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tares, en señal de regocijo, el caballero usaba sólo las armas de fuste (1586), es decir, las de madera, el escudo y la lanza. No se ceñía espada ni se vestía loriga, sino el traje ordinario.

El traje de paz era éste (1): primero se ponían la camisa, después las calzas de paño cubriendo toda la pierna, y los zapatos que solían ir adornados con labores (3085-88). Inmediatamente sobre la camisa se ponía el brial, túnica hecha por lo común de una tela de seda entretejida con oro, llamada ciclatón, así que brial y ciclatón venían a ser voces sinónimas. Llegaba el brial hasta los pies é iba hendido delante y detrás para poder cabalgar cómodamente, dejando caer cada mitad de su falda por uno y otro lado del caballo, según se ve en el retrato de Fernando II arriba reproducido, o en el del conde don Enrique. Encima del brial se ponía la piel o pellizón, abrigo más corto que el brial, con manga ancha o perdida, hecho de armiño (3075) o de piel de conejo, cordero o abortones, y forrado al exterior con seda; el Cid llevaba siempre, según su juglar, una piel forrada de

(1) Compárese la detallada descripción del traje del Cid, en los versos 3085-3100, con la más detallada de Girart de Rousillon (trad. P. Meyer, París, 1884, p. LXXXI), que emplea cuatro series en describir cómo se vistió Pierre de Mont-Rabei.

bermejo con bandas de oro (3092). Sobre la piel se ponía el manto, anudado o prendido en el hombro derecho; iba forrado con armiño (3374), como el que se ve en el retrato del conde Ramón, o con otras pieles.

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Alfonso VI con manto, pellizón

Conde don Enrique

y brial. (Tumbo de Santiago.) de Portugal. (Tumbo de Santiago.)

Sería interminable mencionar todos los aspectos que ofrece el Poema interesantes para la historia de la cultura. Recordemos sólo las noticias que da sobre las precisas circunstancias en que se besaba la mano; las complicadas costumbres relativas a la barba, como símbolo del

honor viril; el contrato de préstamo con los judíos; las curiosas escenas del campamento de Tebar y de la libertad del prisionero Berenguer; la cortesía y liberalidad del moro alcaide

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El conde don Ramón de Galicia. (Tumbo de Santiago.)

de Molina; la vigilia que el Cid pasa en San Servando; la corte de Toledo, rica en pormenores jurídicos admirablemente comentados

por Hinojosa (1); el juicio de Dios en donde resplandece la verdad después de velar las armas los combatientes y de santiguar las sillas de los caballos antes de arremeter; las curiosas relaciones de la vida secular y la religiosa, el matrimonio civil como acto principal y anterior a la bendición eclesiástica (v. 2233), el divorcio sin intervención de la Iglesia (v. 2867), el obispo de Valencia elegido por el Cid y sus vasallos sin mediación del papa, etc.

VALOR NACIONAL DEL POEMA

No hay en el Poema del Cid una idea patriótica tan precisamente concebida como en la Chanson de Roland. El autor de ésta supo asociar el deber de vasallaje a Carlomagno y el amor a la nación entera, elevándose, en una época de división feudal, a un sentimiento claro de la unidad de esa Francia cuyo cielo se entristece por la muerte del héroe y cuyos soldados se conmueven de cariño intenso hacia la patria por la cual combaten. En la chanson alienta un patriotismo exaltado, aunque puramente militar, que se apoya en el irrazonado en

(1) Citado arriba, p. 89, n.

tusiasmo para afirmar el propio valer y despreciar al enemigo:

Hoi n'en perdrat France dulce sun los.

Ferrez i, Franc; nostre est li premiers colps;

nus avum dreit, mais cist glutum unt tort (1210, 1015).

Cierto que en el Mio Cid la añoranza que sienten los desterrados de Castiella la gentil y la veneración del héroe hacia el rey, que personifica la patria, tienen ternura y magnanimidad, aunque no lleguen a la grandeza trágica del Roland. Pero de todos modos el Poema del Cid no es nacional por el patriotismo que en él se manifieste, sino más bien como retrato del pueblo donde se escribió (1). En el Cid se reflejan las más nobles cualidades del pueblo que le hizo su héroe: el amor a la familia, que anima la ejecución hasta de las más altas y absorbentes em

(1) Así FERNANDO WOLF veía en el Poema la primera y fundamental obra de la literatura española en cuanto es expresión del carácter nacional (Studien zur Geschichte der spam. und port. Nationalliter, 1851, p. 30). Arriba dijimos cómo Menéndez y Pelayo considera unidas en el Poema las cualidades artísticas con las representativas de la raza.-G. H. PRESCOTT observa que, así como alguien cree que los poemas de Homero fueron el principal lazo de unión entre los estados griegos, no cabe dudar que un poema como el del Cid, que apareció muy a principios del siglo XII, y que presentaba a la imaginación los más interesantes recuerdos nacionales en relación con su héroe favorito, debió obrar de una manera poderosa sobre la sensibilidad moral del pueblo (History of the Reign of Ferdinand and Isabelle, trad. esp. 1855, p. 10 a).

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