárense entre sí el de las arcas de arena, el del conde de Barcelona, el del robredo de Corpes y el más importante de todos, el de la corte de Toledo, en el cual el obscuro juglar recuerda al más ilustre narrador de los tiempos modernos, a Walter Scott. Cuando así se contemplan uno frente a otro el Poema del Cid y la Chanson de Roland no puede menos de declararse, como hacían los antiguos jueces de campo, que la victoria pertenece al poeta español (1).

No pasaré por alto en esta comparación al escritor belga L. de Monge (2), porque, toman

(1) Poëme du Cid texte et traduction par DAMAS HINARD, París, 1858, ps. XIX-XXVII. En sus alusiones al Roland comete Hinard errores que no importa aquí hacer notar.

(2) Etudes morales et littéraires; épopées et romans chevaleresques, Bruxelles, 1887, p. 285, “Le Cid et Roland". -E. BARET, Histoire de la litterat. esp., París, 1863, p. 28, dice que el Poema del Cid comparte la exactitud de Homero en lo que concierne al conocimiento de los lugares, pero, sólo atento a los cantos del pueblo, no procura hacer obra de poeta, bien diferente del autor del Roland, que ha leído a Virgilio y se entretiene en crear una geografía fan

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