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y sangre ante Jimena y las hijas, su coraçon y su alma, brindándolas el honor de haber guardado a Valencia mientras él, a su vista, había derrotado al rey de Marruecos.

Para la historia de la guerra tiene también el Poema un valor de que suelen carecer las chansons francesas, con ser éstas más militares que el cantar castellano. Los juglares franceses no tienen espíritu de observación para la batalla (1). El Roland o el Aliscans no nos dan idea de estrategia alguna, salvo el dividir ambos ejércitos en líneas de combate o "echeles", generalmente formadas por hombres de un mismo país, siempre más numerosas las de los sarracenos que las de los cristianos, las cuales se atacan sucesivamente sin plan alguno; las largas descripciones de las batallas se reducen al monótono chocar de los campeones unos con otros o con turbas que caen a centenares bajo los descomunales golpes de los héroes. En El Mio Cid la guerra ofrece aspectos variados, desde la pequeña correría hasta la batalla campal y el asedio, se

guisada que los que hobiesen amigas que las ementasen en las lides porque les creciesen mas los corazones et hobiesen mayor verguenza de errar."

(1) Véase P. MEYER, traducc. del Girart de Roussillon, París, 1884, ps. LXX-LXXVII. El Girard de Roussillon ofrece en la pintura de la guerra más realidad y más variedad que la generalidad de las chansons.

gún el héroe va creciendo en recursos y pla

nes.

En los primeros tiempos de su destierro, el Cid tiene sólo 300 lanzas o caballeros (419, 723), que suponen 600 hombres de armas, incluyendo los peones (674). Después de la toma de Valencia, hay ya con el Cid 3 600 caballeros (1265), o 3 990 (1419, 1717). Los moros, en cambio, reúnen ejércitos de 50 000 hombres de armas (1626, 1718, 1851, 2313).

El Cid, como un desterrado, tiene primeramente que tomar por objeto de sus guerras ganarse el pan (673, 1642, 948), y los caballeros que se le reúnen van a ayudarle a salir del apurado trance en que el destierro le coloca, unos por obligación de vasallaje y otros por espíritu aventurero. Cuando el Cid quiere reclutar más gentes para caer sobre Valencia les brinda con la ganancia:

quien quiere perder cueta e venir a rritad,
viniesse a mio Cid que a sabor de cavalgar;
çercar quiere a Valencia pora cristianos la dar.
Al sabor de la ganancia non lo quieren detardar
grandes yentes se le acojen de la buena cristiandad.
(1189-1199)

También Guillermo de Orange, cuando desamparado de su Rey, quiere ir a conquistar tierras de los sarracenos de España, grita sobre una mesa a los caballeros y escuderos pobres :

"Ice di-ge as povres bachelers

"as roncins clops et as dras descirez,
"quant ont servi por néant conquester
"s'o moi se vueulent de bataille esprover,

"ge lor dorrai deniers et héritez,

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'chasteaus et marches, donjons et fermetez..."
Qui dont véist les povres escuiers,

ensenble o els les povres chevaliers!
vont à Guillaume le marchis au vis fier.
En petit d'eure en ot trente milliers (1).

En sus primeras guerras el Cid saquea la frontera de moros. Para ello divide sus gentes en una retaguardia o zaga, a sus propias órdenes, y una vanguardia o algara, mandada por Álvar Fáñez, la cual se interna por sorpresa en tierra de moros para robar ganados y riquezas. La algara, según los fueros municipales, se debía componer de la mitad del total de los combatientes; pero el Cid se juzga seguro con una zaga compuesta sólo de un tercio de su gente y envía los otros dos tercios en la algara, para que el botín sea mayor; así Álvar Fáñez puede correr y robar con gran fruto 70 kilómetros del valle

(1) Li charrois de Nymes, v. 636, etc., en JONCKBLOET, Guill. d'Orange, I, 1854, p. 90.-M. de UNAMUNO, En torno al casticismo, Barcelona, 1902, p. 125, observa que en las Chansons francesas el "eschec" preocupa menos que la "ganancia" en el Poema del Cid; pero adviértase que en éste el destierro y pobreza del héroe le imponen la necesidad de ganar el pan y de conquistar a Valencia; de igual modo los héroes franceses, cuando están perseguidos por su rey, tienen que ganarse feudos a costa de los sarracenos o a costa de otros vasallos del rey.

del Henares, mientras la zaga del Cid ganaba por sorpresa el pueblo de Castejón (1).

Otra de las pequeñas conquistas del Cid en los comienzos del destierro es la toma del castillo de Alcocer, que le lleva quince semanas de combate y no termina sino mediante una estratagema (v. 553-610).

Como consecuencia de estas correrías, el Cid con sus 600 hombres de armas tiene que aceptar una batalla campal contra 3 000 moros valencianos y muchos más de la frontera. Los 300 caballeros cristianos cargan sobre una de las haces enemigas, la atraviesan matando 300 moros, y dan la carga de tornada matando otros tantos (v. 722 sigs.). Una "charge en retour" de 333 caballeros, semejante a ésta, fué uno de los hechos de armas de que siempre se alabó Girard de Rousillon (2).

Otras varias batallas campales describe el Poema. Cuando ya el Cid reúne más de 3 000 caballeros, preceden a la gran batalla pequeños encuentros (v. 1673-1684, pág. 275,-v. 2344), y se fija de antemano el plan de combate, siendo

(1) Véanse los versos 440-485, y Cantar, p. 45422. La algara del Poema es igual a las que describe un autor coetáneo, el autor de la Chronica Adefonsi imperatoris, § 14, 52, 53, 60, enviadas por el rey, o hechas por el alcaide de Toledo o los caballeros de Avila y Segovia contra los campos de Sevilla y Córdoba (España Sagrada, XXI).

(2) Traduct. par P. Meyer, 1884, § 152.

Álvar Fáñez, como siempre, el que propone la solución aceptada (438, 671), que suele ser un ataque combinado por las dos alas del ejército enemigo (1127, 1144, 1693, 1719, 2361). La batalla se rompe dando las feridas primeras un caballero distinguido (702-714), el cual suele pedir de antemano al Cid que le conceda el honor de herir los primeros golpes en el enemigo (1709, 2374, 3317). De estas primeras heridas hablan frecuentemente los otros poemas españoles y franceses.

La batalla, como la algara, la corrida ó incursión más rápida que la algara (953, 1159) y toda conquista, termina con el robo del campo y el reparto del botín. Después de la derrota del rey de Marruecos, es Alvar Fáñez el que dirige sobre el campo el inventario del despojo, escriviendo e contando (1772); en esta tarea le auxiliarían los quiñoneros o repartidores (511), encargados de hacer los "quiñones" ó suertes en que se dividía el botín para su distribución. Este nombre "quiñón", derivado del latín q u inionem, nos indica que el reparto se hacía sobre una base semidecimal. El rey o el señor de la hueste, en nuestro caso el Cid, toma para sí el quinto de todo el botín (515, 805, 1216, 2487-89), según costumbre imitada de los musulmanes, a quienes el Corán, VIII, 42, manda

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