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póstuma del Cantar, hace tantos siglos interrumpida.

VALOR ARTÍSTICO DEL POEMA

En los juicios anteriormente expuestos acerca del valor artístico del Cantar se hallan los principales puntos de vista desde los cuales éste puede ser apreciado; no obstante, convendrá insistir algo en la comparación de este Poema con otros semejantes, aunque no ciertamente para ejercer el inútil oficio de juez de campo, como Damas Hinard, adjudicando la victoria a nuestro poeta o acaso denegándosela.

Se ha advertido muchas veces que la producción literaria de la Edad Media se resiente por falta de variedad y de estilo personal; que las diversas naciones europeas poetizan los mismos asuntos y lo hacen casi en el mismo tono unas que otras. Pero muchas veces esta uniformidad que notamos depende sólo de la observación escasa. Naturalmente, dentro de las razas con que convivimos distinguimos las varias fisonomías mucho mejor que tratándose de una raza extraña de que sólo rara vez vemos algunos individuos. Hoy, que conocemos la epopeya medioeval mejor que antes, podemos decir que el Poema del Cid es obra de una acentuada originalidad.

Uno de los sentimientos dominantes en la épica castellana es la antipatía hacia el reino de León, más o menos agriamente expresada en poemas como el de Fernán González o el del Cerco de Zamora. El Poema del Cid se aparta decididamente de este secular rencor castellano. Siente el respeto más profundo por el antiguo rey de León Alfonso VI, a pesar de que éste obra injusta y duramente con el héroe, y a pesar de que ese rey venía mirado con invencible repugnancia por el cantar del Cerco de Zamora; y si es cierto que nuestro Poema muestra odio hacia una familia en parte leonesa, la de los Vani-Gómez, a ella van asimismo unidos personajes castellanos como el conde don García.

También la venganza, pasión eminentemente épica desde Homero en adelante, está tratada de un modo especial en el Poema del Cid. La venganza es cruelmente sanguinaria en el poema de los Infantes de Lara y en el Roland, donde Ruy Velázquez o Ganelón son muertos con treinta caballeros de los suyos; la sombría imaginación que ideó la venganza de Krimhilda en los Nibelungos, no se contentó con menos de 14 000 vidas inmoladas en una fiesta; en Garin le Lorrain y en Raoul de Cambray los odios de dos familias se alimentan con implacables homicidios. En cambio, el Poema del Cid, apar

tándose de este encarnizamiento habitual, da a la venganza que la familia del Cid obtiene sobre la de los Beni-Gómez un carácter de simple reparación jurídica; el honor familiar del Cid se reivindica mediante un duelo presidido por el rey y terminado, no con el descuartizamiento de los traidores, sino sólo con la declaración legal de su infamia (1).

Los traidores de los principales poemas tienen grandeza heroica. Hagen viene a ser el verdadero héroe de la última parte de los Nibelungos, y sin llegar a tal extremo, Ganelón y Ruy Velázquez son admirables, a no ser por su crimen. El juglar del Cid toma camino opuesto; pero mejor hubiera hecho en no apartarse de aquella norma. Con reflejar exactamente el prestigio y poder que, en realidad, tuvieron el conde García y los Beni-Gómez, no hubiera hecho sino realzar la figura del Cid. La cobardía de los infantes de Carrión, si da algunas notas cómicas, que tanto regocijaron a los poetas del romancero, empequeñece demasiado a

(1) Aun atenuado como está en el Poema del Cid el espíritu vengativo, es notable ver al héroe ansiar la venganza (2894). El, lo mismo que los infantes, emplean la frase assis irá vengando (2762, 3187), cuando ven satisfechos sus agravios, y se jactan o dan gracias a Dios de haber logrado vengarse (2719, 2752, 3714).

los enemigos del héroe, que no tienen en sí más mérito que el que les da el favor del rey.

En cuanto a las relaciones del Cid con el rey, se ofrecían al poeta dos tipos corrientes: uno, el del vasallo puesto al servicio del monarca, como Roland, Guillaume d'Orange y demás héroes carolingios; otro, el del vasallo rebelde, como Fernán González, Girart de Rousillon, Doon de Mayence, Renaut de Montauban. La vida del Cid había tenido alternativas de uno y de otro. El Cid recibió grandes favores de su rey y ayudó a éste en sus empresas; pero además fué desterrado y devastó, en uso de su derecho, una provincia del reino de Alfonso VI. Pero nuestro juglar no escogió ninguno de aquellos tipos, sino que los fundió, y no con alterancia sucesiva, como en la historia real del Cid o en el poema de Bernardo del Carpio, sino en una acción simultánea; el Cid es víctima de la persecución injusta del rey, y, al mismo tiempo, es leal y generoso con su perseguidor; jamás le guerrea, con Alfons mio señor non querría lidiar (v. 538), y únicamente se venga de él ofreciéndole dones generosos y conquistas, o sugiriendo al pueblo una frase punzante: ¡Dios qué buen vassallo si oviesse buen señor! (v. 20). Esta originalidad de nuestro poeta resalta más si tenemos presente que el juglar posterior, el de

las Mocedades de Rodrigo, no supo sustraerse al gusto corriente, y nos pintó un Cid díscolo con su rey, lleno de esa arrogancia exagerada que tanto abunda en la epopeya.

La epopeya y la realidad ofrecían a porfía episodios de violencia, atropello y sangre, fácilmente conmovedores; pero nuestro juglar, apartándose de las fórmulas corrientes del género que cultiva, idealiza a su modo la realidad que contempla. Concibió al desterrado héroe siempre magnánimo y fiel a su rey, y presentó a éste, airado, sí, pero no hasta el punto de aprisionar a las hijas del Cid ni desagradecido a los servicios que el héroe le presta, ni poseído de los indignos celos que sintió hacia su vasallo, según la historia. Otro ejemplo: el poeta pasó muy por alto el hambre y la crueldad que sufrieron los moros de Valencia durante el asedio, y realzó, en cambio, las lágrimas y las bendiciones con que los moros de Alcocer despiden a su bondadoso vencedor. Nuestro poeta da una nota excepcional en la epopeya: la de la moderación. Se ha notado con extrañeza que el Cid del Cantar muestra las virtudes de un santo (1), y si se considera la dificultad de desenvolver dentro de esta altura moral una epopeya de guerra,

(1) L. BESZARD, en la Zeitschrift für roman. Philologie, XXVII, 1903, ps. 529 y 652.

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