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tonos apagados, casi siempre grises. Compárese, por ejemplo, el viaje de doña Jimena, cuando va a unirse con el Cid, pasando por la tierra de moros, por la peligrosa mata de Taranz y por la hospitalaria ciudad del alcaide Abengalbon, con el viaje de Krimhilda, cuando va a casarse con Atila, atravesando ora la Baviera llena de salteadores, ora las amigas tierras del margrave Rüdiger, y se verá que es menos animada la poetización del juglar castellano, aunque la escena final de su viaje supere en emoción llana y sincera. Las fiestas del Tajo o de Valencia tienen mucho menos brillo que las de Worms o Bechelaren; mientras en el Cid los atavíos y los juegos son exclusivamente militares, en los Nibelungos a menudo los cofres vacían sus lujosos aderezos para adornar a las damas, y éstas alegran la corte donde los caballeros las devoran con los ojos, las abrazan en pensamiento y las sirven rendidamente.

También El Cid es inferior al Roland en los recursos poéticos. En ambos poemas hay una sola comparación; pero las descripciones que abundan en el Roland (los desfiladeros de Roncesvalles, los deformes capitanes paganos, el caballo de Turpin, el cadáver de Roland, la flota de Baligant, etc.), apenas tienen correspondientes en el Poema del Cid (el amanecer, el ro

bredo de Corpes, Álvar Fáñez en la matanza, el traje del Cid). En el Roland además hay frecuentes motivos emocionantes, como la ternura con que los franceses entran en Gascuña después de siete años de ausencia, la muerte de Olivier, la bendición de los cadáveres en Roncesvalles, la tormenta que predice la muerte de Roland, los últimos recuerdos del héroe moribundo, y otros, que en El Cid escasean, fuera de la despedida de Cardeña y del abandono de Elvira y Sol en Corpes. El autor del Roland, en medio de su rudeza arcaica, propende al efectismo; tiene imaginación poderosa que no escrupuliza en medios; pone en juego cifras enormes, vigor físico imposible, hombres monstruosos, milagros estupendos. El autor de El Cid se prohibe esos recursos exagerados; quiere lograr la belleza sin esfuerzos, o prefiere no lograrla, y muestra en definitiva más talento para idear su plan que imaginación para desarrollarlo.

El juglar del Roland atiende menos a dar fundamento consistente a su obra que a procurar el brillo de la ejecución; conoce mejor su oficio de poeta; muestra una atención más despierta a las sensaciones y afectos, pero a veces cae en el amaneramiento; asi abusa de las series similares y de otras repeticiones por el estilo. El juglar del Cid atiende más a la construc

ción de su poesía, pero descuida la exposición. Nunca se preocupa de los adornos; pero muestra gusto por las gradaciones, gusto muy escaso en la epopeya de la Edad Media, donde hasta la conversión religiosa de los sarracenos es repentina. La alevosía se engendra poco a pocc en el ánimo de los Infantes de Carrión. Aun los críticos más adversos han alabado la dramática gradación con que se desarrolla la escena de la corte de Toledo. Toda la acción del Poema es una marcha progresiva en que el desterrado va venciendo la injusticia del Rey y el desprecio de la alta nobleza.

En conclusión, habremos de rechazar la idea de la escasa personalidad de esas obras primitivas del arte. A pesar de las profundas revoluciones de pensamiento que median entre los orígenes de las literaturas europeas y su época de esplendor, íntimas relaciones unen aquellos antiguos poemas a las obras producidas después del Renacimiento. El Roland, por su simplicidad esquemática, por su unidad de acción y de tiempo y por su esmero en la presentación, anuncia la clásica tragedia francesa (1). El Mio Cid, por su carácter más histórico, por buscar una supe

(1) Semejante idea ocurre independientemente a D. HINARD, Poëme du Cid, 1858, p. xxiv, y a G. PARIS, Extraits de la Chanson de Roland, 5.e éd., 1896, p. xxvii.

rior verdad artística dentro de las complejidades de la vida entera, y por el abandono de la forma, es precursor de las obras maestras de la comedia española. Los Nibelungos, en su grandioso desorden tan preñado de aspectos, muestran su parentesco con las trágicas concepciones shakespearianas.

OLVIDOS DEL JUGLAR DEL CID

El descuido en la ejecución es tanto más significativo en un poeta como el del Cid que tan bien supo trazar el plan de su obra y tenerlo presente en todos los momentos. Nos fijaremos sólo en ciertos olvidos que padeció respecto a algunos pormenores. Cierto que algunas contradicciones por olvido se señalan en los autores más cultos; pero quizá los principales olvidos de nuestro juglar se parecen más que a los de otro cualquier autor extranjero a los que Cervantes padeció respecto a varios pormenores del tipo de Sancho.

Señalaremos primero una ligera contradicción entre el v. 3094, donde se dice que la cofia del Cid era de escarín, y el v. 3493, donde se dice que era de rançal (1).

(1) Recuérdense las varias contradicciones en que Vir gilio incurre sobre la clase de madera de que estaba hecho el caballo de Troya (Eneida, II, 16, 112, 186, 258).

Después, en el verso 1333, Álvar Fáñez dice al rey que el Cid venció cinco lides campales, sin que el poeta nos haya contado más que dos, una contra los valencianos (III), y otra contra el rey de Sevilla (1225) (1).

En la batalla contra Yúcef parece que el autor estaba especialmente distraído, como si toda su atención se la llevase la interesante participación que las dueñas tienen en el relato guerrero. Incurre en dos olvidos. Uno es que habiendo Álvar Salvadórez caído prisionero de Yúcef (1681), vuelve a figurar junto a su inseparable Álvar Álvarez (1994, etc.), sin que sepamos cómo se rescató (2). El manuscrito de que se sirvió la Crónica de Veinte Reyes subsanaba este error, omitiendo la prisión de Álvaro y contando, en cambio, que en el alcance de Yúcef murió un Pedro Salvadórez, desconocido

(1) En el Cantar, p. 733, di otra interpretación al error del verso 1333, creyendo que Minaya podía también aludir a las batallas contra Fáriz y contra el conde de Barcelona. Pero la batalla contra Fáriz y Galve la había contado ya el mismo Minaya al rey (876), y en el nuevo mensaje, Minaya sólo habla de las conquistas del Cid en el reino de Valencia.-Cabría también sospechar un simple error de lectura. Muy frecuentemente en los diplomas se confunde U (cinco) con II (dos), y esto podía haber sucedido en una copia antigua del Poema, de donde se derivasen el manus. crito de Pedro Abad y el de la Crónica de Veinte Reyes.

(2) Más grave es el descuido del Ariosto, que en el canto XL, 73, menciona personajes que antes había dado por muertos.

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