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al manuscrito de Pedro Abad. El otro olvido es que en los versos 1789-90 el Cid manifiesta voluntad de enviar a Alfonso en presente la tienda del rey de Marruecos, y luego no se menciona esa tienda, como debiera, tras los versos 1810 y 1854 (1). También aquí el manuscrito utilizado por la Crónica de Veinte Reyes subsanó el descuido, mencionando ambas veces la tienda de Yúcef. Es posible que estos dos arreglos que se observan en la Crónica de Veinte Reyes fuesen del autor mismo en un segundo manuscrito de su poema; Cervantes, en la segunda edición del Quijote, corrigió alguno de los olvidos que le habían sido censurados.

Otras omisiones no son ya olvidos (2), sino que entran dentro de la manera de componer que tenía el poeta. Éste anuncia algunos pormenores de la acción que luego no quiere detenerse a desarrollar. En la misma batalla contra Yúcef

(1) Mencionándose aquí el regalo, debiera figurar en él la tienda. Este es un verdadero olvido, diferente de las otras omisiones que señalo en el texto a continuación.

(2) E. LIDFORSS, Los Cantares de Myo Cid, Lund, 1895. p. 134, supone que el verso 1839 está en contradicción directa con el 1828, pero es porque en la interpretación de ca non vienen con mandado, sigue la mala traducción de D. Hinard, 'car ils ne viennent pas avec un héraut', al cual siguen también ADAM (p. 226) y BERTONI (ps. 84 y 166); éste se inclina a creer que se trata de un error del mismo autor, y no de una refundición posterior. Pero ca non no significa 'pues no', sino simplemente 'que no', 'y no que'.

hallamos dos de estos casos: aquellos tambores que el Cid promete a la iglesia de Valencia (1667), no se mencionan después de la victoria; además, D. Jerónimo obtiene las primeras heridas (1709) y luego no se refiere cómo, dándolas, rompe él la batalla. Otro ejemplo. Minaya anuncia al moro Abengalvón que cuando llegue a presencia del Cid le hará premiar el servicio que presta en acompañar a doña Jimena durante su viaje (1530); pero cuando los viajeros llegan a Valencia ya no se dice nada del moro, aunque debió llegar hasta aquella ciudad (1486, 1556). Enteramente análogo es el caso en que Minaya anuncia que el Cid pagará con creces a los judíos de Burgos (1431), sin que después el autor crea que hay para qué decir cómo les pagó (véase arriba, pág. 35). Alguna vez la omisión está al contrario, en los precedentes y no en las consecuencias de lo que el juglar cuenta. Así, en 3115 el rey alude a un escaño que el Cid le regaló, sin que se haya dicho antes cuándo. Acaso el caballo Bavieca apareciese así en el v. 1573, sin decirnos el juglar cuándo el Cid le ganó, y el v. 1573 b sea una adición del manuscrito que sirvió para la Crónica de Veinte Reyes.

VALOR HISTÓRICO

Y ARQUEOLÓGICO DEL POEMA

Aunque el juglar del Cid se funda principalmente en recuerdos locales de la región de Medinaceli, estos recuerdos eran muy fieles, según lo prueba, no sólo la coincidencia independiente del Poema con múltiples datos de la Historia latina del Cid (pág. 18, n.), sino más aún la noticia que el poeta tiene de varios personajes insignificantes como Pero Bermúdez, Martín Muñoz, Álvar Álvarez, Álvar Salvadórez, Gonzalo Assurez, Muño Gustioz, etc., no mencionados en aquella Historia y que, sin embargo, existieron y tuvieron relación con el Cid. Dado este carácter eminentemente histórico del Cantar, podemos tomarle como fuente fidedigna para ciertos sucesos como la estancia del Cid en Castejón, Alcocer o el Poyo de Mio Cid; para fijar el sitio y algunas circunstancias de la prisión del conde de Barcelona, y, sobre todo, para las relaciones del héroe con la poderosa familia de los Beni-Gómez.

No es menos exacto el Cantar en su geografía, pues todos los lugares que menciona, aun los más insignificantes, llegan a identificarse en la toponimia moderna o en la antigua. Además nos

da noticias de poblaciones desaparecidas como Alcoceva y Spinaz de Can, o de comarcas que han cambiado de nombre, como Corpes y Tévar (1). En fin, vemos en él cómo las vías romanas continuaban siendo ordinarios medios de comunicación; así, la calzada de Quinea (400) y la de Sagunto a Bílbilis o Calatayud (644). A este propósito puede recordarse que el camino de Santiago, restaurado en el siglo XI, era también en su mayor parte la antigua vía que de Vasconia conducía a Gallecia. Además el Poema nos describe minuciosamente otro camino secundario, de Valencia a Burgos (v. págs. 27-28).

La exactitud del juglar se aprecia cuando, atendiendo a la topografía especial de Castejón, comprendemos mejor la sorpresa con que el Cid conquista la villa (456) (2). Hasta los adjetivos usados por el poeta se hallan hoy exactos: Atienza, una peña muy fuert (2691), aun nos aparece como tal, pues conserva su imponente castillo que arranca de la peña cortada a pico. Fiándonos en esta exactitud habitual, podemos otras veces comprobar con lástima cuánto ha cambiado el aspecto del terreno: la fiera sierra de Miedes encerraba en

(1) Véase Cantar, ps. 58, 53, 864, 859.

(2) Cantar, p. 496, y M. Serrano, Exactitud geográfica del Poema del Cid, en la Revista de España, CXLII, p. 428

sí más de una selva maravillosa e grand (415, 422, 427) que ha desaparecido; el gigantesco

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robredo de Corpes, cuyas ramas se hundían en las nubes (2698), no es hoy más que un páramo donde el arado desentierra algún grueso tocón, único resto del viejo arbolado; los montes de Luzón, que el juglar describe como fieros e grandes, y la mata de Taranz, antes temerosa para el caminante (1492), son hoy tierra rasa, donde apenas crecen sino humildes cambrones y sabinas; por todas partes el hacha egoísta, imprevisora, ha hecho desaparecer seculares bosques, atrayendo la sequía sobre ambas mesetas castellanas.

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