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8 FECHA Y TRANSMISIÓN DEL POEMA

para creer que ciertos cantares dedicados al Rey Rodrigo, a los Infantes de Lara y al Infante García, precedieron al del Cid. Éste, según todos los indicios, fué escrito hacia el año 1140.

Este Cantar de Mio Cid, resto casi único de la poesía heroico-popular castellana, se conserva en un manuscrito, único también, copiado en el año 1307 por un tal Pedro Abad. Para hacer su copia, este amanuense se sirvió de un texto muy antiguo, el cual contenía ya ciertos yerros que nos permiten asegurar que no era ciertamente el primitivo original escrito hacia 1140 (1). A la copia de Pedro Abad le falta una hoja en el comienzo y dos en el interior del códice.

En el mismo siglo XIV en que vivió Pedro Abad, cierta Crónica de Veinte Reyes de Castilla prosificó nuestro poema para incorporarlo a la narración del reinado de Alfonso VI. El manuscrito del Cantar que sirvió para esta tarea no fué el de Pedro Abad que hoy poseemos, y, por lo tanto, el concurso de la Crónica nos es inestimable para conocer el texto primitivo del Poema; aun a través de la prosa de la Crónica se descubren restos de frases y versos del original que nos proporcionan muy útiles varian

(1) Véase para todo esto R. MENÉNDEZ PIDAL, Cantar de Mio Cid, texto, gramática y vocabulario, I, 1908, P. 32.

tes y, sobre todo, gracias a esta Crónica podemos conocer el relato del Poema en la parte correspondiente a las hojas perdidas del manuscrito de Pedro Abad.

ARGUMENTO DEL POEMA

El asunto tratado en el Cantar de Mio Cid es el siguiente:

Cantar primero: El destierro. Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, es enviado por su rey Alfonso a cobrar las parias que los moros del Andalucía pagaban a Castilla. Al hacer esta recaudación de tributos, el Cid tiene un encuentro con el conde castellano García Ordóñez, á la sazón establecido entre los moros, y le prende afrentosamente en el castillo de Cabra. Cuando el Cid vuelve a Castilla es acusado por envidiosos cortesanos de haber guardado para sí grandes riquezas de las parias, y el rey le destierra. Álvar Fáñez, con otros parientes y vasallos del héroe, se van con él al destierro. (Este relato corresponde a la parte perdida del códice.) El Cid parte de Vivar para despedirse de su mujer que, con sus dos hijas, aún niñas, está refugiada en el monasterio de Cardeña, y al dejarlas allí abandonadas, el héroe pide al Cielo le conceda llegar

a casar aquellas niñas y gozar algunos días de felicidad familiar (versos 1-284). El plazo del destierro apremia, y el Cid tiene que acortar su despedida, para salir de Castilla a jornadas contadas; otra preocupación le apremia más de cerca: la de poder en el destierro sostener su vida y la de los que le acompañan (v. 285-434). Los éxitos del desterrado son al principio penosos y lentos. Primero gana dos lugares moros, Castejón, en la Alcarria, y Alcocer, orillas del Jalón, y vende a los mismos moros las ganancias hechas (v. 435-861). Luego se interna más en país musulmán, haciendo tributaria suya toda la región desde Teruel a Zaragoza, mientras Alvar Fáñez va a Castilla con un presente para el Rey (v. 862-950). El desterrado prosigue su avance sobre las montañas de Morella y tierras vecinas, que estaban bajo la protección del conde de Barcelona, y prende a éste, dejándole generosamente en libertad al cabo de tres días de prisión (v. 951-1086).

Cantar segundo: Las bodas de las hijas del Cid. Desde las mismas montañas de Morella, el Cid se atreve ya a conquistar las playas del Mediterráneo, entre Castellón y Murviedro, llegando en sus correrías hasta Denia (v. 10851169) y logrando, al fin, tomar la gran ciudad de Valencia (1170-1220). El rey moro de Se

villa, que quiere recobrar la ciudad perdida, es derrotado, y del botín de esta victoria el Cid toma cien caballos y los envía con Álvar Fáñez al rey Alfonso, para rogarle permita a doña Jimena ir a vivir en Valencia. En ésta queda establecido sólidamente el cristianismo, pues el Cid ha hecho allí obispo a un clérigo, tan letrado como guerrero, llamado don Jerónimo (v. 1221-1307). Álvar Fáñez, previo el permiso del rey, lleva a Valencia la mujer y las hijas del Cid; éste las recibe con grandes alegrías y les muestra desde el alcázar la extensión de la ciudad conquistada y la riqueza de su huerta (v. 1308-1621). El rey de Marruecos, Yúcef, quiere a su vez recobrar a Valencia, pero también es derrotado por el Cid; del inmenso botín de esta batalla, el Cid envía doscientos caballos al rey, siendo Álvar Fáñez el encargado tercera vez de este mensaje (v. 1622-1820). Tan repetidos y ricos regalos del Cid al rey producían en Castilla gran admiración hacia el desterrado héroe; pero, al mismo tiempo, mortificaban la envidia del conde García Ordóñez, el vencido en Cabra, y despertaban la codicia de unos parientes del conde, los infantes (ó jóvenes nobles) de Carrión que, para enriquecerse, quieren casar con las hijas del conquistador de Valencia. El rey mismo, estimando muy honroso

para el Cid el casamiento, se lo propone a Álvar Fáñez (v. 1821-1915). El Cid y el rey se avistan a orillas del Tajo; el rey perdona solemnemente al desterrado y éste accede a casar sus hijas con los infantes de Carrión, pues aunque le repugna el orgullo nobiliario de los novios, no quiere negarse a la petición del rey, por quien tanta veneración siente (v. 1916-2155). El Cid se vuelve a Valencia con los Infantes y allá se celebran las bodas (v. 2156-2277).

Cantar tercero: La afrenta de Corpes. Los infantes de Carrión dan muestra de gran cobardía, sobre todo en la batalla que el Cid tiene contra el Rey Búcar de Marruecos, que nuevamente viene a recobrar Valencia (v. 22782491). El Cid, después de vencer y matar a Búcar, se siente en el colmo de su gloria: ya no es el pobre desterrado de antes; se halla rico, poderoso, temido; piensa someter a tributo todo Marruecos, y hasta se enorgullece de sus nobles yernos, cuya cobardía ignora (v. 24922526). Estos, empero, que no podían sufrir las burlas de que eran objeto por su falta de valor, quieren vengarse del Cid afrentándole en sus hijas, y le piden permiso para irse con ellas a Carrión. El Cid, sin sospechar la maldad de sus yernos, accede, y los despide colmándolos de riquezas; pero, al bendecir a sus hijas, siente

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