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y trabajosa progresión en que el desterrado va ganando el favor real (1).

Para esta elaboración poética de los elementos históricos o tradicionales el juglar echó mano también, como era natural, de episodios puramente ficticios.

Uno de ellos es la aparición del ángel Gabriel al Cid cuando, caminando éste para el destierro, va a abandonar el territorio castellano (v. 405-410); fugaz y único elemento maravilloso del poema.

Otro episodio ficticio es el de las arcas llenas de arena que el Cid deposita en casa de dos judíos burgaleses, diciéndoles que están henchidas de oro, para obtener de ellos un préstamo a cuenta de tal depósito. En multitud de cuentos aparece el ardid de las arcas de arena que se hacen pasar por un tesoro (2). Pero quien más que nadie contribuyó a popularizar este tema novelesco en Europa fué el judío converso español Pedro Alfonso, coetáneo del Cid. En su

(1) Véase Cantar de Mio Cid, págs. 68-75, y L'Epopée castillane à travers la litterat. espagnole, ps. 111-112.

(2) Por ejemplo, según Herodoto, III, 123, el persa Oretes tienta la codicia de Polícrates de Samos con ocho arcas llenas de piedras y rellenas por cima de oro. Según el Epítome de Justino, XVIII, 4, Dido, para engañar a su her. mano, arrojó al mar fardos llenos de arena, como que eran los tesoros de su marido (tradúcelo la Primera Crón. Gen., p. 34 a 7). Otra caja de arena en el Portacuentos de Timoneda, núm. 26 (Revue Hispanique, XXIV, 1911).

Disciplina clericalis incluye Pedro Alfonso un cuento de origen árabe, donde se refiere cómo un peregrino a la Meca se hace pagar una deuda, despertando nueva codicia en el deudor mediante el engaño de diez cofres llenos de piedras, bien pintados por fuera y con herrajes plateados. Este cuidado en el buen aspecto exterior de los cofres es algo semejante al que el Cid pone en el de sus arcas, cubiertas de guadalmecí bermejo y con clavos dorados (v. 88), y no sería difícil que el juglar conociese el cuento de la Disciplina, dada la gran difusión que ésta tuvo (1). Por lo demás, el engaño se practicaba, efectivamente, pues lo vemos descrito en las Partidas: "engañadores hay algunos homes de manera que quieren facer muestra a los homes que han algo, et toman sacos e bolsas e arcas cerradas, llenas de arena o piedras o de otra cosa cualquier semejante, et ponen desuso, para fa

(1) Disciplina clericalis, XIII, copiado por la Gesta Romanorum, 118; por el Libro de los Enxemplos, 92, y por multitud de autores medioevales, incluso Boccaccio, Decamerón, VIII, 10. La gran difusión de la Disciplina nos muestra que el tema de las arcas de arena pasó principalmente de Oriente a Europa por intermedio de España: pero no apoyaremos esta opinión, como hace LANDAU (Die Quellen des Dekameron, 1884, p. 264), en el hecho de que el idioma español tenga una voz especial, manlieve, para designar el engaño de la riqueza fingida, pues tal voz no es más que una errada fantasía del Diccionario de Autoridades sobre una variante de manlieva, error arrastrado a los Diccionarios posteriores de la Academia.

cer muestra, dineros de oro o de plata o de otra moneda, et encomiendanlas et danlas a guardar en la sacristanía de alguna eglesia o en casa de algunt home bueno, faciéndoles entender que es tesoro aquello que les dan en condesijo, et con este engaño toman dineros prestados...” (1).

Nuestro poeta quiere hacer resaltar cuán falsas eran las acusaciones, que sobre el héroe pesaban, de haber robado parte de los tributos del rey; el Cid parte al destierro pobre; necesita un préstamo y no tiene garantías que ofrecer a los prestamistas obligados, que eran los judíos. No creo deba mirarse este episodio como una manifestación del antisemitismo medioeval, según hacen Bello y Bertoni. El poeta no cae en la vulgaridad jurídica que inspiraha las bulas de los papas y los privilegios de los reyes absolutorios de las deudas contraídas con los judíos, pues anuncia que el Cid pagará largamente el pasajero engaño (v. 1436). Después de este anuncio poco importa que el poeta no se acuerde más de decirnos cómo el Cid recom

(1) Partidas, VIIa, 16.o, 9.a La Crónica del Cid parece que toma de las Partidas el detalle de que las arcas del Cid tenían encima de la arena "oro e piedras preciosas", detalle muy impropio de la pobreza del héroe y del pequeño préstamo intentado. Claro es que el engaño descrito en las Partidas es sólo una variante del moderno "timo de los perdigones", que tan frecuentemente se practica.

pensa a los judíos (1). Esta omisión se subsanó en la Refundición del Cantar, conocida en el siglo XIII por las Crónicas, suponiendo que el Cid, al enviar a Álvar Fáñez a Castilla (v. 1286), envía con él a Martín Antolínez, el mismo que había negociado el préstamo sobre las arcas de arena, para que pague a los judíos el mismo que les engañó; el Cid al despedir a ambos mensajeros, les encarga que pidan perdón a los judíos por el forzoso engaño, "pero loado sea el nombre de Dios por siempre, porque me dexó quitar mi verdad" (2). Estas nobles palabras, ajenas a todo antisemitismo, son las mismas que más brillantemente redacta el Romancero :

rogarles heis de mi parte
que me quieran perdonar,
que con acuita lo fice

de mi gran necesidad;

que aunque cuidan que es arena
lo que en los cofres está,

(1) Una de tantas omisiones del autor que, comparada con las otras que señalamos en la p. 84-85, ni siquiera revela un gran desprecio por los judíos, como cree P. COROMINAS en la Rev. general de Legislación, Set. Oct., 1900, p. 247. -Mejor F. SCHLEGEL, Geschichte der alten und neuen Literatur, cap. VIII, considera el episodio de las arcas de arena como uno de los frecuentes rasgos cómicos que se producen en las figuras heroicas, por el choque de su ideal superioridad con los obstáculos de la realidad ordinaria.

(2) Primera Crónica General, pág. 593 b 6; Crónica Particular del Cid, cap. 213.

quedó soterrado en ella

el oro de mi verdad (1).

Otro elemento novelesco del Poema es el episodio del león. Un león que el Cid tenía enjaulado se escapa por el alcázar de Valencia; mientras los infantes de Carrión se esconden asustados, el Cid se dirige a la fiera, y ésta, se le humilla, dejándose conducir a la jaula (v. 2278, 3330, 3363). En el poema de Adenet, Berte aus grans piés, escrito hacia 1275, se refiere algo semejante: un león del rey se escapa de su jaula, asustando a todos los del palacio; pero Pepino, que entonces tenía veinte años, mata al animal. Comparando ambos episodios, Pío Rajna no cree "muy improbable" que la leyenda del Cid deba a la de Pepino su león (2); mas este parecer, ni aun expresado con tanta cautela, me parece aceptable. Las semejanzas son demasiado vagas. En el Cid no se trata del héroe que mata al león, asunto que es también un lugar común de la poesía épica germánica, ni se pretende tanto revelar el valor del héroe, según el episodio de Pepino y sus afines, cuanto descubrir la cobardía de los infantes de Carrión. Acaso más significativa semejanza podríamos

(1) Romancero del Cid publicado por Carolina Michaelis, Leipzig, 1871, p. 225.

(2) P. RAJNA, Origini dell' epopea francese, Firenze. 1884, p. 463, n. 2.

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